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El padre Clodovis M. Boff, OSM, converso a la fe católica desde la heterodoxia de la teología de la liberación de línea marxista, ha escrito una carta abierta a los Obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) en la que expone claramente la deriva que sigue la Iglesia el Iberoamérica debido a la desviación doctrinal y nefasta pastoral de los prelados.

(InfoCatólica) El padre Clodovis M. Boff, OSM, es una figura destacada dentro del pensamiento teológico iberoamericano. Nacido en 1944 en Brasil, es hermano del conocido teólogo Leonardo Boff, aunque con el tiempo sus caminos se bifurcaron profundamente. Sacerdote de la Orden de los Siervos de María, estudió filosofía y obtuvo un doctorado en teología en Bélgica, convirtiéndose en una voz destacada de la teología de la liberación en sus orígenes.

Durante años fue profesor en instituciones como la PUC-Río y la Universidad Marianum de Roma, desde donde reflexionó sobre el papel de la Iglesia en Iberoamérica. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus colegas, Clodovis Boff se apartó progresivamente de la línea marxista de la teología de la liberación. En 2007, su texto «Teología de la liberación y vuelta al fundamento» marcó un punto de inflexión: allí denunció que el enfoque dominante había desplazado a Cristo del centro, reemplazándolo por la categoría sociológica del pobre.

Desde entonces, Boff ha mantenido una postura crítica hacia lo que considera una «secularización interna» de la Iglesia, alertando contra el riesgo de reducirla a una mera ONG. Esta posición lo ha diferenciado radicalmente de su hermano Leonardo, con quien rompió públicamente.

No es por tanto de extrañar que haya escrito una carta a los obispos del CELAM, para advertirles que llevan 40 años en plena deriva, la cual ha conducido a la Iglesia en el continente americano a la mayor crisis de su historia.

En su carta, Boff denuncia el énfasis exclusivo de los obispos en lo social, sin mencionar la gracia, la salvación, la necesidad de la conversión, la oración, la adoración y, en definitiva, la doctrina católica. Señala un hecho obvio. El mensaje de los obispos no es verdaderamente religioso ni espiritual. Y les recuerda las palabras de Cristo:

«Me vienen a la mente las palabras de Cristo: los hijos piden pan y les dais una piedra (Mt 7,9). Incluso el mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad. Pero no, ustedes siguen ofreciéndoles lo social y siempre lo social; de lo espiritual, apenas unas migajas».

Igualmente apunta a algo que es muy evidente en amplios sectores de la Iglesia en Iberoamérica:

«…mientras los laicos se complacen en mostrar signos de su identidad católica (cruces, medallas, velos y blusas con estampados religiosos), los sacerdotes y las monjas van a contracorriente y aparecen sin ningún signo distintivo».

El religioso brasileño duda que los obispos oigan, como pretenden, los «gritos del pueblo», pues lo que dicen es lo mismo que los periodistas y sociólogos, mientras que no oyen el clamor del mundo a Dios. Afirma:

«...la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de Cristo y su salvación, sino causas sociales, como la justicia, la paz y la ecología, que ustedes mencionan en su mensaje a modo de cantinela».

No hacen caso al Papa

Boff constata que los obispos del CELAM no siguieron el camino marcado por el Papa León XIV, quien les escribió para constatar la «urgente necesidad de recordar que es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, reavivándola en la esperanza». Pero sin embargo:

«En la carta que le escribieron, no se hicieron ningún eco de estas advertencias papales. Más bien, en lugar de pedirle que les ayudara a mantener viva en la Iglesia la memoria del Resucitado y a sus hermanos la salvación en Cristo, le pidieron que los apoyara en su lucha por «incentivar la justicia y la paz» y en «la denuncia de toda forma de injusticia». En resumen, lo que le dijeron al Papa fue la vieja cantinela de siempre: «social, social…», como si él, que trabajó durante décadas entre nosotros, nunca la hubiese oído».

