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junto al leño de la Cruz.
¡Qué alta palabra de luz!
¡Qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección del callar doliente!
Tronaba el cielo rugiente.
La tierra se estremecía.
Bramaba el agua… María
estaba, sencillamente.
Palidecidas las rosas
de tus labios angustiados;
mustios los lirios morados
de tus mejillas llorosas;
recordando las gozosas
horas idas de Belén,
sin consuelo ya y sin bien
que tus soledades llene…
¡Miradla por donde viene,
hijas de Jerusalén!
Virgen de la Soledad:
rendido de gozos vanos,
en las rosas de tus manos
se ha muerto mi voluntad.
Cruzadas con humildad
en tu pecho sin aliento,
la mañana del portento,
tus manos fueron, Señora,
la primera cruz redentora:
la cruz del sometimiento.
Como tú te sometiste,
someterme yo querría:
para ir haciendo mi vía
con claro sol o noche triste.
Ejemplo santo nos diste
cuando, en la tarde deicida,
tu soledad dolorida
por los senderos mostrabas:
tocas de luto llevabas,
ojos de paloma herida.
La fruta de nuestro Bien
fue de tu llanto regada:
refugio fueron y almohada
tus rodillas, de su sien.
Otra vez, como en Belén,
tu falda cuna le hacía,
y sobre El tu amor volvía
a las angustias primeras…
Señora: si tú quisieras
contigo lo lloraría.
Por tu dolor sin testigos,
por tu llanto sin piedades,
Maestra de soledades,
enséñame a estar contigo.
Que al quedarte tú conmigo
partido ya de tu vera
el Hijo que en la madera
de la Santa Cruz dejaste,
yo sé que en ti lo encontraste
de una segunda manera.
Yo en mi alma, Madre, lavada
de las bajas suciedades,
a fuerza de soledades,
le estoy haciendo morada.
Prendida tengo y colgada
ya mi cámara de flores.
Y a husmear por los alcores
por si llega el peregrino
he soltado en mi camino
mis cinco perros mejores.
Quiero yo que el alma mía,
tenga, de sí vaciada,
su soledad preparada
para la gran compañía.
Con una nueva paz y alegría
quiero, por amor, tener
la vida muerta al placer
y muerta al mundo, de suerte
que cuando venga la muerte
le quede poco que hacer.
Pero en tanto que El asoma,
Señora, por las calladas,
-¡por tus tocas enlutadas
y tus ojos de paloma!-
recibe mi angustia y toma
en tus manos mi ansiedad.
Y séame, por piedad,
Señora del mayor duelo,
tu soledad sin consuelo,
consuelo en mi soledad.
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