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Jesús, Modelo del Cristiano, según San Francisco de Sales
Mons. Héctor Aguer
“Hay que volver a pronunciar en voz alta el Nombre de Jesús” afirma el Arzobispo Emérito de la Plata (Argentina) en este magnífico artículo, que reproducimos en el Blog del Centro Pieper, donde presenta brevemente la Cristología de San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia.
En la amplísima obra de San Francisco de Sales, Jesucristo ocupa la atención principal [1]; la Cristología del Obispo de Ginebra expresa indudablemente su amor y devoción, pero sobre la base de una profunda visión teológica inspirada en la gran tradición eclesial. Cristo es, ante todo, el Mesías, aguardado por los ángeles, los profetas –que predijeron su misión– y por las naciones. Esa misión quedó confirmada por los milagros y aprobada por las obras.
El desarrollo cristológico expone las verdades dogmáticas sobre el Dios hecho hombre: el Hijo es verdadero Dios e imagen perfectamente igual a su Padre, bienamado suyo, comienzo y fin de todo con primacía sobre la Creación. Es adorable, tabernáculo del Espíritu Santo y Rey inmortal de los ángeles y de los hombres; encarnado, tiene dos naturalezas. Sigue –en el curso del pensamiento teológico sobre el Señor– la referencia a los misterios de Jesucristo. La concepción en María por la virtud del Espíritu Santo; desde el primer momento se ofrece a su Padre.
Una formulación curiosa, pero bien propia de Francisco: menciona la devoción del alma humana de Jesús por el Verbo. Los otros misterios: la Visitación, el nacimiento bendito en Belén, la circuncisión y en relación con ella la genealogía (registrada por los Evangelios de Mateo y Lucas), y la contemplación del Nombre de Jesús. Destaca, asimismo, la admirable sumisión a las leyes de la infancia, la pobreza y las lágrimas del Niño Jesús. Siguen la Presentación en el Templo, la Epifanía, la huida a Egipto y la permanencia en ese exilio. El regreso a Nazaret le da el nombre de Nazareno. Tienen su lugar, en una visión de la vida del Señor, el ayuno, la tentación y las bodas de Caná; la Transfiguración es como un anticipo de la Pascua.
La entrada triunfal en Jerusalén lleva a Jesús al Calvario. En este punto, la meditación contempla el dolor y el gozo, el amor –se le atribuye una importancia capital en orden a la redención–. El Señor Crucificado pronuncia siete palabras, padece la sed y dicta su testamento; en el Calvario Jesús adquiere los títulos de Salvador, Redentor, Mediador de la oración y la alabanza, nuevo Adán, nuestro Médico y Rey. A la muerte y sepultura siguen la gloria de Jesús resucitado y su Ascensión. En el cielo, el Señor continúa su “Confiteor tibi Pater”, y es el vínculo entre el cielo y la tierra.
En el pensamiento de San Francisco de Sales se expresa abundantemente la relación de Jesús con la Iglesia, que él adquirió con su Sangre poniendo fin al tiempo de la Sinagoga. Él es fundador y fundamento de la Iglesia, piedra angular, patrón de la nave, Cabeza del Cuerpo místico, Rey, Maestro, Doctor, Corazón de la Iglesia, Gran Obispo de las almas, Abogado, Príncipe de la paz. El corazón abierto de Cristo es la fuente de todo bien en la Iglesia; es el gran amigo y fiel remunerador, autor de la gloria y gloria de los santos. Ha merecido la venida del Espíritu Santo y nos lo envía.
Esta síntesis de la cristología de San Francisco de Sales –más que síntesis enumeración de los posibles capítulos [2]– sirve de marco al tema de su condición modélica del cristiano.
La cuestión del modelo, en general, procede de varios textos evangélicos que recogen la invitación de Jesús a seguirlo e imitarlo. En primer lugar, el diálogo con el joven rico, a quien el Señor miró con amor: “si quieres ser perfecto…”; la condición es despojarse de todos sus bienes y emprender el seguimiento. San Pedro invita con su ejemplo y el de sus demás compañeros: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” [3]. Sigue la solemne promesa del Señor, el premio centuplicando los bienes abandonados y la vida eterna. Esta promesa es ratificada por lo que el mismo Jesús hizo de su existencia temporal en la tierra: vivió pobrísimamente y se sostenía con limosnas [4].
Reconoce Francisco que esas enseñanzas no son mandamientos absolutos, sino consejos saludables y ejemplos. De allí que el llamado a la perfección apela a la libertad y al amor de quien recibe la invitación. Así lo entendió siempre la Iglesia; asumir voluntariamente la pobreza es uno de los signos de la perfección y la santidad.
