Sus convicciones inmortales inspiran generaciones. Un hombre, un soldado de honor que supo sacrificar todo a la justicia y a la verdad.

Martiniano Chilavert nació en Buenos Aires el 16 de octubre de 1798, hijo del capitán Francisco Chilavert quien, luego de algunos años de residencia en el Río de la Plata, regresó a España. En Europa, el joven realizó estudios matemáticos que luego prosiguió en Buenos Aires, incorporándose, posteriormente, como cadete del Regimiento de Granaderos de Infantería. Es destacable que en 1817 alcanzó el grado de teniente de artillería, pero no por eso dejó las matemáticas. Por el contrario, amentó su vocación por ellas. Tanto que, dos años después, se presentó a rendir la prueba de suficiencia con todo éxito.

El estudio metódico vino a nutrir su inteligencia y templó su carácter en la disciplina y el orden. En su frente despejada algo indefinible se revelaba ya, como si el destino le confesara que le habían sido reservados rumbos poco comunes en los cuales indefectiblemente deberá transitar. Ya iniciado en la profesión de las armas, ostentaría sus galones siempre con honor.

Por su estimada preparación técnica, todos los juicios y los acontecimientos lo calificarían como el artillero científico, destacándose entre las promociones de su época, pero no sin enfrentar la confrontación de quienes no toleraban su exigente carácter. Cabe reflexionar que su juventud no fue fácil, una adolescencia forjada mayormente a lanza y trabuco. Así, fue anudando amigos, recuerdos y un comienzo de prestigio personal. Esto le infundió la sensación de que ya era alguien y percibió la mórbida seguridad de estar para acontecimientos mayores.

SU HISTORIA

Para relatar su historia, debemos recordar que, en 1821, la Provincia Oriental fue anexada al Brasil con el nombre de Provincia Cisplatina tras ser derrotado José Gervasio Artigas en la “Batalla de Tacuarembó”. Cinco años después, con el apoyo del Gobierno argentino, un grupo de orientales y de otras provincias liderados por Juan Antonio Lavalleja, ingresó en la Provincia Oriental para desalojar a los ocupantes brasileños.

El brioso jefe había derrotado primero a los brasileños en el “Rincón de las Gallinas” y luego en 1825 destrozó con su caballería las legiones de igual arma del coronel Bentos Manuel, a treinta leguas de Montevideo.

El Brasil de aquellos días destacó una poderosa flota al Río de la Plata al mando del vicealmirante Ferreyra Lobo. En respuesta a ello y ante la inminencia de una acción bélica, nuestro Gobierno confió al capitán Chilavert la construcción y dirección de algunas baterías sobre el Paraná, fortificando así sus riberas. La hora gloriosa en la “Batalla de Ituzaingó” fue un enfrentamiento ocurrido el 20 de febrero de 1827.

Años más tarde, Martiniano se enroló en las filas de Lavalle, lo siguió incluso al destierro en Uruguay y en su invasión a Entre Ríos, en 1839, como jefe de Estado Mayor y de la artillería. Ya para entonces era un decidido unitario. Durante ese proceso, Lavalle discutió con él reiteradas veces para luego terminar acusándolo de indisciplina. A raíz de esto, Martiniano se unió al ejército de Rivera e invadieron Entre Ríos en 1841. Después de la derrota de “Arroyo Grande”, se exilió en Brasil.

SERVICIOS A ROSAS

Ya en esta última etapa, obtuvo conocimiento de la amenaza a su Patria (una flota coligada de una entente anglo-francesa que ataca el territorio argentino) y aunque era un resuelto opositor político de Rosas, en abril de 1846, le ofreció sus servicios. Tuvo en poco las diferencias ideológicas o de partido en pos de una visión mayor, siguiendo de esta forma los preceptos y enseñanzas sanmartinianas.

Este sentimiento es bien descripto por Uzal (1979) al analizar las conclusiones Alberdi: “Hablar de la espectabilidad de Rosas es hablar de la espectabilidad del país que representa. Rosas y la República Argentina son dos entidades que se suponen mutuamente: él es lo que es porque es argentino; su elevación supone la de su país; el temple de su voluntad, la firmeza de su genio, la energía de su inteligencia, no son rasgos suyos, sino del pueblo, que él refleja en su persona (…) La conclusión a la que busca llegar el autor es la siguiente: Rosas no es un genio porque sí: es un producto de su pueblo (…) porque ha nacido en un país que supo vencer a 15.000 ingleses en 1806 y en 1807; que produjo una revolución continental en 1810; que realizó la epopeya increíble de cruzar los Andes en 1817 (…) decir que la representa como una esencia de autenticidad, es quizá el mayor elogio que es posible hacer a un gobernante”.

