Ya en vida Hugo Wast –seudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría- padeció lo que hoy conocemos como «cancelación»; o sea, las más variadas formas de proscripción, y hasta de aniquilamiento social, con que se combate a quienes no adhieren al «pensamiento único» del progresismo.

Christian Viña

El 28 de marzo de 1962 falleció, en Buenos Aires, el célebre escritor argentino Hugo Wast. «Murió en una jornada en la que no se sabía quién gobernaba», escribió el recordado periodista Juan Bautista Magaldi –quien presidiera el Instituto, que lleva su nombre-; en alusión al derrocamiento del entonces presidente argentino, Arturo Frondizi, que se produjo un día después. Sesenta años han pasado y hoy, tampoco, en Argentina, se sabe quién gobierna. O, mejor dicho, los que «gobiernan» son solo marionetas de los auténticos gobernantes que están entre bambalinas; al servicio del globalismo masónico, anticristiano y, en consecuencia, antihumano.

Recomiendo, vivamente, la lectura de sus Obras Completas; que, con elogiable esfuerzo, publicó la Fundación Gladius, en 2015. Son tres voluminosos libros; de los que, en nuestro país, suelen llamarse despectivamente ladrillos, por sus grandes dimensiones, y su presuntamente ardua lectura. Les he dicho siempre a mis alumnos –y hoy se los repito a los niños de Catequesis- que «no hay que tenerles miedo a los libros gordos, sino a los pecados gordos». Por lo demás, nunca mucho, costó poco…

En 1920 la Real Academia Española de Lengua otorgó el Premio Quinquenal a su obra «Valle Negro», como a la mejor producción literaria de Hispanoamérica. De él dijo Ricardo León, novelista y poeta español: Es argentino por su elegancia y finura; español por su sentido de la raza y de la lengua; universal por su genio creador. Por aquellos años, también, Julio Casares, miembro de la Real Academia Española, y autor del Diccionario Ideológico de la Lengua Española, escribió: Entre los libros que realmente responden al concepto tradicional de la novela, las obras de Hugo Wast figuran entre lo mejor que ha visto la luz últimamente en lengua castellana. Y el gran Miguel de Unamuno, enfatizó: He leído «Valle Negro» con el ánimo suspenso y volveré a leerlo, porque el interés que me despertó es el de un dramático juego de pasiones. Esta novela puede leerse en cualquier país y podrá leerse en cualquier tiempo. Su precisión y condensación la librarán de modas del gusto. Correspondiendo a esta manera de sentir y de entender la novela, es el estilo adecuado. Limpio, claro, preciso, sin contorsiones metafóricas, sin retorcimientos estilísticos a que ahora hay alguien tan aficionado.

Su tercera novela, Flor de durazno, publicada en 1911, tuvo un éxito notable. Y fue llevada –como otras de su autoría- al cine, en 1917; lo que marcó el debut del joven Carlos Gardel, en el séptimo arte. Entre sus obras más conocidas, además, figuran: Alegre; La casa de los cuervos; Desierto de piedra; La que no perdonó; El camino de las llamas; Lucía Miranda; Vocación de escritor; Las aventuras de Don Bosco; El Kahal; Oro; Juana Tabor, y 666.

Su obra fue traducida a todas las lenguas europeas; e, incluso, a casi desconocidas para nosotros, lenguas asiáticas. Un inmigrante esloveno, con varios mártires –asesinados por los comunistas- en su familia, siempre me cuenta con qué interés leía sus novelas, en su tierra natal; antes de emigrar a la Argentina. En buena medida, las odiseas de los personajes de nuestro autor, lo animaron en las horas más difíciles de su peregrinar.

El inolvidable padre Leonardo Castellani –otro de los grandes escritores argentinos enviados al ostracismo; hoy redescubierto gracias a que su obra se estudia en las universidades europeas, y porque tiene en Juan Manuel de Prada a uno de sus más entusiastas difusores-, en una carta a nuestro autor, sobre su libro Vocación de escritor, sostuvo: Siempre es valioso el libro de un hombre acerca de una cosa que sabe bien, aunque esté mal escrito; y éste está encima bien escrito. Bien escrito hasta la última minucia, hasta la propiedad del último verbo, la sobriedad de la última frase y el ahorro del último adjetivo: el adjetivo tentador y meretricio que nadie conocerá jamás porque usted lo tachó. «¡Desconfiad de los adjetivos!» –dijo Claudel-. De modo que el libro constituye, a más de un libro de memorias, una limpia lección de gramática magistral, que nos está haciendo falta urgente a muchísimos argentinos, ¡vive Cristo!, empezando por mí. El movimiento se demuestra andando.

