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por ANTONIO CAPONNETTO

En el año 2020 publiqué un libro titulado “Respuestas sobre la Independencia”(Buenos Aires, Bellavista Ediciones, 2020). En el mismo dedicaba unas cuantas páginas a discrepar severamente con el señor Lons, aclarando que no tengo trato, relación ni cuestión personal alguna con él. De mi parte, al menos, sólo se trata de anteponer la verdad a las ficciones, el pasado real al falsificado. Dos años y medio después de aparecido mi libro, el 25-6-2022, el señor Lons le dedicó exactamente seis minutos a comentarlo, con un tono sobreactuadamente disciplicente, evasivo y liviano, incurriendo en serios problemas de prosodia, sintaxis y comprensión conceptual (crf. https://www.youtube.com/watch?v=5EXopu_2WOo minuto 12 en adelante). En rigor no sólo no refutó ni uno sólo de los yerros que le puntualizaba, sino que –tras vertir una opinión disidente sobre la flota sanmartiniana-decía: “ésta sería mi única diferencia” [con mis réplicas]. No cuesta nada deducir que, entonces, en lo demás no tenía impugnaciones para formularme; y sí en cambio argumentos por modificar, criterios por rever e informaciones por rectificar.

Me llega ahora la penosa noticia de que el canal televisivo de La Nación (al que prefiero no calificar para ahorrar epítetos) lo convocó amistosamente a cierto programa con ocasión del reciente aniversario del 25 de mayo (cfr.https://youtu.be/24yJe3qfvoY). Y que durante el mismo, el señor Lons repitió impunemente no pocas de las trilladísimas falsías que le fueron fundadamente señaladas.

En conciencia, y ante la confusión sino estropicio que causa el señor Lons, me veo en la obligación de hacer circular estas páginas. Son largas para el lector corriente. Escasas para quien quiera ahondar en el tema. Por eso mismo recuerdo que son un fragmento de libro mío citado ut supra (ps.285-321). El cual, a su vez, es continuación de otro anterior (Independencia y Nacionalismo, Buenos Aires, Katejon, 2016). Actualmente me encuentro escribiendo un nuevo volumen sobre el delicado punto. Nadie está obligado a interesarse en estas cuestiones. Pero insisto, en conciencia, no puedo dejar sin responder algunas de las muchas equivocaciones que sostiene mediática y compulsivamente el señor Patricio Lons.

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Ya hemos dicho y repetido hasta el cansancio que nadie en su sano juicio niega la influencia británica en el Río de la Plata, en particular, y en los llamados sucesos independentistas, en general. Nadie niega la existencia de agentes británicos nativos, así como el doble, triple o múltiple juego inglés para sacar provecho de nuestra situación. Juego que Inglaterra fue tétrica maestra en jugar, empezando porque contaba para ello con la anuencia formal de la Corona Borbónica. La anglofilia y/o la obsecuencia servil a Gran Bretaña, no fue un fenómeno que se dio solamente en la América Española. Digamos que se inició en la Corte corrompida de fines del siglo XVIII; que tuvo aquí sus tristes epígonos, y que, obviamente, la masonería hizo de hilo conductor en todas estas situaciones. Puede ser una novedad cuanto decimos, para ciertos espíritus incautos. Pero quienes hemos sido criados historiográficamente bajo la guía del revisionismo clásico, no tenemos el punto como una novedad. Y para ser sinceros, nos fastidia el aire de superioridad de ciertos personajes mediáticos, que creen hacernos el gran favor de despabilarnos al respecto.

Pero esto no significa que debamos incurrir en la obsesión de ver a Inglaterra detrás de absolutamente todo lo acaecido; ni en el simplismo de verla siempre propiciando nuestra independencia de España, cuando en largos períodos (incluyendo el que va desde 1810 a 1816) a Londres le causó provecho exactamente lo contrario; o que perdamos la seriedad analítica, tildando al por mayor y al bulto de agente o de socio británico a todo aquel o a todo aquello que se nos ocurra. Como les pasa a los escrupulosos con el pecado, así les sucede a los maníacos obsesivos de la injerencia británica: la ven siempre, hasta en la sopa; y cuando no la ven la inventan. A veces cayendo sin más en el ridículo.

Se ha dicho, por ejemplo, que “la flota de San Martín[estaba], absolutamente compuesta por marinos y espías ingleses”(1). Si nos estamos refiriendo a la de Thomas Cochrane, que desembarcó, por caso, en Pisco hacia 1820, la verdad es que disponía aproximadamente de once naves de guerra y quince transportes, portando un total aproximado de cuatro mil efectivos, de origen chileno, argentino y peruano, navegando la formación completa bajo bandera chilena, y llevando las naves insignias denominaciones americanas. Miembro destacado de la alta oficialidad era Manuel Blanco Encalada, que había pertenecido a la Real Armada Española.

Espías ingleses en esa tripulación no conocemos ninguno. Sí en cambio estaba embarcado el muy criollo Alvarez Condarco, encargado oficial del espionaje sanmartiniano, quien tenía distribuidos de antemano a sus hombres en el Perú, con indicaciones claras para actuar, asentadas en el punto cuarto del pliego que el Ministro de la Marina de Chile, Zenteno, le entregó a Cochrane el 9 de enero de 1819.

Más que del espionaje a favor de su país –que poseía cuanta información necesitaba al respecto- dos cosas parecen haberle preocupado al malísimo gringo. La una, según se lo cuenta epistolarmente al precitado Ministro de Marina chileno, la depuración de la calidad moral de los alistados: “Desde que nos hemos visto libres de presidiarios, parece que reina el buen humor y la alegría entre los marinos chilenos, quienes, vestidos como están ahora de uniforme, parecen otra clase de seres”(2). La otra, satisfacer su afán personal de codicia y de rapiña, cosa que ejecutó a través del Comandante Foster, al llegar a la villa de Huara(3). Aunque la tropelía no quedó sin sanción; y aunque es por demás conocida la enemistad que forjaron San Martín y Cochrane (4), debemos decir por honestidad intelectual, que no nos parece edificante en absoluto la presencia de este personaje en las proximidades de las fuerzas navales conjuntas chileno-argentinas.

Esta exageración de don Patricio Lons que estamos comentando, y que, en la práctica, lleva a una tergiversación del pasado, cuando bien sabemos que su intención es la contraria(5), parece ser el fruto de, por lo menos, dos criterios discutibles. El primero, como quedó dicho, la explicación cuasi monocáusica de todo lo acaecido por la acción deletérea o explícita de Inglaterra. Deudor en esto de uno de sus mentores: Julio González, en la cosmovisión histórica, de Lons, excepto Juan Domingo Perón (risum teneatis), virtualmente todo el arco de personajes mayores o menores de nuestra historia está constituido por agentes británicos. Con lo cual, quieras que no, amén de perpetrarse un reduccionismo gnoseológico, típicamente historicista, se acaba siendo funcional a la consigna terrorista de quien pretende combatirse: “¡Rule, Britannia!”. Inglaterra es, en este enfoque interpretativo, una especie de Divina Providencia Invertida, a cuyo influjo nada ni nadie puede sustraerse. Una deidad tronitonante que a todos subyuga por igual. Gran Bretaña es el axis mundi nimbada de todos los superpoderes.

El segundo criterio objetable es la creencia –autoconfesada- de que “a los próceres los conozco en camiseta y tomando mate en la cocina”(6). Aún suponiendo, con abuso de los tropos literarios o de los ritmos de Cronos, que tal cosa fuera posible, nunca podría ser la misma una acción recomendable. Ante todo, por aquello que enseñaba Don Quijote: la mucha familiaridad engendra menosprecio. Más incluso por un reparo conexo: porque es justamente este confianzudismo propio del Ayuda de Cámara, el que torna imposible la comprensión respetuosa del “Gran Hombre”, conduciendo entonces ,al que en tal posición escribe o narra, a ese error funesto que Hegel –en las Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal– llamó el Tersitismo Histórico (verdadera enfermedad del mediocre contrahecho, dice el germano), y sobre el cual nos hemos explayado en varias ocasiones. No es cuestión menor esta del Tersitismo. Ha hecho y hace demasiados estragos en las filas de la historiografía progresista y revolucionaria, como para abrirle la puerta de ingreso a otras corrientes supuestamente contrarias.

