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En el 42° aniversario del fin de la Batalla de Puerto Argentino.
Por Christian Viña *
Dios, Padre Providente, es mencionado casi 250 veces en toda la Biblia como el Señor de los Ejércitos. Desde esa omnipotente paternidad, nos llama a ejercitarnos en las virtudes cristianas, como medios firmes hacia la Patria Celestial. Una de ellas, hoy casi ausente (cf. “Siete virtudes olvidadas”, del padre Alfredo Sáenz), por la embestida del globalismo antinaciones, es el patriotismo. Nuestro genial padre Castellani nos recuerda que “amar la Patria es el amor primero. Y es el postrero amor después de Dios. Si es crucificado y verdadero, ya son un solo amor, ya no son dos”.
Nuestra Gesta de Malvinas constituye, con ese contexto, un acontecimiento fundamental en la lucha argentina por defender nuestra fe católica, frente a la herejía, la apostasía y el imperialismo inglés. Y para que podamos seguir anunciando el Evangelio en español; el idioma que llegó, gracias a la Iglesia, a medio mundo.
Por eso se afirma también que “Malvinas fue la última carga de la caballería hispano-católica contra el Nuevo Orden Mundial”.
EL PADRE DOMINGO
Perdimos, en efecto, el 14 de junio de 1982, la Batalla de Puerto Argentino. Pero el combate que se libra, con epicentro en nuestro archipiélago, por Dios, y por la Patria, continúa por distintos medios. Y uno de ellos es la guerra encarnizada contra el olvido de nuestros héroes; entre los cuales está el padre Domingo Rènaudiere de Paulis (OP), uno de los 21 capellanes –en el caso de él, como voluntario- que participaron de la Operación Virgen del Rosario, en nuestras Islas australes.
Nacido en la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, en la fiesta de la Transfiguración del Señor, el 6 de agosto de 1924, como tantos otros millones de argentinos, en aquellos días gloriosos, le dijo “¡aquí estoy!” a la Patria; y marchó a Malvinas, con casi 58 años. Y allí, en la región más entrañable de nuestra Argentina, escribió su “Diario de Malvinas”, entre trinchera y trinchera.
Teólogo, filósofo, y escritor de fuste, como era, dejó plasmada para siempre en él, la hondura de su amor por Jesucristo, la Virgen Santísima, y la “Patria en que vivimos, como un anuncio de la celestial”.
Esta obra, gracias a Dios, puede encontrarse en su versión digital en el sitio Traditio Spiritualis Sacri Ordinis Praedicatorum; que, con lucidez, coraje y sacrificios de todo tipo, mantiene y actualiza su hermano de Orden, fray Guido Casillo, OP.
Para que no queden dudas, el propio padre Domingo, con fecha 7 de mayo de 1982, aclara que “este diario será el escándalo de los débiles, como lo es toda la revelación y, sobre todo, Cristo y su Evangelio”. Y al día siguiente, solemnidad de Nuestra Señora de Luján, agrega que “esto no es un Diario; lo llamo así para hablar como todos y pensar como pocos piensan. Así nos lo enseñó a los Dominicos Santo Tomás de Aquino. Es como un Diario interior: de ideas y de iluminaciones y de noches”.
Efectivamente, bien lejos está la obra de ser un detallado “parte de guerra”; las muy escasas, y puntuales referencias a concretas acciones militares, solo dan pie para encontrarles su sentido trascendente.
En su tapa se encuentra la imagen de Nuestra Señora del Rosario de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, a cuyo pie se lee: “A ella acudieron los defensores de la ciudad cuando se produjeron las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Y nuevamente recurrimos a ella después del 2 de abril, iniciando el rezo permanente del Santo Rosario para lograr la paz justa luego de la recuperación de nuestro archipiélago. Por eso también se convirtió en símbolo de la reconquista de las Islas Malvinas”. Obviamente, no había internet ni ordenadores portátiles. El “Diario” está mecanografiado; o sea, quedó para la posteridad gracias a una vieja máquina de escribir.
