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Jorge Santodomlngo nos envía una semblanza extraordinaria de este gran Obispo mártir que Ignacio de Loyola asumió como protector.

Nace entre años 30 al 35 AD, muere C 107AD
Fiesta: 17 de octubre

San Ignacio de Antioquía fue
discípulo directo de San Pablo y San Juan;
Segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía; El primero en llamar a la Iglesia “Católica”.
Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos;
La presidencia de la iglesia de Roma;
La virginidad de María y el don de la virginidad;
El privilegio que es morir mártir de Cristo.

Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana. Ya en el siglo IV, se celebraba en Antioquía su memoria el mismo día de hoy. (del Oficio de Lectura, 17 Octubre)

Fuego ardiente de amor
La palabra “Ignacio” viene de “ignis” (fuego). El corazón de San Ignacio era un fuego ardiente de amor por Cristo. Decía que Cristo está en el pecho de los cristianos.

De sobrenombre “Theophorus” (portador de Dios).
Fue ilustre testigo de Cristo por su palabra y por su martirio.

Conoció a los Apóstoles
San Ignacio de Antioquía se le llama Padres Apostólico porque, habiendo nacido en Antioquía en el siglo I, fue discípulo de los Apóstoles San Pablo y San Juan.

Consagrado obispo por los Apóstoles
San Ignacio de Antioquía fue el tercer obispo de Antioquía, Siria, siendo San Pedro y San Evodio los dos primeros (Eusebius, “Hist. Eccl.”, II, iii, 22). San Juan Crisóstomo (“Hom. in St. Ig.”, IV. 587) escribe que San Ignacio fue consagrado obispo de manos de los Apóstoles Pedro y Pablo. Según Theodoret, Ignacio fue asignado obispo de Antioquía por San Pedro. (Theodoret, “Dial. Immutab.”, I, iv, 33a, Paris, 1642.)

Antioquía era la tercera ciudad mas importante del imperio, después de Roma y Alejandría. También era una de las iglesias mas importantes e influyentes. Habían en Antioquía muchos cristianos de procedencia judía que huyeron de la destrucción de Jerusalén ocurrida en el 70 AD.

Condenado a muerte por su fe
El Emperador Trajano al principio respetó a los cristianos, pero por gratitud a sus dioses tras su victoria sobre los dacios y escitas, comenzó a perseguir a quienes no los adoraban. Hay una relación legendaria sobre el arresto de San Ignacio y su entrevista personal con el emperador. Sin embargo, desde época muy remota nos llega el interrogatorio al que fue sometido:

-“¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?”
-“Nadie llama a Teóforo espíritu malvado”, respondió el santo.
-“¿Quién es Teóforo?.
-“El que lleva a Cristo dentro de sí”.
-“¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?”, preguntó el emperador.
-“Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos”, replicó Ignacio. “Hay un solo Dios que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido”.
-“¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?”.
-“Sí, a Aquél que con su muerte crucificó el pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón”.
-“¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti?
-“Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos”.
Cuando lo mandaron a encadenar para llevarlo a morir en Roma, San Ignacio exclamó: “te doy gracias, Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Tí, como tu apóstol Pablo”.

Itinerario hacia el martirio en Roma
(Tomado de las actas del martirio)

San Ignacio rezó por la Iglesia, la encomendó con lágrimas a Dios, y con gusto se sometió a los soldados para ser encadenado y llevado a Roma.

En Seleucia, puerto de mar, situado a unos veinticinco kilómetros de Antioquía, se embarcaron en un navío que fue costeando el Asia Menor. Algunos de sus fieles de Antioquía tomaron un camino más corto y llegaron a Roma antes que él y ahí le esperaron.

Durante la mayor parte del trayecto acompañaron a San Ignacio el diácono Filón y Agatopo, a quienes se considera autores de las actas de su martirio. Durante el viaje San Ignacio iba vigilado día y noche por diez soldados que, según el santo, eran como “diez leopardos”. Añade “iba yo luchando con fieras salvajes por tierra y mar, de día y noche” y “cuando se las trataba bondadosamente, se enfurecían mas”.