El P. Clodovis cuestiona el uso superficial del vocabulario religioso en el mensaje del CELAM. Aunque se mencionan términos clave como «Dios», «Cristo» o «evangelización», el sacerdote denuncia que carecen de contenido espiritual concreto y están insertos de forma genérica. Advierte que, lejos de reflejar una fe viva, estas palabras parecen servir de adorno en un discurso centrado en lo social. En particular, señala que el nombre de Cristo apenas aparece y se desaprovecha su potencial para revitalizar lo esencial de la fe. Apelando al dogma niceno, dice.

«Me pregunto por qué no aprovechamos esta inmensa verdad dogmática para renovar, con todo fervor, la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia».

Clodovis Boff denuncia que la Iglesia propuesta por el CELAM, aunque definida como «hogar y escuela de comunión» y «misericordiosa, sinodal y en salida», carece de un fundamento explícito en Cristo. Afirma que, sin esa centralidad, la Iglesia corre el riesgo de volverse una simple «ONG piadosa», como advirtió el papa Francisco.

El sacerdote lamenta que mientras el catolicismo retrocede en Iberoamérica —con templos vacíos y países dejando de ser mayoritariamente católicos, incluido Brasil—, los obispos no expresan preocupación alguna. Critica su silencio frente al declive, recordando la acusación profética de Amós y la imagen de los «perros mudos» evocada por san Gregorio Magno y san Bonifacio.

Boff reconoce que muchos obispos iberoamericanos viven una pastoral más rica y diversa que la reflejada en el mensaje oficial del CELAM. Subraya que, al no depender del CELAM, sino de la Santa Sede y de su propia conciencia ante Dios, los obispos tienen libertad para adoptar enfoques distintos. Advierte, sin embargo, que existen al menos tres disonancias dentro del organismo: entre los obispos y el CELAM institucional, entre las conferencias generales y los documentos ordinarios del CELAM, y entre los obispos y quienes redactan sus textos. A pesar de ello, afirma que el mensaje del 70º aniversario del CELAM refleja fielmente la tendencia dominante de la Iglesia iberoamericana: priorizar lo social sobre lo religioso.

Clodovis Boff advierte que el énfasis prolongado en lo social ha relegado lo religioso a un segundo plano en la Iglesia iberoamericana, un proceso iniciado en Medellín en 1968. Señala que esta pérdida de centralidad de Cristo ha contribuido al deterioro espiritual y numérico de la Iglesia. Llama con urgencia a los obispos del CELAM a recuperar un cristocentrismo claro, fuerte y transformador, tanto en el interior de la Iglesia como en su acción pública. Según Boff, solo devolviendo a Cristo su lugar absoluto —como ya exhortaban san Cipriano y san Juan Pablo II— la Iglesia podrá revitalizarse auténticamente.

Tengo que hablar

El sacerdote explica a los obispos por qué les ha escrito su carta:

«Si me he atrevido a dirigirme directamente a ustedes, queridos obispos, es porque desde hace tiempo veo, con consternación, repetidas señales de que nuestra amada Iglesia corre un grave riesgo: el de alejarse de su esencia espiritual, en detrimento propio y del mundo. Cuando la casa está ardiendo, cualquiera puede gritar».

Y concluye, antes de encomendarse a la Virgen:

«Como estamos entre hermanos, les hago una última confidencia. Tras leer su mensaje, me ocurrió algo que sentí hace casi 20 años, cuando, incapaz de soportar por más tiempo los repetidos errores de la teología de la liberación, surgió de lo más profundo de mi alma un impulso tal que di un golpe en la mesa y dije: «¡basta! Tengo que hablar». Es una moción interior similar lo que me hace escribir esta carta, con la esperanza de que el Espíritu Santo haya tenido algo que ver».


Carta abierta a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)

Queridos hermanos obispos:

He leído el mensaje que publicaron al final de la 40ª Asamblea celebrada en Río a finales de mayo. ¿Qué buena noticia he encontrado en el mensaje? Disculpen mi franqueza: Ninguna. Ustedes, los obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social, social, social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos mayores, ¿es que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas noticias sobre Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la salvación? ¿Sobre la conversión del corazón y la meditación de la Palabra? ¿Sobre la oración y la adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros temas similares? Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente religioso y espiritual?