Acaso un tercer criterio completa el cuadro de los amables reproches a Lons, y es su españolismo exacerbado, de índole acentuadamente carnalista o genetista; en virtud del cual, todo suceso o personaje de su patria argentina vinculado al proceso independentista, queda apriorísticamente condenado. En la nota que unas líneas arriba le comentáramos: “Qué pasó realmente en Tucumán en 1816” –y sólo por espigar un ejemplo de su fecunda e interesante producción- sostiene, por ejemplo, que, en aquel famoso Congreso de Tucumán, “no hay constancia” de “cuál iba a ser la Religión y la lengua” de estas tierras una vez declarada la Independencia. Sí hay constancias; y son múltiples, documentadas, registradas y de larga data. Sólo habría que ir –si no se quiere recorrer las fuentes- al escrito de Hugo Storni, Presencia católica en el Congreso[de Tucumán], en la obra colectiva dirigida por Guillermo Furlong, El Congreso de Tucumán, Buenos Aires, Theoria,1966. Pero sorprende la desaprensión y hasta cierta displicencia con que se da por sentado lo contrario. Es como si los repositorios documentales, ya antañones y bien poblados, cedieran su importancia ante la cocina casera y la sudadera, convertidos ahora en los elementos decisorios de la neo etapa heurística del arte de reconstrucción del pasado.

Siempre en la misma nota que estamos usando de ejemplo de su criteriología sesgada, Patricio Lons afirma que “nuestros próceres de la independencia, pocos meses después de declararse independientes de España, el 9 de julio de 1816, se manifestaron dispuestos a pasar a depender del gobierno del Brasil, ya que este estaba por invadir la Banda Oriental (Uruguay) y amenazaba a las Provincias Unidas del Plata”.

Suponemos que se refiere a la invasión luso-brasileña, sucedida en efecto, con posterioridad al Congreso de Tucumán. Pero quienes durante aquella invasión pergeñaron conductas o proyectos entreguistas, tienen nombres y apellidos; y –salvo alguna excepción- no son precisamente “nuestros próceres de la independencia” (aún aceptando la carga irónica de la expresión), sino, precisamente, los que hasta entonces habían estado lejos de los campos de batalla y de los proyectos del Congreso de Tucumán.

No vemos qué rigor criteriológico hay al convertir en un <sinécdoque> que contenga a todo sospechoso de entreguismo, a la fórmula genérica y difusa “nuestros próceres de la independencia”. Hay también vasta bibliografía específica sobre estos “próceres muy regaladores con lo que no era suyo”, a los que alude Lons, sin necesidad de meter a todos en la misma bolsa con tanta liviandad. No vendría nada mal recordar los trabajos de Washington Reyes Abadie, Raúl Scalabrini Ortíz o el mismo João Pandiá Calogeras.

Del mismo talante liviano y displicente –propio de quien comparte mate y camiseta pero no ciencia- son las afirmaciones de que “ninguno propuso reunificarnos con el Virreynato del Perú”, de que “jamás se construyó una política de unidad con Chile, salvo la politica de acercamiento entre los presidentes Ibáñez del Campo y Perón”, o la defensa del General salteño José Moldes, a quien, según Lons, “se lo secuestró y Belgrano lo envió preso a Chile, donde fue detenido por San Martín”.

Sobre la segregación, abandono o pérdida respecto del Virreynato del Alto Perú, no hay que buscar culpables en los “independentistas”, sino más bien en personajes ubicados en las antípodas, como Rivadavia, con sus activos secuaces logiados, que pusieron todo tipo de trabas al ideal reunificador expresamente manifestado por San Martín, entre otros. No vendría mal una repasadita a Enrique Guerrero Balfagón, El Plan de San Martín para expedicionar al Alto Perú, Buenos Aires, 1960. Otrosí una repasadita a Edgardo Pierotti, Rivadavia, un capítulo de nuestra vera historia, Buenos Aires, Martín Fierro, 1951. O a Luis Roberto Altamira, San Martín: sus relaciones con Bernardino Rivadavia, Buenos Aires, Pellegrini, 1950. Ni vendría nada mal tampoco, recordar que el artífice de estos fracasos de reunificaciones virreynales y adalid del entreguismo a Inglaterra, fue el mismo que viajó a España con el propósito de pedirle a Fernando VII que perdonara nuestro desliz y se hiciera cargo otra vez de la situación. De la misma situación que nos había llevado al doloroso pero inevitable camino de la autonomía.

La presentación de José Moldes como una especie de víctima de Belgrano y de San Martín, sin detenerse a considerar los zigzagueos, las demasías, las contradicciones, las defecciones, deserciones y dobleces del susodicho Moldes es, redondamente, otro de los juicios destemplados y displicentes que nos presenta Lons, con evidente afán provocador. Los trazos biográficos que pueden reconstruirse de este personaje –a través, vg. de autores como Frías, Holmberg, Fernández Olguín o Luis Urioste- nos dan, por lo menos, una figura controvertida -con aspectos encomiables, por cierto- pero no precisamente una especie de perseguido por el “bando independentista”, al que sirvió en forma activa, destacada y reiterada. Que San Martín y Belgrano lo hayan puesto preso –lo cual es cierto- no prueba su inocencia, ni tampoco la infalibilidad penitenciaria de ambos próceres. Pero llama la atención que para un argentino, alguien castigado con la cárcel por San Martín y Belgrano, en plenas turbulencias bélicas y políticas, sea tenido en principio como una víctima. Exponerlo de este modo, amparado en el hecho evidente de que casi nadie sintió hablar de José Moldes, ni de su particular psicología, ni de sus moralmente dudosos ires y venires, es simplemente querer llevarse por delante a la inteligencia del interlocutor. Además, en la lógica con que Lons suele encarara los personajes, el precitado Moldes debería ser llamado hijo de contrabandista, dueño como era su padre, natural de Pontevedra, uno de los hombres más ricos y poderosos del mercado sudamericano.

Tema aparte la relación Perón- Ibañez del Campo, sellada entre estos dos oscuros personajes en julio de 1953, mediante el “Tratado de Unión Económica Argentino-Chileno”. Sólo digamos que, como la visita de Ibañez a nuestro país tuvo lugar deliberadamente en el marco de las pomposas celebraciones del 9 de Julio, Día de la Independencia, en que se oficializó solemnemente la firma del susodicho “Tratado de Unión…”; y como a la vez, la visita de Perón a Chile tuvo lugar en el mes de los festejos trasandinos de su propia independencia, lo menos que podría tener un anti independentista como Lons, es alguna prevención sobre el símbolo elegido para sellar la presunta unión de ambas naciones. Pero Perón, ya se sabe, es en esta extraña vertiente españolista de la historia, el oráculo intangible. Aunque se haya probado hasta la náusea su servilismo a Inglaterra, a Estados Unidos y a Israel. Su condición –sucesiva y simultáneamente- liberal, masónica, marxista, proterrorista y religiosamente cismática cuanto heretizante. Y agreguemos: aún cuando se pudiera probar que, sucesiva y simultáneamente, cuando quiso, en algún furtivo cuarto de hora, pudo ser todo lo contrario. Tiene un nombre muy feo servir a dos señores. No sólo un nombre, también una condena celestial.

Pero volvamos a la tesis de la omnipotencia y omnipresencia británica como monocausalidad hermenéutica de todo lo acontecido. Posee la misma otros tópicos repetidos que, siempre a modo de ejemplos, vamos a enunciar.

Se sostiene, por ejemplo, que la Revolución de Mayo fue “la tercera invasión inglesa”; que “en la Primera Junta, casi todos eran agentes británicos y contrabandistas […].Juan Larrea, por ejemplo, tenía pedido de captura por contrabando. Por eso les puso plata a los chisperos, para acelerar el movimiento revolucionario y no ir preso. Domingo Matheu hacía negocio con los ingleses, sobre todo mediante el contrabando. Miguel de Azcuénaga era español [sic] (7). Juan José Castelli y Manuel Belgrano eran hijos de comerciantes italianos. El único criollo era Cornelio Saavedra, nacido en Potosí, Alto Perú, actual Bolivia, que entonces formaba parte de los Provincias Unidas Del Río de la Plata”(8). Se sostiene asimismo que “sectores comerciales comprometidos con el contrabando inglés y en algunos casos con la esclavitud, eran quienes venían preparando la secesión”(9)Y que “independizarnos de verdad hubiese sido dejando como fruto un estado organizado con un sistema aceptado y factible y un proyecto de nación”(10).

Para que no falten las traspolaciones presentistas y ucrónicas –tan del gusto de los Felipe Pigna- se agrega que “los chisperos Domingo French y Antonio Beruti tuvieron que cerrar Buenos Aires, en una especie de cuarentena, para que no se fuera mucha gente que se sentía española y no apoyaba la revolución[…]El cierre lo organizaron los chisperos, dirigidos por dos matones, French y Beruti. La cuarentena fue organizada por los revolucionarios. Pero además contó con el bloqueo naval de parte de los ingleses. Entre esas acciones, un capitán inglés, Charles Montagu Fabian, arengaba desde el Fuerte de Buenos Aires a la multitud, que lo miraba con desconfianza. La Revolución de Mayo fue una maniobra británica, con tres buques ingleses apuntando sus cañones al fuerte porteño. El mensaje era <o echan al virrey o los cañoneamos de vuelta>. Tanto Hipólito Yrigoyen como Juan Domingo Perón tenía claro que el 25 de Mayo se dio de esta manera”(11).