Las numerosas paradas, dieron al santo oportunidad de confirmar en la fe a las iglesias cercanas a la costa de Asia Menor. Dondequiera que el barco atracaba, los cristianos enviaban sus obispos y presbíteros a saludarlo, y grandes multitudes se reunían para recibir su bendición. Se designaron también delegaciones que lo escoltaron en el camino. En Esmirna tuvo la alegría de encontrar a su antiguo condiscípulo San Policarpo; al obispo Onésimo quien iba a la cabeza de una delegación de Efeso; al obispo Dámaso, con enviados de Magnesia, y el obispo Polibio de Tralles. Burrus, uno de los delegados, fue tan servicial con San Ignacio, que éste pidió a los efesios que le permitieran acompañarlo.

Desde Esmirna, el santo escribió cuatro cartas. Los guardias se apresuraron a salir de Esmirna para llegar a Roma antes de que terminaran los juegos, pues las víctimas ilustres y de venerable aspecto, eran la gran atracción en el anfiteatro. El mismo Ignacio, gustosísirno, secundó sus prisas. Enseguida se embarcaron para Troade, donde se enteraron de que la paz se había restablecido en la Iglesia de Antioquía. En Troade Ignacio escribió tres cartas más. Una a los fieles de Filadelfia.

De Troade navegaron hasta Nápoles de Macedonia. Después fueron a Filipos y habiendo cruzado Macedonia y el Epiro a pie, se volvieron a embarcar en Epidamno (el actual Durazzo en Albania).

Según las Actas, al aproximarse el santo a Roma, los fieles salieron a recibirlo y se regocijaron al verlo, pero lamentaron el tener que perderlo tan pronto. Como él lo había previsto, deseaban tomar medidas para liberarlo, pero les rogó que no le impidieran llegar al Señor. Entonces, arrodillándose con sus hermanos, rogó por la Iglesia, por el fin de la persecución y por la caridad y concordia entre los fieles. Según la misma leyenda, Ignacio llegó a Roma el 20 de diciembre, último día de los juegos públicos, y fue conducido ante el prefecto de la ciudad, a quien se le entregó la carta del emperador. Después de los trámites acostumbrados, se le llevó apresuradamente al anfiteatro flaviano. Ahí le soltaron dos fieros leones, que inmediatamente lo devoraron, y sólo dejaron los huesos más grandes. Así fue escuchada su oración. No hay seguridad sobre los detalles de la na⁸rración pero sí del hecho de su martirio, ocurrido en el año noveno del emperador Trajano.

Parecería para muchos espectadores que San Ignacio era tan solo uno mas que moría en aquellos juegos diseñados para saciar la morbosidad de las turbas. Sin embargo el era el gran vencedor en un reino mucho mas sublime y duradero que el de los emperadores romanos.

Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro. Antes, atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré un verdadero discípulo de Jesucristo. (Epístolas de San Ignacio a los Romanos)

Restos del santo son llevados a Antioquía
Los restos del mártir, fueron llevados a Antioquía donde para ser venerados, al principio de un modo que no llamara la atención “en un cementerio fuera de la puerta de Dafnis”. Esto lo refiere San Jerónimo, escribiendo en 392, y sabernos que él había visitado Antioquía.

El panegírico de San Ignacio, hecho por San Juan Crisóstomo cuando éste era presbítero de Antioquía, fue pronunciado posiblemente el 17 de octubre. Según el antiguo martirologio sirio la fiesta del mártir se celebraba en esas regiones en ese día.

San Juan hace resaltar el hecho de que el suelo de Roma había sido empapado con la sangre de la víctima, pero que Antioquía atesoraba para siempre sus reliquias. “Ustedes lo prestaron por una temporada”, dijo al pueblo “y lo recibieron con intereses. Lo enviaron siendo obispo, y lo recobraron mártir. Lo despidieron con oraciones y lo trajeron a su tierra con laureles de victoria”.

Una leyenda identifica a Ignacio con el niño que Nuestro Señor tomó en sus brazos y que le sirvió para dar una lección sobre la humildad (Cf. Marcos 9,36).

San Vicente Beaurais afirmaba que su sobrenombre “Theophoros” (Portador de Dios) se debía a que, después de muerto le abrieron el corazón y encontraron en él escritas en letras de oro el nombre de Jesús.