Al comienzo de la Segunda Parte de la “Introducción a la Vida Devota” se refiere a la oración, que “pone nuestro entendimiento en la claridad y la luz divina, y expone nuestra voluntad al calor del amor celestial”. Aconseja especialmente meditar mental y cordialmente (siempre el afecto de amor acompaña el ejercicio de la fe) sobre la vida y la Pasión de Nuestro Señor para que nuestra alma se llene de él: observar sus palabras y ajustar nuestros propósitos al modelo de sus obras; “permaneciendo junto al Salvador mediante la meditación, y observando sus palabras, sus acciones y sus afectos, aprenderemos, con su gracia, a hablar, hacer y querer como él” [5].
El Obispo de Ginebra no emplea la expresión “imitación de Cristo”, sino fórmulas que indican la misma realidad. Es probable que el célebre librito atribuido a Tomás de Kempis no haya tenido en el siglo XVII la difusión y la centralidad en la espiritualidad popular del catolicismo que obtuvo doscientos años después hasta la primera mitad del siglo XX. Usa, eso sí, el verbo imitar, en relación con la meditación de los misterios de la vida del Salvador, especialmente su Pasión: la obligación de “formarnos sobre este divino Modelo; debemos ser exactos en considerar sus acciones para imitarlas… practicar las virtudes porque Nuestro Señor las ha practicado y como Él las ha practicado” [6].
En un sermón para la Vigilia de la Epifanía, encontramos la fórmula general de la imitación: “La vida de Nuestro Señor es el perfecto ejemplo de todos los hombres, pero particularmente de aquellos que se encuentran en el estado de perfección, como los Religiosos y los Prelados” [7].
No se trata solamente de imitar “desde fuera”, digamos, las virtudes del Señor, sino que es él quien derrama sobre nosotros, como la Cabeza de la Iglesia sobre los miembros de ese Cuerpo, todas las gracias y bendiciones celestiales. Esta verdad, típicamente católica, es complementaria de la obligación de tomar a Jesús como modelo, y pone en guardia contra una posible desviación moralista al explicar las relaciones con el Señor. Al discípulo le corresponde abrir la puerta a él que llama, de modo que pueda derramar los dones y gracias que en su santísima humanidad ha recibido del eterno Padre. La explicación de este punto adquiere un vuelo místico por la cita del Cantar de los Cantares 5, 2: “Ábreme –dice el Esposo– porque tengo mis cabellos llenos de rocío y las guedejas de mi cabellera llenas de las gotas de la noche”. A la Esposa la llama también Hermana, para atestiguar la pureza de su afecto [8].
La ejemplaridad de Jesús reluce y se ejerce desde la infancia, y el rasgo que se destaca con insistencia es el abandono a la voluntad del Padre. Se trata de un valor característico de la espiritualidad francesa; contemporáneo de Francisco es el Cardenal Pierre de Bérulle, introductor en Francia del Oratorio de San Felipe Neri. En la obra de Bérulle, que cuenta con un estilo peculiarísimo, sobresale la noción de abandono, que se proyectará varios siglos, hasta [llegar] por ejemplo a Charles de Foucauld. El Salesio subraya como “una maravilla muy grande” que el Niño haya renunciado y abandonado el cuidado de sí mismo para dejarse conducir y haya preferido el silencio; él que estaba colmado de todas las ciencias y que era la sabiduría misma [9].
El “Tratado del Amor de Dios” contiene numerosas referencias a la necesidad del sufrimiento, aceptado de la mano de quien viene, la misma de la cual proceden los bienes; es necesaria la abnegación o abandono para alcanzar la plenitud del amor. Nuestro Señor le dio a elegir a Santa Catalina de Siena entre una corona de oro y otra de espinas; ella eligió la segunda “como más conforme al amor”. La Beata Angeles de Foligny dice que es “una marca segura del amor”, y San Pablo escribe (Gal. 6, 14; 2 Cor 12, 5. 10) que él “no se gloría más que en la cruz”, en la debilidad, en la persecución. Otra cita de la misma obra: el amor se encuentra entonces en su excelencia “cuando no solo recibimos con paciencia, dulcemente, agradablemente las penas, tormentos y tribulaciones, en consideración de la voluntad divina que nos las envía”. La excelencia del amor se alcanza “cuando las deseamos, las amamos y acariciamos a causa del beneplácito divino del que proceden” [10]. La idea del abandono a la voluntad de Dios suele expresarse con la imagen de dejarse llevar por el beneplácito del Señor, “como un niñito entre los brazos de su madre, por una suerte de consentimiento admirable que puede llamarse unión, o más bien unidad de nuestra voluntad con la de Dios”; la voluntad del beneplácito divino procede puramente de su providencia, y nos llega sin que nosotros lo hagamos; lo que corresponde es “una muy simple tranquilidad de nuestra voluntad, la cual, sin querer cosa ninguna, adhiere simplemente a todo lo que Dios quiere que se haga en nosotros, sobre nosotros y de nosotros”. La referencia a la actitud del niño en brazos de su madre es aplicada largamente al ejemplo del Niño Jesús en brazos de María, su Madre [11].
