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Instituto Superior Combate Mbororé

El 11 de marzo del año 1997 se lleva adelante la fundación de su primer instituto educativo, liderada por el licenciado Jorge Nelson Poma, quien inicia su función de representante legal.
El nombre elegido para el instituto fue el de “COMBATE DE MBORORÉ” debido a que las Misiones Jesuíticas del Guayrá fueron modelo de escuela en la educación del nativo Guaraní y de defensa del actual territorio contra los ataques de los Bandeirantes al tener militarizada cada una de las Misiones. El Combate de Mbororé fue uno de los ejemplos históricos más hábiles y de mayor trascendencia, ya que a partir de éste los Bandeirantes nunca volvieron a desarrollar ataques organizados en la actual Provincia de Misiones.
Para que el lector comprenda la importancia de la batalla de mborore es menester narrarla, así que a continuación citare un fragmento del libro la herencia misionera escrita por los historiadores Norberto Levinton y Esteban Snihur para entender de que se trató específicamente.
Una creciente del río Uruguay ocurrida en el mes de enero de 164l trajo por arrastre un gran número de canoas “… acabadas de escoplear para balsas y mucha flechería”, según el relato del P. Superior Claudio Ruyer. Ante la sospecha que la bandeira estaba aproximándose, el Padre Ruyer envió una fuerza de 2.000 guaraníes al Acaraguá .
El adiestramiento del ejército estuvo a manos de los hermanos Diego Torres, Juan Cárdenas y Antonio Bernal. Los jefes eran los caciques Ignacio Abiarû y Nicolás Ñeenguiru. Supervisor de la guerra: el Padre Pedro Romero.
Como allí no hallaron a ninguna fuerza portuguesa procedieron a destruir todo aquello que pudiera servirles de abastecimiento en caso de que llegaran. Al mismo tiempo, el P. Ruyer envió a los Padres Cristóbal Altamirano, Domingo de Salazar, Antonio de Alarcón y al Hermano Pedro de Sardoni, junto con un buen número de guaraníes, en una misión exploradora. Dice el relato del P. Superior al respecto: “… fueron los Padres y por el camino luego encontraron algunos cuerpos muertos y algunos daban muestras de haber muerto pocos días antes según estaban de frescos, gran cantidad de flechas, canoas que se cruzaban rodando y sobre todo encontraron más de diez o doce balsas hechas de unas cañas de la tierra que los indios llaman taquaras muy bien hechas y acabadas. Con esto los Padres discurrieron la cercanía del enemigo …”. En el trayecto llegaron hasta la misión exploradora algunos indios que habían huido de los bandeirantes. Estos informaron a los Padres acerca de aspectos tan importantes como el número, posición e intenciones del enemigo. Con información más certera sobre la situación, se dispuso el repliegue de los 2.000 guaraníes del Acaraguá hacia la base de Mbororé . Como ya hemos mencionado, al retirarse las tropas guaraníes del Acaraguá, una partida portuguesa llegó hasta el lugar, construyó empalizadas y luego se retiraron para reunirse con el grueso de la bandeira. Entonces una pequeña partida misionera se estableció nuevamente en el Acaraguá en misión de observación y centinela. El día 25 de febrero llegaron hasta el puesto de observación dos indios fugitivos de los portugueses. Llevados ante el P. Cristóbal Altamirano, le informaron con certeza del avance de la bandeira paulista. El P. Altamirano dispuso que partieran ocho canoas desde el Acaraguá, río arriba, en reconocimiento. A pocas horas de navegar, cuando amanecía y el sol comenzaba a elevarse sobre el horizonte, las ocho canoas de la avanzada misionera se encuentran frente a frente con la bandeira que silenciosamente venía bajando con la corriente del río con sus trescientas canoas y balsas pertrechadas. Inmediatamente seis canoas con ágiles remeros tupíes salieron en persecución de los misioneros, quienes comenzaron a replegarse velozmente hacia el Acaraguá. Al aproximarse al puesto de avanzada, los guaraníes recibieron refuerzos y las canoas bandeirantes debieron replegarse al ser atacadas con una descarga de arcabuces. El grueso de la tropa bandeirante, que no estaba lejos, según lo relata el P. Ruyer: “… por temor de alguna celada disparó toda su arcabucería; enarboló sus banderas; tocó sus cajas y entró por una tabla que hay de río por allí en