Eso es precisamente lo que más necesitamos hoy y lo que llevamos esperando mucho tiempo. Me vienen a la mente las palabras de Cristo: los hijos piden pan y les dais una piedra (Mt 7,9). Incluso el mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad. Pero no, ustedes siguen ofreciéndoles lo social y siempre lo social; de lo espiritual, apenas unas migajas. Y pensar que son ustedes los guardianes de la riqueza más importante, la que más necesita el mundo y la que ustedes, en cierto modo, le niegan. Las almas piden lo sobrenatural, y ustedes insisten en darles lo natural. Esta paradoja es evidente incluso en las parroquias: mientras los laicos se complacen en mostrar signos de su identidad católica (cruces, medallas, velos y blusas con estampados religiosos), los sacerdotes y las monjas van a contracorriente y aparecen sin ningún signo distintivo.

No obstante, ustedes se atreven a decir, muy convencidos, que escuchan los «gritos» del pueblo y que son «conscientes de los desafíos» de hoy. ¿Acaso escuchan de verdad o se quedan en la superficie? Leo su lista de «gritos» y «desafíos» de hoy y veo que no es más que lo que dicen los periodistas y sociólogos ordinarios. ¿Es que no escuchan cómo, desde las profundidades del mundo, se alza hoy un clamor formidable a Dios? ¿Un clamor que ya oyen incluso muchos analistas no católicos? ¿Es que el motivo de la existencia de la Iglesia y sus ministros no es precisamente escuchar este clamor y darle una respuesta, una respuesta verdadera y completa? Los gobiernos y las ONG están ahí para atender los clamores sociales. La Iglesia, sin duda, no puede quedarse al margen, pero no es la protagonista en este campo. Su ámbito de acción es otro más elevado: responder precisamente al clamor que busca a Dios.

Sé que ustedes, como obispos, sufren día y noche el acoso de la opinión pública para que se definan como «progresistas» o «tradicionalistas», «de derecha» o «de izquierda». Pero ¿son estas las categorías adecuadas para los obispos? ¿No son, más bien, las de «hombres de Dios» y «ministros de Cristo»? En esto, San Pablo es categórico: «que los hombres nos tengan como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1Co 4,1). No es ocioso recordar aquí que la Iglesia es, ante todo, un «sacramento de salvación» y no una simple institución social, progresista o no. Existe para proclamar a Cristo y su gracia. Ese es fin principal, su compromiso mayor y permanente. Todo lo demás es secundario. Perdónenme, queridos obispos, si les recuerdo lo que ya saben. Pero, si lo saben, ¿por qué, entonces, no aparece todo esto en su mensaje y en los escritos del CELAM en general? Al leerlos, uno casi inevitablemente llega a la conclusión de que, hoy, la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de Cristo y su salvación, sino causas sociales, como la justicia, la paz y la ecología, que ustedes mencionan en su mensaje a modo de cantinela.

La misma carta que el Papa León envió al CELAM, a través de su Presidente, habla inequívocamente de la «urgente necesidad de recordar que es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, reavivándola en la esperanza», etc. El Santo Padre también les recuerda que la misión propia de la Iglesia es, en sus propias palabras, «salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas, para anunciarles el mensaje de salvación de Cristo Jesús». Sin embargo, ¿cuál fue la respuesta que dieron al Papa? En la carta que le escribieron, no se hicieron ningún eco de estas advertencias papales. Más bien, en lugar de pedirle que les ayudara a mantener viva en la Iglesia la memoria del Resucitado y a sus hermanos la salvación en Cristo, le pidieron que los apoyara en su lucha por «incentivar la justicia y la paz» y en «la denuncia de toda forma de injusticia». En resumen, lo que le dijeron al Papa fue la vieja cantinela de siempre: «social, social…», como si él, que trabajó durante décadas entre nosotros, nunca la hubiese oído. Dirán ustedes: «todas esas verdades se dan por supuestas, no hace falta repetirlas todo el tiempo». No es cierto, queridos obispos. Necesitamos repetirlas con renovado fervor cada día; de lo contrario, se perderán. Si no fuera necesario repetirlas una y otra vez, ¿por qué las recordó el Papa León? Sabemos lo que sucede cuando un hombre da por supuesto el amor de su esposa y no se preocupa por alimentarlo. Esto se aplica infinitamente más en relación con la fe y el amor a Cristo.