La terminología del abandono se halla explícitamente en el Tratado, por ejemplo: … “mi voluntad está en una simple espera, y permanece dispuesta a todo lo que Dios ordenará, … y abandono mi cuerpo a merced de quienes lo golpearán, y mis mejillas a los que me arranquen la barba, preparado a todo lo que quieran hacer de mí”. El párrafo citado parte de una referencia del Cántico del Servidor (Is. 50, 5. 6): “El Señor Dios me ha abierto el oído”, es decir, “me ha anunciado su beneplácito respecto de la multitud de trabajos que debo sufrir, y yo no contradigo ni me echo atrás” [12]. En el huerto de los Olivos se dejó atar y llevar por los que iban a crucificarlo con un abandono admirable, y puso su alma y su voluntad, con una indiferencia perfectísima en manos de su Padre eterno. El abandono del cuerpo a los verdugos respondía al abandono del alma al Padre.
El amor de Dios al hombre se manifiesta especialmente en el amor de Jesús: “Aquel que habitaba en sí mismo habita ahora en nosotros y Aquel que era viviente desde los siglos en el seno de su Padre eterno fue después mortal en el seno de su Madre temporal; Aquel que vivía eternamente con su vida divina, vivió temporalmente la vida humana… Él miraba a menudo por amor, como lo hizo con el centurión y la cananea (Mt. 8,10; 15,28). Contempló al joven que había hasta entonces guardado los mandamientos y deseaba ser encaminado a la perfección”.
La ejemplaridad del amor de Jesús no responde a un esquema propiamente moral y exterior, sino que es una comunicación íntima de su mismo amor, que lo impulsó a entregarse por nosotros. “Murió entre las llamas y ardores de la dilección, a causa de la infinita caridad que tenía por nosotros y por la fuerza y virtud del amor; es decir, murió en el amor, por el amor, para el amor y de amor” [13].
Francisco considera como “una maravilla muy grande” el hecho que el Niño Jesús “haya de tal modo renunciado y abandonado el cuidado de sí mismo para dejarse conducir según la voluntad de sus superiores”, que no haya querido pronunciar “una sola palabrita para alejarlos”. Lo notable es que siendo Nuestro Señor la sabiduría misma se haya mantenido en continuo silencio, como correspondía a su misión de perfecto ejemplo para la vida monástica. La cuestión de la ejemplaridad recorre toda la vida de Jesús, desde el instante de su concepción “nos ha mostrado cómo debemos permanecer firmes en nuestras resoluciones”. Eligió la muerte de cruz para afirmarnos en la constancia, “dándonos ejemplo de todo lo que debemos hacer”, mostrándonos con esa elección que no debemos fatigarnos por la extensión y cantidad de nuestros sufrimientos, que jamás podrán compararse con los que él ha sobrellevado por nosotros.
La consideración de la infancia del Señor se repite en varios sermones; lo que asombraba al Obispo de Ginebra y desencadenaba su devoción era que Nuestro Señor y su Madre “habiendo tenido el uso de razón desde antes de nacer, ocultaron su ciencia bajo las leyes de un profundo silencio”. Además, elogia la douceur, la suavidad o “igualdad de humores” en medio de todas las alternativas y accidentes; de allí esta perfección requerida en la vida cristiana. Todas las virtudes relucen en Jesús; Francisco lo subraya en numerosos sermones. Anotó esta exclamación del Segundo Domingo de Adviento, el 6 de diciembre de 1620: “¡Oh admirable humildad de nuestro querido Salvador, que viene para confundir nuestro orgullo y destruir nuestra soberbia! ¿Quién es Él?: un hombre suave, cordial, humano, protector de las viudas, padre de los huérfanos y pupilos, benigno con todos por su caridad. Estas expresiones interpretan la respuesta de Jesús a los enviados de Juan el Bautista: «Díganle lo que han visto y oído»”.