Al margen de las contingencias políticas y de sus cambios, los varones bien nacidos (como Chilavert) mantuvieron claro el honor, la magnanimidad y el coraje para servir a la Patria.

El coronel regresó a dar su servicio y Rosas le dio de alta en noviembre de 1846 entregándole el cuerpo de artillería. En el conflicto que enfrentó a Rosas contra Urquiza y el Imperio del Brasil, dirigió todas las fuerzas de artillería de la Confederación en la “Batalla de Caseros”, haciendo fuego contra el grueso de las tropas brasileñas hasta agotar la munición.

Tal era su determinación que cuando se le terminaron las balas, mandó a recoger los proyectiles del enemigo desparramados a su alrededor y disparó con ellos. Cuando no hubo nada más que disparar, la infantería brasileña pudo avanzar y finalizó la batalla.

Es destacable, que aun pudiendo escapar permaneció fumando al pie del cañón hasta que lo llevaron frente a Urquiza y, a la hora de su muerte, exigió ser fusilado de frente y a cara descubierta. Se defendió como pudo a golpes, sin embargo, fue ultimado a bayonetazos y golpes de culata. Esto nos evoca una idea de su valentía y entereza. Las fuentes coinciden en que no pudo ser fusilado y que su cadáver permaneció insepulto varios días. Un ejemplo de honor para las jóvenes generaciones de soldados.

El honor es la cualidad moral que lleva al severo cumplimiento de los deberes respecto a los demás y a uno mismo. Impulsa a proceder de modo que merezcamos la estima de los hombres de bien y la aprobación de la propia conciencia. Sin duda esta fue la motivación del coronel Martiniano Chilavert. El hombre de honor sacrifica todo a la justicia y a la verdad. Coronando las características y virtudes del líder militar argentino, hallamos en él valores militares heredados de las más auténticas tradiciones de nuestro ejército, que nos vienen de la cultura greco-romana traída por España.

La cualidad moral que es el honor exige al hombre de armas cumplir el compromiso contraído con la Nación, la cual ha jurado servir y por ello le ha sido otorgada la confianza de portar sus armas. No hay rasgo que distinga más a un líder que su honor, ya que le obliga al rechazo de las vulgaridades para reencontrarse con el difícil camino de la excelencia y la integridad.

Solo así podremos entender a nuestro coronel, en cuya muerte se resume el honor, el valor, la entrega, en fin, la heroicidad. Esto quedó expuesto cuando a pesar de ser unitario, le dijo a Rosas que los “Cañones de Obligado” tenían efectos en sus oídos y así sirvieron al Brigadier en las horas de su última batalla. Asimismo, durante el combate, cuando él mismo hombreó más proyectiles necesarios o en otra oportunidad, cuando escaseó la estopa, y puso su poncho en reemplazo.

Coherentemente con su carácter, cuando llegaron para matarlo a bayonetazos, aun con su cuerpo mutilado, insistió en que lo mataran de frente. Dicha audacia no podemos si quiera imaginarla y por ello jamás debe ser olvidada, para que las presentes generaciones y las futuras se motiven e imiten la fuerza de sus convicciones y la integridad de su carácter al momento de servir a la Patria.

ASI CAYO

“Así cayó. Encomendando su alma a Dios y carajeando a sus matadores; porque de vez en cuando conviene sacudirse del cuerpo los rencores.

(…)

Cayó de frente, herido de un tiro entre los ojos, y el corazón partido por el fierro ciruja, mendicante de quemas y despojos, Porque él habia jurado ante la Patria rota morir así

(…)

Pero él murió de frente, como tenía calculado morir, mientras de repente se le acabó la pólvora de su batería. La perrada extranjera exigía el tributo de su sangre, para que fuera mayor el deshonor, mayor el luto. Porque usted, Coronel, era la Patria; La Patria que, de borbotón en borbotón, estrujando un clavel entre las manos, pisaba el último escalón. (Anzoátegui, 1974)”

Bibliografía

* Cnl. Juan Beverina. (1927). La guerra contra el Brasil (Ed. especial) Biblioteca del Oficial, Buenos Aires, Argentina. p. 356. * Uzal, Francisco. (1974). El fusilado de Caseros. Editorial La Bastilla. Buenos Aires, Argentina. p. 419.

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