Pero no ahorremos tinta para describir este pintorresquismo ideológico, que con tal de malquistarnos con los hechos de Mayo de 1810, está dispuesto a encontrar en ellos un antecedente de la horrorosa cuarentena que estamos atravesando en el otoño-invierno de 2020. Según Patricio Lons, “el 25 de mayo bajamos nuestro pabellón, que en aquel momento era el español y se subió el pabellón inglés en el puerto de Buenos Aires”(12). Aquellos juntistas del Cabildo de Buenos Aires fueron poco menos que seres abisales. Para muestra se nos dan algunos botones: “Fray Alberti tenía intereses propios y decía defender los intereses del clero, pero en realidad defendía sus propios intereses[…]. Muere impenitente. Tres veces los médicos le dijeron que se iba a morir; que pidiera los sacramentos. Tres veces rechazó a los sacerdotes[…]. Matheu era un catalán representante de sus propios intereses[…]. Buena parte de los miembros de la Primera Junta terminaron mal. Castelli, que se burlaba mucho de la Hispanidad –tal vez porque era de origen italiano- se muere de cáncer de lengua, el 12 de octubre de 1812, el día de la raza. Una cosa rarísima”(13).

La verdad es que, ya no <la cosa, sino <las cosas rarísimas>, son las que se han ido afirmando en el decurso de estas líneas. Precisemos un poco, sin pretensiones de exhaustividad. Repetimos: sin pretensiones de exhaustividad, como quien pasa un primer paño sobre un mueble con varias pátinas de polvo acumuladas.

– Si Juan José Castelli está chamuscándose en el averno por sus no pocas fechorías terrenas, es algo que nos tiene sin cuidado ni sabemos. ¿Cruzar lanzas por él? Ninguna. Pero decir que se burlaba de la Hispanidad porque era de origen italiano resulta sin más ridículo; y como sátira anacrónica cuanto ramplona. Castelli era de origen porteño, de madre también criolla, María Josefa Villarino y González; y su padre era un médico veneciano. De la misma Venecia que había sido reyno español. De la misma Venecia de la que habría nacido Cristóbal Colón, protagonista principal de la empresa española que marcó un antes y un después en la Historia Universal (14). Castelli no creció al calor de la pasta sciuta y de la tarantella en un conventillo de la Boca, en la tercera década del siglo XX, para albergar una rivalidad itálico-galaica de sainete. Lo que pudo albergar de antihispanismo en su corazón, lo recibió lamentablemente en los ambientes culturales del Virreynato inficcionados de iluminismo y de empirismo en los cuales fue educado, junto con lo más rancio del patriciado de fines del siglo XVIII y principios del XIX: Real Colegio de San Carlos, Colegio de Montserrat, Universidad de Charcas. Al fin; si murió de cáncer de lengua, y se quiere sugerir con esto una especie de castigo divino por haber hablado mal de la Hispanidad, deberíamos buscar pronto una explicación teopatológica, para santos como Ezequiel Moreno Díaz, que terminó sus días por un fiero tumor de garganta, o preclaros varones como Leonardo Castellani, afectado de un cáncer en la región latero posterior de la lengua. Distopías por distopías, valga aclarar, de rondón, que en 1812, cuando murió Castelli, todavía no se había declarado a la fecha como “Día de la Raza”.

-El padre Manuel Alberti tampoco nos parece uno de esos Personajes Históricos Universales que, al decir de Hegel, engalanan y enmarcan el devenir de los siglos. Pero se lo acusa con cierto candor, de tener “intereses propios” (¿?)(15). Como todo el mundo, ni más ni menos. Mientras no se demuestre que esos intereses propios eran contrarios al Orden Natural o al Orden Sobrenatural, la acusación es redondamente baldía. Se sostiene después que tales supuestos “intereses” no eran los “del clero”. Seguimos sin entender dónde está el dolo. Porque una parte importante del llamado “clero revolucionario”, oscilaba entre el cisma y la herejía. Si no respondió a sus intereses, ¡bien para Alberti! Y de la otra facción del clero –digamos, para abreviar, la que respondía al Obispo Lue- nunca dijo ser su representante o vocero en la Primera Junta. Por lo que no ha lugar a reproches.

No se ponen de acuerdo los historiadores sobre si el ingreso de Alberti en aquel famoso organismo se debe a su aproximación con el sector alzaguista-saavedrista; o si porque cubría las expectativas de la feligresía común, por ser un hombre de ganado prestigio entre la misma (16). Sus antecedentes como teniente cura, como vicario después y como párroco, son impecables. Y tuvo destinos sacerdotales en sedes por demás expuestas a la evaluación de los creyentes y de los superiores. Tal la parroquia San Nicolás de Bari. Sospechoso de marranía tampoco fue hallado hasta ahora por los hematólogos del revisionismo; y agente inglés menos; ya que “su campaña antibritánica le acarreó persecuciones de los invasores que, por último, ordenaron su detención”(17). El contrabando de negros no habría sido su fuerte; puesto que en el testamento declara expresamente que debe ser considerado libre “el viejo negro Antonio”, otrora esclavo, y que habría estado a su lado para asistirlo.

Se opuso al injustísimo fusilamiento de Liniers; dejó expresa constancia en las “Instrucciones Reservadas” del 12 de diciembre de 1810, de que estaba en contra de “las penas de sangre” contra los realistas o simples españoles, y favoreció en tanto vocal de la Junta ciertas iniciativas del conservadurismo saavedrista, como la incorporación de los hombres del interior al gobierno juntista. El liberalismo historiográfico le escamoteó la responsabilidad de haber dirigido “La Gaceta de Buenos Aires”, para ensalzar a Moreno, quien sí era agente inglés y jacobino terrorista. Con lo que –insistimos- ¡bien por los invocados intereses de Alberti!

Lons lo da por muerto de modo impenitente, negándose tres veces, sucesivamente, a recibir a los sacerdotes que iban a administrarles los sacramentos. Documento probatorio, papel, archivo, repositorio, carta, libro que demuestre tan temeraria afirmación, no presenta ninguno. De dónde sale tamaño dato,nos resulta un misterio. Las fuentes que hemos consultado: Gervasio Antonio de Posadas, Godofredo Kaspar, Juan Manuel Berutti, Vicente Cutolo, Ignacio Nuñez, Gontrán Ellauri Obligado, Ricardo Levene, Pedro Caraffa, Sarah Makintach Calaza y Carlos María Gelly y Obes, no contienen referencia alguna a la supuesta impenitencia final, a pesar de que se ocupan expresamente de trazar la semblanza del cura incluyendo su deceso. Están contestes, en cambio, los precitados autores, en sostener que murió de un síncope cardíaco, después de varios disgustos políticos, siendo el más álgido, una acalorada discusión con el Dean Funes. Fue una muerte repentina, el 31 de enero de 1811. Seguida de cristiana sepultura “en la iglesia de su curato, después de hacérsele las exequias en la catedral <con la mayor esplendidez y magnificencia posible>, y la asistencia de la Junta, la Audiencia, el Cabildo y los Tribunales”(18). Juan Guillermo Durán, que ha estudiado el punto con detallismo, agrega una cantidad contundente de datos que ponen en evidencia una muerte súbita, pero sin la más mínima señal de desavenencia entre él y la Iglesia. Al contrario: recibiendo los sacramentos, en comunión con su Fe, y con el pedido especial de ser sepultado en San Nicolás de Bari. Lo dejó asentado un testigo directo de los hechos, el Alcalde de Hermandad, Mauricio Pizarro. Demasiado “olor a sacristía”, diría Pepe Rosa, para quien habría renegado tres veces consecutivas de su Fe. (19).

A todo esto, volvemos al principio. Nadie fundará el Círculo de admiradores incondicionales del padre Alberti, ni pedirá mausoleos apoteósicos erigidos en su memoria y homenaje. Pero si nos hemos detenido en ciertos detalles de su vida y de su muerte, es –amén de por justicia a la verdad – para que se vea cuán mala consejera es la ligereza, la displicencia y la modalidad despectiva a la hora de querer deslegitimar un hecho del pasado, que (a priori, sin matices ni grados de análisis),se tiene por intrínsecamente ilegítimo. Cuán mala consejera es la sustitución del método por la petulancia cognoscitiva; de la ciencia por el apriorismo ideológico; de la humildad investigativa por el chisporroteo de bengalas verbales usadas como argumentos.