EL DIARIO
Cronológicamente comienza con el vuelo que llevó al padre de Trelew a Comodoro Rivadavia, en Chubut, el 26 de abril de 1982. Y allí, con la hondura teológica del sabio, y las agallas del guerrero, escribe: “Me entrego a la Virgen Santísima. Ella me dará la gracia de la batalla sagrada”. E, inmediatamente, da el fundamento espiritual del combate: “Nuestra lucha es contra los oscuros espíritus de los aires; todo está movido por los ángeles. Y la batalla en la tierra es un espejo de las batallas celestes. Así son los ejércitos: los ángeles de Dios que nos defienden de las huestes de Satán, el ángel que es Lucifer… Inglaterra que tuvo la verdadera luz, tiene hoy la fuerza luciferina. La tiene desde las horas oscuras de los Tudor. Y busca arrojarse otra vez sobre nosotros. Es la batalla teológica”.
El 27 de abril lo encontramos, decididamente, velando las armas: “Esperamos, acaso esta noche, la batalla. El día es bello, casi calmo. Todo anuncia la muerte santa. La belleza que prepara la otra forma, el otro ropaje nupcial en las mortajas de la muerte. Estamos dispuestos. Nada detendrá la soberbia de los tristes hijos de Inglaterra. Ya no es la gozosa, la alegre Inglaterra, que deseaba en su gemido Chesterton”.
SOBRE PASTORES Y SOLDADOS
Realista, como buen hijo de Santo Domingo de Guzmán, y hermano de Santo Tomás de Aquino, el 29 de abril, no oculta sus preocupaciones: “Mi temor es a algunos pastores y a los propios oficiales de las fuerzas armadas; porque despojados algunos obispos sin sabiduría y sin fortaleza del sentido purificador de la muerte y, enflaquecidos ellos, los militares, faltos de valor y envueltos por la lujuria, verán la muerte como una matanza inútil; no le verán el rostro de belleza mística que tiene en la muerte de Cristo y no tocarán con sus manos frías o afiebradas por la carne de las fornicaciones, más que la horribilidad de la muerte y no el morir de la sangre por el Reino de Cristo Rey. Ésta será la gran traición; por eso vine a estas islas: quiero ver en mi carne la santa muerte de las batallas de Dios”.
El 30 de abril, en la memoria del gran dominico San Pío V, lo vemos especialmente abandonado en la Divina Providencia: “Que el Señor Jesús nos haga llegar a su Reino, con la victoria de la batalla o la victoria de la muerte. La guerra ha comenzado. La Virgen Generala nos conduce. Todo se hace bajo la protección del Rosario… Yo soy acaso el único capellán voluntario, no militar, en las Malvinas… Aún derrotados en la guerra, ganaremos nuestra Patria por la muerte santa”.
Y, a pocos días, el 4 de mayo, enfatiza: “Esperamos la batalla. Nada sabemos. Es mejor. Las últimas noticias siempre se leen en el Apocalipsis de San Juan. Como no tenemos Patmos tenemos Malvinas. Son las islas de la Visión y de la Revelación. De la gran Teofanía. Aquí se padece, por gracia de Dios. Inglaterra está vencida, aunque gane y retome el archipiélago… Qué hermoso esperar la batalla santa frente a la herejía, al ocaso de los ingleses, que son el símbolo de la muerte de Europa y de la civilización europea; o, acaso, de una civilización sin cultura real. El cultus va hacia lo divino. Lo divino muere en Europa; y esa muerte en las logias”.
A las 15.20, del viernes 7 de mayo, lo encontramos nuevamente, hablando claro y sin vueltas: “Se habla de tregua, de cese de fuego. Se habla de todo; menos de la muerte y de la gloria del Rey de la Pascua… Comprendo la humillación de la soberbia Corona real y corona eclesiástica inglesas. La Reina, con su doble poder real y religioso, ha sido humillada por una nación y un ejército católicos”.
