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Por Luigi Casalini

En estos días de espera y reflexión, mientras el Colegio Cardenalicio se prepara para el cónclave que comenzará el 7 de mayo de 2025, tras los turbulentos años del papa Francisco, surge la necesidad de un papa que guíe a la Iglesia con fuerza y autoridad. Pero, sobre todo, se necesita un candidato que sepa canalizar los numerosos votos necesarios para la elección. Sabemos que esos candidatos son muy pocos y que entre ellos hay muchos enemigos de la Tradición católica.

En esta coyuntura tan compleja, a dos días del inicio del cónclave, es absolutamente necesaria una buena dosis de realismo. Sin perjuicio de cualquier posible desarrollo, determinado por el Espíritu Santo, es necesario reconocer (como recordó en varias ocasiones el papa Benedicto XVI) que el papa es elegido por los cardenales y que luego el Espíritu Santo le concede el «carisma de Pedro».

Por lo tanto, es necesario partir de la cruda realidad de los números.

La mayoría cualificada se alcanza con dos tercios de los electores; si se confirma la asistencia prevista actualmente de 133, dicha mayoría es de 89 votos; 133-89 = 44

Si no hay al menos 45 votos compactos, nadie podrá bloquear a nadie y solo con 45 votos se impedirá alcanzar el quórum previsto. ¿Está seguro de tener 45 votos conservadores?

¿Cuánto tiempo podrán resistir?

Entonces, para evitar un peligroso «deslizamiento hacia la izquierda», una deriva progresista irrecuperable, cuyos desarrollos podrían ser impredecibles y potencialmente letales, ¿ya no tiene sentido encontrar un acuerdo «de compromiso»?

Lo mejor es enemigo de lo bueno y, en este momento, in hodiernis adiunctis, lo bueno podría ser un Papa sanamente dentro del «centro de la Iglesia», diplomáticamente capaz, litúrgicamente ortodoxo y tolerante, sin originalidades particulares, y capaz de pacificar internamente la Iglesia. Necesitamos una Iglesia «pacificada», ajena a la completamente DIVIDIDA y en «guerra civil» de estos últimos doce años.

Sin duda, entre los posibles perfiles que responden a esta necesidad se encuentra el secretario de Estado Parolin, junto con el patriarca de Jerusalén Pizzaballa, el cardenal de Budapest Herdö, el de Colombo Ranjit y el holandés Eijk.

En esta lista hay que buscar a Pedro, si se quiere lo mejor posible, antes que lo mejor imposible. Y si queremos evitar el tsunami de la Iglesia, tras el terremoto de Bergoglio.

Por lo tanto, en mi opinión, es necesario apoyar a un candidato, tal vez de compromiso, pero que sea capaz de preservar la unidad de la Iglesia, defender la tradición litúrgica y doctrinal, y guiar a los fieles con equilibrio y sabiduría.

Cualquier otro escenario corre el riesgo de conducir a un punto de no retorno para la Tradición que ha sostenido la fe católica durante siglos.

La posibilidad de que gane el frente de los modernistas bergoglianos es abrazar, humanamente, el ABISMO. Basta pensar que, de los últimos 21 cardenales creados, unos 16 han hecho declaraciones públicas, de alguna manera, a favor de la homosexualidad. ¿Queremos tener un Romano Pontífice cuyo lema sea «no hay vuelta atrás» y adelante con la ruptura bergogliana?

Se necesita una capacidad de mediación entre las diferentes almas de la Iglesia y la fidelidad al Magisterio que piden un candidato para suceder al papa Francisco que sepa gestionar con equilibrio las gravísimas tensiones actuales.

No podemos ignorar el peligro que se perfila en el horizonte. En los últimos años, la misa en rito antiguo, regulada por el Motu Proprio Traditionis Custodes, ha sido objeto de restricciones cada vez más severas. Algunos círculos progresistas presionan para su completa supresión, viéndola como un obstáculo para la modernización de la Iglesia. Sin un pontífice equilibrado, se corre el riesgo de que la Misa Tradicional sea definitivamente abolida, privando a millones de fieles en todo el mundo de una forma de culto que ha alimentado la espiritualidad católica durante milenios.

Del mismo modo, la Revelación Divina, pilar de la fe católica, está bajo presión. Temas como el celibato sacerdotal, la ordenación de mujeres o la bendición de uniones homosexuales son objeto de debates que podrían llevar a la superación de la doctrina perenne.

En la actualidad, salvo sorpresas, son pocos los candidatos con un perfil autoritario (y capaces de reunir los votos necesarios) con un perfil moderado pero firme, capaces de preservar la integridad del Magisterio, evitando derivas que podrían fragmentar a la Iglesia. Un pontificado guiado por una figura menos equilibrada podría ceder a las presiones de una agenda progresista, con consecuencias irreversibles para la unidad y la identidad católica. Si no se nombra a un candidato digno, no habrá un cisma, sino una desintermediación entre la jerarquía y el pueblo católico.

Y el problema es la ausencia de alternativas posibles: el cónclave de 2025 se presenta como el más variado y multipolar de la historia, con 133 cardenales electores procedentes de 71 países, a los que Francisco ha impedido conocerse mutuamente durante 12 años. Sin embargo, esta diversidad hace improbable que surja un candidato alternativo a los indicados ut supra, capaz de reunir las dos terceras partes de los votos necesarios (89).

Oremos a la Mater Boni Consilii para que guíe a los cardenales en el cónclave.

Ave María

Fuente: Missa in Latino

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