Ya en vida Hugo Wast –seudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría- padeció lo que hoy conocemos como «cancelación»; o sea, las más variadas formas de proscripción, y hasta de aniquilamiento social, con que se combate a quienes no adhieren al «pensamiento único» del progresismo. Muchos de quienes lo descalifican e intentan –en vano, claro está- borrar su recuerdo de la faz de la Tierra, seguramente no han leído completamente siquiera alguno de sus libros. O lo hicieron con anteojeras ideológicas, y prejuicios de toda clase; para pretender encontrar supuestos resentimientos, fobias y otras reprobables conductas, en un artista al que nunca perdonaron su catolicismo convencido y militante. De modo particular lo cuestionan, sistemáticamente, porque en 1943, siendo Ministro de Justicia e Instrucción Pública, estableció la enseñanza de la religión en todas las escuelas públicas del país.

Después de su deceso esos ataques se multiplicaron: se quitó su nombre de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, de la que había sido su Director, durante un cuarto de siglo, y cuyo patrimonio logró triplicar; se allanaron y secuestraron ejemplares de sus libros en las librerías; y, por supuesto, ni remotamente son estudiadas sus obras en las cátedras de Literatura de los colegios secundarios, ni tampoco en las carreras terciarias o universitarias, en Letras. Se llegó, incluso, en noviembre de 2002, por iniciativa de concejales de La Plata, a repudiar la exhibición de su obra en la IV Exposición del Libro Católico, de la Plata. En una declaración titulada: Tormenta en un vaso de agua, el entonces arzobispo platense, Mons. Héctor Aguer, escribió: Me permito sospechar que los «vecinos» denunciantes y los ediles que impusieron el sambenito de antisemita a «El Kahal – Oro» no pasaron del prólogo en su lectura del libro. Porque esta novela en dos tomos debe interpretarse; en realidad, como un elogio del auténtico judaísmo, y expresa un conmovedor reconocimiento de la marca sagrada impresa por Dios en el pueblo que él eligió para preparar la aparición del Mesías y la redención de la humanidad. Ésta es la razón por la cual la obra, traducida a muchos idiomas, no pudo ser editada en la Alemania nazi: precisamente porque no profesaba el racismo antisemita. La versión alemana realizada por el Dr. J. Würschmidt debía ser impresa por la Holle & Co. Verlag, de Berlín; las tratativas demoraron varios años a causa de las objeciones interpuestas por las autoridades del Tercer Reich. En 1939 éstas comunicaron su veto inapelable argumentando que la novela ofrecía un enfoque religioso del pueblo judío, lo cual –según la ideología nazi– constituía una falsificación, ya que no contemplaba al judaísmo como una cuestión de raza.

Por su parte, Inés Futten de Cassagne, de la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas de Argentina, escribió: No resiste un análisis serio la acusación de antisemitismo contra Hugo Wast, quien adoró hasta su último día a su Señor y Salvador Jesucristo (hebreo en su naturaleza humana), y veneró a su Santísima Madre, la Virgen María (nuestra dulcísima doncella judía) y perseveró en su devoción a todos los primeros santos y mártires cristianos (casi todos ellos judíos)… Hugo Wast no profesaba enemistad hacia los judíos –como sus detractores señalan- porque esto es inaceptable para un católico… Tampoco era «nazi» porque «El Kahal – Oro» fue prohibido en la Alemania nacionalsocialista.

Nuestro propio autor deja constancia, por ejemplo, en el comienzo de su libro 666 de sus motivaciones más hondas: Las aplicaciones de algunos pasajes de las Sagradas Escrituras, presentados como visiones del futuro en esta novela, son puramente imaginarias. El autor no las ofrece como interpretación de dichos pasajes, y en todo caso somete incondicionalmente sus opiniones al juicio oficial de Nuestra Santa Madre Iglesia, dispuesto a corregir lo que ella señale y a cortar lo que ella corte (Buenos Aires, 28 de marzo de 1942). ¡Cuánto echamos de menos esta profesión de fe; en estos tiempos de heterodoxia abundante…!