Ciertamente, en su mensaje no falta el vocabulario de la fe. Leo en él: «Dios», «Cristo», «evangelización», «resurrección», «Reino», «misión» y «esperanza». Sin embargo, son palabras colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro contenido espiritual. Más bien, hacen pensar en la cantinela habitual «social, social y social». Tomemos, por ejemplo, las dos primeras palabras, que son fundamentales y más que básicas para nuestra fe: «Dios» y «Cristo». En cuanto a «Dios», solo lo mencionan en las expresiones estereotipadas «Hijo de Dios» y «Pueblo de Dios». Hermanos, ¿es que esto no es pasmoso? En cuanto a «Cristo», solo aparece dos veces, y en ambas ocasiones de pasada. Una de ellas es cuando, recordando los 1.700 años de Nicea, hablan de «nuestra fe en Cristo Salvador», algo importantísimo en sí mismo, pero que carece de relevancia alguna en su mensaje. Me pregunto por qué no aprovechamos esta inmensa verdad dogmática para renovar, con todo fervor, la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia.

Sus Excelencias declaran, y con razón, que desean una Iglesia que sea «hogar y escuela de comunión» y, además, «misericordiosa, sinodal y en salida». ¿Y quién no desea eso? Pero ¿dónde está Cristo en esta imagen ideal de la Iglesia? Una Iglesia que no tiene a Cristo como razón de ser y de hablar no es, en palabras del Papa Francisco, más que una «ONG piadosa». ¿No es precisamente a eso a lo que se dirige nuestra Iglesia? En el mejor de los casos, en lugar de hacerse agnósticos, a veces los fieles se hacen evangélicos. En cualquier caso, nuestra Iglesia pierde a sus ovejas. Vemos a nuestro alrededor iglesias, seminarios y conventos vacíos. En nuestra América, siete u ocho países ya no tienen una mayoría católica. El propio Brasil va camino de convertirse en «el mayor país excatólico del mundo», en palabras de un conocido escritor brasileño [Nelson Rodrigues]. Sin embargo, este continuo declive no parece preocuparles mucho a ustedes. Me viene a la mente la denuncia del profeta Amós a los dirigentes del pueblo: «no os afligís por la ruina de José» (Am 6,6). Es extraño que, ante un declive tan evidente, ustedes no digan ni pío en su mensaje. Aún más terrible es que el mundo no católico hable más de este fenómeno que los obispos, quienes prefieren callar. ¿Cómo no recordar aquí la acusación de «perros mudos» que hizo San Gregorio Magno y que hace unos días repitió San Bonifacio [en el oficio de lecturas]?

Ciertamente, la Iglesia en nuestra América no solo está en un proceso de decadencia, sino también de ascenso. Ustedes mismos afirman en su mensaje que nuestra Iglesia «sigue latiendo con fuerza» y que de ella brotan «semillas de resurrección y esperanza». Pero ¿dónde están estas «semillas», queridos obispos? No parecen estar en el ámbito social, como podrían imaginar, sino en el religioso. Se encuentran especialmente en las parroquias renovadas, así como en los nuevos movimientos y comunidades, fecundados por lo que el Papa Francisco llamó la «corriente de gracia carismática», de la cual la Renovación Carismática Católica es la forma más conocida. Aunque estas expresiones de espiritualidad y evangelización constituyen la parte eclesial que más llena nuestras iglesias (y los corazones de los fieles), no han merecido ni un solo saludo en el mensaje episcopal. Sin embargo, allí, en ese semillero espiritual, es donde se encuentra el futuro de nuestra Iglesia. Un signo elocuente de este futuro es que, mientras que en el ámbito social actualmente casi solo vemos «cabezas canosas», en el ámbito espiritual podemos observar una afluencia masiva de los jóvenes de hoy.