“GUERRA JUSTA”
El 11 de mayo, en un análisis que cobra en este 2024 una enorme actualidad, frente a tantos “pacifismos” de innobles raíces, apunta: “No sólo la guerra defensiva es justa sino la misma guerra ofensiva. Santo Tomás no habla de la justa guerra sólo como guerra defensiva, sino como toda forma de guerra, tanto ofensiva como defensiva; por otra parte, en toda guerra, hay aspectos ofensivos y otros defensivos… Ésta es la guerra justa contra la paz injusta. Ésta es la lucha sagrada”.
Un día después, en franca batalla, y con el marco de continentales diplomacias, exclama: “Oh, muerte sagrada. Mientras nuestros jóvenes se pudren en los pozos de turba, y de lodo, y se pudre su ropa, los hijos de la bastardía pactan… ¿Volveremos a perder las Malvinas? Las Malvinas no son islas, son la Patria humillada y todavía bella. Los arquetipos son celestes; desde la Patria de la Trinidad Santísima, desde el centro de la beatitud hasta este viento de soledad y de esperanza”. Y anticipando, ya entonces, lo que dirían, durante décadas, los desmalvinizadores, aclara: “Es verdad que los buenos señores militares han previsto poco; pero es más cierto y hondo que han reconquistado las islas bendecidas por los vientos y la llovizna de los mares. No importa la conciencia que tengan de esta batalla de Dios; nosotros somos instrumentos del poder de Dios… Así, esta guerra, tiene su sentido de cruzada sagrada, cuando, dejándola en su corteza amarga, entramos en la dulzura abismal de su oscuridad teológica. Ésta es la noche. Avanzan las banderas del Rey; avanzan las sombras de las encendidas albas de la oscuridad de Dios. Esto es lo que debemos saber, lo que tendremos que decir, en la victoria o en la derrota”.
A las 10.20, del 21 de mayo, lo vemos una vez más en su intacta estirpe sacerdotal: “He terminado de decir mi Misa Santa; el Altar es mi campo de batalla. Ya se lucha detrás de estas colinas y monte. La flota rodea el Archipiélago. Se lucha en la batalla sagrada. Yo he luchado con el Ángel en la Misa Santa. Y he vencido”.
El 1° de junio, en uno de los párrafos más irónicos del trabajo, vemos una vez más sus múltiples recursos: “Señor y Dios nuestro, danos la victoria sagrada que purifique la Patria de peronistas y radicales para siempre. Amén. ¿Por qué se llamarán radicales estos paniaguados?”. Deja constancia, también, de su admiración por quien se constituyó en uno de los protagonistas de la Gesta: “El Teniente Coronel Seineldín es un militar puro; casi una excepción de generosidad y de pureza; es un militar de la estirpe de los caballeros. Y no quiere ser otra cosa”.
TRINFO DE LA PATRIA ENTRE NIEBLAS
El fatídico 14 de junio, en el final de la Batalla de Puerto Argentino, afirma: “Islas bienamadas, la sangre de nuestros soldados os ha iluminado para siempre; ahora sois más argentinas que nunca. El triunfo o la derrota será un bien gozoso”. Y, al día siguiente, muestra la consecución del fin, por encima de los parciales resultados: “Ha llegado la hora de la rendición: hemos triunfado. Se ha perdido esta lucha, pero ha triunfado la Patria entre nieblas”.
El 18 de junio, proféticamente, casi describiendo con detalles lo que debimos soportar durante décadas, desde el entreguismo, el despojo, y el resentimiento sectario, azuzado desde las logias, escribe categórico: “La derrota en Malvinas es un triunfo secreto, ahora cubierto por la humillación. Aquí hemos padecido; pero no ha terminado esta lucha sagrada… todos hablarán de la muerte y de la batalla porque solo veían la terribilidad de ella y su dolor atroz, pero pocos, pocos hablarán de la muerte santa y expiatoria, que es la muerte del soldado. Como siempre se mostrará un aspecto no propio y formal, sino común y material de la muerte en batalla”.
