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Desvelando al Verdadero San Francisco de Asís
Jorge Soley
Jorge Soley Climent es Católico y Español. Está Casado y es Padre de seis Hijos. Economista y apasionado por la lectura, es Bloguero del Portal Español “InfoCatólica”.
[InfoCatólica/FVN] Hace ya unos años escribí sobre la visión empobrecida y casi diríamos que caricaturesca de San Francisco de Asís, que nos lo presenta como un hippie y un revolucionario. El Francisco real con el que, escribía entonces, uno de sus biógrafos, Augustine Thompson se había topado, era, en palabras de ese autor, un “purista en cuestiones de liturgia”, que cuidaba cada detalle y para nada cultivaba esa estética poco cuidada con que tantos sacerdotes nos han castigado en tiempos recientes. Por eso cuando tuve noticia de la aparición de un libro en italiano, obra de Guido Vignelli, titulado “San Francesco antimoderno. Il vero volto del Santo di Assisi”, me lancé a leerlo.
El libro aborda a fondo y con abundante documentación la misma cuestión: el “espíritu del tiempo” y las ideologías de moda han deformado al santo de Asís, presentándonos una falsa imagen al gusto hodierno: buenista, pacifista, contrario a las Cruzadas, ecumenista, filomusulmán, ecologista, vegetariano y revolucionario.
Ante esta manipulación, el estudio de las fuentes históricas nos permite descubrir al verdadero San Francisco, un reformador combativo, austero, exigente, noble y generoso. Un santo medieval y “anti-moderno”, como afirmó Chesterton, que, precisamente por este motivo es muy actual.
Vignelli señala que la manipulación tiene ya una larga historia. Al principio fueron los humanistas, los protestantes, los “libertinos” y los ilustrados quienes se burlaban de San Francisco, denigrándole como idiota, masoquista, alucinado, asocial. Estos ataques cambian a partir del Romanticismo, en que el santo pasa de insultado a elogiado… pero por falsas características. Así, se le presenta como campeón de un ascetismo anti-eclesial, de la herejía pauperista, del “pensamiento libre” masónico e incluso de la revolución socialista.
Se quiso trasladar a San Francisco la dialéctica modernista entre el “Cristo de la historia” y el “Cristo de la fe” y entre la “Iglesia primitiva” y la “Iglesia institucional”. El “Francisco de la historia” sería un personaje profético que trató de crear una hermandad de “espíritus libres”, liberados de las instituciones eclesiásticas y prontos para regresar al comunismo primitivo. Contra éste, se habría elaborado un “Francisco de la fe”, impuesto por los Papas y encarnado en una orden religiosa sometida al poder de Roma. Pero el primero habría subsistido en las comunidades minoritarias disidentes, como las de los Espirituales y los Fraticelli. De aquí nace un Francisco imaginario, melancólico y sentimental, escéptico en materia dogmática y permisivo en moral, “abierto al mundo” y “amigo de todos”.
Ya en 1921 el Papa Benedicto XV advirtió: «Ese personaje de Asís, invención puramente modernista, que algunos nos presentan recientemente como poco respetuoso con la Sede apostólica y como defensor de un ascetismo vago y vacío, no puede ser identificado con Francisco ni considerado como un santo».
Los puntos que caracterizan al Francisco imaginario y progre, y que Vignelli va destruyendo uno por uno, son los siguientes:
San Francisco no fue buenista
Francisco de Asís habría inventado un modelo de apostolado del mero “testimonio”, negándose a recurrir no solo a cualquier tipo de polémica o condena, sino también a la imposición o la prohibición.
Pero la verdad es que San Francisco no sólo empleó palabras y formas suaves, sino también muy duras cuando lo creía conveniente. No disimulaba las culpas, sino que las mostraba tal cual. Ante el pecado, no empleaba excusas, sino amargos reproches. Además, Francisco solía estimular el santo temor de Dios amenazando con el castigo del infierno.
En la Segunda carta a los fieles escribe: «Los que aman las tinieblas más que la luz, negándose a observar los Mandamientos de Dios, son maldecidos por Él […]. En cualquier lugar, tiempo y manera en que el hombre muere en pecado mortal, el diablo […] le arranca el alma del cuerpo, causándole tal angustia y tribulación que nadie puede entenderlo si no lo ha sufrido […]. Así, el pecador pierde su alma y su cuerpo en su breve vida y termina en el infierno donde es atormentado eternamente».