Su nombre se menciona en el primer canon Eucarístico.

Los credenciales de San Ignacio como verdadero testigo de la doctrina apostólica:

1-San Ignacio fue discípulo de los Apóstoles San Pablo y San Juan.

Recibió de ellos las Sagradas Escrituras (en sus cartas encontramos numerosas citas literales de los Evangelios Sinópticos).

Recibió de ellos también la revelación transmitida a voz viva. Esta le capacita para ser interprete veraz de la revelación escrita.

San Juan escribe: “Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.” Juan 21,25. Esas “otras cosas” forman la revelación transmitida oralmente a San Ignacio y a los otros Padres Apostólicos.

2-San Ignacio gozaba de la plena aprobación y confianza de los Apóstoles ya que ellos mismos lo ordenaron obispo de Antioquía, sede de suma importancia. Permaneció en esa insigne sede por 40 años hasta su martirio.

3-La ortodoxia de San Ignacio era ampliamente reconocida, tanto por los padres de la Iglesia de su tiempo como en todos los siglos. Gozaba también del reconocimiento de los fieles como lo demostraron recibiéndolo en todas las ciudades por donde pasaba camino a su martirio en Roma.

4- La autenticidad de sus cartas está firmemente establecida. San Ignacio, siendo gran pastor y teólogo presenta con claridad y lucidez la doctrina católica ampliamente reconocida en su tiempo como Apostólica. Sus siete cartas demuestran claramente la catolicidad de los albores del cristianismo.

Algunas Enseñanzas de San Ignacio de Antioquía:

Los escritos del obispo San Ignacio de Antioquía son de suma importancia porque demuestran la catolicidad de la doctrina desde tiempos apostólicos. Sus cartas constituyen un testimonio de su amor apasionado por Cristo, su profundidad y claridad de pensamiento teológico y profunda humildad. San Ignacio manifiesta absoluta certeza de que su inminente martirio por Cristo es un privilegio, por lo que no quiere que nadie lo obstruya.

Parto Virginal de María. Es el primer escritor fuera del N.T. en escribir sobre esta verdad.
“Y al príncipe de este mundo se le ocultó la virginidad de María y su parto y también la muerte del Señor”. (Carta a los de Efeso)

Cristo: humano y divino
Como San Juan, San Ignacio nos muestra que Cristo es humano y divino. “Hijo de María e hijo de Dios, primero pasible, después impasible, Jesucristo Nuestro Señor” (Efes., c. xvii). Su doctrina es una defensa contra dos tendencias de la época: por un lado algunos de los judaizantes negaban la encarnación y creían en un Jesús solo humano. Por otro lado, los docetistas negaban la humanidad de Cristo.

La Eucaristía
San Ignacio de Antioquía es el primero en usar la palabra “Eucaristía” para referirse al Santísimo Sacramento (Esmir., c. viii). San Ignacio utiliza la terminología joánica para enseñar sobre la Eucaristía, a la que llama “la carne de Cristo”, “Don de Dios”, “la medicina de inmortalidad”. Llama a Jesús “pan de Dios” que ha de ser comido en el altar, dentro de una única Iglesia.

No hallo placer en la comida de corrupción ni en los deleites de la presente vida. El pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo, de la semilla de David; su sangre quiero por bebida, que es amor incorruptible.

Reuníos en una sola fe y en Jesucristo.. Rompiendo un solo pan, que es medicina de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir por siempre en Jesucristo.

San Ignacio denuncia a los herejes “que no confiesan que la Eucaristía es la carne de Jesucristo nuestro Salvador, carne que sufrió por nuestros pecados y que en su amorosa bondad el Padre resucitó”.

