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Hoy, 1 de abril, conmemoramos el octogésimo sexto aniversario del Día de la Victoria. Una fecha vilipendiada por los amnésicos de siempre, pero que sigue siendo, para quienes amamos la fe y la patria, el símbolo de una España rescatada del abismo.

En esta fecha de 1939, cesaban oficialmente las hostilidades de la Cruzada de Liberación, y comenzaba un proceso de restauración espiritual y moral, tras años de persecución religiosa y crimen revolucionario.

Ese mismo mes, el día 16 de abril, el Papa Pío XII se dirigía a los fieles de la Católica España con un mensaje que aún hoy resuena con fuerza y claridad. Recogido en el Acta Apostolicae Sedis, el radiomensaje del Santo Padre no fue una simple fórmula de cortesía, sino una auténtica proclamación del significado providencial de aquella victoria.

Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la Católica España», comenzaba el Pontífice, para expresar su «paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria», con la que Dios había coronado el heroísmo cristiano de un pueblo martirizado, pero fiel. No hubo tibieza en sus palabras: habló de “heroísmo cristiano probado en tantos y tan generosos sufrimientos”, y afirmó sin rodeos que España había sido “la Nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica”.

Pío XII no ignoraba el contexto: denunció la propaganda del ateísmo materialista que quiso hacer de España un “experimento supremo de las fuerzas disolventes”, pero reconoció la intervención divina que permitió, al menos, que el mundo viera los efectos de una sociedad que abandona la ley de Dios: destrucción, discordia y persecución religiosa.

La victoria española, según el Papa, fue fruto del “nobilísimo espíritu” del pueblo, su generosidad y franqueza, y la firme decisión de alzarse en defensa de “los ideales de fe y civilización cristianas”. Era, decía, una victoria del orden sobre el caos, de la fe sobre la impiedad, del perdón sobre el odio.

No faltó el llamado al perdón cristiano. El Papa exhortó a los pastores a “encaminar con paciencia y mansedumbre” a los engañados por la propaganda roja, para llevarlos al seno regenerador de la Iglesia y al “tierno regazo de la Patria”. Porque la paz, para que sea fecunda, debe apoyarse en la caridad y en la verdad.

Hoy, cuando muchos quieren reescribir la historia con la tinta ácida del resentimiento y el olvido, es deber de los católicos recordar lo que verdaderamente ocurrió. Y lo que ocurrió es que España fue salvada —sí, salvada— de una destrucción total por una insurrección heroica que contó, como señaló el Papa, con la asistencia de Dios. No por afán de revancha, sino por amor a la Verdad.

Y es que, como también dijo el Papa Pío XII: «No hay mayor prueba de amor que dar la vida por los amigos». Y muchos en España la dieron —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos—, sellando con su sangre un testimonio de fe que sigue siendo luz para nuestro tiempo.

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