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Discípulo del padre Osvaldo Lira, SS.CC., quizá el más destacado, ha sido su continuador fidelísimo en la enseñanza del tomismo y la defensa de la Tradición católica hispánica
Ha fallecido en Linderos, a las afueras de Santiago de Chile, el filósofo chileno Juan Antonio Widow, miembro de número del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, a los ochenta y nueve años de edad.
Discípulo del padre Osvaldo Lira, SS.CC., quizá el más destacado, ha sido su continuador fidelísimo en la enseñanza del tomismo y la defensa de la Tradición católica hispánica. Catedrático de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad Adolfo Ibañez de Viña del Mar, fundó «Philosophica» en 1978, revista con tanto rigor como signo, dirigiéndola hasta 1999. Antes también había dirigido otra publicación, bien distinta en apariencia, aunque en el fondo quizá no tanto, «Tizona», de combate como su nombre indica y como evidenciaban sus artículos más breves e incisivos, pero por ello no menos serios. A una primera época fallida, en 1958, siguió la segunda que se extendió entre 1969 y 1975. Colaboraron en ella, entre otros, además de algunos destacados estudiosos chilenos, Rubén Calderón Bouchet, Alberto Falcionelli, Juan Vallet de Goytisolo y Francisco Elías de Tejada. Vallet ayudaría también económicamente a su sostén. Y Elías de Tejada estamparía en sus páginas una notable colaboración, en puertas del golpe militar de 1973, recordando la doctrina clásica de la Escolástica española sobre el derecho a la rebeldía contra la tiranía. Los dos primeros estaban más cerca, al otro lado de la cordillera, en Mendoza.
Juan Antonio Widow había sido antes becario del Instituto de Cultura Hispánica, doctorándose en la Universidad Complutense de Madrid el año 1968 con una tesis dirigida por Antonio Millán Puelles. Y nunca interrumpió su relación con la España peninsular, colaborando regularmente con la revista «Verbo» y asistiendo puntualmente a sus reuniones de los martes cuando se encontraba en Madrid. Recuerdo una ocasión, a principios de los años ochenta, en la que Vallet anunció su presencia a los contertulios que no le conocían. José Antonio García de Cortazar, a la sazón director nominal de «Verbo», no oyó bien y pregunto: —«¿Quién es este Widow, que me parece un tipo muy sólido?». La risa brotó franca cuando Vallet, señalándole, porque estaba sentado muy cerca, le respondió: —«Pues él mismo te lo puede explicar».
Participó en las II, III y V Jornadas Hispánicas de Derecho Natural, organizadas por la Fundación Elías de Tejada respectivamente en Córdoba, Guadalajara de la Nueva España y la Ciudad de Méjico los años 1998, 2009 y 2016. A partir de las IV su hijo, y discípulo, José Luis, profesor de filosofía en la Universidad Adolfo Ibañez, ha solido ocupar su puesto con frecuencia. Como otro de sus hijos, Felipe, también discípulo, que se doctoró siguiendo sus pasos en Madrid, ha colaborado en otras de las iniciativas del Consejo Felipe II.
Su obra escrita es cuidada y aguda. Cabe destacar tres de sus libros. «El hombre, animal político» (1984), parece un manual pedagógico de introducción a la política, pero en puridad resulta mucho más, un verdadero trabajo maduro y sistemático de filosofía de la política. Lo mismo puede decirse –en su orden– del «Curso de Metafísica» (2012). El trabajo más imponente es «La libertad y sus servidumbres» (2014). En él aprovechó los estudios de toda una vida, singularmente sobre Lutero, opuesto a Tomas de Aquino. Son de señalar también sus trabajos sobre filosofía de la economía, en particular sobre la usura, que recopilamos en un pequeño volumen de mi colección Prudentia Iuris bajo el título de «El cáncer de la economía: la usura» (2020).