forma de guerra”. Repentinamente, un gran aguacero se desplomó sobre el río y la selva, obligando a ambos grupos a buscar resguardo. Mientras algunos guaraníes permanecían en el cuartel del Acaraguá, el P. Altamirano, con otros indios, descendió hasta el cuartel de Mbororé para alertar sobre la presencia inmediata del enemigo. Durante la noche, momento en que el temporal se detuvo, los bandeirantes prepararon el asalto al puesto del Acaraguá. Al amanecer, cuando pretendieron ejecutarlo, fueron sorprendidos por los guaraníes bajo la dirección de Ignacio Abiarú. Doscientos cincuenta misioneros distribuidos en treinta canoas, enfrentaron en aguas del río Uruguay a más de cien canoas tripuladas por bandeirantes, frente al puesto del Acaraguá. Cuando la batalla naval llevaba ya más de dos horas, “… llegó el P. Altamirano –narra el P. Ruyer– animando de nuevo a los indios que alentándose de nuevo dieron sobre el enemigo y le hicieron huir infamemente más de ocho cuadras, y saltaron a tierra no queriendo pelear más, aunque le desafiaron e incitaron muchísimo los nuestros.” El P. Cristóbal Altamirano comprendió que atacar a la reducida avanzada de los portugueses en el Acaraguá no sería de gran provecho, ni aun cuando se obtuviera una victoria. Los misioneros buscaban una batalla total, en un sitio elegido inteligentemente. Ese sitio era Mbororé, una zona muy favorable para los misioneros, por estar establecido allí el cuartel y porque desde el lugar era posible una rápida comunicación con los pueblos, en caso de necesidad de suministros o de una eventual retirada. La elección del sitio de la espera no fue casual, “la vuelta de Mbororé” es un recodo del río Uruguay, cuyas orillas estaban cubiertas con una espesa selva en galería. Estar allí era flotar entre dos murallas vegetales, lo cual obligaría a los bandeirantes a una batalla frontal. Ante la retirada de las tropas misioneras hacia Mbororé, los bandeirantes se establecieron el 9 de marzo en el puesto del Acaraguá con la finalidad de abastecerse de comida y organizarse para el ataque a los pueblos. La situación se les tornó crítica, pues los guaraníes antes de retirarse habían destruido todo lo que les hubiese servido, incluyendo los cultivos que existían en las chacras de los alrededores. En el Mbororé durante los días 9 y 10 de marzo los Padres y los capitanes guaraníes se dedicaron a preparar a la fuerza de cuatro mil doscientos indios para la batalla final. Mientras que los Padres se dedicaron día y noche a confesar a todos los soldados, los Hermanos y capitanes caciques planificaban el ataque. El 11 de marzo los bandeirantes decidieron abandonar el Acaraguá y bajar hacia Mbororé. Probablemente intuían el peligro que les acechaba y se encontraban presa del miedo en una zona que no conocían bien, tan lejana de San Pablo. En dos oportunidades avanzaron por más de una legua por el río, para volver nuevamente al Acaraguá, por temor a una emboscada. Finalmente las 300 canoas y balsas avanzaron lentamente, dejándose llevar por la corriente del río. Sesenta canoas con cincuenta y siete arcabuces y mosquetes, comandadas por el capitán Ignacio Abiarú, los esperaban en el río, en Mbororé. En tierra, miles de indios se habían apostado con arcabuces, arcos y flechas, hondas, alfanjes, garrotes. A las dos de la tarde, dice el P. Ruyer, “…comenzó a descubrirse por una punta del río la armada enemiga, que venía ostentando su poder y arrogancia…”. Inmediatamente las canoas guaraníes se pusieron en formación de guerra. En medio del río Uruguay chocaron violentamente canoas y balsas, bajo una lluvia de flechas, piedras y tiros de arcabuces y mosquetes. Desde las empalizadas emplazadas en la orilla se disparaba también sobre el enemigo, en un juego de doble ataque, fluvial y terrestre. El resultado de la batalla prontamente fue favoreciendo a los guaraníes. Algunos portugueses arrimaban sus canoas a la costa y huían a la selva, otros arrojaban sus armas al río para que no cayeran en manos de los guaraníes y, tomando los remos, se apresuraban a retroceder. Una partida bandeirante dirigida por el Capitán Pedrozo bajó a tierra con el objetivo de atacar las empalizadas guaraníes, siendo repelido exitosamente. Con las últimas luces del día los bandeirantes retroceden en desorden, por