El día del Señor el domingo

Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por su muerte -S. Ignacio de Antioquía, Magn. 9,1

La Iglesia

-Es una institución divina cuyo fin es la salvación de las almas; quienes se separan de ella se separan de Dios. (San Ignacio de Antioquía, a los de Filadelfia., c. iii)

-Debe permanecer en unidad.
La unidad es expresión del amor. (Trall., c. vi; Filad., c. iii; Magn., c. xiii)

-Es Santa. (Esmirna, Efes., Magn., Trall., Rom.);

-Es Católica
Fue San Ignacio quien por primera vez se refirió a la Iglesia como “Iglesia Católica” (Universal), incluyendo en ella a todos los que son fieles a la verdad. (Esmirna., c. viii)

“Por doquier aparezca el obispo, ahí esté el pueblo; lo mismo que donde quiera que Jesucristo está también está la Iglesia Católica”

-Es Infalible (Fila., c. iii; Efes., cc. xvi, xvii)

-Tiene jerarquía a la que debemos estar unidos en obediencia
San Ignacio, como San Juán, puso mucha atención en la relación entre el Padre y el Hijo. El Hijo siempre sujeto por amor a la voluntad del Padre, uno con Él por naturaleza. San Ignacio deduce que debemos imitar a Cristo en su obediencia filial, obedeciendo a los obispos de la Iglesia (lntrod. a Fila.; Efes., c. vi); . Sus cartas enseñan que debe haber en la Iglesia disciplina, unidad y sujeción a la jerarquía.

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios. (De la Carta a los Efesios)

Sus palabras recuerdan a las de San Pablo, en Efesios, 4: “Con empeño por guardar la unidad de espíritu en el vínculo de la paz: un solo cuerpo y un solo Espíritu, a la manera que fuisteis llamados en una sola esperanza de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y obra por todos y mora en todos.”

-Los tres niveles del sacramento del orden>>>, el episcopado siendo superior, el presbiterio (sacerdotes) y por último el diaconado (Magn., c. vi).

La primacía del obispo de Roma: El mismo San Ignacio que alrededor del año 107 AD llamó a la Iglesia “Católica” y nos enseña que tiene obispos con autoridad, nos enseña también que la Iglesia tiene quien la presida: “…la que reside en el territorio de los romanos… la que preside en la unión del amor…” (Rom., introd.)

Su firme enseñanza sobre la obediencia a los obispos es aun mas admirable cuando el mismo, siendo obispo, fue siempre muy humilde.

Matrimonio Sacramental
San Ignacio enseña sobre el matrimonio en la iglesia: “…los varones y las mujeres que deseen casarse, deben realizar su enlace conforme a las disposiciones del obispo…” (Filipenses 5,2).

La Virginidad, virtud sobrenatural (Polyc., c. v)

San Ignacio es claro y fuerte contra la herejía pero también recalca la necesidad de ser indulgentes y tolerantes con los que están en error.

Rueguen incesantemente por el resto de los hombres -porque hay en ellos esperanza de arrepentimiento- para que lleguen a Dios. Por lo tanto instrúyanlos con el ejemplo de sus obras. Cuando ellos estallen en ira, ustedes sean mansos; cuando se vanaglorien al hablar, sean ustedes humildes; cuando les injurien a ustedes, oren por ellos; si ellos están en el error, ustedes sean constantes en la fe; a vista de sus furia, sean ustedes apacibles. No ansíen el desquite. Que nuestra indulgencia les muestre que somos sus hermanos. Procuremos ser imitadores del Señor, esforzándonos para ver quién puede sufrir peores injusticias, quién puede aguantar que lo defrauden, que lo rebajen a la nada; que no se encuentre en ustedes cizaña del diablo. Sino con toda pureza y sobriedad vivan en Cristo Jesús en carne y en espíritu. (carta a los efesios)

Resumen de las cartas de San Ignacio
Afortunadamente San Ignacio escribió varias cartas camino de su martirio, de las que se conservan siete. Otras cartas atribuidas a el se consideran apócrifas.