En el discurso analizado, todo vale para atacar al 25 de Mayo. Desde decir que la totalidad de sus protagonistas fueron esclavistas o espías ingleses o falsos conversos o vulgares contrabandistas, hasta que murieron impenitentes o cancerosos linguales, purgando culpas secesionistas. El historiador no está para mirar por encima del hombro a sus contemporáneos, gloríandose de la supuesta posesión de un saber hermético, ajeno a los no iniciados. Tampoco está para incurrir en el amarillismo o sensacionalismo informativo, al modo en que se estila hoy desde las redes sociales o los medios clásicos de comunicación. Está para algo más virtuoso y por eso mismo mejor considerado, que es mirar de frente al pasado, extrayendo de él los mejores frutos.

-Juan Larrea es otro sobre cuya tumba no iremos a colocar flores ni a doblar campanas. De hacerlo, no sabemos cuantos acudirían, aún pagando lloronas profesionales. Tras una vida de múltiples trapisondas comerciales, de zigzagueos políticos, de lucros y de enriquecimientos sospechosos, de cárceles y de destierros, terminó fundido y quebrado, suicidándose el 20 de junio de 1847. Que, por cierto, no era aún “el día de la bandera”, ya que la efeméride se oficializó recién en 1938.

Pero las cosas son como son; y la verdad es que Larrea, en vísperas del 25 de mayo, no tenía “un pedido de captura por contrabando”, ni necesitaba de ningún “movimiento revolucionario para no ir preso”. Ocupaba el cargo de Síndico del Real Consulado, moviéndose con toda libertad, gozaba de un módico prestigio épico por su desempeño en las Invasiones Inglesas, al frente del Batallón Voluntarios de Cataluña (de donde era oriundo), y sus negocios de almacenero y armador estaban florecientes. Ni siquiera participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo, donde podía haber urgido esa Revolución que supuestamente tanto necesitaba. Y todo indica que integró la Primera Junta porque sabido es que las iniciativas políticas necesitan financiamiento económico. Y el próspero catalán cooperó con creces a la nueva causa revolucionaria, poniendo abundante efectivo de su propio bolsillo. Tanto que se lo considera el financista de la Marina de Guerra, con la que los “patriotas” enfrentaron a los “realistas”. Tómese nota del hecho a la hora de repartir “fidelismos” y “traiciones” alrededor de 1810.

Pero he aquí la paradoja. No sólo no necesitaba Larrea de la Revolución para no ir preso, sino que los hechos revolucionarios lo condujeron a la prisión. Destituido de su cargo, tras los sucesos del 5 y 6 de abril de 1811, fue tomado preso en Luján. Acto seguido se lo confinó en la provincia de San Juan. Tras reacomodarse como mejor pudo, otro giro revolucionario, el de abril de 1815, lo llevó nuevamente al cautiverio. Fue engrillado y procesado como “incurso en <los delitos de facción, excesos en la administración pública e infidencia a la causa>. Condenado por la Comisión Civil de Justicia que instruyó el proceso de residencia, del 9 de octubre de 1815, sus bienes fueron confiscados y obligado a sufrir la expatriación”(20). Perseguido por Rosas –por razón de sus antecedentes económicos irregulares más que por sus opciones políticas filounitarias- acabó, como dijimos, por mano propia, degollándose con una navaja de afeitar.

Hay decenas de motivos para cultivar la antipatía hacia Juan Larrea; y si nuestras inclinaciones son favorables a la línea hispanista-tradicionalista, mucho más. Pero la afirmación de que “les puso plata a los Chisperos para acelerar el movimiento revolucionario y no ir preso”, no parece constatable, sino una manifestación más de ese sensacionalismo periodístico que sustituye a la ciencia histórica. Entre otras cosas, porque su libertad individual no estaba en juego entonces, como sí la estuvo y la perdió, a causa, precisamente de la Revolución.

Hombre de negocios, acostumbrado a ganar y a redoblar la apuesta , el catalán sabía que los “Chisperos” o “Manolos” no tenían el poder real de decisión en aquellos días turbulentos. La “Legión Infernal” que decían constituir, tuvo su momento de gravitación, ya convertida en algo así como el “Batallón América”, con posterioridad al 25 de mayo. Su presencia en aquel día, sin embargo, que nadie niega, estuvo más asociada al activismo que a las grandes determinaciones político-militares para decidir la suerte de los hechos históricos. Después de 1810, sí, lo admitimos, los nombres de los principales jefes chisperos cobran mayor relevancia y protagonismo orgánico(21). Pero si un comerciante inescrupuloso como Larrea quería salvarse porque tenía un “pedido de captura”, le era más seguro (amén de sobornar a sus presuntos captores), “invertir” en Saavedra que en unos activistas que repartían cintas blancas con la cara de Fernando VII. Sin embargo fue, en todo momento, enemigo de Saavedra.

-Es sólo un penoso golpe bajo de raigambre presentista o actualista –insistimos: típico de los que practican ese historicismo que condenada San Pío X- presentar a Domingo French y Antonio Berutti como dos matones que habrían establecido una cuarentena en Buenos Aires, para que no se fuera nadie de la ciudad disidente con la Revolución. Y que la tal cuarentena “contó con el bloqueo naval de parte de los ingleses”. Específicamente con el apoyo de “un capitán inglés, Charles Montagu Fabian[quien] arengaba desde el Fuerte de Buenos Aires a la multitud, que lo miraba con desconfianza. La Revolución de Mayo fue una maniobra británica, con tres buques ingleses apuntando sus cañones al fuerte porteño. El mensaje era <o echan al virrey o los cañoneamos de vuelta>”.

Da grima constatar la impunidad con que puede urdirse una fábula, llevándose por delante a los poco avisados.

De French y Berutti se pueden decir muchas cosas; buenas y malas, según perspectivas hermenéuticas o circunstancias vividas por los personajes. Del primero, por ejemplo, no nos gusta nada su morenismo, su activa participación en el asesinato de Liniers, o su oposición a Gûemes. Nos entusiasma en cambio su participación heroica en las invasiones inglesas, y su apoyo a Dorrego contra la política entreguista de Alvear, lo que le valió el destierro durante dos largos años, junto con quien después sería fusilado en los campos de Navarro, por orden del partido unitario. Berutti se doctoró en Derecho en Salamanca y alcanzó el grado de Teniente Coronel en el Regimiento de Guardias de Corps del Rey. Tras no pocos vaivenes que lo llevaron a dar su adhesión al unitarismo, hay un momento de su vida en el que fue nombrado Segundo Jefe del Estado Mayor del Gral. San Martín, a cuya vera combatió en los campos de Chacabuco. Abreviando, pues; de ambos personajes se podrán predicar diferentes cosas. Pero perfil o conducta de matones no les cabe a ninguno de los dos. Cuarentena porteña en 1810 no organizaron; sencillamente porque no hubo ninguna cuarentena. ¿Y qué sucede cuando se le quita la honra a alguien que ya no puede defenderse? Sencillamente se comete un ultraje; acto en el cual,no la víctima sino el victimario es quien más padece.

La ciudad de Buenos Aires no fue puesta en ninguna cuarentena en 1810. Ni de índole sanitaria ni con el propósito de que no se fueran los españoles, huyendo de la Revolución. Hubo sí un bloqueo naval; pero precisamente ejecutado por la escuadrilla española sita en Montevideo, con varios capitanes de fragata que creyeron oportuna la medida de fuerza y/o el amague de la misma. Esos capitanes españoles, Primo de Rivera, Soria, Salazar, pidieron apoyo expreso a los ingleses para consumar su “cuarentena”; más concretamente pidieron el apoyo bélico extranjero a Elliot (sucesor de Fabian en el mando de la corbeta “Porcupine”) y a Staples,quien reunió a los principales comerciantes británicos instalados en Buenos Aires (Mackinnon, Graves, Waithman, Butlin y Harrison), para avisarles que tomaran sus precauciones ante la inminencia del bloqueo español.

Una carta del precitado Comandante español José María de Salazar, del 3 de junio de 1810, dirigida al marqués de Casa Yrujo, deja al desnudo los arreglos de los “cuarenteneadores”, que no eran precisamente “Los Chisperos”. “No encuentro otro remedio a este gran mal [los hechos de Mayo], y a cortar los progresos de la independencia de este país, sino el que el señor Almirante Inglés tome la mano en el asunto y se venga sobre esta ciudad[Montevideo] y la de Buenos Aires, y amenace destruir todo el comercio marítimo con un estrecho bloqueo, y añada aunque no lo verifique, que desembarcará tropas si no se depone en el mando al señor Virrey, ofreciéndole un perdón general”.