Queridos obispos, ya me parece oír su reacción reprimida y quizás indignada: «pero entonces, con ese discurso supuestamente “espiritual”, ¿debería la Iglesia dejar de lado ahora a los pobres, la violencia social, la destrucción ecológica y tantos otros dramas sociales? ¿No sería eso un signo de ceguera e incluso de cinismo?». De acuerdo, hermanos. Que la Iglesia tiene que involucrarse en dramas como esos es indiscutible. La verdadera pregunta, sin embargo, es esta: Cuándo la Iglesia se involucra en esos dramas, ¿lo hace en nombre de Cristo? ¿Su intervención social y la de sus activistas están verdaderamente transformadas por la fe y, específicamente, aunque sea redundante, por la fe cristiana? De hecho, si la Iglesia entra en la lucha social sin estar informada y animada por su fe, la fe cristológica, no hará más que cualquier ONG. Por lo tanto, hará «más de lo mismo» y, con el tiempo, irá a peor: su acción social será incoherente, porque, sin la levadura de una fe viva, la propia lucha social termina pervirtiéndose: de liberadora se vuelve ideológica y, finalmente, opresiva. Esta es la lúcida y seria advertencia que dio San Pablo VI (Evangelii nuntiandi 35) sobre la entonces emergente «teología de la liberación» (una advertencia que, por lo que hemos visto, esta teología no aprovechó en absoluto).

Queridos hermanos mayores, permítanme preguntarles: ¿adónde quieren llevar a nuestra Iglesia? Hablan mucho del «Reino», pero ¿cuál es el contenido concreto de ese «Reino»? Dado que hablan tanto de construir una «sociedad justa y fraterna» (otra de sus cantinelas), se podría pensar que dicha sociedad es el contenido central del «Reino» que evocan. No ignoro la parte de verdad que hay en ello. Sin embargo, ustedes no dicen nada sobre el contenido principal del «Reino», es decir, el Reino presente tanto en nuestros corazones, hoy, como en su consumación, mañana. No hay escatología en su discurso. Es cierto: hablan dos veces de «esperanza», pero de una manera tan vaga que, dado el sesgo social de su mensaje, nadie, al oír esa palabra de sus bocas, alzaría la vista al cielo. No niego, queridos hermanos, que el cielo sea también su «gran esperanza», pero entonces, ¿por qué esta vergüenza de hablar alto y claro, como tantos obispos del pasado, sobre el «Reino de los Cielos», y también sobre el «infierno», sobre la «resurrección de los muertos», sobre la «vida eterna» y sobre otras verdades escatológicas que ofrecen tanta luz y fortaleza para las luchas del presente, además del sentido último de todo? No es que el ideal terrenal de una «sociedad justa y fraterna» no sea hermoso y grandioso. Pero nada se puede comparar con la Ciudad Celeste (Flp 3,20; Hb 11,10.16), de la que, afortunadamente, por nuestra fe, somos ciudadanos y trabajadores, y ustedes, por su ministerio episcopal, son los grandes artífices. Sí, también contribuirán a la Ciudad terrena, pero esa no es su especialidad, sino la de los políticos y activistas sociales.

Quisiera creer que la experiencia pastoral de muchos de ustedes, como obispos, es más rica e incluso más diversa que la que se desprende de su mensaje. Esto se debe a que los obispos, al no estar sujetos al CELAM (que es simplemente un órgano a su servicio), sino únicamente a la Santa Sede (y, por supuesto, a Dios), tienen la libertad de imponer a sus respectivas iglesias la línea pastoral que consideren mejor. Esto a veces resulta en una legítima disonancia con la línea propuesta por el CELAM. Cabe añadir otra disonancia: la que se encuentra entre los ricos documentos de las Conferencias Generales del CELAM y la línea más restringida del propio CELAM. Añadiría, con su permiso, una tercera disonancia, más cercana a ustedes: la que puede ocurrir, y ocurre a menudo, entre el magisterio episcopal y los órganos de asesoramiento teológico, es decir, entre los obispos y los redactores de sus documentos. Sin embargo, aun con todas estas discrepancias, que nos dan una visión muy diferente de la situación de nuestra Iglesia, su Mensaje para el 70º aniversario del CELAM parece ser un fiel reflejo de la situación general de nuestra Iglesia: una Iglesia que otorga prioridad a lo social sobre lo religioso. Y ustedes, obispos del CELAM, quisieron aprovechar su 40ª Asamblea General para «renovar el compromiso» de continuar en esta línea, es decir, dando prioridad a lo social. Y decidieron retomar esta opción con toda determinación y de forma explícita, como lo demuestra el triple uso que hicieron de las palabras «renovar» y «compromiso».

