Compartir
Cuando la guerra en Ucrania ya ha sobrepasado su segundo aniversario, el Parlamento Europeo y las elecciones presidenciales de Estados Unidos están en el horizonte.
La opinión pública europea debería poder influir más sobre su clase dirigente para que el apoyo a Ucrania no se realice en detrimento de los intereses nacionales de los socios de la UE.
Los europeos parecen pesimistas sobre las posibilidades de Ucrania de ganar la guerra, mientras que una mayoría piensa que terminará con algún tipo de acuerdo.
Se sentirían decepcionados si Donald Trump fuera reelegido, y muchos creen que su victoria también podría ser una victoria para Vladirmir Putin. En la mayoría de los Estados miembros, una pluralidad querría que Europa mantuviera su apoyo actual o lo aumentara, en caso de que Estados Unidos redujera su ayuda.
Los líderes de Ucrania y Europa necesitan ajustar su lenguaje y definir el significado de una “paz duradera” para evitar que Putin se aproveche de la fatiga de la guerra.
En este contexto, el Papa Francisco causó recientemente un gran revuelo con sus claras palabras sobre el llamado a la paz en el conflicto ruso-ucraniano. Recordando que “la negociación no es una rendición”, el Santo Padre, en este caso, se dirigió sobre todo a Kiev para pensar en una salida realista a una guerra que ahora parece estratégicamente congelada.
OTROS LÍDERES Y PENSADORES
No es frecuente que los teóricos de las relaciones internacionales ocupen un lugar central en el discurso público sobre asuntos de política exterior y de seguridad. John Mearsheimer lo hace con regularidad, aunque le gusta señalar que el establishment de la política exterior de Estados Unidos “no le escucha”, ni a él ni a otros realistas estructurales. Sin embargo, el análisis de Mearsheimer sobre las causas de la guerra rusa contra Ucrania ha atraído la atención mucho más allá de la academia y los think tanks de Washington.
Su argumento ha encontrado tanto detractores feroces como insólitos partidarios en todo el espectro político. Los opositores de extrema izquierda al imperialismo estadounidense se sienten reconfortados por su crítica a la ampliación de la OTAN, mientras que los seguidores del republicanismo de corte Make America Great Again quedan seducidos por los elementos aislacionistas y de “la fuerza hace el derecho” de su tesis. Muchos partidarios de la soberanía ucraniana han equiparado la tesis de Mearsheimer con una forma elaborada de racionalizar el derrotismo y hacer concesiones más aceptables; en esencia, forzar un acuerdo no deseado sobre los ucranianos que incluya el reconocimiento de las reclamaciones rusas sobre Crimea, posiblemente incluso sobre Donetsk y Lugansk.
En estas interpretaciones de Mearsheimer, los ucranianos no se ven tanto como un actor clave en el desarrollo de la tragedia, sino más bien como una desafortunada víctima de la política de las grandes potencias. El mismo rechazo reflexivo se aplica a otros argumentos promovidos por representantes de la realpolitik, como Henry Kissinger, o comentaristas anclados a la advertencia de George Kennan, en 1997, contra la expansión de la OTAN. (ver https://www.politicaexterior.com/articulo/ideas-ofensivas-ucrania-mearsheimer-y-los-limites-del-realismo/).
En estos días también corrió fuerte, en las redes, un video del candidato a presidente Robert Kennedy, hijo del senador Robert Kennedy y sobrino del expresidente John F. Kennedy, denunciando esta guerra en Ucrania, quien dijo: “Esta es una guerra que nunca debió haber ocurrido, es una guerra que los rusos intentaron resolver… lo principal era mantener la OTAN fuera de Ucrania… los grandes contratistas militares (como también lo advertimos en ‘La Prensa’) quieren añadir nuevos países a la OTAN todo el tiempo… ¿Por qué? Porque de esa forma ese país tiene que ajustar sus compras militares a las especificaciones de armas de la OTAN…” y sigue diciendo el candidato: “Le preguntaron a Mitch Mc Connell (es un político estadounidense afiliado al Partido Republicano que actualmente representa al estado de Kentucky en el Senado y es el líder de la minoría republicana): ¿podemos permitirnos gastar 113.000 millones de dólares en Ucrania?”.