Como se ve, no era el Capitán Fabián el que gritaba:¡repongan al Virrey o los bombardeamos!”. Era el servil anglófilo español –Salazar- quien quería proponerle eso al marino inglés; y éste –ya lo diremos a continuación- arregló el problema directamente con la Primera Junta. En términos diplomáticos y cortesanos, sin griterios desde el fuerte, sin amenazas de bombardeos y sin hipotéticas banderas españolas arriadas, hecho que jamás existió en mayo de 1810. Ni tenía porqué existir dada la cordialísima entente urdida entre las coronas española y británica. Eso sí; llama la atención que, en esta interpretación de los hechos que nos proponen los anti independentistas, los agentes londinenses, contrabanditas y negreros sean los “hombres de Mayo”, pero no los capitanes borbónicos que pactaron el bloqueo con la piratería inglesa, y se valieron del mismo para contrabandear, hasta que la Primera Junta le puso un coto al embrollo, como mejor pudo.

La alianza española inglesa para bloquear Buenos Aires tenía perfecta lógica e irreprochable coherencia, toda vez que España e Inglaterra eran aliadas políticas. Por lo tanto, el apoyo de los capitanes ingleses con sus respectivos buques, estuvo muy lejos de tomar la forma de una imaginaria intimidación a los “revolucionarios” :”¡echen al Virrey o los cañoneamos de vuelta!”. Fue exactamente al revés, como veremos. La amenza consistía en que los ingleses se mostraban pública y ostensiblemente aliados de los españoles. Y si alguna fórmula amenazante podía haber tomado esa acción conjunta, la misma era la siguiente: ¡Prueben que cada uno de los miembros del nuevo gobierno es un pequeño virrey al servicio incondicional de Fernando VII, o los cañoneamos de nuevo! Y la triste realidad es que, cuando la Primera Junta recibió al Capitán Fabián y a los suyos, y les pudo probar el fidelismo extremo al monarca español, recién entonces se aplacaron los ánimos.

No es un detalle menor que, amparado en ese bloqueo conjunto, el Capitán inglés Elliot, se valió del contrabandista Mackinlay para piratear a su antojo. Y la Primera Junta (supuestamente integrada por contrabandistas, marranos y agentes de Londres) expulsó a Mackinlay el 10 de octubre de 1810. La misma Primera Junta que, sabiendo que a bordo de la fragata inglesa “Jane” –cuyo consignatario era un español- había contrabando, desbarató la maniobra fraudulenta por la fuerza de las armas, en los primeros días de julio. Similares conflictos para impedir el contrabando, los tuvo la Junta con el Comandante Ramsay, capitán del lugre inglés de guerra “Milestoe”,que era el apoyo logístico para que contrabandearan impunemente la goleta “Julliet” o la “Venus”.

No fue fácil llegar a un trabajoso acuerdo con la piratería británica (insistimos, formal y públicamente aliada de la Corona Española y exigiendo en todo momento pruebas y garantías de la fidelidad juntista a la misma); pero ese acuerdo no se ocultó, y sendas notas publicadas en La Gaceta, durante ese mes de julio, dieron prolija cuenta de lo sucedido. Inglaterra custodiaba los derechos de Fernando VII en ostensible alianza político-militar con los españoles. No le convenía en ese momento propiciar ninguna emancipación o secesionismo; ni lo necesitaba. Le convenía mantener el statu quo para seguir negociando y contrabandeando; y le convenía a los españoles comisionados de los capitanes gringos o del Comité de Comerciantes Ingleses, “verdadera logia de contrabandistas”, como los llama Vicente Sierra(22).

-Que tuvieron que cerrar Buenos Aires, en una especie de proto-cuarentena peronista como la que estamos padeciendo en el año 2020, para “que no se fuera mucha gente que se sentía española y no apoyaba la revolución”, es otra de las aseveraciones temerarias y provocativas que está reclamando el apoyo documental pertinente. Porque en realidad sucedió lo contrario. Una parte de la demencia revolucionaria consistió en expulsar a los españoles, suscitando una emigración que, si bien –en nuestro territorio- no tuvo dimensiones desmesuradas ni mucho menos, sirvió para causar, por un lado, un legítimo malestar; y por otro, una corriente emigratoria pro española y anti-revolucionaria que, entre sus epicentros, tuvo a la isla de Cuba, último bastión español en América(23).

El 23 de junio de 1810 se publicó la orden de expulsar al Virrey y a los miembros de la Real Audiencia (¿por qué los ingleses no nos bombardearon?; sencillo: les importaba un belín; el arreglo formal Inglaterra-Juntismo-Fernando VII era un hecho consumado y la libertad de comercio ya estaba garantizada desde mucho antes de 1810). A dicha orden expulsatoria siguieron otras, emanadas de las  testas calenturientas de Castelli y de Moreno. Mientras que en el resto de los países americanos, ya independizados se tomaban medidas análogas. Estos cambios demográficos fueron objeto de no pocas investigaciones; ya que “en esos convulsionados años, que van desde la declaración de la independencia del Imperio Español en 1816, pasando por las luchas emancipadoras hasta la conformación y consolidación del Estado-nación, la población argentina se asocia a un territorio que sufre transformaciones esenciales. No sólo las personas se desplazan a través de las fronteras, sino que las fronteras también se desplazan a través de las poblaciones humanas”(24).

Los estudios demográficos sobre este tiempo histórico arrojan datos significativos. “En 1810 se efectuaron dos relevamientos: el primero en abril, bajo el mandato del virrey Cisneros, y el segundo en agosto, por orden de la Junta Provisional Gubernativa e inspirado por el Dr. Mariano Moreno. De este último empadronamiento se conservaron catorce cuarteles sobre un total de veinte[…].Se puede decir que el Censo de 1810 permitió conocer el origen de 13.584 personas (es decir del 57,33% de la población libre). De estas, el 63,81% provenían del territorio argentino, el 16,9% eran españoles europeos, el 11,18% de otros dominios españoles, el 4,93% de estados extranjeros, el 3,07% de otros territorios del Virreinato del Río de la Plata y el 0,11% de naciones africanas. Entre los 10.575 <españoles americanos> 8.645 eran del territorio argentino —5.078 de la Ciudad de Buenos Aires—. Por su parte, de los 416 que correspondían al resto del Virreinato, 273 eran paraguayos —de los cuales 258 eran varones— y 80 de Montevideo. <Otras procedencias> sumaban 1.514 (cifra que incluye a 1.402 personas que no especificaban su procedencia). Los <españoles europeos> eran 2.290, es decir, el 18% del total de españoles y el 17% de personas libres residentes en la Ciudad con procedencia definida. Entre los españoles de España, los oriundos de Galicia representan casi el 30%, seguidos por los de Andalucía (15,41%), los de las Provincias Vascas (10,65%) y los de Cataluña (9,82%). Cabe destacar que casi el 95% de <españoles de España> eran varones y que el 5% de mujeres restante habitaba en los cuarteles céntricos de la Ciudad. De las personas que provenían de <estados extranjeros no españoles>, el 41,43% eran de Brasil y Portugal, el 17,3% del Reino Unido, el 12% italianos y el 2,2% de origen africano, principalmente de Guinea. El 14,79% no especificaba procedencia. De los 7.610 esclavos con que contaba el padrón de 1810 (el 24,36% de la población total censada), el 49,58% eran varones, el 41,42% mujeres y el 8,5% no especificaban sexo. La edad media era de 20,78 años (21,08 para los varones y 20,45 para las mujeres). Al mismo tiempo, la mitad de la población esclava se encontraba en edad de trabajo”(25).

Hemos prolongado las frías cifras, y remitido al trabajo de investigación científica que las contiene, precisamente porque todos estos guarismos son los que prueban lo que decíamos antes. No hubo cuarentena alguna en Buenos Aires que impidiera salir a los españoles o ingresar a otros; ni tampoco existieron restricciones inmigratorias sino todo lo contrario, como lo ha demostrado otro especialista en el tema26. La política de expulsión española tras los sucesivos alzamientos independentistas, tomó características diversas según las zonas americanas en los que estallaban27. En México,por ejemplo, en virtud de los Tratados de Córdoba, de 1821, el tránsito fue reglado, pacífico y respetuoso de la propiedad privada. En la Gran Colombia, en cambio, tomó fisonomías más violentas. Entre nosotros, los lunáticos jacobinos de Mayo, que para nuestra desdicha terminaron imponiéndose, antes querían expulsar españoles que retenerlos acuarentenados. Los españoles, a su vez, afincados en esta vastísima tierra, reaccionaron de dos maneras diferentes. Quedándose sin mayores sobresaltos, cosa que sucedió principalmente en las provincias del interior; o emigrando por propia decisión o por fuerza de las aciagas circunstancias. Lo que muestran los dígitos precedentes y otros más que podríamos esgrimir en el mismo sentido, es que la población de estos lares no resultó significativamente desespañolizada. La fábula oportunista de la cuarentena confinatoria de españoles, armada nada menos que por Los Chisperos y los Capitanes Ingleses, no resiste una seria confrontación con las investigaciones solventes que se han hecho al respecto.