Las indicaciones precedentes destacan –todas ellas– la centralidad del misterio de la Encarnación en la cristología de San Francisco de Sales. La finalidad del acontecimiento histórico de la encarnación del Verbo no ha sido solamente obtener la salvación de los hombres, sino también ofrecerles un modelo de vida. En el mismo Sermón se destaca el ejemplo de humildad: “¡Oh admirable humildad de nuestro querido Salvador que viene a confundir nuestro orgullo y destruir nuestra soberbia! Le preguntan: ¿tú quién eres? Y Él no responde otra cosa más que: «Digan lo que han visto y oído», para enseñarnos que son nuestras obras y no nuestras palabras las que dan testimonio de lo que somos, y que nosotros estamos llenos de orgullo” [14].
El amor que Jesús nos ha mostrado, especialmente en su Pasión y Muerte, es el modelo del amor cristiano. “¿No les parece, almas queridas, que tenemos una gran obligación a intercambiar entre nosotros tanto cuanto podemos este amor sagrado e incomparable con el que hemos sido amados por Nuestro Señor? Sin duda que lo debemos, por lo menos debemos tener deseo de hacerlo”. El amor que el Señor nos ha demostrado a lo largo de toda su vida requiere como respuesta una entrega absoluta a su amor. Esta verdad lleva a San Francisco de Sales a considerar la vida monástica como una escuela de abnegación de todas las voluntades; así lo expresó en las Constituciones de la Visitación; ha de ser “una cruz en la que hacerse crucificar, en suma, hay que entrar para padecer y no para ser consoladas”.
Una razón por la que nuestro Maestro eligió la muerte de la cruz fue para afirmarnos en la constancia, al ver que Él ha sufrido tan largamente y tantas ignominias… nos ha mostrado que no debemos fastidiarnos por la amplitud ni la cantidad de nuestros sufrimientos, aunque ellos durasen hasta el fin de nuestras vidas, ya que jamás podrían compararse con los que Él ha sobrellevado por nosotros.
Esta doctrina es perfectamente tradicional en la Iglesia, aunque el Obispo de Ginebra la expresa tan intensamente; para él se trata de un intercambio de amor; no es un “dolorismo” superficial y exagerado. Actualmente esta verdad está en retirada, porque la Iglesia del Concilio Vaticano II, y peor aún la del posconcilio, ha inclinado a los fieles a la búsqueda de la felicidad. De allí una “flojera” que contrasta con lo que Francisco enseñaba con total naturalidad, a saber, que Cristo mismo nos ha mostrado con su ejemplo cómo debemos permanecer firmes en nuestras resoluciones. Este aspecto de la vida cristiana no se opone, sino todo lo contrario, a la suavidad y equilibrio en toda circunstancia, “igualdad” se llama a esta virtud, que es un rasgo de la perfección, y siempre fruto del amor. Tomás de Aquino señalaba el gozo y la paz como fruto de la caridad.
Toda la cristología entra en juego cuando se trata de mostrar a Jesús como modelo del cristiano. La vida de Jesús, desde su primera infancia hasta su muerte en la cruz, manifiesta su abandono a la voluntad del Padre que se expresa en el silencio al ponerse en manos de sus superiores cuando niño, o en el grito de la cruz unido al mayor acto de amor que se pueda imaginar. “Admiro –escribe– al Niñito de Belén, que sabía tanto, que podía tanto, y sin decir palabra se dejaba atar, fajar y envolver como querían” [15].
Enseña Francisco que “el amor de Dios no consiste en consolación ni ternura; de otra manera Nuestro Señor no habría amado a su Padre cuando estaba «triste hasta la muerte» (Mt. 26, 38) y cuando exclamaba: «¿Padre mío, Padre mío, por qué me has abandonado?» (Mt. 27, 46). Y era entonces, sin embargo, cuando hacía el más grande acto de amor que es posible imaginar” [16].
La condición modélica de Cristo se verifica respecto de todas las virtudes. Merecen un tratamiento específico la perfección del amor, el espíritu de abandono, la abnegación, la caridad fraterna, la compasión, la condescendencia, la constancia, el despojo (dépouillement), la dulzura o suavidad. Detengámonos en las consideraciones sobre la humildad.
Francisco destaca “la humildísima obediencia de Nuestro Señor”. Es este un dato evangélico que expresa la voluntad de Cristo de que nosotros “aprendamos de Él la humildad, y Él se humillaba no solamente a quien Él era inferior en cuanto que llevaba la forma de servidor, sino aun a sus inferiores mismos” [17]. En la “Introducción a la Vida Devota” afirma que “la humildad rechaza a Satán, y conserva en nosotros las gracias y dones del Espíritu Santo, y por eso todos los Santos, pero particularmente el Rey de los Santos y su Madre, han honrado y querido siempre esta digna virtud más que alguna otra entre todas las morales” [18].
