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EL ESCRITOR FUE FUSILADO HACE 75 AÑOS ACUSADO DE COLABORACIONISTA

Simpatizante del fascismo y reaccionario convencido, el autor de “Poemas de Fresnes” fue una de las víctimas de las purgas desatadas tras la liberación de Francia. De Gaulle lo hizo ejecutar pese a los numerosos pedidos de clemencia.

POR SEBASTIAN SANCHEZ

“Hay que suponer que, al fin, el cielo se cansará de hacer milagros”.
Brasillach

Robert Brasillach fue un escritor católico nacido en 1909, en la ciudad de Perpiñán, en la Occitania, la región de habla francesa y catalana que alguna vez perteneció a España. Era pues, catalán de la Catalunya Nord.

Tenía apenas cinco años cuando su padre, un oficial de infantería, murió en combate en la Gran Guerra. No mucho después se radicó en Paris, para estudiar en la Escuela Normal Superior, y donde comenzó a frecuentar el ambiente político-intelectual del momento. Periodista, crítico de cine y poeta, pronto se acercó a Charles Maurras y su Action Francaise.

A mediados de los años “30, se declaró fascista.
Tras la Segunda Guerra Mundial, durante la que combatió por Francia y participó brevemente del Gobierno de Vichy, fue arrestado y enviado a la cárcel de Fresnes, acusado de “colaboracionista”. A pesar de los pedidos de clemencia, De Gaulle lo hizo fusilar el 6 de febrero de 1945, en el sórdido Fuerte de Montrouge.

OBRA Y POLITICA

Durante un tiempo Brasillach estudió filosofía, sin llegar a recibirse pues pronto empezó a escribir, ejerciendo el periodismo en varias publicaciones. En Action Francaise, el diario de Maurras, donde fue el más joven editor de la sección literaria, escribía junto a su cuñado Maurice Bardeche y Jacques Talagrand, que más tarde se haría célebre con el pseudónimo Thierry-Maulnier.

El contacto con el líder monárquico dejó en esos jóvenes una huella indeleble, más allá de ciertos distanciamientos finales.

Espectador incansable, Brasillach fue un entusiasta del teatro y el cine y a los 20 años escribió, junto a Bardeche, Histoire du Cinema que hoy sigue siendo un clásico de obligada consulta. Pero destacó sobre todo como novelista y poeta y escribió mucho, a pesar de su temprana muerte. Allí están algunos de sus libros: Presencia de Virgilio, El proceso a Juana de Arco, El hijo de la noche, Los cadetes del Alcázar -junto a Henri Massis-, Poemas. En la cárcel, en espera de la muerte, trazó Cartas escritas en prisión y los conmovedores Poemas de Fresnes. Luego de su muerte se publicaron algunos inéditos como El París de Balzac e Historia de la guerra de España, también en colaboración con Bardeche

.Es cierto que en 1934, conmovido por la llamada Manifestación de la Rue Royale, y admirado de los logros de los nuevos regímenes de Alemania e Italia, Brasillach se declaró fascista. Junto a Céline, Drieu La Rochelle y su inseparable Bardche, creyó que la adhesión a esas ideas haría posible una Nueva Europa, fiel a sus raíces.

“Francia nos dolía -dice Henri Massis, que tanto quiso a Robert- pero Europa no consentía que la olvidásemos. Veíamos comenzar una guerra religiosa que no iba a acabar nunca. Y descubríamos ya las primeras explosiones”.

No obstante, el fascismo de Brasillach fue más bien epidérmico pues ante todo fue un reaccionario que libró el buen combate contra el mundo moderno.

El cielo es cosa tuya, Señor: tu allí te entiendes.
La tierra es cosa nuestra: los hijos de los hombres
No sabemos de fiestas, de honores y de amores
Más altos que nosotros.

La batalla contra la Modernidad no le impidió a Robert alistarse en el Ejército Francés una vez desatada la Segunda Guerra Mundial. Se calzó así el único el uniforme de su vida, el de la infantería francesa, para defender a su patria. Entró en combate, pero pronto fue hecho prisionero y enviado a un campo de prisioneros alemán. ¡El, que poco después sería asesinado por colaboracionista, languideciendo en un campo de concentración mientras sus futuros acusadores democráticos departían con los jerarcas alemanes de la París ocupada!

LA CONJURA

Como quería Hemingway, al terminar la guerra, con la “Liberación”, París fue una fiesta. La fiesta de la turba humillando a las mujeres que habían tratado con alemanes; la de los maquis -auténticos o mitómanos- reclamando su tajada de los despojos; la de los aliados, devenidos en policía democrática y finalmente, sin contradicción alguna, la fiesta de los comunistas, socialistas republicanos y masones. Todos a una, realizaron la conjura de los “libertadores” que, amuchados en el Comité Francés de Liberación Nacional (remedo del jacobino Comité de Salvación Pública guillotinador) y el Comité Nacional de Escritores, llevó adelante la purga contra los “colaboracionistas”.