Tomamos, a propósito, de 666, una expresión que bien podría haber sido escrita hoy: No tenemos ejército y lo peor es que no tenemos espíritu, no ya de guerreros, pero ni siquiera de argentinos. Se ha insuflado en el pueblo una vocación politiquera y antimilitarista. Se pasan los años debatiendo minucias, como les ocurría a los bizantinos del siglo XV, que discutían de gramática y de teología en los momentos en que Mahoma II estaba socavando las murallas de Constantinopla y metiendo su escuadra en el Bósforo. La decadencia nacional no es nueva. Lo más triste es que ahora ha sido institucionalizada por gobernantes serviles al mundialismo; que, por ideología, inoperancia, desidia y corrupción solo buscan multiplicar los ignorantes, y los pobres.

Hace unos años no pude evitar escandalizarme ante la respuesta que me dio una profesora de Literatura, de un colegio secundario, cuando le pregunté si los adolescentes leían el Poema del Mio Cid, o el Martín Fierro. La respuesta fue: No, padre. Porque, ¿qué tienen para decirles a los jóvenes de hoy? Claro, a la llamada generación de cristal, solo se la envenena con novelas eróticas, o pasquines escritos por ex guerrilleros, hoy devenidos en personalidades de la cultura; y perversos de todo pelaje. ¿Será porque es peligroso presentarles, a quienes se perfilan como los nuevos esclavos del siglo XXI, luminosos testimonios de fe, heroísmo, santidad, nobleza, patriotismo, amor a la familia; y espíritu de sacrificio y de superación? Hoy ya se afirma que, en 2050 –por la nefasta Agenda 2030, y otras imposiciones del globalismo-, las naciones alineadas con el mundialismo se estructurarán sobre inteligencia artificial y digitalización. Cada uno de nuestros movimientos será totalitariamente controlado. No podremos elegir absolutamente nada: ni cómo trabajar, ni estudiar y ni siquiera cómo alimentarnos. Los cuatro o cinco magnates que manejen el mundo buscarán barrer con lo que quede de civilización; claro está, ¡en nombre de la libertad, y el cuidado de nuestra salud!…

Se ha revelado, en estas horas, que niños de nuestra provincia patagónica de Chubut, por los efectos de la plandemia, y las huelgas docentes, han perdido, literalmente, ¡sus cinco últimos años de clase! Muchos de ellos llegan al fin de la escuela primaria no solo sin saber leer ni escribir; en no pocos casos, ni siquiera saben tomar un lápiz, entre sus manos…

Lo que sucede allí, sin embargo, no es exclusivo de esa querida región austral. Se repite en toda la geografía argentina; con la multiplicación de miles y miles de niños analfabetos, o semianalfabetos. Y, en el colmo de los desvaríos, se procura que solo emitan sonidos guturales, al compás de intérpretes musicales nada elegantes; que solo exaltan la cosificación de varones y mujeres, la promiscuidad, y hasta la promoción de las drogas, y diversas formas de violencia.

Lejísimos quedaron los tiempos en que se hablaba de formarse para tener un pensamiento crítico; hoy, ni siquiera, se ponen las bases para que la gente piense. Es lo que se busca desde las más altas esferas: un pueblo embrutecido, para ser manejado al antojo de los poderosos.

Uno de los mayores elogios que se hizo de Hugo Wast fue: Jamás escribió algo de lo que pudiera avergonzarse ante sus hijos. ¿Podemos permitirnos, con este contexto, la «cancelación» de escritores como él; y otros de su linaje? ¿No llegó la hora de apelar a lo mejor de nuestra inteligencia para construir, en serio, un país justo, libre y soberano? Razones no nos faltan para ser – solo con una mirada natural-, poco optimistas, con estos niveles de degradación. Nos queda, de cualquier modo, la certeza de saber que los buenos libros triunfan sobre la «cancelación». Porque están fuera del alcance de cuanto tiranuelo, o aspirante a serlo, ande dando vueltas por ahí. Y porque, desde algún rincón del prefabricado olvido, siempre irradian fulgentes rayos de la Verdad que nos hace libres (Jn 8, 32).

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