-Echemos un párrafo sobre la presencia de la flota británica en los días de mayo de 1810, y la insólita versión de que “el 25 de mayo bajamos nuestro pabellón, que en aquel momento era el español y se subió el pabellón inglés en el puerto de Buenos Aires”. Seremos meramente enunciativos, porque este tema (excepto el agregado sensacionalista de la bandera) ya fue abordado por la escuela revisionista en diversidad de ocasiones, y no queremos descubrir la pólvora (28).

En el Puerto de Buenos Aires, el Capitán inglés Fabián, a cargo del navío de guerra “Mutine”, empavesó su nave y las que la rodeaban, de igual procedencia, con la bandera propia de su nacionalidad, según costumbre inveterada. Que buques ingleses llevaran sus propios estandartes y gallardetes izados al tope o colocados en mástiles laterales, constituía la misma novedad o sobresalto que la luna saliera por las noches o el agua de la lluvia cayera del cielo. Hay diferentes clases de banderas que puede izar un buque, según las circunstancias. Si al llegar o permanecer en un puerto extranjero, conserva la del propio origen o procedencia, se tendrá como “bandera de distintivo”, de uso obligatorio; y sólo trocándola por la que señale comienzo de las hostilidades, o “bandera de guerra o de muerte”, se podía hablar de agravio o amenaza intencional. Había incluso una bandera prevista para anunciar cuarentenas, llamada “bandera de plática”(29). Ninguna enseña inconveniente se izó en aquella ocasión, ni agravio alguno se consumó contra la roja y gualda.

El 26 de mayo, a las once de la mañana (según las crónicas prolijas de algunos contemporáneos), Fabián bajó a tierra acompañado por los tenientes Perkins y Ramsay, llevando a Fred Dowing por intérprete. El propósito era asistir a la ceremonia de juramento del nuevo gobierno, cerciorarse de que el mismo no significara una ruptura con su aliada España, y asegurarse la continuidad de los beneficios comerciales que venían teniendo, precisamente por la condición de aliados o de cómplices que vinculaban entonces a los jefes de las coronas de España y a Inglaterra.

El 29 de mayo, el susodicho Fabián, envió un Informe oficial al Almirante de Courcy, Jefe de la Escuadra Inglesa del Atlántico, surta en Río de Janeiro. En ese Informe, entre otras cosas, dice que se dirigió “a presentarle los saludos a Su Excelencia [el presidente de la Junta, Cornelio de Saavedra, expresamente mencionado],a cumplimentarlo por su establecimiento en nombre de su amado soberano Fernando VII, y a congratularlo sobre el mantenimiento de la tranquilidad pública durante tan ardua empresa”. Agrega muchos otros detalles el Informe, pero en síntesis lo que hace es celebrar el pronto y mutuo entendimiento entre el nuevo gobierno e Inglaterra. Pronto y mutuo entendimiento diplomáticamente comprensible, y que –guste o disguste, se juzgue plausible o aborrecible- no significó ninguna alteración en la entente cordial. La Junta se desvivió en pruebas de fidelidad a Fernando VII; los ingleses hicieron otro tanto. La situación de libertad comercial de los súbditos británicos conservaba el statu quo, y todo el mundo contento; excepto el Comandante del apostadero naval de Montevideo, José María Salazar, que en su correspondencia con Gabriel de Císcar, decidió iniciar la leyenda negra contra la Primera Junta (30).

Hombre más contento que el Capitán Fabián no había en esos días de Mayo. Ni amenazó a nadie, ni arrió pabellón español alguno, ni intimidó con cañonear a la ciudad, ni arengó desde el fuerte a la población hispanocriolla. Bajó de su buque, cumplió con las formalidades del caso, se aseguró el cumplimiento de la parte de los hechos que le convenían a su gobierno y a su puesto, y siguió su camino.

Sucedió en cambio otro hecho que vale la pena relatar sucintamente. En el mes de julio, la Primera Junta ordenó impedir el contrabando flagrantemente ejecutado por la fragata inglesa “Jane”. Como se dispusiera la misma medida con la goleta “Julliet”, el día 7 de julio, se acercó a ella el buque inglés “Milestoe”, enarbolando el pabellón británico de guerra, no sólo sin previo aviso de la intimidación, sino en un claro gesto prepotente. El mensaje era claro: o nos dejan contrabandear o nuestros buques de guerra apoyaran por la fuerza a las naves a las que les están impidiendo que lo hagan.

El izamiento de aquella bandera bélica sí que provocó comentarios y disensiones. La Junta llamó a comparecer al Comandante Ramsay –comandante de la “Milestoe”- y llegaron a un común acuerdo formal de hacer todo lo posible para abolir el contrabando a la brevedad y llamarse a sosiego. Fue un gesto recíprocamente medido; pues ni el gobierno local estaba en condiciones de exigirle el acto de reparación que hubiera sido justo, ni el marino inglés estaba tampoco en fuerza como para iniciar por su cuenta y cargo una guerra con el propósito de liberar a un barquito contrabandista del canal de las balizas, adonde había sido conducido temporariamente, a efecto de decomisarle el cargamento pirateado. Tampoco aquí hubo bandera española sustituida por la británica, ni pedido a los Juntistas de que se independizaran de España, ni cuarentena en mancomunión con Los Chisperos para que no se escaparan los españoles. Todo fue más prosaico, más protocolar, más elemental y básico.

Pero regístrese el hecho de que la Primera Junta, supuestamente constituida por contrabandistas y agentes ingleses, tuvo que confrontar con ellos, jugando en esa partida las cartas correspondientes al lado correcto, honesto y legítimo. Regístrese asimismo que fue Belgrano, ya vocal de la Junta, el que escribió distintas notas en el “Correo de Comercio”, alertando sobre la voracidad inglesa. Otrosí su carta a Mariano Moreno, de octubre de 1810, diciéndoles, con sobradas razones, “esté Usted siempre sobre sus estribos con todos ellos[los ingleses]; quieren puntito en el Río de la Plata y no hay que ceder un palmo de grado”. De Saavedra es, por otro lado, aquella conocida epístola a Viamonte, en la que se queja de los que “fueron afectísimos a la dominación inglesa [porque] querían se perpetuaran las cadenas de Buenos Aires en ella”. Y de la Junta en pleno es el Manifiesto Oficial del 20 de septiembre de 1810, en el que se menciona la necesidad de defender la economía vernácula del apetito extranjero, que “no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse”. Convengamos que, por ser un gobierno de marranos, esclavistas, negreros, contrabandistas y agentes británicos, se portaron bastante bien. Mucho mejor, éso seguro, que Fernando VII y su corte de sinvergûenzas.

Lo diremos por última vez, y quien llegue hasta el final de este libro podrá corroborarlo. Nos contamos entre aquellos que quieren repetir con Anzoátegui y Goyeneche, que lo nuestro no es hispanofilia sino hispanofiliación. Es amor de hijos a quien nos dio el ser en la historia, en el espíritu y en la Fe. Por lo tanto, nos tiene sin cuidado mantener o acrecentar el cuento del 25 de Mayo como “día de la patria” o del “nacimiento de la nación” o las múltiples sandeces del mismo tenor. Las repudiamos expresamente. Y hemos llegado al respecto a un punto de hartazgo. Si es cierto aquello que se le atribuye a Charles Saint-Beuve, según el cual:  “festejar el aniversario de la Revolución Francesa es como conmemorar el día en que uno contrajo sífilis”; bien podríamos decir, parafraseándolo, que festejar el 25 de Mayo es como conmemorar el día en que uno se entera de que tiene metástasis. Ni más ni menos. Porque el cáncer ya existía en Europa y particularmente en España; mas terminó ramificándose y arraigándose aquí.

Pero de este trágico cuan veraz reconocimiento, no se sigue que estemos dispuestos a permitir que la fecha (en tanto emblema de un curso de acción más que como día en sí) sea demonizada, desnaturalizada, impregnada de amarillismo y de sensacionalismo periodísticos. Que no podamos admitir con honestidad la existencia de un criollismo fidelista, monárquico, católico, leal a las tradiciones heredadas. Que no podamos honrar la sangre derramada por esos hijos de este suelo, para defender el valiosísimo legado español, cuando ya ni en la misma España se lo veneraba. No se sigue, en suma, que tengamos que aceptar sin más las ofensas y los agravios vertidos a granel; y que con tan negra acometida se pretenda, por un lado, infundirnos el insano complejo de culpa y de inferioridad por ser argentinos. Y por otro, el no menos insano complejo de creer que a todos los hombres de la Independencia no fueron sino una banda de descastados.

