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EL 9 de julio se celebra la declaración de la independencia de las provincias unidas del Río de la Plata (hoy Argentina).

Es conveniente saber: ¿La celebración se refiere al pasado, al presente o al futuro?

Que sepamos, los últimos grandes actos de independencia fueron: la guerra que libró la Confederación (representada por Juan Manuel de Rosas) contra las mayores potencias de entonces, Inglaterra y Francia, y en 1982 la gesta de Malvinas. Es verdad que hubo gobernantes que realizaron acciones importantes en otros aspectos, pero los dos hechos para sacudir la dependencia de un modo terminante fueron esos.

Es válido preguntarnos hoy: ¿Qué celebraremos? ¿Qué clase de independencia festejaremos? ¿Será el control de los ríos interiores por los saqueadores judeomasónicos norteamericanos? ¿Festejaremos la entrega de Malvinas a Inglaterra, enemigo secular, saqueador de nuestra Patria? ¿O celebraremos el asesinato de los niños por nacer, la trata, la difusión de prácticas contra natura de hombres y mujeres, más la cercanía a ese grupo de lacayos, peones de Estados Unidos e Inglaterra, que son los gobernantes europeos? ¿Quizás celebremos el Genocidio del pueblo Palestino a manos de Israel? ¿Qué dirían aquellos que dieron todo por la Patria, el primer federal General Don José Gervasio Artigas, el Libertador General San Martín, el Brigadier Don Juan Manuel de Rosas, el General Facundo Quiroga, el Gran Mariscal Don Francisco Solano López? ¿Qué les enseñaremos a los niños y jóvenes argentinos? Quizás cómo ganar dinero sirviendo obsecuentemente a los amos, los amos yankis e ingleses, o afiliándose a la Masonería para conseguir ascensos, ganar más, “acomodarse” como dicen.

Tenía razón el poeta cuando escribió:

Por esto soy ahora esta osamenta/ de luna y arenal, soy este olvido/ por este triste idioma perseguido/ Que ya la historia de mi Amor no cuenta? (“Soneto al soldado desconocido ” de Osvaldo Guglielmino)

El liberalismo nos ha encerrado en este oscuro laberinto, con la ayuda de nuestro confortable pacifismo más una gradual adoración al dinero. Y es sabido que de todo laberinto se sale por arriba.

Es esencial recordar las palabras de Cristo “Yo os enviaré el Espíritu Santo que os enseñará todas las cosas”.

Pidamos luz y coraje al Santo Espíritu, que nos hacen tanta falta; insistamos en el ruego, hagamos penitencia, seamos cristianos de verdad, orantes, esperanzados.
Recordemos las palabras de Cristo: “hijo, ahí tienes a tu Madre”. El apóstol Juan representaba a la multitud de los creyentes.

Nuestra Patria se formó con la obra de misioneros, abundante en santos y mártires. En la mezcla de españoles con indígenas se forjó un admirable mestizaje que aún perdura en Hispanoamérica. Mestizos abundaban en las fuerzas que rechazaron las invasiones de los herejes ingleses. Mestizos muchos soldados del ejército libertador y fieles católicos. Mestizos tantos fortineros que dieron todo en los peligrosos fortines del desierto.

El liberalismo mostró definitivamente lo que es, era y será, cuando festejando el asesinato del Coronel Dorrego por Juan Lavalle, decía en una gazeta de Buenos Aires: “Rosas y López Solá y Quiroga/ oliendo soga desde hoy están/ la gente baja ya no domina/ y a la cocina se volverá”.

El liberalismo antinacional, extranjerizante, despreciador de lo nuestro (pero vendedor aprovechado de las riquezas del país), pronto a ceder a los requerimientos del poder internacional del dinero, es el mayor responsable de los males que aquejan a la Argentina. Por esto no nos cansaremos de decir que EL LIBERALISMO ES PECADO.

Y por esto también hay que insistir en los derechos de Cristo, porque lo que hoy nos propone el mundo NO ES lo que realmente nos hace libres. Lo que nos hace libres es la Verdad, que debe ser difundida, proclamada, defendida ante los que, por comodidad, conveniencia social, dinero, miedo, prefieren callar en nombre de una falsa prudencia, llamando moderación o tolerancia a lo que en realidad es cobardía.

Importa muchísimo que recemos el Rosario, diariamente, como lo pide la Virgen Santísima, que no olvidemos la limosna y penitencia para agradar a Dios, pues la eternidad no es un año, ni cien, ni mil años. La eternidad es para siempre. Y condenarnos significa tener que enfrentar terribles sufrimientos, de los que Cristo nos advirtió a fin de que los evitáramos.

Fuimos creados y redimidos para ganar el Cielo, que es la felicidad eterna.

-P. Luis Moisés Jardín Lahetjuzan

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