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Marxismo y liberalismo son mesianismos que buscan volver a un ‘paraíso terrenal’ sin el recurso a la gracia ni vínculo con el orden soabrenatural. Peter Wenzel (1745-1829), ‘Adán y Eva en el Paraíso Terrenal’ (detalle).Museos Vaticanos.
Una de las verdades fundamentales del catolicismo es la salvación de los hombres obrada por Jesucristo en cumplimiento de las promesas mesiánicas anunciadas en el Antiguo Testamento. A tal punto Dios amó al mundo, que esta obra salvífica Jesucristo la realizó con la efusión de su preciosísima Sangre. Éste es el motivo por el que la denominamos Redención. De esta manera, puede hablarse del carácter soteriológico de la vida de Jesucristo.
Dios, in illo tempore, creó al hombre y, a la vez, lo elevó a la vida sobrenatural. Una elevación, por cierto, enteramente gratuita, sin ningún tipo de merecimiento por nuestra parte. El hombre pecó originalmente, perdió la gracia y otros dones y, en lo que interesa a nuestra reflexión en esta columna, fue expulsado del Paraíso Terrenal. No obstante, Dios le prometió la salvación futura. Basta leer el Génesis adentrarse en estas verdades.
Efectivamente, estas promesas mesiánicas antes mencionadas recibieron su cumplimiento. Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica: “Jesús quiere decir en hebreo: «Dios salva». En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que «¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?» (Mc 2, 7), es Él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). En Jesús, Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los hombres” (n. 430).
También advierte el mismo texto magisterial, a propósito del nombre Cristo, traducción griega del término hebreo Mesías, que numerosos judíos “e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico «hijo de David» prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9, 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26; 11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21)” (n. 439).
La prevención de Jesús respecto a una mala intelección de su condición de Mesías se justifica dado que la salvación obrada por Él es eminentemente sobrenatural y trascendente. Sin perder de vista que se realiza en el tiempo, se trata de una acción salvífica que apunta a la Vida Eterna.
Conviene tener en cuenta lo dicho dado que, a modo de sustitutos, el espíritu inmanentista característico de la Modernidad ofrece otros tantos mesianismos, pero no sobrenaturales sino naturalistas.
En este sentido, es habitual afirmar que el marxismo abriga, en su núcleo, una concepción pseudo-mesiánica. Sin embargo, no debe olvidarse otra modalidad contemporánea de este pseudo-mesianismo: el mesianismo liberal.
In nuce, la cara más profunda de este mesianismo liberal es la religiosa en la medida en que la misma recusa todo tipo de vínculo o alianza entre el mundo sobrenatural –propio de la gracia divina– y el mundo natural –el de la naturaleza humana creada por Dios pero sin la posibilidad de recibir una perfección superior a la naturaleza o sobrenatural–. Otras caras del mesianismo liberal son la política y la económica, acompañadas, como es lógico, de las respectivas “justificaciones ideológicas”.
En este sentido, la faz política del liberalismo postula la democracia como la panacea de los regímenes de gobierno. Cabe advertir, no debe olvidarse, que no se trata de un régimen conforme al derecho natural y cristiano sino de una democracia desligada de todo tipo de regulación religiosa y moral.
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