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Sobre todo le dolía la soledad en que le dejaban sus colegas en el sacerdocio y en la vida
religiosa. Sus propios superiores, Provincial incluido, yacían en el letargo y la indolencia.
En una de sus cartas
escribe: “Yo no dudo que es llegado el tiempo de que los ministros del santuario celemos el honor de
Dios, de modo que les pese a los señores libertinos; debemos celarlo redimiendo el tiempo que hemos perdido
en tantas contemplaciones, indignas quizás de nuestro ministerio, y
criminales delante de aquel Dios que nos hizo sus ministros, para que fuésemos sal de la tierra y luz del mundo.
Nosotros debemos con la pa-
labra de Dios herir y corregir a los viciosos y llenarlos de ignominia, a proporción de su protervia, y exponiéndonos a morir por salvar nuestro pueblo de la infección en que lo precipitan los falsos doctores”. Cfr.. GLADIUS 78. P. A. SÁENZ S.J. “DOS cosmovisiones en pugna y la figura del padre Castañeda”.

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