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sacerdote, predicador ilustre y misionero, quien fuera proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI en el año 2012.
Juan de Ávila fue un agudo escritor en temas de espiritualidad y ascética, en virtud de lo cual su obra terminó siendo tremendamente influyente. Esta es considerada una de las más grandes contribuciones a la renovación de la Iglesia del siglo XVI, como también de los siglos posteriores.
Este gran presbítero español, además, conoció y trató con varios de los santos más conocidos de su tiempo. Fue director espiritual de algunos de ellos o simplemente les brindó su acertado consejo u opinión.
Hoy, siglos después de su muerte, San Juan de Ávila sigue siendo fuente de inspiración y referente para tantos y tantos que se esfuerzan por ser fieles a Dios.
Desde 1946, es considerado santo patrono del clero secular español.
Sus padres, los franciscanos, los dominicos y los jesuitas
San Juan de Ávila nació en 1500, en Almodóvar del Campo (España). Perteneció a una familia acaudalada, condición que le aseguró una educación solvente. Su padre, Alfonso de Ávila, de ascendencia judía, era dueño de unas minas de plata; mientras que su madre, doña Catalina de Gijón, tenía condición de hidalga.
Juan estudió primero leyes en la Universidad de Salamanca (1514), pero no concluyó los estudios y regresó a su ciudad natal. En 1520 vuelve a la universidad animado por un sacerdote franciscano, esta vez en Alcalá de Henares, para estudiar Teología y Artes, con lo que deja en claro el profundo cambio que se estaba gestando en su interior.
En Alcalá conoce al confesor del rey Carlos V, el P. Domingo de Soto O.P., y llega a tratar con San Ignacio de Loyola.
Es ordenado sacerdote en 1526. Penosamente, sus padres ya habían muerto. Después, como signo de renuncia al mundo, se deshace de su herencia, repartiéndola entre los pobres.

La prédica de San Juan de Ávila fue notable; a través de ella, Dios tocó muchas almas.
Allí donde el santo celebraba la santa Misa, solía aumentar la concurrencia y la asiduidad de los fieles. Era evidente que la gracia lo asistía, y justamente por eso era edificante ver cómo Juan se esforzaba para que esa gracia no cayera en saco roto. El sacerdote trabajaba por horas y horas en la elaboración de sus homilías, siempre en oración y recogimiento.
En ocasiones pasaba la noche entera en vela frente a Cristo crucificado o arrodillado ante el Santísimo Sacramento sólo para encomendar la homilía del día siguiente.
Al final, la reverencia a la Eucaristía y la sencillez de las palabras de San Juan granjearon muchas conversiones. Es una pena que gran parte de sus homilías no hayan podido ser conservadas, como sí lo han sido algunas de sus máximas, muestras de su rico mundo interior: “Para poder obtener conversiones hay que tener fe en que estas sí se conseguirán. ¡La fe mueve montañas!”, o “Más preferiría vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María”.
Para San Juan de Ávila, sin fe auténtica y sin piedad filial a la Virgen María no es mucho lo que Dios puede obrar en el corazón del hombre, menos en el alma del sacerdote que anuncia al Señor. Para el santo, la principal cualidad del buen predicador es siempre “¡Amar mucho a Dios!”. Y vaya que él lo hizo.

El camino del que quiere ser fiel al Señor no está exento de asperezas. San Juan de Ávila fue blanco del recelo de algunos y el odio de otros. Quienes lo acusaron injustamente ante la Inquisición lo presentaron como alguien influenciado por ideas contrarias a la doctrina -cercano al erasmismo, corriente “protestatizante” y secularizada-. Sin embargo, el punto fue que sus palabras habían sido sacadas de contexto: San Juan solía ser muy crítico con el comportamiento de algunos hijos de la Iglesia, especialmente de malos sacerdotes y obispos.
Por esta razón, el santo sería llevado a prisión. Mientras duró el proceso, entre 1531 y 1533, San Juan aprovechó para escribir la que sería su obra más famosa: Audi, filia (“Escucha, hija”), célebre comentario al Salmo XLIV. Este opúsculo llegaría a ser considerado como uno de los más brillantes compendios de ascética.
Tras ser exculpado, el santo ampliará la obra y recibiría la aprobación de las autoridades eclesiásticas para su publicación.
El apóstol es hijo de Dios e hijo de su tiempo
El destino de San Juan de Ávila sería convertirse en el autor espiritual más consultado e influyente del siglo XVI.

Juan, amigo de San Ignacio de Loyola, revisor de parte de la obra de Santa Teresa de Jesús, cercano a San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara y al Venerable Fray Luis de Granada, nunca perdió la oportunidad de contagiar su ánimo reformador. Eran días de efervescencia religiosa y cultural -el espíritu del Renacimiento estaba en el aire-, y no todos entendían a cabalidad lo que estaba pasando. Afortunadamente, muchos hombres y mujeres, bien asentados en la enseñanza de la Iglesia, pudieron poner en evidencia que el humanismo no necesariamente implicaba darle la espalda a la fe ni mucho menos.
San Juan de Ávila partió a la Casa del Padre el 10 de mayo de 1569. Fue canonizado siglos después, en 1970, por el Papa San Pablo VI.

Así como San Juan de Ávila fue inspiración para sus coetáneos, lo fue también para muchos de los escritores espirituales posteriores: Antonio de Molina, Luis de la Palma, Luis de la Puente, Carlos Borromeo, Bartolomé de los Mártires, Diego de Estella, Pierre de Bérulle, Alonso Rodríguez, Francisco de Sales, Alfonso María de Ligorio, Antonio María Claret, entre muchos otros. ​
A inicios de la segunda década del siglo XXI, en el marco de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud celebrada en España (agosto de 2011), el Papa Benedicto XVI anunció que el santo de Ávila sería nombrado Doctor de la Iglesia.
La proclamación oficial llegaría al año siguiente, el 7 de octubre de 2012. Ese día el patrono del clero español recibió la distinción de Doctor al lado de la mística alemana Santa Hildegarda de Bingen. San Juan de Ávila es el cuarto santo español en alcanzar el título de Doctor de la Iglesia.

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