Lo que Nuestro Señor ha querido especialmente que aprendamos de Él es la humildad, y la escuela es la Cruz; San Pablo no ha querido saber nada más que Jesucristo, y éste crucificado (1 Cor 2, 2) [19]. En el plan de un precioso sermón preparado para la Vigilia de Navidad de 1613, el Obispo de Ginebra enumera las condiciones del Niño Jesús, al que designa como “religiosus Parvulus”. No hay duda alguna sobre la castidad, a la que aplica la cita del Cantar 2, 16: “Pascitur inter lilia” y dice que no hizo el voto, sino la oblación; luego la pobreza, la obediencia, el amor a la abyección, la dulzura con la que se dejó ligar, la mortificación y el llanto; en cada caso una cita bíblica. La ejemplaridad, en este caso, es la de un religioso. La humildad y la caridad son inseparables. “… si ustedes tienen la caridad y no tienen humildad, no tienen verdaderamente la caridad, porque estas dos virtudes tienen una simpatía y vínculo tales entre ellas que no va una sin la otra. Tenemos más caridad, tanto tenemos de humildad”. El argumento procede del misterio de la Encarnación: el descenso de Dios está inspirado y acompañado por el amor. En el caso histórico de la Purificación y Presentación en el Templo se verifica la ejemplaridad: no bastan los buenos propósitos y las santas resoluciones si no van acompañadas por efectos conformes a ellas.
En el sermón del Viernes Santo, del 17 de abril de 1620, la Pasión y la Muerte del Señor son presentadas como “esta bendita planta” que ha producido cuatro flores que representan a cuatro virtudes: la santa humildad, la paciencia, la perseverancia y la santa indiferencia, las cuales son ampliamente explicadas [20].
En diversos contextos la condición modélica de Jesús se refiere repetidamente a la mortificación, la pobreza, el renunciamiento, las lágrimas, el silencio, el celo amable, la oración y la reverencia para con Dios. De este modo, el tema que presenta a Jesús como modelo del cristiano refleja la inspiración espiritual de la Cristología de San Francisco de Sales.
Esta consideración de Jesús como modelo viene a robustecer la inspiración de la imitación de Cristo, que se ha difundido de varias maneras a partir del precioso texto del siglo XV, atribuido a Tomás de Kempis. Citas explícitas en la obra del Salesio no son muchas. Citemos en primer lugar el Opúsculo “Estudios y Vida íntima”, que es un esbozo de autobiografía espiritual. En las “Reglas para las conversaciones y encuentros”, se asume el texto del “De Imitatione Christi”, Libro I cap. VIII. El tema es la parquedad en las conversaciones: “amigo de todos y familiar de pocos”, como ejercicio de juicio y prudencia [21].
También encontramos una referencia a la “Imitatione” junto a otras fuentes de teología espiritual y devoción: el “Traicté de l’Imitation de Nostre Dame” del jesuita P. Arias (París, 1595), “Le Gerson de la Perfection religieuse, et de la Obligation que chaque Religieux a de l’acquerir”, obra de otro jesuita, el P. Pinelli (Lyon, 1604) y una traducción del “Camino de Perfección” de Santa Teresa de Jesús (París, 1601). Estas indicaciones figuran en el Directorio para la Instrucción de las novicias de la Visitación, uno de los capítulos del Opúsculo “La Visitation”, que contiene los textos fundacionales de la Congregación.
Que el alma se repose en Dios –escribe Francisco a la Madre Angelique Arnauld– “que marche con él en simplicidad y humildad; que no mire adónde va, sino con quien va”. Entiendo –prosigue– “que va con su Rey, su Esposo y su Dios crucificado; donde sea que vaya, será bienaventurada”. El anonadamiento, la humildad, el desprecio de sí mismo debe ser practicado “dulcemente, pacíficamente, constantemente, y no solo con suavidad, sino alegre y gozosamente” [22].
La imitación de la Pasión de Cristo se verifica especialmente cuando la decadencia de la edad y la enfermedad crucifican en el lecho a un alma elegida; esa aceptación mide la intensidad del amor. Este puede reconocerse “entre las espinas, las cruces, las debilidades, y sobre todo cuando esas debilidades (o decaimientos) van acompañadas de duración. También, nuestro querido Salvador ha testimoniado su amor desmesurado por la medida de sus trabajos y pasiones” [23].
