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Las matriculaciones en estas carreras se han reducido al ritmo en que ha crecido el adoctrinamiento ideológico financiado por el gobierno de Biden

La distopía ‘woke’ que se materializa hoy no tiene un origen repentino. La guerra cultural ya comenzó silenciosamente al otro lado del Atlántico en los años 90 y lo que ha quedado es lo noticioso día tras día. La supresión de palabras, de libros. La censura, la prohibición. La cancelación.
El aumento exagerado y constante de los precios de las matrículas ha sido un arma poderosa. Una subida destinada a mantener una burocracia administrativa que ha terminado haciéndose fuerte en un mundo académico cada vez menos académico. Un ejemplo revelador: en la Universidad de Yale los puestos administrativos han aumentado más del 150% en las últimas dos décadas. Pero el número de profesores lo ha hecho solo un 10%.
Desde esas administraciones se ha dirigido y se dirige la deriva ideológica, pasando por encima de los, cada vez menos, profesores, que han ido viendo, casi sin notarlo, cómo lentamente, en estos últimos 30 años, el adoctrinamiento, las preferencias raciales y la intolerancia en nombre de la tolerancia invadían el conocimiento hasta casi sustituirlo, como ocurre en la actualidad.
La «diversidad» ha terminado por suplantar en muchos casos el sentido común. Una buena muestra de esto es el descenso vertical de las matriculaciones en Humanidades, una circunstancia coincidente con el auge del nuevo rumbo que deja a un lado (en realidad rechaza, «cancela») la racionalidad. Una irracionalidad que tiene otro dato demoledor en la más arriba citada y drástica reducción de nuevas titularidades de profesores, en contraste con el aumento de los puestos administrativos: los verdaderos jefes, los auténticos comisarios ideológicos, que además cuentan con salarios desorbitados.
La universidad copada por la burocracia y la ideología no parece presentar un futuro aceptable. Una universidad como Stanford ha eliminado el SAT (al igual que otras instituciones pertenecientes a la antaño prestigiosa Ivy League, como la misma Yale, Harvard o Brown), el examen de acceso a la universidad en la mayoría de las universidades estadounidenses para evaluar la capacidad analítica y de resolución de problemas de los alumnos.
También Stanford ha publicado que en 2025 solo el 23% de los estudiantes será blanco. Y menos de la mitad serán hombres: en los mayores templos del saber estadounidense se buscan estudiantes sin capacidad analítica y de resolución de problemas, y cuantos menos de ellos sean blancos y hombres, mejor.
Ahora los requisitos importantes son la raza, el «género» y el grado de adoctrinamiento. Los objetos principales de los casi dos billones de dólares en préstamos estudiantiles que el gobierno de Biden, según el New York Post, ha sufragado permitiendo el abuso en el precio de las matrículas y su mantenimiento, que es el mantenimiento del sector administrativo que mece la cuna.
Una mano que casi domina el mundo y que pretenden detener en los estados gobernados por los republicanos, como el de Florida, con Ron DeSantis a la cabeza. De Santis reemplazó en enero a trece miembros del consejo de administración del New College of Florida, según un portavoz de su gabinete, porque «ha sido completamente capturado por una ideología política que antepone los conceptos modernos y relativos a la verdad del aprendizaje». La situación que ha llevado a una preocupante bajada de matriculaciones que se corresponden con el «enfoque sesgado y la oferta poco práctica» de la escuela.
La causa de delirios como el de la Universidad de Cornell, donde los estudiantes han llegado a presionar para abolir las calificaciones, o el de otras escuelas, como la New School de Nueva York, donde han exigido que todos los alumnos reciban calificación «A» (el equivalente al sobresaliente) bajo amenazas. Los prejuicios de raza, «género» y clase que controlan las administraciones universitarias financiadas por la misma administración estadounidense, que ya ha producido generaciones enteras de intolerantes sumisopensantes, el origen de todo, y que también empiezan a campar a sus anchas por las universidades europeas.

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