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Por Juan Luis Gallardo

Salud, camarada de aquellas campañas
que nunca en mi vida yo habré de emprender;
salve, compañeros, en tierras extrañas
jamás formaremos al amanecer.

Acudo a tu encuentro, fiero babilonio,
guerrero fungible que no sé nombrar.
escucho tu grito sin voz, macedonio,
que con Alejandro quisiste marchar.

Te saludo, viejo soldado de Roma,
legionario amigo que no conocí,
te saludo al tiempo que aspiro el aroma
de los campamentos que no compartí

(olor de fogatas en las madrugadas,
cuando arden ramajes de roble y ciprés;
olor de correajes, de carnes asadas,
de sudor y sangre que exhala el arnés).

Porque nunca pude mojar mis sandalias
en el linde claro de aquel Rubicón,
te canto tribuno que fuiste a las Galias
sin que yo sentara plaza en tu legión.

Porque no hice guardia bajo las encinas
teutonas en noches de tensa quietud,
con un dulce vino de cepas latinas,
viejo legionario brindo a tu salud.

Salve, condestable, señores cruzados,
que miro cruzando sobre un terraplén,
flanqueado por frondas de olivos plateados,
hacia la conquista de Jerusalén.

No estuve con ellos, una cruz bermeja
no signó mi pecho ni mi pabellón;
la luz que en las armas sus rayos refleja
no alumbró mi paso por Tiro y Sidón.

Salud, caballeros, que no me contaban
peleando a su lado con porfiado afán
allá en Rocesvalles, mientras se apagaban
las notas del cuerno que sopló Roldán.

No surqué los mares llenos de misterio,
sirenas y endriagos en frágil galeón;
no fundé ciudades, no gané un Imperio,
ni busqué Eldorado con obstinación.

Saludo tu empresa, noble castellano,
saludo tu empresa por el Yucatán,
Perú y La Florida; te extiendo mi mano
que nunca estrechaste, señor Capitán.

Salud, veteranos de un Tercio de Flandes
a quienes no he visto la pica empuñar.
Salve, lansquenete, donde quiera que andes,
un desconocido te va a saludar

De la Vieja Guardia no fui granadero,
ni acampé en la nieve blanda de Moscú;
no crucé los Andes ni fui compañero
de otros granaderos, héroes en Maipú.

No tuvo jinete mi potranca zaina
que en las montoneras, sola, galopó.
Y un sable inactivo no dejó su vaina
mientras me esperaba, cuando Ituzaingó.

Te estoy saludando, milico sufrido,
que dejó sus huesos al pie de un caldén,
cansado por años de haber combatido
contra Baigorrita, Catriel o Pincén.

No formé en aquella Brigada Ligera
que cargó allá cerca de Sebastopol,
ni, ulano de Prusia, llevé mi bandera
por campos franceses bañados de sol.

La guerra más tarde surcó con su carro
la espalda de Europa, terrible, otra vez,
pero yo no estaba, cubierto de barro,
tras una alambrada tendida en Yprés.

Otro habrá llenado mi plaza vacante
en un submarino con rumbo a Estambul.
Y alguien en Toledo, Madrid o Alicante,
tiñó con su sangre mi camisa azul.

Tampoco me puse la boina encarnada
ni el escapulario de algún requeté;
no embarqué en un buque de la escuadra aliada
y un tanque germano jamás tripulé.

No fui kamikase ni en ardua conquista
sumé territorios al mapa nipón.
No vestí uniforme de paracaidista
francés en los turbios bares de Saigón.

No estuve en Corea, ni en las barricadas
de Argel se observaba mi blanco kepí.
Tampoco integraba las fuerzas blindadas
que ayer se enfrentaran en el Sinaí.

No alquilé mi armado brazo mercenario
a un Primer Ministro de frac y tam-tam,
no arrendé en el África mi fusil corsario
ni fui boina-verde vuelto de Viet Nam.

No hundí una fragata de la flota inglesa
gobernando el trueno rasante de un jet,
no estuve en Malvinas (¡y cuánto me pesa!),
no apunté cañones ni armé un Exocet.

Vaya mi saludo, guerreros ignotos,
soldados de siempre, que desde el confín
del tiempo cabalgan al son de remotos
tambores y alegres toques de clarín.

Salud, turbulentos ahijados del riesgo,
salud, cazadores de esquivo laurel;
rúbrica de sangre que atraviesa al sesgo
la Historia, grabada con duro cincel.

Les extiendo a todos esta mano mía,
de buen ciudadano, prudente y cortés,
mientras me pregunto si en su compañía
no hubiera temblado mi pulso burgués.

“Me educaron en que la vida era un pasaje rápido, que no era un lugar de descanso, era un lugar de sacrificio. Que para descansar era otro lugar que es el Reino de los Cielos.” Mohamed Alí Seineldín

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