La vida y la personalidad de San Francisco de Sales se reflejan magníficamente en su reflexión e instrucciones sobre Jesús como modelo del cristiano. Este tema constituye además el meollo de su enseñanza como maestro de la vida espiritual y como fundador de la Visitación. La importancia asignada a la humanidad de Jesús se proyecta en continuidad con la línea de Santa Teresa. El alma cristiana ha de asemejarse a su Señor por la muerte a sí misma para vivir en Jesús; este es el “éxtasis de la vida” como identificación con el tránsito pascual, producido por clamor según enseña Santo Tomás: el amor extasim facit.
La perfecta imitación de Cristo supera nuestras fuerzas y exige dejarse modelar interiormente por el Espíritu de Jesús. Aquí encuentra su cabida la devoción; los dones del Espíritu Santo, como propiedades del amor de caridad o escalones de la virtud teologal, se identifican con la devoción. “Devoto” significa dócil al Espíritu Santo. El aspecto propiamente místico de la doctrina salesiana se aprecia en su concepción de la oración y el progreso de la misma. Esta comienza al tomar conciencia de la presencia de Dios, dimensión que va creciendo hasta estar presente a Dios en un perfecto acuerdo con el querer de Dios a semejanza de la relación de Jesús con el Padre Celestial: Jesús hace siempre la voluntad del Padre. La suprema realización de la presencia divina es la total entrega en manos de Dios, el abandono o perfección de la santa indiferencia, que tiene un carácter más bien filial, como se manifestará en Santa Teresita, y no esponsal, como es el caso en la Madre Teresa de Jesús.
Henri Bremond observaba en 1925 que “la espiritualidad de San Francisco de Sales ya no se distingue más de la espiritualidad católica. Somos todos salesianos, hasta tal punto que me atrevería a decir que la «Introducción a la vida devota» nos parece banal”.
Casi un siglo después, ese juicio de la historia literaria del sentimiento religioso no se cumple ni en Francia ni en el resto de la Iglesia Católica. El Vaticano II, y sobre todo el posconcilio han hecho soplar otros vientos. Leer hoy a San Francisco de Sales nos conecta con la gran Tradición eclesial, traicionada u olvidada por el progresismo que ha impuesto universalmente sus inventos, y sus paradigmáticos acuerdos con el “mundo” contrario al Evangelio. Hay que volver a pronunciar en voz alta el Nombre de Jesús.
+ Héctor Aguer
Arzobispo emérito de La Plata
Buenos Aires, viernes 14 de julio de 2023.-
Memoria de San Camilo de Lelis.
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Notas:
[1] [Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras].
[2] Oeuvres de Saint François de Sales Docteur de l´Église. Édition Complète… Tome XXVII. Table Analytique… Annecy, Monastère de la Visitation. Imprimerie Gardet MCMLXIV, 65-66.
[3] “Nostre Seigneur, qui voit tout, le regardant l´ayma, signe qu´il estoit tel quíl avoit dict, et neanmois il luy donne cest avís: Si tu veux estre parfaict, va, vens tout ce que tu as, et tu auras un tresor au ciel, et me suis (Mc. 10, 17-21; Mt. 19, 16-21). Saint Pierre nous invite avec son example et de ses compaignons: Voici, nous avons tout laissé et t’avons suivi” [Les Controverses, Partie I. Chapitre III. Article X. La vraye Eglise doit prattiquer la perfection de la vie chrestienne. Oeuvres, Tome I, 111]
[4] “Nostre Seigneur recharge avec ceste solemnelle promesse: Vous qui m’aves suivi seres assis sur douze chaires, jugeans les douze tribus d’Israël, et quicomque laissera sa mayson, ou ses freres, ou ses soeurs, ou son pere, ou sa mere, ou sa femme, ou ses enfants, ou ses champs, pour mon nom, il en recevra le centuple, et possedera la vie eternelle (Mt. 19, 27-29). Voyla les paroles, voicy l’exemple. Le Filz de l’homme n’a pas lieu ou il puisse reposer la teste; il a esté tout pauvre pour nous enrichir; il vivoit d´aumosnes, dict saint Luc” [Ib.].
[5] “…je vous conseille la mentale et cordiale (orayson), et particulierement celle qui se fait autour de la vie et Passion de Nostre Seigneur: en le regardant souvent par la meditation, toute vostre ame se remplira de luy; vous apprendrés ses contenances, et formerés vos actions au modelle des siennes… demeurans pres du Sauveur par la meditation, et observans ses paroles, ses actions et ses affections, nous apprendrons, moyennant sa grace, a parler, faire et vouloir comme luy” [Introd. a la Vie Devote. Seconde Partie. Chapitre 1. Oeuvres, Tome III, 69-70].