Carta a los efesios. Les exhorta a permanecer en armonía con su obispo y con todo su clero, a que se reúnan con frecuencia para rezar públicamente, a ser mansos y humildes, a sufrir las injurias sin murmurar. Los alaba por su celo contra la herejía y les recuerda que sus obras más ordinarias serían espiritualizadas, en la medida que las hicieran por Jesucristo. Los llama compañeros de viaje en su camino a Dios y le, dice que llevan a Dios en su pecho. Carta a los efesios>>

Cartas a las iglesias de Magnesia y Tralles habla con términos análogos y los pone sobre aviso contra el docetismo, doctrina que negaba la realidad del cuerpo de Cristo y su vida humana. En la carta a Tralles les pide que se guarden de la herejía, “lo que harán si permanecen unidos a Dios, y también a Jesucristo y al obispo y a los mandatos de los apóstoles. El que está dentro del altar está limpio, pero el que está fuera de él, o sea, quien se separa del obispo, de los presbíteros y diáconos, no está limpio”.
En la Carta a los Magnesios enseña que los verdaderos cristianos obedecen al obispo.

Carta a los cristianos de Roma. Esta cuarta carta es una súplica para que no le impidan ganar su corona del martirio. No quería que los influyentes trataran de obtener una mitigación de la condena, ya que el cristianismo había conseguido adeptos en sitios elevados. Había hombres como Flavio Clemente, primo del emperador y los Acilios Clabriones tenían amigos poderosos en el imperio. Luciano, satirista pagano (c. 165 P.C.), quien seguramente conoció estas cartas de Ignacio, da testimonio de lo anterior.

Temo que vuestro amor, me perjudique” escribe el obispo, “a vosotros os es fácil hacer lo que os agrada; pero a mí me será difícil llegar a Dios, si vosotros no os cruzáis de brazos. Nunca tendré oportunidad como ésta para llegar a mi Señor … Por tanto, el mayor favor que pueden hacerme es permitir que yo sea derramado como libación a Dios mientras el altar está preparado; para que formando un coro de amor, puedan dar gracias al Padre por Jesucristo, porque Dios se ha dignado traerme a mí, obispo sirio, del oriente al occidente para que pase de este mundo y resucite de nuevo con El … Sólo les suplico que rueguen a Dios que me dé gracia interna y externa; no sólo para decir esto, sino para desearlo, y para que no sólo me llame cristiano, sino para que lo sea efectivamente . . . Permitid que sirva de alimento a las bestias feroces para que por ellas pueda alcanzar a Dios. Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie … No os lo ordeno, como Pedro y Pablo: ellos eran apóstoles, yo soy un reo condenado; ellos eran hombres libres, yo soy un esclavo. Pero si sufro, me convertiré en liberto de Jesucristo y, en El resucitaré libre. Me gozo de que me tengan ya preparadas las bestias y deseo de todo corazón que me devoren luego; aún más, las azuzaré para que me devoren inmediatamente y por completo y no me sirvan a mí como a otros, a quienes no se atrevieron a atacar. Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo. Que venga contra mí fuego, cruz, cuchilladas, desgarrones, fracturas y mutilaciones; que mi cuerpo se deshaga en pedazos y que todos los tormentos del demonio abrumen mi cuerpo, con tal de que llegue a gozar de mi Jesús. El príncipe de este mundo trata de arrebatarme y de pervertir mis anhelos de Dios. Que ninguno de vosotros le ayude. Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir.

Carta a los de Esmirna. Encontramos otro aviso contra los docetistas, que negaban que Cristo hubiera tomado una naturaleza humana real y que la Eucaristía fuera realmente su cuerpo. Les prohíbe todo trato con esos falsos maestros y sólo les permite orar por ellos. “Cristo nos ha llamado a su reino y gloria” -Carta a los esmirniotas.

Carta a San Policarpo. Consiste principalmente en consejos, siendo el escritor mucho mayor. Lo exhorta a trabajar por Cristo, a reprimir las falsas enseñanzas, a cuidar de la viudas, a tener servicios religiosos con frecuencia y le recuerda que la medida de los trabajos será la de su premio. Como San Ignacio no tuvo tiempo de escribir a otras Iglesias, pidió a San Policarpo que lo hiciera en su nombre.

Carta a los fieles de Filadelfia. Escribe alabando a su obispo, rogándoles que eviten la herejía. “Usad una sola Eucaristía; porque la carne de Jesucristo Nuestro Señor es una y uno el cáliz para unirnos a todos en su sangre. Hay un altar. así como un obispo, junto con el cuerpo de presbíteros y diáconos, mis hermanos siervos, para que todo lo que hiciereis vosotros lo hagáis de

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