el río y por la costa, hasta llegar en la noche a una chacra que había pertenecido a la reducción del Acaraguá, ubicada sobre la orilla derecha del Uruguay. Allí, en una loma, durante toda la noche se dedicaron a levantar empalizadas. Al amanecer del día siguiente, el 12 de marzo, los guaraníes se presentan ante la improvisada fortificación de los portugueses y los incitan a presentar batalla, pero éstos no salen. Luego de algunas horas de espera el jefe bandeirante, Manuel Pires, envió una carta a los Padres jesuitas. Solicitaba el cese de las hostilidades y pedía el diálogo, asegurando que venían en son de paz, únicamente a buscar noticias sobre algunos portugueses desaparecidos. La carta fue leída por los Padres y rota delante de las tropas guaraníes, determinándose en el acto el asalto a la empalizada bandeirante. Durante los días 12, 13, 14 y 15 de marzo los misioneros bombardearon continuamente la fortificación con cañones, arcabuces y mosquetes, tanto desde posiciones terrestres como fluviales, sin arriesgar un ataque directo. Sabían que los bandeirantes no tenían alimentos ni agua y que estaban totalmente aislados en su empalizada. Además, continuamente durante aquellos días, se producían deserciones de tupíes de las filas bandeirantes, los que se incorporaban a las fuerzas misioneras y suministraban información sobre la situación del enemigo. El día 16, a las once de la mañana, los portugueses mandaron en un pequeño bote con una banderita blanca otra carta pidiendo el cese del fuego y ofreciendo una rendición. Ésta también fue rota por los guaraníes. En un acto de desesperación los bandeirantes se lanzaron en sus canoas y balsas al río bajo una lluvia de municiones, flechas y piedras, dispuestos a remontarlo hasta las empalizadas del Acaraguá. La operación resultó un desastre, pues río arriba, en la desembocadura del Tabay, dos mil guaraníes los esperaban fortificados para impedirles la fuga. Cuando los bandeirantes llegaron al lugar comprendieron que se hallaban acorralados. Entonces mandan una tercera carta, flotando en una pequeña calabaza, la que los indios dejan pasar con la corriente del río sin recogerla. Comenzaron a surgir entonces, entre las huestes bandeirantes, las primeras disensiones respecto a lo que había que hacer. Las deserciones aumentaban, y el miedo y la desesperación ante el hecho inevitable de caer en manos de los guaraníes terminaron por quebrar la relativa cohesión que hasta aquél momento había mantenido la fuerza. Sin posibilidades de organizarse para presentar batalla, optaron por retroceder hasta el Acaraguá, ganar la costa derecha del río e internarse en el monte. Comenzó allí una cruel persecución por la selva. Los portugueses trataban de llegar hasta los saltos del Moconá, para desde allí alcanzar el campamento que habían dejado en la desembocadura del Apeteribí. Los misioneros no les dieron tregua en todo el trayecto. Miles murieron en el monte en manos de los guaraníes, y víctimas del hambre y de las fieras. La victoria había sido absoluta y aplastante. La derrota, para los bandeirantes, terrorífica. Finalizada la batalla, los misioneros rezaron una misa y un solemne Te Deum. La batalla de Mbororé cerraba un ciclo de la historia misionera y abría otro, el de la consolidación territorial de las misiones jesuíticas .

En coincidencia el Instituto fue fundado para otorgar una salida laboral al Soldado Voluntario y educación al Suboficial del Ejército que no tuvo oportunidades anteriores. Cabe destacar que es el primer Instituto de éste tipo en todo el territorio Nacional.
Esta nueva institución fue una apuesta innovadora, especialmente para los soldados o suboficiales, ya que anteriormente si se inscribían en una escuela común lo más probable era que quedasen libres debido a que los servicios de guardia o turnos exigidos durante el año escolar superaban ampliamente el régimen de equivalencia común. Por ello se otorgó un régimen de asistencia especial para militares y personas que trabajan en desventaja social. Esta nueva oferta educativa brindó una oportunidad a nuestros soldados y otros integrantes del Ejército principalmente y otras fuerzas posteriormente, sin antecedentes en todo el territorio Nacional.

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