Una curiosa anécdota acaba de destruir esa imagen buenista del Santo: solía entregar los frailes ingobernables en “manos del boxeador florentino”, esto es, de un fraile de Florencia, fra Giovanni, que era conocido por su capacidad para dar puñetazos. Parece ser que el remedio era bastante eficaz.
San Francisco no fue pacifista
La paz que San Francisco predicaba está radicalmente alejada de la paz de los pacifistas y consistía en la conversión de la criatura al Creador. «La paz franciscana no es la paz que el hombre encuentra en sí mismo, sino la paz que el hombre encuentra en Dios cuando, […] en la humildad de un abandono perfecto, se confía solo a Dios», escribe Barsotti en su libro sobre el Santo.
Tras su conversión, Francisco adaptó su espiritualidad juvenil a su nueva misión de conquista religiosa, transfiriendo la batalla de lo natural a lo sobrenatural. Así, gustaba de presentarse como un “soldado de Cristo” y un “heraldo del gran Rey”. Al contemplar a su Orden reunida en el primer Capítulo general, el Santo la describió en términos militares como “el ejército de los caballeros de Dios” y solía llamar a sus primeros compañeros “mis caballeros de la mesa redonda”.
Y en su Primera Regla escribe que “los hermanos no lleven armas ofensivas, si no para defender a la Iglesia Romana, a la fe cristiana o a su tierra natal, o con el permiso de sus ministros”. O sea, que cuando estaba justificado, San Francisco no ponía reparo al empleo de las armas.
San Francisco no estuvo en contra de las Cruzadas
Al contrario, mostró un sincero entusiasmo y admiración por aquella empresa.
San Francisco no se limitó a decir bellas palabras, sino que quiso participar personalmente en la Quinta Cruzada, proclamada en 1213 por el Papa Inocencio III, para poder predicar a los musulmanes y ayudar a los cruzados ante los peligros físicos y especialmente espirituales a los que se enfrentaban.
Como recogió Fray Illuminato de Rieti, que acompañó a San Francisco cuando se presentó ante el sultán, éste le habría espetado lo siguiente: “Cuando invaden las tierras que has usurpado, los cristianos actúan con justicia, porque blasfemas del Nombre de Cristo y te esfuerzas por alejar de la verdadera Religión a tantas personas como puedes. Si, por el contrario, quisieras conocer, confesar y adorar al Creador y Redentor del mundo, los cristianos te amarían como a ellos mismos”. Cómo salió con vida de allí es realmente un milagro notorio.
San Francisco no fue “ecumenista”
Entiéndase, nos referimos a ese “ecumenismo”, falso si quieren, que apuesta por disolver todas las religiones en un sincretismo relativista. San Francisco fue especialmente virulento al enfrentarse contra la herejía cátara, especialmente odiosa para el Santo por cuanto negaba la bondad de la creación material.
De hecho, prohibió estrictamente que las personas sospechosas de herejía fueran aceptadas tanto en su Orden regular como en la Tercera Orden: «Si alguien, de palabra o con hechos, se aleja de la fe y de la vida católica, y si no se enmienda, sea expulsado totalmente de nuestra fraternidad», se recoge en la Primera Regla. Y en su Testamento exige que los frailes sospechosos de herejía o cisma sean encarcelados y entregados al Cardenal protector de la Orden para ser investigados.
San Francisco no fue filomusulmán
Ya hemos hablado de su participación en la Quinta Cruzada, motivada por su intención inequívoca de “predicar la Fe de Cristo a los Sarracenos para favorecer su conversión”. Y en su Regla recoge la obligación de “Anunciar la palabra de Dios, para que [los incrédulos] puedan creer en Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en su Hijo Redentor y Salvador, a fin de que sean bautizados y convertidos en cristianos, porque quien no nazca de nuevo por el agua y el Espíritu Santo no podrá entrar en el Reino de Dios”.
Al enviar a los primeros frailes franciscanos a Marruecos, San Francisco les dio este mandato: “Jesucristo me ha ordenado que os envíe al país de los sarracenos, como ovejas en medio de lobos, para predicar y confesar su fe y combatir la ley de Mahoma. ¡Disponeos pues a cumplir la voluntad del Señor!”. Aquellos heroicos frailes llevaron a cabo con admirable radicalidad las órdenes de su Fundador: no se limitaron a “predicar la fe de Cristo y las enseñanzas del Evangelio”, sino que les echaron en cara a los musulmanes su infidelidad al único y verdadero Dios, diciéndoles que: “Mahoma os guía por un camino falso y mentiroso que os llevará al infierno, donde ahora sufre ya tormento junto con sus seguidores”, tal y como recoge Giacomo da Vitry.
