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HOY, MARTES 16 DE JULIO
Nuestra Señora del Carmen, patrona de Chile. En el siglo XIII, algunas personas, abrasadas, como el profeta Elías, “en el amor de Dios vivo”, se establecieron en el Carmelo (norte de Israel) para llevar una vida de ermitaños, regida por una regla común. Así empezó la Orden del Carmelo, bajo la protección de la Virgen. Encomendemos y felicitemos en este día a todos los carmelitas y a todas las carmelitas.

Leamos el evangelio de hoy: Mateo 11, 20-24

¿A qué nos invita hoy Jesús en este evangelio?
1. Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Esta llamada a la conversión se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Agradezcamos nuestro bautismo.

2. Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos, en nuestra vida. Esta segunda conversión está destinada a todos nosotros, pues cada día tenemos algo que convertir a Dios: nuestros pensamientos, afectos, deseos, decisiones. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10). El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos” (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo cada día. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron.

3. Repasemos todas las gracias que nos ha dado Dios durante la vida. Quedaremos asombrados: formación católica en la familia, en la escuela, en la parroquia, en movimientos eclesiales. Cuántos no han recibido ni la mitad de esas gracias. Por eso Dios nos juzgará más estrictamente, como nos dice el evangelio de hoy. Aún tenemos tiempo de renovar nuestro deseo de conversión y de santidad.
Les mando la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.

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