Ya en la bonaerense Bella Vista, luego de ser devuelto al continente, como “prisionero de guerra”, por los ingleses, describe: “Mi mayor sufrimiento es el reencuentro con las palabras perdidas; se ve que interesa el tema exorbitado de lo político–social. Esta grandilocuencia huera sobre lo socio–político es una forma de la apostasía católica: no se habla de Dios, no se habla de guardar la integridad teologal de la fe y de sus dogmas; no se habla de la destrucción teológica dentro y desde dentro de la Iglesia; no se busca el Reino de Dios, de la fe contemplativa; por el contrario, todo es hablar de lo social, de los jóvenes; y ahora, de la sangre y vida de nuestros jóvenes… La primera sangre derramada de nuestros jóvenes es lo que les mana a borbotones”.
Las palabras finales de su obra, escritas el 22 de junio, sintetizan su clarividencia para anticipar lo que una sociedad manipulada por la politiquería, y altamente ingrata consumaría inmediatamente después: “Esto es un diario de guerra; de guerra, es decir escrito con las llagas y la espada… Y aquí está toda esta melancolía casi sagrada que nos hace llorar y danzar en alabanza a Dios por nuestra Patria humillada y todavía malherida… La otra batalla que yo presentía, la gran lucha que tardará en terminar, ha comenzado de nuevo”.
Efectivamente, cada día es un 2 de Abril; en el que comienza, de nuevo nuestro combate por recuperar nuestra dignidad. Por eso, no nos derrotaron hace 42 años las fuerzas piratas del imperialismo inglés; ni tampoco nos vencieron los que, desde adentro, haciendo alarde de supuestas “décadas ganadas”, nos sumieron en décadas saqueadas, con la mayor decadencia religiosa, moral, cultural, económica y social que conociera nuestra Nación en sus cinco siglos de vida.
Escribe Sebastián Sánchez, en su libro “El Altar y la Guerra. Los capellanes de la Gesta de Malvinas” (Grupo “Argentinidad”. 2022), que “a los capellanes de Malvinas les sucedió algo análogo con lo acaecido al resto de los veteranos: fue conveniente ocultarlos, pues se los asoció con un hecho que era menester olvidar: no sólo Malvinas sino la cuestión –de suyo políticamente incorrecta- de recordar cómo la Iglesia argentina contribuyó a través de sus sacerdotes en la concreción de una guerra justa”.
No escapó el padre Domingo, tampoco, a la propia marginación dentro de su amada Orden. Providencialmente, fue otro hermano dominico, el padre Aníbal Fósbery, quien le dio su hospitalidad en FASTA; y allí contribuyó, con su testimonio, especialmente frente a sacerdotes y seminaristas, a mantener viva la llama malvinense.
Con casi 80 años, el 13 de febrero de 2004, el padre Domingo falleció en San Miguel de Tucumán; en la capital de la bella provincia homónima, conocida como “Jardín de la República”. Y en la que, providencialmente, tuvo lugar la Declaración de la Independencia, el 9 de julio de 1816; y, a partir de febrero de 1975, el “Operativo Independencia”, para combatir a las fuerzas terroristas allí establecidas.
En aquella noble tierra entregó su alma al Creador; quien, durante ocho décadas, cumplió con lo que recuerda el libro de Job: “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra” (Job 7, 1).
GRANITO DE ARENA
Quise en este aniversario de junio rendirle, pues, este homenaje. Para contribuir, al menos con un granito de arena, a rescatar del olvido intencional y culpable, su figura; y, simbolizada en él, la de los demás soldados (capellanes y miembros de las Fuerzas Armadas), que no se guardaron nada en su entrega al Señor y a la Patria.
Y que, obviamente, constituyen una “incorrección política” en estos tiempos de tibieza, pusilanimidad y apostasía estruendosa.
Gracias, querido padre Domingo, por tu vida entregada. Gracias por enseñarnos a empezar, nuevamente, cada día. Y por hacernos ver que la Victoria definitiva, la de Cristo Rey, más allá del silencio, o del fragor de las armas, está absolutamente garantizada.
* Periodista y sacerdote.
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