[6] “La premiere methode doncques pour s’entretenir à l’oraison, c’est de porter quelque poinct, comme les mysteres de la Mort, Vie et Passion de Nostre Seigneur… C’est le Maistre souverain que le Pere eternel a envoyé au monde pour nous enseigner ce que nous devions faire; et partant, outre l’obligation que nous avons de nous former sur ce divin Modelle, nous devons grandement estre exactes à considerer ses actions pour les imiter… c’est à dire, pratiquer les vertus parce que nostre Pere les a pratiquées et comme il les a pratiquées… l’imiter en tout ce qu’il fait” [Les Vrays Entretiens Spirituels XVIII. Des Sacremens. Oeuvres, Tome VI, 349]. Notar que en este pasaje llama Pere (Padre) a Jesús.
[7] “La vie de Nostre Seigneur est le parfait exemple de tous les hommes, mais particulierement de ceux qui sont en l’estat de perfection, comme les Religieux et les Prelats” [Sermon XVII. Pour la Veille de l’Epiphanie. Sermons, Vol. III. Oeuvres, Tome IX, 140].
[8] “… toutes les graces et benedictions celestes nous devoyent estre distribuées par luy, les laissant couler sur nous qui sommes membres de l’Eglise de laquelle il est le Chef. Et pour preuve de cette verité, escoutez ce qu’il dit luy mesme à sa bien-aymée au Cantiques des Cantiques (5,2). Ouvre-moy, mon espouse, ma soeur. Il l’appelle mon espouse à cause de la grandeur de son amour, et ma soeur pour tesmoigner la pureté de son affection. Ouvre-moy, dit-il, mais ouvre-moy vistement, car j’ay mes cheveux tous pleins de la rosée, et les flocons de ma cheveleure pleins des gouttes de la nuit… les dons et les graces qu’il avoit si abondamment receus de son Pere…” [Sermon XXXII. Pour la Fête de la Pentecôte. Sermons, Vol. III. Oeuvres, Tome IX, 316-317].
[9] “Ne voyla-t-il pas une merveille tres grande, que ce tres saint Enfant ayt tellement renoncé et abandonné le soin de soy mesme pour se laisser conduire selon la volonté de ses Superieurs, qu’il n’ayt pas seulement voulu prononcer une petite parole pour avancer leur despart? Document certes tres remarquable: Notre Seigneur est rempli de toutes les sciences (Colos. 2, 3), ains el est la science et la sagesse mesme; neanmoins il tient un continuel silence…” [Sermon XVII. Pour la Veille de l’Epiphanie. Sermons, Vol. III. Oeuvres, Tome IX 143].
[10] “Toutefois il l’est encor davantage quand nous recevons avec patience, doucement et aggreablement, les peynes, tourmens et tribulations, en consideration de la volonté divine que nous les envoye. Mays l’amour est alhors en son excellence quand nous ne recevons pas seulement avec douceur et patience les afflictions, ains nous les cherissons, nous les aymons et les caressons, a cause du bon playsir divin duquel elles precedent” [Traitté de l’Amour de Dieu, Livre IX. Chap. III. Oeuvres, Tome V, 117].
[11] Ib. pág. 153.
[12] “Le Seigneur Dieu, dit il, a ouvert mon aureille (Is. 50, 5,6) c’est a dire, m’a annoncé son bon playsir touchant la multitude des travaux que je dors souffrir; et moy, dit il par apres, je ne contredis point, je ne me retire point en arriere… ma volonté est en une simple attente, et demeure disposee a tout ce que celle de Dieu ordonnera; en suite dequoy je baille et abandonne mon cors a la merci de ceux qui le battront, et mes joües a ceux qui les peleront, preparé a tout ce qu’ilz voudront faire de moy… nostre Sauveur, apres l’orayson de resignation qu’il fit au jardin des Olives et sa prise, se laissa manier et mener au gré de ceux qui le crucifierent, avec un abandonnement admirable…” [Traitté de l’Amour de Dieu. Livre IX. Chapitre XV. Oeuvres, Tome V, 159].
[13] “Il admira souvent par dilection, comme il fit le Centenier et la cananee. Il contempla le jeune homme qui avoit jusques a l’heure gardé les commandemens et desiroit d’estre acheminé a la perfection… Ce divin Amoureux mourut entre les flammes et ardeurs de la dilection, a cause de l’infinie charité qu’il avoit envers nous et par la force et vertu de l’amour; c’est a dire, il mourut en l’amour, par l’amour, pour l’amour et d’amour” [Traitté de l’Amour de Dieu. Livre X. Chap. XVII. Oeuvres, Tome V, 231 s].
