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In memoriam», sí, ya que este año -en agosto- se cumplirán 50 años de su muerte, pero también como homenaje y desagravio por las imprudentes, precipitadas e injustas declaraciones para desacreditar su insigne figura, expresadas en un reportaje[1] por quien, precisamente, más debería custodiar, con suma caridad, la buena fama de los sacerdotes. Sobre todo, si ya han partido de este mundo y son verdadero ejemplo para muchos católicos. Para honrar su recuerdo vayan, entonces, estas líneas escritas luego de su muerte.

«A todos se deben los presbíteros para comunicarles la verdad del Evangelio, de que gozan en el Señor… Ora públicamente predicando anuncien el misterio de Cristo a los que no creen, ora enseñen la catequesis cristiana o expliquen la doctrina de la Iglesia, ora se esfuercen en estudiar las cuestiones de su tiempo a la luz de Cristo, su misión es siempre no enseñar su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios e invitar a todos instantemente a la conversión y santidad». (Del Decreto «Presbyterorum Ordinis» del Concilio Vaticano II).

 El Padre Julio Meinvielle nos ha dejado. Su enjundioso artículo, publicado en el segundo número de nuestra Revista[2], resultó prácticamente su escrito póstumo. Ni siquiera tuvo tiempo de verlo impreso. Y así fue a modo de testamento, del que nosotros hemos venido a ser depositarios.

Hijo fidelísimo de la Santa Iglesia a la que sirvió con toda la fuerza de su inteligencia y con toda la generosidad de su corazón sacerdotal, el Padre Meinvielle fue por sobre todo y ante todo sacerdote. Obró como sacerdote, vivió como sacerdote y murió como sacerdote. Incluso su importante obra escrita, que para muchos es la dimensión central de su vida, debe verse tan sólo como un capítulo de su alma sacerdotal, centrada absolutamente en las cosas del orden sobrenatural y divino.

Su permanencia, durante 17 años, como párroco de Nuestra Señora de la Salud (en Versalles, barrio del oeste de la ciudad de Buenos Aires) fue una entrega incansable a su misión pastoral. La construcción de la gran iglesia parroquial y de ese formidable centro deportivo que es el Ateneo Popular de Versalles, son la expresión material del realismo con que se preocupaba por los hombres y las familias que dependían de su solicitud apostólica. Así de concreto y así de práctico era este sacerdote de libros y de principios.

El Padre Meinvielle fue devoto, como un niño, de la Santísima Virgen. La veneración a la Madre de Dios no era en él un mero agregado de la vida espiritual, sino que constituía la atmósfera misma de su vida de sacerdote. En la fidelidad mariana perseveró hasta el fin. La muerte lo encontró tomado del Santo Rosario.

Intelectual vigoroso, bien pudo decir: Nada humano me fue extraño. La economía, la política, la filosofía, la historia, todas las cosas del orden temporal fueron por él consideradas a la luz de la teología, a la luz de Dios, elaborando –y es uno de sus aportes principales– una rica doctrina teológica sobre la noción de Cristiandad. Y lo hizo sin formar escuela con opciones propias. Formó católicos, simplemente católicos, lo que señala su humildad intelectual.

Para Meinvielle, uno de los puntos centrales de su magisterio era la fidelidad al Magisterio de la Iglesia, particularmente al papal –al de ayer y al de hoy–, que conocía como pocos, y cuya autoridad defendió siempre y hasta sus últimas consecuencias.

Amó a nuestra Patria con pasión intensa y generosa, y desde su misión sacerdotal, que era el meollo de su vida, vivió una sentida preocupación por el legítimo bien común temporal de la Argentina.

La Casa de Ejercicios en que vivía, y en la que muchos de nosotros lo conocimos, era una puerta siempre abierta para tantos y tantos pobres que acudían confiando en su generosidad discreta y solícita que era en él verdadero ejercicio de caridad sobrenatural. Y esa vieja Casa también era, de hecho, una cátedra permanente –ya que no contó con la cátedra oficial que merecía–, en la que varias generaciones de argentinos aprendieron a ordenar su inteligencia con fidelidad al recto orden natural y sobrenatural.

El Padre Meinvielle quiso entrañablemente al Seminario de Paraná, y sabemos que en los últimos días de su vida lo recordó de manera especial poniéndolo en manos de Nuestra Señora.

Ante su muerte, le rendimos nuestro piadoso homenaje y encomendándolo a la infinita misericordia de Dios Nuestro Señor nos comprometemos a ser sobrenaturalmente fieles a su herencia sacerdotal.

* En «Mikael, Revista del Seminario de Paraná», Año 1, n°3. Tercer cuatrimestre de 1973, pp. 116-117.

[1] Video-reportaje de Elisabetta Piqué a S.S. el Papa Francisco, a partir del minuto 6.40, del diario La Nación, Buenos Aires, Argentina, del 11 de marzo de 2023.
[2] Se trata del enjundioso artículo «La Ciencia humana de Cristo en Rahner», publicado en el n° 2 de la Revista Mikael, pág. 68 y ss. (Nota de «Decíamos ayer…»).

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