Así, a Maurras lo condenaron a muerte y al fin, conmutada la pena, lo dejaron morir en prisión. A Drieu La Rochelle no lo alcanzó la prisión sólo porque logró su cometido al tercer intento de suicidio. A Henri Béraud, premio Goncourt, la purga le endilgó una condena a muerte y cinco años de cárcel. A Sacha Guitry, célebre actor que mucho hizo por liberar prisioneros de manos alemanas, lo encerraron en una jaula del parque zoológico de París.

A otros la conjuración “resistente” les prohibió la palabra. Como a Paul Morand, escritor y diplomático de Vichy, que más tarde dio origen al movimiento de “les hussards”, profundamente antisartreanos. O Jean Anouilh, célebre autor de la Antígona moderna, que tanto empeño puso por salvar a Brasillach, y que debió exiliarse para siempre.

Y algunos otros fueron al paredón. El primero, Georges Suárez, por ser biógrafo de Pétain. Más tarde, Paul Chack, escritor de renombre y héroe de las dos guerras, pero anti-bolchevique impenitente. También al periodista Jean-Hérold-Paquis, que había combatido en España en la Bandera Juana de Arco. Y finalmente, Robert Brasillach.

Dice Massis: “Nosotros, sus primogénitos, que hubiésemos debido guardar su juventud, quizás no le hemos querido bien. Hoy no podemos ofrecerle más que nuestras lágrimas y nuestras oraciones”.

De sucia tierra y lágrimas, Señor, es nuestro barro.
Así, tu luz apenas llega al lugar del alma;
Y en el trance de irnos a tu lugar, llevamos
Nublada la pupila con las últimas lágrimas.

BRASILLACH DEBE MORIR 

Tras un tiempo oculto, decidió entregarse pues el Comité de Liberación Nacional detuvo a su madre, a su padrastro y a su hermana. Encadenado de pies y manos fue arrojado a un calabozo de la prisión de Fresnes.

Se acercan a mí todos los cautivos del mundo,
de este mundo total cercado con alambradas,
y pienso en la noche en que sus sombras se funden,
en que todos sus desacuerdos parecen hermanarse.

No bastaba la prisión. Para lograr su muerte, en un juicio paródico los conjurados se valieron de una foto en la que supuestamente Robert vestía uniforme de oficial alemán. No importó que no fuera él sino el conocido político Jacques Doriot. Bastó la falsía para condenarlo.

Perdónanos, Señor, que arrojados al fondo
De una cárcel, soñemos con las pobres riquezas
De este mundo: perdónanos que tu esperanza apenas
Nos valga; y viva y llore nuestro ayer con nosotros.

Ante la condena a muerte, Francois Mauriac elevó a De Gaulle una petición de clemencia, firmada por muchos intelectuales, como Daniel Rops, Paul Claudel, Gabriel Marcel, el mismo Albert Camus. Por otro lado, Picasso, Simone de Beavoir, Jean Paul Sartre y André Gide, se negaron a firmar, aduciendo “obediencia debida” al Partido Comunista. Era el mismo partido cuyo secretario general, Georges Marchais, fue trabajador voluntario en Alemania. El mismo Sartre, el de La náusea, que estrenó sus obras en Paris con el visto bueno del mando alemán. Abigarrados en el odio, vieron en Brasillach al enemigo por antonomasia, el que con su testimonio dejaba al desnudo su propia “colaboración”, el que representaba la suma de todos los obstáculos para la Revolución. Para ellos, en paráfrasis sartreana, “el infierno es el otro”.

Al fin, De Gaulle hizo caso omiso del pedido de clemencia y dictó la orden fusiladora. Al enemigo, ni perdón. Pero:

La obra de los malos nunca fue duradera:
Los ídolos de plata que sus manos alzaron
Derrumbaránse un día sobre sus pies de arena;
Y tragará la noche los sueños que soñaron.

El 6 de febrero de 1945, Robert Brasillach se enfrentó al pelotón de fusilamiento: “No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el mal gusto, céntrate en la broma. Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.

Afuera, la estulticia, chapoteando en los charcos
De nuestra sangre, anuncia con arrogante voz
La victoria del odio. Pero los cielos cantan:
¡Beati mundo corde, porque verán a Dios!

Brasillach murió exclamando: “¡Viva Francia, a pesar de todo!”.

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