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El oxímoron del conservadurismo de la derecha y de la izquierda

Por Carlos Daniel Lasa *

Frente al actual poder hegemónico del liberalismo político-cultural se han levantado y hecho escuchar diversas voces. Los reclamos vienen de lados (aparentemente) contrarios: tanto del propio liberalismo de derecha como del sector de la izquierda. Pasa que la izquierda, hoy por hoy, se encuentra totalmente consustanciada con sus contrarios.

Pero ¿por qué reclaman y qué reclaman?+ Estos sectores opuestos apelan a revertir el nihilismo metafísico-moral dentro del cual vivimos. Abogan, asimismo, por un mantenimiento de ‘determinados valores’ que hagan posible la existencia de una vida humana individual y política medianamente decente.

En este sentido, Alain de Benoist ha sostenido, con algo de ironía, que el “conservadurismo vuelve a estar de moda” (Contra el liberalismo. Madrid, Ediciones Insólitas).

Algunos representantes de la izquierda, como por ejemplo Maxime Ouellet, proponen volver a reapropiarse de las tradiciones. Junto a Ouellete es preciso nombrar a George Orwell, Christopher Lasch, Jean-Claude Michéa, Ivan Illich, entre otros. Entre los liberales, menciono al filósofo inglés Roger Scruton, Rothbard y también a Hoppe.

Ahora bien, la pregunta que les formula Alain de Benoist a estos pensadores, pertenecientes tanto a la derecha como a la izquierda conservadora, es: ¿qué es aquello que debe conservarse?, ¿qué es aquello que podemos, acaso, conservar?

Mi pregunta, en todo caso, sería previa: considerando el punto de partida del pensamiento, tanto de la izquierda como de la derecha, ¿es que puede existir un acto de conservar?

SER CONSERVADOR

Frente a la palabra ‘conservador’, la cultura actual (y la no tan actual). tiene una actitud de absoluto rechazo. Contrariamente, la etiqueta ‘progresista’ es apreciada y equivale a ‘todo lo que está bien’.

Me pregunto, entonces, ¿de dónde procede esta altísima estima por el progresismo en detrimento del conservadurismo?

El destacado filósofo de la política, Eric Voegelin, ha caracterizado al “espíritu de la modernidad” como aquella posición del espíritu humano cuyo primer acto consiste en rechazar su mismísimo límite ontológico.

Esta acción primera, que rompe con el límite, se configura como una conducta transgresora y, consecuentemente, revolucionaria. Y una vez que empieza a destruir todo lo dado, debe mantenerse en su propósito de destrucción.

El auténtico conservador, en cambio, se funda en un primer acto del espíritu que considera que existe una realidad dada. Pero esto ‘dado’ posee no solo una estructura permanente sino, a la vez, otros aspectos cambiantes. El hombre, deberá esforzarse por conocer el contenido permanente que es considerado como verdadero, aun sabiendo que jamás podrá agotar su sentido pleno.

Esto implica que el conservador no vive de la inmovilidad sino de un dinamismo espiritual ascendente. Este movimiento está ordenado a la adquisición de verdades que no conocía y que le permitirán vivir una vida con un sentido que surge de la realidad misma.

Frente a aquellos elementos de la realidad que son puramente contingentes, el conservador considera sabiamente mantener aquello que ha ‘superado la prueba del tiempo’. Frente a lo cambiante, asume una actitud de discernimiento a partir de las verdades que ha podido conocer. Luego, asume y adopta aquello que valora como bueno, tanto para sí mismo como para la comunidad política.

Quiero insistir en este punto: un auténtico conservador no vive anclado en el pasado (esto equivaldría a absolutizar la dimensión histórica y negar la instancia metafísica). Por el contrario, su preocupación es conocer y adecuar su vida a aquello que siempre tiene vigencia, solo porque es verdadero. Lo verdadero, entonces, va a valer para todo tiempo histórico.

Como puede advertirse, el conservador no es un hombre que levanta una estatua a la inmovilidad. Por el contrario, sabiendo que la verdad es trans-histórica e infinita, es consciente de que puede ir creciendo en el conocimiento de esta de un modo homogéneo. Los oxímoros ‘liberalismo conservador’ e ‘izquierda conservadora’.

REVOLUCIONARIOS

Tanto el liberal como el marxista convienen en algo: ambos son revolucionarios. Su mismo punto de partida se asienta en la ruptura del límite ontológico propio de la naturaleza humana. El mal radica en el miedo a la trascendencia, esto es, en el miedo a ir siempre “más allá de”. La revolución y la transgresión son las divisas de uno y otra. Ambos, subyugados por el devenir, no pueden anclarse en nada que consideren como definitivo ni permanente.

El liberal ha convertido a la libertad en el principio por cuanto, a partir de aquella, hace surgir un mundo de la nada. Desde el inicio mismo del pensar no reconoce límite alguno: su libertad es, estrictamente hablando, creadora.

Ahora bien, ¿la izquierda propone algo distinto? Coincido con el filósofo francés Jean-Claude Micheá en el sentido de que la izquierda, de un tiempo a esta parte, se ha apropiado de la receta del liberalismo político-cultural. Este último es esencialmente transgresor: el liberalismo político propone el avance ilimitado de los derechos en detrimento de todo deber, y el liberalismo cultural, por su parte, enarbola la bandera de la liberalización total de las costumbres.

La izquierda, entonces, ha convenido con el liberalismo en torno al principio que los ha fundado. Creyendo que transitaban distintas sendas, al final del camino se han reencontrado y han descubierto (quizás con bastante decepción) que eran lo mismo.

Pero entonces, ¿cómo puede sostenerse que existan un ‘liberalismo conservador’ o una ‘izquierda conservadora’? Hablar en estos términos equivaldría a sostener un verdadero oxímoron.

Pues bien: en nuestros días, algunos integrantes de la izquierda se alarman ante una izquierda que ha perdido todo protagonismo por cuanto defiende lo que se denomina el pensamiento ‘políticamente correcto’. Por su parte, el espíritu revolucionario que era privativo de la izquierda habría sido birlado por la derecha liberal que se rebela contra el statu quo y propone su transformación.

CONSIDERACIONES FINALES

A esta altura cabe preguntarse si resulta posible, como lo pretenden algunos liberales y otros tantos de izquierda, asumir una cierta forma de ‘conservadurismo’ frente a la actual cultura.

Es decir, frente a un liberalismo político que se ordena al más absoluto narcisismo, y ante un liberalismo cultural que no deja en pie ningún valor sobre el cual fundar la vida individual y colectiva, ¿pueden preservarse algunos valores fundamentales para poder vivir decentemente? ¿Puede la izquierda emprender una tarea semejante cuando sistemáticamente se ha encargado de destruir todo lo que encuentra a su paso?

Resultará imposible, para ambos bandos, la operación que pretenden llevar adelante si no ponen en cuestión el principio sobre el que se asientan.

Salir del atolladero en el que nos encontramos exige re-pensar aquel punto de partida que, de modo grandilocuente, ha venido prometiendo la liberación: la emancipación del hombre. Este acto fallido no podía generar sino una cultura malograda: un proyecto que iba a terminar, de un modo necesario, abrazando el narcisismo profetizado por Max Stirner en “El Único y su propiedad”.

Sucede que un error inicial se convierte en un gran error terminal. Y cuando se ha comenzado rompiendo el límite no se termina más que desbordado. Y sin bordes, no me puede conocer ni reconocer. Consecuentemente, nos encontraremos incapacitados para realizar acciones libres, conformes a nuestro ser, que nos permitan edificarnos.

* Doctor en Filosofía de la Universidad Católica de Córdoba.

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