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Cómo se crea un rebaño de zombis

Por Juan Manuel de Prada

Al socaire de la resolución del parlamento británico que prohíbe la venta de tabaco a todos los nacidos a partir de 2009, la izquierda caniche autóctona ha anunciado que sopesa medidas semejantes. En un editorial reciente, este periódico afirmaba que se trataba de una ocurrencia «extravagante» propia de gentes «ayunas de agenda» que necesitan llamar la atención a toda costa. Pero la izquierda caniche, que está ayuna de todo lo que en la vida merece la pena, está en cambio ahíta de agenda, al igual que la pérfida patulea albionense que ha aprobado esta medida. Y la agenda de la que ambas están ahítas es la que interesa al reinado plutocrático mundial.

En el editorial mencionado, ABC señalaba que esta medida, amén de un sinsentido, «colisiona» con otras medidas que impulsa la izquierda caniche, como la legalización de la tenencia y consumo de cannabis. Pero no creemos que exista colisión alguna. Pues el tabaco estimula el ingenio y fomenta los vínculos humanos, a diferencia de las drogas que estos lacayos pretenden legalizar, que embrutecen y aíslan y aseguran la docilidad de la humanidad convertida en rebaño de zombis, mientras la empobrecen y someten a una vida cada vez más oprobiosa. En cumplimiento de la misión que el reinado plutocrático mundial les ha asignado, estos lacayos necesitan crear sociedades alienadas, pasivas y devastadas por el hedonismo ‘low-cost’. Pero, para lograr tal cosa, necesitan al mismo tiempo suministrar a sus zombis chivos expiatorios, para que puedan vomitar sobre ellos su descontento, su indignación, su miedo, sus aprensiones. Y para ello necesitan instilarles diversas formas de neurosis e histeria colectiva (y las que se fundan en la obsesión de la salud corporal ya han probado su eficacia) que señalen y estigmaticen a una serie de «periferias» sociales que huelen a nicotina, que emanan gases de efecto invernadero, que no se inoculen terapias génicas, que contribuyen con su prole y el sudor de su frente al cambio climático. Así, frente a esa humanidad obsoleta y nicotínica, negacionista y analógica, el rebaño de zombis se «autopercibe» una humanidad sin tacha (¡sin pecado original!), medicalizada, vacunadita, infecunda, dedicada a salvar el planeta y orgullosa de abandonar la nefasta manía de pensar gracias a la inteligencia artificial. Una humanidad modélica cuya pobreza no se atribuye a los manejos del reinado plutocrático mundial, sino al cambio climático provocado –¡por supuesto!– por la insolidaridad de esas «periferias» sociales que todavía fuman, que todavía tienen coche de gasolina, que todavía se resisten a inocularse terapias génicas, que todavía tienen la desvergüenza de formar familias en lugar de cambiarse de género o follar con los guarros, guarras y guarres de Tinder o matarse a pajas.

No hablo de quimeras futuristas. Ayer mismo, la prensa sistémica proclamaba sin rubor alguno en sus titulares que «la economía española será la más perjudicada de Europa por el cambio climático» y que «la renta per cápita en 2049 será un 17,8% más baja que si no hubiera cambio climático». Sólo los zombis pueden creerse semejantes burlas sádicas del reinado plutocrático mundial; pero esos zombis existen, acampan entre nosotros y cada vez son más numerosos. Nunca como en nuestra época se había logrado inculcar en las personas los comportamientos e inquietudes que interesan a ese reinado plutocrático mundial. Para conseguir esta taumaturgia azufrosa que convierte a personas en zombis se requieren aquellas técnicas de «condicionamiento operante» de las que hablaba el psicólogo conductista Skinner, que permiten «programar» a los hombres, consiguiendo que su conducta se adecue a lo que el «educador» determina en cada momento. Y para «programar» a los hombres se requiere gestionar sus neurosis, administrar sus miedos y pastorear sus angustias de criaturas sin Dios; y, a continuación, instilarles manías persecutorias contra los fumadores, contra los negacionistas, contra los lotófagos o los lestrigones, contra cualquier colectivo que desempeñe el papel de chivo expiatorio al que se puede fácilmente señalar, discriminar, escarnecer, ultrajar, satanizar; todo ello, por supuesto, con irreprochable integrismo democrático. Pues, a la postre, se trata de crear un rebaño de zombis medicalizados e infecundos que se crean una humanidad sin tacha, que acaten la vida sórdida que el reinado plutocrático mundial les ha asignado a cambio de desahogarse increpando y denigrando a la humanidad obsoleta que se atreve a vivir sin inteligencia artificial, sin vacunas, sin coche o patinete eléctrico, sin la picha hecha un lío, sin el género fluido, sin la morralla propagandística de consumo general; y encima fumando como corachas, los muy cabrones.

«Que tu vida sirva de freno para detener la máquina», nos enseña Thoreau en ‘Desobediencia civil’. Es un deber cívico inalienable hacer exactamente lo contrario de lo que pretenden estos lacayos. También fumar, si es preciso, con la condición de que sea un tabaco que escape a las exacciones confiscatorias que estos lacayos nos imponen, tabaco de contrabando o procedente de esas regiones extramuros del «jardín europeo» (Borrell dixit), que no es sino el campo de concentración donde el reinado plutocrático mundial confina a sus zombis. A ver si alguna de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan, en sus viajes extramuros del «jardín europeo», se acuerda de este pobrecito escritor y le regala un cartón, o siquiera un paquete de cigarrillos de la selva exterior, para no dar ni un céntimo de euro a esta chusma.

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