Los argentinos que se han lanzado a promover y a alimentar esta especie, deberían, por lo menos, examinar sus conciencias en dos planos. El uno, el de la virtud de la estudiosidad. Esto es, preguntarse si han estudiado en forma virtuosa tan delicado tema, o si se lanzan a hablar sobre él movidos por apriorismos, pasiones, resentimientos o prejuicios domésticos. El segundo plano es el de la virtud de la lealtad, para discernir si a La Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea. O si, como tememos, un legitimismo anacrónico, un carnalismo genético y un inmanentismo historicista, los esté convirtiendo en revolucionarios, mientras creen defender la Tradición.

NOTAS

1 Patricio Lons, Qué pasó realmente en Tucumán en 1816, cfr. Comunidad Hispanista, 3-7-2016. http://patriciolons.com/que-paso-realmente-en-tucuman-de-1816/ 3

2 Sobre a composición de la escuadra de Cochrane, puede verse:Gustavo Jordán Astaburuaga, Las primeras dotaciones de la escuadraRevista de Marina, n. 975, Santiago de Chile, marzo-abril 2020

3 Cfr. Eros Nicola Siri, Cochrane,el Lord aventurero, Buenos Aires, Distar, 1979, p. 27 y ss.

4 Cfr. Francisco Hipólito Uzal, Lord Cochrane, el difamador de San Martín más allá de la muerte, en su Los enemigos de San Martín, Buenos Aires, Corregidor, 1975, p. 107 y ss.

5 Nos gustaría aclarar que:a)no tenemos nada de carácter privado contra el señor Lons, a quien hasta ahora[julio de 2020], al menos, no hemos conocido personalmente ni frecuentado o tratado, a pesar de que nos movemos en ciertos ambientes comunes;b) que estas pinceladas críticas y refutatorias aquí expuestas, no abarcan la totalidad de su obra, de género prevalentemente divulgador; esfuerzo que demandaría una dedicación desproporcionada; c) y por último, que no dejamos de valorar, de celebrar y de compartir su espíritu hispanista y tradicionalista; aunque el mismo no guarda congruencia con la expresa confesión de sus predilecciones ideológicas peronistas. Mas esto último –la incongruencia del peronismo- exigiría un abordaje antes referido a la psicoterapia que a la historiografía.

6 Cfr. Reportaje a Patricio Lons. Un historiador ofrece una visión diferente del 25 de mayo, En Noticias Argentinas, versión digital, 25-5-2020; https://www.noticiasargentinas.com.ar/25-mayo/un-historiador-ofrece-una-vision-diferente-del-25-mayo-n852788

7 Al margen de que Patricio Lons considera que hacia 1810 éramos todos españoles, desconociendo las diferencias de oriundez , de naciones y de denominaciones gentilicias que establecía la misma España, lo cierto es que en el párrafo ut supra y en los posteriores, está diferenciando a los que eran criollos, de los que eran españoles, y los que eran de origen italiano. Y curiosamente sostiene que Miguel de Azcuénaga “era español”. En el contexto, queda claro que no lo dice lato sensu sino stricto sensu. Y no es así. Miguel de Azcuénaga nació en Buenos Aires, el 4 de junio de 1754. Así consta en la Fe de Bautismo, fechada el 6 de junio de 1754, dos días después de su natalicio, y firmada por “el Ille.Sr. Dr.Cayetano de Marsellano y Agramont[…] dignísimo obispo de esta diócesis[Buenos Aires],en esta sta.[sic]iglesia [la Catedral] “.Cfr. Juan Ramón Gutiérrez Gallardo, Azcuénaga.Síntesis biográfica de la vida pública y privada del vocal primero de la Junta Revolucionaria de 1810, brigadier general don Miguel de Azcuénaga. Buenos Aires, 1934.

8 Patricio Lons, Un historiador ofrece una visión diferente del 25 de mayo. Reportaje hecho por Lucio Di Matteo, 25-5-2020. https://www.noticiasargentinas.com.ar/25-mayo/un-historiador-ofrece-una-vision-diferente-del-25-mayo-n85278

9 Patricio Lons, A qué vinieron los revolucionarios, en “Comunidad Hispanista” 1-11-2018; http://comunidadhispanista.com/a-que-vinieron-los-revolucionarios/

10 Ibidem.

11 Patricio Lons, Un historiador ofrece…etc.ob.cit.

12 Patricio Lons, Primer Reportaje a Patricio Lons, Buenos Aires, enero de 2015. Cfr. vg. https://www.youtube.com/watch?v=lFd_54sHxgk&list=PLRu8YOJ8sNowNSozpwpf7awgvpmcByT4X

13 Ibidem.

14 En la entrevista que estamos comentando, el entrevistador hace una alusión al origen genovés de Colón, y el señor Lons responde dos cosas: a)que se están haciendo estudios de ADN para determinar la nacionalidad de Colón; b) que no hay que ver esta cuestión ”con la mentalidad moderna[según la cual] vos naciste en un país y sos de tal país”. Es cierto que hacia principios del siglo XXI un equipo de científicos del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada comenzó a estudiar los supuestos restos de Cristóbal Colón, además de los de su hijo Hernando y de su hermano Diego, mediante un exhaustivo análisis antropológico, odontológico, mineralógico, fotográfico y genético (cfr.vg.:José Antonio Lorente Acosta, Identificación genética de los restos de la familia de Colón, Medicina balear, vol. XXII, n. extra 1, 2007, p. 43-65). Pero el objetivo central de estos estudios fue determinar si el Almirante está enterrado en Sevilla o en la República Dominicana. Porque es en extremo difícil deducir de un ADN individual la región de procedencia de ese individuo. El ADN puede llevarnos a los ancestros genéticos o étnicos de un sujeto; mas de allí no se sigue que tales ancestros hayan estado en tal o cual región cuando engendraron y dieron a luz a alguien. Sencillamente porque existe el fenómeno de la migración. La ontogénesis obtenida por el ADN no remite forzosamente a la filogénesis u oriundez geográfica. Pero lo curioso es que si, para evaluar a Colón, hay que desterrar la <lógica moderna>, según la cual, nacer en un país significa ser de tal país, no vemos porqué se lo llama de origen italiano a Castelli. Si el padre era genovés, según la lógica no moderna que se nos pide aplicar, no hay razón para suponer que era italiano, en el sentido moderno de la palabra. Ya que, como quedó dicho, Venecia estaba asociada históricamente a los Reynos de España. Nuestro planteo, entiéndase, no apunta a adjudicarle a Colón tal o cual nacionalidad, sino a desterrar de la comprensión de los hechos de principios del siglo XIX, la absurda chicana competitiva de “tanos” versus “gallegos”, propia de ciertos hechos sociológicos de principios del siglo XX. Aquella dicotomía le pudo servir a Vacarezza para sus folletines, o al género tanguero para sus estereotipos, pero no puede servir para mirar despectivamente a Castelli o a Belgrano porque eran de origen itálico. El origen itálico de aquella época no entraba en absoluto en colisión con la Hispanidad. Fusíleselo a Castelli si se quiere, pero no se incurra en la pirotecnia verbal de acusarlo de antihispanista por ser ¡de origen italiano! En cuanto a Belgrano, es un caso análogo. Su padre, Domenico Belgrano Peri, era oriundo de Oneglia, en Liguria. Región que había pertenecido a la República de Génova, y por tanto también ella antiguo territorio español. Era un comerciante autorizado por el rey de España para trasladarse a América y había llegado a Buenos Aires hacia 1753. Cfr. Mariana y Alejandro Rossi Belgrano Manuel Belgrano y sus Raíces Italianas, Buenos Aires, Asociación Belgraniana de la Ciudad de Buenos Aires, 2018.

15 Esta extraña acusación (insistimos: como si tener intereses propios per se, fuera un vicio) se dirige también contra la figura de Domingo Matheu, con el plus de que se lo señala como alguien que hacía negocios con los ingleses, específicamente, que contrabandeaba con ellos. Al igual que en los casos ya enunciados, nunca hay una referencia a las pruebas documentales probatorias. Como Vicente Fidel López le dijera a su escribiente: “no importa; ya aparecerán” . Empecemos por decir que Matheu, al igual que Larrea, eran oriundos de Cataluña, con lo cual se confirma aquello de “palos porque bogas y palos porque no bogas”. Traducido lo cual, quiere decir, que no importa dónde se haya nacido: si se perteneció a la Primera Junta de Mayo se tiene pecado original doble. Amasó una fortuna como cargador y piloto en Cadiz y en La Habana, y después como dueño de un almacén de ramos generales. Pruebas de que contrabandeaba con los ingleses, insistimos, no podemos ofrecer ni descartar. Pero era explícitamente separatista, respecto de España. Y se opuso a Liniers, cuyo asesinato rubricó. Co-elaboró un plan político, titulado “Forma de Gobierno que debemos adoptar”, en el cual se manifiesta a favor de la democracia. Si vamos a atacarlo, nos parecen más adecuados estos motivos. O sea, específiquemos los <intereses> que defendió. Pero no tengamos al respecto una visión sesgada. Porque entre esos intereses también hay que incluir la activa participación en la Reconquista y en la Defensa de Buenos Aires, y sus personales donativos para mantener el armamento de los ejércitos patriotas. Los cuales, insistimos, no se enfrentaban precisamente con los realistas de Isabel y de Fernando.