Y este dijo: “No te preocupes, no se trata de Ucrania, se destinará a los fabricantes de defensa estadounidenses”. También nos dice Kennedy: “Todas las tierras agrícolas, el mayor y único importante activo de Europa, el granero de Europa, será entregado a las multinacionales”. Agrego para rematar: “¿Qué crees que están haciendo con esta guerra? tienen una estrategia muy antigua y la mantienen, nosotros en guerra unos contra otros”.
LA VOLUNTAD POPULAR
En general, existe una creciente propensión occidental a suministrar armas de largo alcance que permitirían a Kiev atacar objetivos en lo profundo del territorio ruso, aumentando los riesgos de una escalada del conflicto con Moscú.
Sin embargo, hay que decir que tales armas difícilmente cambiarían el destino de Ucrania. Por ejemplo, en el caso alemán, Berlín podría disponer como máximo de cien Taurus, capaces de impactar a una distancia de 500 kilómetros.
Por lo tanto, podrían potencialmente poner a Moscú bajo fuego. Pero su pequeño número significa que, aunque su uso para posibles ataques en territorio ruso sea extremadamente provocativo, no cambiaría el equilibrio general y, por lo tanto, no cambiaría el equilibrio general.
Como han señalado algunos expertos militares estadounidenses, lo que Ucrania realmente necesita son proyectiles de artillería y sistemas de defensa aérea contra misiles y drones rusos. Pero es precisamente este material el que la industria bélica occidental no puede producir en cantidades suficientes.
El aventurerismo occidental, por tanto, aumenta el riesgo de incidentes que podrían conducir a un choque directo con Rusia, sin por ello revertir la suerte de Kiev.
Para salvar a Ucrania, la búsqueda de un compromiso y acuerdo con Moscú sería mucho más útil, como también quisiera la mayoría de la opinión pública europea. Pero, como sabemos, en las “democracias” occidentales, los gobiernos rara vez actúan como intérpretes de la voluntad de sus respectivas poblaciones. Para tener un ejemplo, invito al lector a ver el cuadro-encuesta que acompaña esta nota.
No hay duda de que el Papa Francisco conoce esta realidad El Papa Francisco causó recientemente un gran revuelo con sus claras palabras sobre el llamado a la paz en el conflicto ruso-ucraniano. Con sus palabras le recordó a Kiev que era necesario y oportuno pensar en una salida realista a una guerra que ahora parece estratégicamente congelada.
El Santo Padre no cree en la inevitabilidad de una “Tercera Guerra Mundial fragmentada”, como definió la suma de crisis, escenarios complejos y guerras locales y regionales que se han multiplicado desde su elevación al trono papal en 2013. Jorge Mario Bergoglio, el Papa que llegó desde el fin del mundo, nunca tuvo la intención de ser el pontífice llamado a presenciar el fin del mundo tal como lo conocemos.
Se puede decir que hay continuidad con Juan Pablo II y Benedicto XVI en el frente del fortalecimiento de la doctrina social de la Iglesia, en la crítica a los excesos de la globalización y en la defensa de un mundo pacífico y fundado en el diálogo y el respeto entre los pueblos.
El Pontífice pidió a Vladimir Putin que “detenga, aunque sólo sea por amor a su pueblo, esta espiral de violencia y muerte”; y a Volodymyr Zelensky a “estar abiertos a propuestas de paz serias” y a todos los “protagonistas de la vida internacional y a los líderes políticos de las naciones”, con referencia implícita a Estados Unidos y China, “a hacer todo lo que esté en sus posibilidades para poner fin a la guerra en curso”. Palabras claras, que sólo una simplificación excesiva podría llevarnos a ignorar.
MANTENTE AL DÍA