Alto, adusto, siempre amable y con un punto de timidez, escuchaba más que hablaba. Conchita Lira, su mujer, tan vivaz como locuaz, le servía de contrapunto. De vez en cuando, sin embargo, lanzaba un dato o formulaba un juicio que sonaban apodícticos pero carecían siempre de la menor impostación. Recuerdo una ocasión en la que cenando a las afueras de Buenos Aires en casa de un común amigo, que se halla adornado de las cualidades opuestas a las de Juan Antonio, se suscitó una animada discusión a propósito del valor de las canonizaciones de los últimos pontificados. Juan Antonio, al final, se limitó a decirle: —«Tengo la impresión de que has dicho lo que has dicho porque yo había empezado diciendo lo contrario». Todos habíamos tenido la misma impresión, pero nos llamó la atención que fuera Juan Antonio quien lo observara y el modo, dulce e irónico, como lo hizo notar. El magistrado brasileño Ricardo Dip, también presente, me lo ha recordado muchas veces. Así como la sorpresa, no sólo mía, sino de sus hijos, cuando almorzando el año pasado en su casa de Linderos, donde residió los últimos tras dejar Viña, recordó que Alfredo Sánchez Bella le había facilitado una audiencia con el Cardenal Ottaviani para hablarle de la situación de la Iglesia en Chile. Nunca antes le habíamos oído mencionarlo. Y no era asunto menor.
A mi paso por Chile siempre lo visitaba. La primera vez, en 1996, un coche del Ejército me llevó a su parcela del Camino de Quintay, contigua a la del común amigo Gonzalo Ibáñez, donde almorcé con los dos matrimonios. Estuve después un par de ocasiones en su casa de Viña, una de ellas tras de la presentación de su libro homenaje, dirigido por su hijo José Luis, su discípulo Álvaro Pezoa y quien esto escribe: «Razón y Tradición. Estudios en honor de Juan Antonio Widow» (2011), del que tuve el honor de poner el título y redactar las palabras de presentación. Ahí estaba la otra parte de sus hijos que todavía no conocía. Después he vuelto a coincidir con algunos en distintas circunstancias. Pero, en el último decenio, y quizá más, quitando los dos años del Covid, no he dejado de ir a Linderos, donde he podido advertir año a año su señorío en el declinar. También, durante el decenio anterior, el primero de este siglo, lo vi anualmente en Buenos Aires, donde cita obligada era el almuerzo con Guido Soaje, también filósofo y con quien tenía gran amistad, en alguna casa de comidas cercana al Instituto de Filosofía Práctica. Una de esas ocasiones, tras haber cumplido con el rito, recibimos algunos días después la noticia preocupante de que Soaje había desaparecido y sus familiares en Alta Gracia no sabían nada de él. En realidad, no se había sentido bien y había sido ingresado en un hospital, pero –genio y figura– sin advertir a nadie.
Juan Antonio Widow fue también, junto con los relevantes historiadores Héctor Herrera y Julio Retamal, uno de los principales valedores del arzobispo Lefebvre en los primeros compases de su establecimiento en Chile. Luego, una discrepancia con ciertas decisiones ciertamente delicadas y discutibles de sus seguidores, le hicieron alejarse. Pero no de la misa y la doctrina tradicionales de la Iglesia.
Muertos todos mis maestros y amigos españoles de la generación fundacional de «Verbo» o de la Comunión Tradicionalista (Eugenio Vegas, Juan Vallet de Goytisolo, Rafael Gambra, Elías de Tejada, Álvaro d’Ors, Francisco Canals y Alberto Ruiz de Galarreta), así como sus coetáneos ultramarinos (de Federico Wilhelmsen a José Pedro Galvão de Sousa y de Osvaldo Lira a Rubén Calderón Bouchet y Patricio Randle) era quizá mi más antiguo amigo, junto con su coterráneo Gonzalo Ibáñez. Y, de este lado del Atlántico, Andrés y José Miguel Gambra, Paco Pepe Fernandez de la Cigoña o Estanislao Cantero. A él le dediqué mi libro «La Hispanidad como problema: historia, cultura y política» (2018).
Descanse en paz y reciban Conchita, sus hijos y sus nietos nuestro pésame más sentido.
Juan Antonio Widow nació en Valparaíso el 8 de septiembre de 1935 y ha fallecido en Linderos el 19 de diciembre de 2024.
Miguel Ayuso
MANTENTE AL DÍA