[14] “O admirable humilité de nostre cher Sauveur qui vient pour confondre nostre orgueil et destruire nostre superbe! On luy demande: Qui est-tu? Et il ne respond autre chose sinon “Dites ce que vous avez vu et entendu”, pour nous apprendre que ce sont nos oeuvres et non point nos paroles qui rendent tesmoignage de ce que nous sommes, et que nous sommes pleins d’orgueil” [Sermon XXXVIII. Pour le IIº Dimanche de l’Avent (6 décembre 1620). Sermons. Vol. III. Oeuvres Tome IX, 407].
[15] “J’admire le petit Enfant de Bethlehem, qui sçavoit tant, qui pouvoit tant, et, sans dire mot quelcomque, se lassoit manier, et bander, et attacher, et envelopper comme on vouloit” [Lettre MCDXCII. A la Mère de Chantal (année 1618). Lettres, Vol. VIII. Oeuvres, Tome XVIII 321].
[16] “… l’amour de Dieu ne consiste pas en consolation ni en tendreté; autrement, Nostre Seigneur n’eust pas aymé son Pere lhors qu’il estoit «triste jusques a la mort» et qu’il crioit «Mon Pere, mon Pere, pourquoy m’as-tu abandonné?». Et c’estoit lhors, toutefois, qu’il faysoit le plus grand acte d’amor qu’il est possible d’imaginer” [Lettre MCDII. A la Soeur De Blonay, Maitresse des Novices a la Visitation de Lyon. Lettres, Vol VIII. Oeuvres, Tome XVIII 171].
[17] “Il veut que nous apprenions de luy l’humilité, et il s’humilioit, non seulement a qui il estoit inferieur entant qu’il portoit le forme de serviteur, mais encores a ses inferieurs mesmes; il desire donques que, comme il s’est abaissé non jamais contre son devoir mais outre le devoir, ainsy nous obeissons volontairement a toutes les creatures pour amour de luy” [Les Controverses. Partie I Chapitre III Article X. Oeuvres, Tome I 113 s].
[18] “… l’humilité repousse Satan, et conserve en nous les graces et dons du Saint Esprit, et pour cela tous les Saintz, mais particulierement le Roy des Saintz et sa Mere, ont tous-jours honnoré et cheri cette digne vertu plus qu’aucune autre entre toutes les morales” [Introduction a la Vie Devote. Troisiesme Partie. Chapitre IV. Oeuvres, Tome III 139].
[19] “Nostre Seigneur ne veut que nous apprenions autre chose plus particulierement que la debonnaireté et l’humilité. Ou voules vous donques aller sinon a la Croix pour l’apprendre? dont saint Pol, le plus savant des hommes qui furent ongues, s’escrie: Arbitratus sum me nihil scire nisi Jesum Christum, et hunc crucifixum” [Sermon XVIII. Pour la Fête de l’Invention de la Ste. Croix. Sermons, Vol. 1er., Oeuvres, Tome VII, 175].
[20] “… grandes et belles à merveille sont les fleurs que cette benite plante de la Mort et Passion de Nostre Seigneur fit esclore et espanouir tandis qu’il estoit sur la croix”.
[21] “… specialement je garderay, pour le regard du rencontre et ce la conversation, ce precepte: Amy de tous et familier a peu (De Imitatione Christi, L.I, c. VIII). Encores me faudra il par tout exercer le jugement et la prudence…” [Etudes et Vie intime. 4. Regles pour les conversationes et rencontres. Opuscules, Ier. Volume. Oeuvres, T. XXII, 39].
[22] “… Cet abassement, cett’humilité, ce mepris de soy mesme doit estre prattiqué doucement, paisiblement, constamment, et non seulement suavement, mais allegrement et joyeusement” [Lettre MDXXIX. A Madame Angélique Arnauld, Abbesse de Port-Royal à Maubuisson (23 juin 1619), Lettres, Vol. VIII. Oeuvres, Tome XVIII 400].
[23] “… comme peut on conoistre le franc et vif amour, que parmi les espines, les croix, les langueurs, et sur tout quand les langueurs sont accompaignees de longueur? Aussi, nostre cher Sauveur a tesmoigné son amour desmesuré par la mesure de ses travaux et passions” [Lettre MXLIII. A Madame de Peyzieu (fevrier 1615). Lettres Vol VI. Oeuvres, Tome XVI 300].

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