Cinco de aquellos hermanos fueron torturados y decapitados por el califa de Marrakech en enero de 1220 y exaltados por San Francisco como los primeros verdaderos frailes menores, algo confirmado por la Iglesia cuando los beatificó como mártires.
Y ya hemos explicado las palabras del Santo ante el sultán, quien, perplejo ante la sinceridad de Francisco, le pidió que orara para que Dios le aclarara cuál es el camino más seguro para la salvación.
San Francisco no fue ecologista
No al modo moderno, pues a amor a la Creación no hay quien le ganara. Pero en su Regla, escribe: «No debemos desear nada más, ni querer nada más, ni en nada más encontrar placer y deleite, si no en nuestro Creador, Redentor y Salvador, el único Dios verdadero, que es el sumo bien, y todo bien, y el único que es bueno».
«Y si él mismo pareció dejarse llevar por el más tierno amor hacia las creaturas», y «por más pequeñas que fueran» las llamaba «con el nombre de hermano y hermana» –amor que, por lo demás, si no se sale del debido orden no está prohibido por ninguna ley–, era movido a amarlas tan sólo por el amor de Dios, porque «sabía que todas ellas tenían con él un mismo principio», y porque «veía en ellas la bondad de Dios» escribió Pío XI en Rite expiatis, 19. Y concluye el Papa : «El que fue heraldo de tan gran Rey, quiere a los hombres conformes con la vida evangélica y con el amor a la Cruz, y no sólo amantes y enamorados de las flores, las aves, los corderos, los peces, y las liebres».
Como escribiera B. Tomasso de Celano, su amor a la naturaleza era para «alabar en todo al Artífice divino, refiriendo al Creador todo aquello que admiraba en las criaturas […]. En la belleza de la Creación veía un reflejo de la suma Belleza celestial».
Y en su Cántico de las Criaturas no encontramos ni rastro de veneración idolátrica a la “madre naturaleza”, sino que Francisco reafirma la bondad intrínseca de las realidades terrenales en tanto obras de Dios; “teofanías” que manifiestan la bondad divina y permiten al hombre contemplar, en la belleza creada, la Belleza increada.
San Francisco no era vegetariano
Al contrario, tal y como numerosos episodios testimonian. Como cuando San Francisco invitó a sus discípulos a que comieran la carne que habían recibido como limosna, exclamando con alegría: “¡Como dice el Evangelio, comamos libremente la comida que recibimos!”.
El Santo gustaba de celebrar las Navidades con un almuerzo a base de carne y decía: «Cuando es Navidad, ¡no hay abstinencia que valga! Y si las paredes pudieran comer carne, ¡habría que dársela también a ellas!».
San Francisco no era revolucionario
Ya desde el inicio, Francisco ve su misión más bien como una restauración: no en vano el encargo del mismo Cristo había sido aquel “restaura mi casa”.
Francisco nunca animó a los pobres a rebelarse. A diferencia de los pauperistas, no estaba obsesionado con el problema de la pobreza económica, sino con el de la pobreza espiritual, tanto que a menudo repetía que hay que preocuparse no por las condiciones terrenas, sino por el destino en el otro mundo: “Hay que desear no tanto la salvación del cuerpo como la de las almas”.
Francisco no predicó ningún tipo de lucha de clases, sino que siempre trató de promover la concordia y armonía entre señores y súbditos. En su Asís natal se recuerda aún al Santo con gratitud también porque reconcilió las clases superiores e inferiores de la ciudad en el acto que tuvo lugar en noviembre de 1210 en el gran salón del Ayuntamiento.
En cuanto a un presunto compromiso político de San Francisco, hay que recordar que prohibió a sus frailes cualquier injerencia en asuntos estrictamente sociales o económicos: “¡Que los frailes no se inmiscuyan en cuestiones temporales!”. Si necesitásemos alguna prueba de su carácter no revolucionario bastaría recordar esta admonición suya: “No es lícito tomar las cosas de otros o distribuir a los necesitados la propiedad de otros”.
Lo decíamos al principio, el verdadero San Francisco no ha perdido ni un ápice de actualidad.
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