16 José María Rosa se inclina por “el prestigio en las sacristías”; frase que, aunque lanzada con alguna liviandad, no deja de ser ilustrativa. Cfr. su Historia Argentina, Buenos Aires, Oriente, 1973, vol. 2, p. 199. Cayetano Bruno, en su Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Don Bosco, 1971, vol. VII, p. 269, se inclina por considerarlo alzaguista.

17 Raúl Rivanera Carlés, Nuestros próceres, Buenos Aires, Liding, 1979, p. 40.

18 Cayetano Bruno, Historia…etc.,ob.cit.,p. 402.

19 Cfr. Juan Guillermo Durán, Presbítero Manuel Maximiliano Alberti (1763-1811). Párroco de San Nicolás de Bari y vocal de la Primera Junta. En el bicentenario de su muerte, en Revista Teología, Buenos Aires, UCA, tomo XLVII,n. 105,2011, p. 193-210. “Consciente del serio quebranto de su salud hizo testamento alógrafo y recibió los sacramentos en previsión de un posible y rápido desenlace. Cosa que efectivamente ocurrió tres días después, en la noche del 31 de enero al 1° de febrero de 1811. Según declaración del Alcalde de Hermandad, Mauricio Pizarro […], el testamento que se encontró junto al cadáver era <sencillo sin autorización de escribano […], encontrándose dentro de un pliego de papel común, escrita solo una foja por ambos lados suscripta al parecer por el referido finado>. En este documento expresa la voluntad de ser sepultado en el cementerio parroquial de San Nicolás de Bari, <sin pompa, ni aparato que desdigan de mi carácter y circunstancias>. Otro patriota de aquella hora, Juan Manuel Berutti, también recuerda con emoción la desaparición de Alberti y da cuenta de la solemnidad de sus exequias. En sus “Memorias”, escribe: <El 2 de febrero de 1811, por la mañana, se enterró en la parroquia de San Nicolás de esta capital, al señor doctor don Manuel Alberti, Cura Rector de ella, y vocal de la excelentísima Junta, el que falleció el día anterior, a cuyas exequias y funerales asistió el excelentísimo señor presidente y vocales de la Junta, Real Audiencia, excelentísimo Cabildo y demás Tribunales, los que se hicieron con la mayor espléndida y magnificencia posibles y que correspondía a un sujeto de su representación y rango […] El 4 de febrero de 1811 se hicieron en la Santa Iglesia Catedral las honras del gran vocal Alberti a la que asistió la excelentísima Junta y demás tribunales […] El 13 de marzo de 1811, en la Santa Iglesia Catedral, se hicieron unas magníficas honras con oración fúnebre por el alma del finado doctor Alberti, vocal eclesiástico de la excelentísima Junta, a la que asistió ésta, Real Audiencia y ambos Cabildos, eclesiástico y secular, y demás Tribunales y corporaciones civiles como los prelados de las religiones; cuyos funerales los costeó el excelentísimo Cabildo de esta capital> “.

20 Vicente Cutolo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires, Elche, 1975, vol. IV, p. 91.

21 Valga aclarar que “Los Chisperos” de aquende, surgieron a emulación de los que aparecieron en España para luchar contra Napoleón Bonaparte. “La conjura de Napoleón Bonaparte contra España se topó el 2 de mayo de 1808 en Madrid con la coraza de manolas y manolos, chisperos que encendieron la llama de la independencia y la modernidad que irradió toda la nación”. Cfr. Antonio Astorga, Manolas y manolos, los chisperos de la independencia, ABC, Madrid, 27 de abril de 2008. Cfr. asimismo: José Cepeda Gómez, La guerrilla española durante la Guerra de la Independencia, Revista General de Marina, n.255, Madrid, Ministerio de Defensa, 2008, p.243-257. Ahora, lógico; los Chisperos españoles son héroes, los criollos son matones. Maravillas de la guerra semántica…

22 Los pormenores de la lucha de la Primera Junta contra el contrabando inglés, en connivencia con ciertos agentes españoles, puede seguirse en Vicente Sierra, Historia de la Argentina, Buenos Aires, Garriga, 1962, vol. V., p. 133 y ss.

23 La política de expulsión española, tras los alzamientos independentistas, tomó características diversas según las zonas americanas. En México, por ejemplo, en virtud de los Tratados de Córdoba, de 1821, el tránsito fue reglado, pacífico y respetuoso de la propiedad privada. En la Gran Colombia, en cambio, tomó características más violentas.

24 Vanina Edit Módolo, Análisis histórico demográfico de la inmigración en la Argentina del Centenario al Bicentenario, Papeles de Población, vol.22 no.89, Toluca jul./sep. 2016. Cfr. asimismo: Ana López Sala, Inmigrantes y Estados: la respuesta política ante la cuestión migratoria, Barcelona, Anthropos, 2005.

25 Luis E.Wainer, La Ciudad de Buenos Aires en los Censos de 1778 y 1810. En Población de Buenos Aires, Dirección General de Estadística y Censos, Buenos Aires, vol. 7, núm. 11, abril, 2010, pp. 75-85

26 Rubén Zorrilla, Cambio social y población en el pensamiento de Mayo. 1810-1830,Buenos Aires, Universidad de Belgrano, 1978. Hay un estudio nuestro sobre esta obra; cfr. Antonio Caponnetto, Cambio social y población en el pensamiento de MayoSociológica, n.2-3, Buenos Aires, Instituto de Ciencias Sociales, 1979.

27 Con algunas reservas remitimos a César Cervera, La masiva expulsión de españoles de América. La infame historia que escondió la independencia , Madrid, ABC, 25-11-2017. No estamos totalmente de acuerdo con el espíritu que anima a este escrito. Pero lo mencionamos para que se advierta la falacia de sostener que, tras los hechos independentistas, no se les permitió salir a los españoles contrarios a la Revolución. Cuando sucedió lo contrario, y muchas veces con ribetes de grave injusticia.

28 Los muchachos del blog carlista C.L.A.M.O.R, el pasado 25 de mayo de 2020, han transcripto –sin comentarios, calculando que se comenta solo, y que la pieza es una primicia absoluta- un artículo de La Gaceta de Buenos Aires, aparecido el 7 de junio de 1810, en su número uno. En el mismo se da cuenta de “la asistencia”, en la ceremonia de Juramento de la Primera Junta, “de los oficiales de la marina inglesa y principales individuos de su comercio”, mientras “desde el puerto “los buques de guerra de esa bandera hacían salvas y celebraban una función que sus jefes estaban admirando”. Ni una palabra sobre lo que estamos diciendo y diremos: que esos buques ingleses estaban allí en virtud de los tratados de amistad y de libre comercio firmados entre Inglaterra y la Corona Española; y que la razón de las salvas y los vítores era, precisamente, porque ya se habían cerciorado de las dos cosas que les importaba: que el nuevo gobierno respondía a Fernando VII y que los súbditos britanos podrían seguir comerciando libremente. Si esa presencia naval se considera la tercera invasión inglesa, la misma deberá ser tenida como responsabilidad de la Corona Borbónica. Y por cierto que, la flotilla, no apareció mágicamente el 25 de mayo, amparada entre los paraguas y aprovechando la sordina popular que reclamaba saber qué estaba pasando.

29 Cfr. Alejandro Bacardí, Diccionario del Derecho Marítimo de España, Barcelona, Establecimiento Tipográfico de Narciso Ramírez,1861. Y María Isabel Martínez Jiménez, Abanderamiento y nacionalidad del buque, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, 2000.

30 Cfr. Vicente Sierra, Historia de la Argentina, Buenos Aires, Garriga, 1962, vol. V., p. 16-18. Ricardo Piccirilli estudió las exageraciones de Salazar; y se cuenta con la correspondencia del marino para calibrar el entrelazamiento de sus resentimientos y rencores personales con la vida política. Cfr. Cartas de D. José María Salazar dirigidas a D. Gabriel de Císcar, acerca de la insurrección de la ciudad de Buenos Aires. Montevideo, 2 de junio a 26 de julio 1810, 1810-1900 / D. José María Salazar, Madrid, Biblioteca Nacional de España,s/m/f. Véase asimismo: Marco, Miguel Ángel de, José María de Salazar y la marina contrarrevolucionaria en el Plata, Rosario, Argentina, 1996.

Juan Manuel en 6:41

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