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Les dejamos a continuación un fragmento de la conclusión del libro «De la Cábala al Progresismo» del P. Julio Meinvielle. Nos parece dolorosamente actual.
Ya hemos entrado en la sexta edad del mundo, en la cual Cristo inició para nosotros el camino nuevo. Después de la ley natural y mosaica, la ley evangélica. Qué curso han de seguir los pueblos en sus desvaríos, no lo puede conocer el hombre. Porque la Revelación sólo le da a conocer «ea quae pertinent ad necessitatem salutis» (4). El hombre sólo puede vislumbrar generalidades sobre el curso de los acontecimientos y sobre la densidad de la historia. Esta densidad se ha de medir por un acercamiento más o menos grande a la norma de Cristo, que constituye el centro y el eje de la historia. La Historia se ha de acomodar a la tradición cabalística o a la tradición católica. No hace falta mucha sagacidad para ver que desde hace cinco siglos el mundo se está conformando a la tradición cabalística. El mundo del Anticristo se adelanta velozmente. Todo concurre a la unificación totalitaria del hijo de la perdición. De aquí también el éxito del progresismo. El cristianismo se seculariza o se ateíza.
La eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponernos. Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia de la Iglesia se reduce a una Asistencia que impida al error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus enemigos (7).
Ninguno de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone queda invalidado por las promesas consignadas en los distintos lugares del Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran verosimilitud si se tienen en cuenta los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe. Esta defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de la Iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (8).
San Pablo (9) llama apostasía universal a esta defección de la fe, que ha de coincidir con la manifestación del «hombre de la iniquidad, del hijo de la perdición».
Y esta apostasía universal es la secularización o ateización total de la vida pública y privada en la que está en camino el mundo actual.
La única alternativa al Anticristo será Cristo, quien lo disolverá con el aliento de su boca. Cristo cumplirá entonces el acto final de liberar a la Historia. El hombre no quedará alienado bajo el inicuo. Pero no está anunciado que Cristo salvará a muchedumbre. Salvará sí a su Iglesia, «pusillus grex» (10), rebañito pequeño, a quien el Padre se ha complacido en darle el Reino.
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NOTAS:
(4) Sólo aquellas cosas que son necesarias para la salvación (Santo Tomás, Suma Teol.. 1-2. 106, 4, ad. 2).
(5) Mi., 13, 32.
(6) 2 Tes., 2, 7
(7) Las promesas están contenidas de modo particular en: Mt., 16, 13-20; 28, 18-20; Juan, 14, 16-26.
(8) Lc., 18, 8.
(9) 11 Carta a los cristianos de Tesalónica, 2, 3. (10) Le., 2, 32.
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