Entiendo, queridos obispos, sin querer justificar nada, que al insistir, no sin razón, en lo social y sus dolorosos dramas, hayan terminado dejando en la sombra lo religioso, sin, por supuesto, negar su primacía. Este, de hecho, fue un proceso que, casi sin darnos cuenta y no sin gran peligro, comenzó en Medellín [en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1968] y ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, ustedes saben por experiencia que, sin sacar la cuestión religiosa de esa sombra lo antes posible y exponerla a la luz con discursos y hechos, su primacía termina perdiéndose. Esto es lo que ocurrió con la figura central de Cristo: terminó relegada a un segundo plano. Si se le sigue confesando como Señor y Cabeza de la Iglesia y del mundo, es de manera superficial, o casi. La prueba de este lento deterioro está ante nuestros ojos: la decadencia de nuestra Iglesia. Si continuamos por el mismo camino, decaeremos cada vez más. Todo porque, antes de declinar en número, lamentablemente decayó el fervor de la fe, de la fe en Cristo, el centro dinámico de la Iglesia. Como pueden ver, hermanos, son las cifras las que nos desafían a todos, pero especialmente a los señores obispos del CELAM, a rectificar la línea general de nuestra Iglesia, para que, retomando con fervor nuestra opción por Cristo, esta vuelva a crecer en calidad y cantidad.

Por tanto, es hora, y más que hora, de sacar a Cristo de las sombras y llevarlo a la plena luz. Es hora de restituirle la primacía absoluta, tanto en la Iglesia ad intra (en la conciencia individual, en la espiritualidad y en la teología), como en la Iglesia ad extra (en la evangelización, en la ética y en la política). La Iglesia de nuestro continente necesita urgentemente volver a su verdadero centro, a su «primer amor» (Ap 2,4). Un predecesor suyo, el obispo san Cipriano, lo instó con estas lapidarias palabras: «no anteponer nada a Cristo» (Christo nihil omnino praeponere). Al decir esto, queridos obispos, ¿les pido algo nuevo? En absoluto. Simplemente les recuerdo la exigencia más evidente de la fe, de la fe «antigua y siempre nueva»: la opción absoluta por Cristo el Señor, el amor incondicional por Él, que se les exige particularmente, como Él lo hizo con Pedro (Jn 21,15-17). Por lo tanto, es urgente adoptar y practicar con claridad y decisión un cristocentrismo fuerte y sistemático; un cristocentrismo verdaderamente «abrumador», como lo expresó san Juan Pablo II. No se trata en absoluto de caer en un cristomonismo alienante (nótese la palabra «cristomonismo»). Se trata de vivir un cristocentrismo abierto, que fermenta y transforma todo: las personas, la Iglesia y la sociedad.

Si me he atrevido a dirigirme directamente a ustedes, queridos obispos, es porque desde hace tiempo veo, con consternación, repetidas señales de que nuestra amada Iglesia corre un grave riesgo: el de alejarse de su esencia espiritual, en detrimento propio y del mundo. Cuando la casa está ardiendo, cualquiera puede gritar. Como estamos entre hermanos, les hago una última confidencia. Tras leer su mensaje, me ocurrió algo que sentí hace casi 20 años, cuando, incapaz de soportar por más tiempo los repetidos errores de la teología de la liberación, surgió de lo más profundo de mi alma un impulso tal que di un golpe en la mesa y dije: «¡basta! Tengo que hablar». Es una moción interior similar lo que me hace escribir esta carta, con la esperanza de que el Espíritu Santo haya tenido algo que ver.

Pidiendo a la Madre de Dios que invoque la luz del mismo Espíritu sobre ustedes, queridos obispos, firmo como hermano y siervo:

P. Clodovis M. Boff, OSM
Rio Branco (Acre), 13 de junio de 2025, fiesta de San Antonio, Doctor de la Iglesia

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