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     En el 245° aniversario del natalicio del Gral. José de San Martín.

Por Luis Elías

El 25 de febrero, recordamos el natalicio del General José de San Martín.

En torno a este hecho suelen aparecer autores que sostienen que nuestro prócer no era criollo sino mestizo, pues habría sido hijo de don Diego de Alvear y Ponce de León y la india guaraní Rosa Guarú.

Según esta hipótesis, el matrimonio San Martín y Matorras se habría hecho cargo de su crianza y lo llevaron con la familia a España cuando don Juan fue trasladado por razones de servicio en 1784.

Si bien no tiene nada de indigno ser hijo de una indígena guaraní y un español o ser un hijo “extra matrimonial”, es misión de la Historia develar los hechos trascendentes del pasado con la mayor claridad y veracidad posibles.

La familia San Martín y Matorras

Casados en 1770 en la Banda Oriental, el matrimonio formado por don Juan de San Martín y Gregoria Matorras tuvo allí tres hijos. En 1774 se trasladaron a Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, actual provincia de Corrientes, donde Juan fue nombrado teniente de gobernador. Allí nacieron los dos hijos menores, Justo Rufino en 1776 y José Francisco en 1778.

José Francisco fue bautizado al día siguiente de nacer, el 26 de febrero, por el Padre Francisco Cano de la Pera, dominico, amigo de la familia en la Banda Oriental y a la sazón, párroco de Yapeyú. Fueron padrinos de bautismo don Cristóbal Aguirre y doña Josefa Matorras, parientes de doña Gregoria.

Los documentos filiatorios del General San Martín reducidos a cenizas

Generalmente los investigadores acuden a las actas de bautismo archivadas en parroquias y conventos de la época para extraer información tal como lugar, fecha, padres y hasta testigos del nacimiento de una persona. Dichas actas en general señalan datos certeros dado que eran públicos y firmados por los asistentes a la ceremonia.

Pero sucedió que en 1817 Yapeyú fue invadida por el ejército luso brasileño del gobernador de Río Grande, Marqués de Alegrete, cumpliendo con un plan de expansión y ocupación territorial. Se mató, se robó y se redujo a cenizas, incluso el templo, junto con sus libros, archivos y ornamentos.

Fue en esas circunstancias en las que se perdió definitivamente el acta de bautismo del Padre de la Patria.

San Martín, el mejor de nosotros

No obstante, dado que el curato de Yapeyú dependía de la diócesis de Buenos Aires, se buscó en los archivos de la orden dominica en la Capital y aparecieron testimonios de asientos en libros curiales. En 1921 el sacerdote Reginaldo Saldaña Retamar OP dio a conocer el extracto de la partida de José de San Martín con los datos antes consignados. Estos documentos echaban luz sobre los padres, padrinos y hasta el cura que bautizo a José de San Martín. Respaldo más que suficiente para dar crédito a datos que ya el mismo Bartolomé Mitre, por ejemplo, en su “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana” había consignado y dado por seguros.

Lamentablemente en junio de 1955 el incendio de la Curia Metropolitana también redujo a cenizas el archivo eclesiástico donde se resguardaba el asiento correntino mencionado.

El origen de la duda

¿Cuál es el origen de la duda sobre la paternidad de don Juan y doña Gregoria respecto al Gral. San Martín?

En realidad, no hay un solo documento serio que respalde la teoría de “San Martín mestizo”. Ocurre que en algunos autores difunden masivamente una versión ya conocida y descalificada por los especialistas en temática sanmartiniana. Se trata de un manuscrito de Joaquina Alvear Quintanilla de Arrotea, hija de Carlos María de Alvear, del año 1877. Este relato, escrito cien años después del nacimiento de José de San Martín, sin base documental que lo sustente, contiene una cronología de sus antepasados redactada de memoria, donde manifiesta con orgullo “ser sobrina carnal del general San Martín”, “por ser hijo natural de mi abuelo, el señor don Diego de Alvear y Ponce de León, habido en una indígena correntina”.

La falta de documentos filiatorios originales “le ha dado aire” a esta teoría de corte indigenista.

Las fechas no coinciden

Un modo de corroborar la veracidad de este relato fue investigar el paradero de don Diego de Alvear en el año 1777, en que fue concebido nuestro prócer.

Es muy importante el testimonio dejado por la hija de don Diego de Alvear, Sabina de Alvear y Ward, en su libro “Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León” publicado en Madrid en 1891. Allí transcribe una cronología de los viajes de su padre basada en el diario del mismo Diego de Alvear. Puede comprobarse que D. Diego pasó por Yapeyú … recién en ¡1792! Catorce años después del nacimiento de nuestro prócer.

El mismo dato puede obtenerse compulsando el referido Diario o el libro de Gregorio F. Rodríguez, “Historia de Alvear”.

No quedan dudas que los dichos de Joaquina no se ajustan a la cronología histórica de su abuelo.

La salud mental de Joaquina Alvear

Como bien lo explica Patricia Pasquali en un artículo aparecido en La Nación el 28/03/2001, en el año 2000 vio la luz un documento sobre el estado de salud mental de la susodicha Joaquina al escribir su relato, que terminaba de descalificar esta versión.

Según consta en un expediente judicial archivado en el Museo Histórico Provincial de Rosario, el 22 de octubre de 1877, año del manuscrito de Joaquina, don Agustín Arrotea solicitó ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil de Rosario ser nombrado tutor de su esposa Joaquina Alvear Quintanilla “en el interés de la sociedad conyugal” constituida por ser “de notoriedad que hace algún tiempo “se encuentra en estado de incapacidad, enfermedad que por desgracia la inhabilita para todo acto civil”.

Enseguida, el juez Nicasio Marín dio vista del caso al defensor general, quien solicita que la señora fuese representada por un tutor. Para ello se designó a Lisandro Paganini, unido por un parentesco a Joaquina. Al aceptar, manifestó con sensatez que “sin embargo de constarme el estado de incapacidad en que se encuentra la predicha señora desde algunos años atrás”, creía “indispensable para mejor garantía” que se procediera “a un reconocimiento facultativo”.

Como resultado de la pericia realizada por el médico de Policía, Luis Vila, y el doctor Domingo Capdevila, propuesto por el tutor a cargo de Joaquina, los médicos observan un profundo estado de perturbación de la susodicha. Según consta en el expediente “Sus palabras son dichas lentamente y en un tono declamatorio, tomando su rostro una expresión de fijeza notable”. Aflora así un singular desequilibrio: “Hay en ella una afición desmedida a la literatura; […] en todos estos escritos se puede notar que hay una exaltación de la imaginación que llega hasta constituir un estado morboso”. Ella vive abstraída de la realidad en el mundo ilusorio que se ha forjado y padece de alucinaciones: “Cree haber oído voces extrañas y en otras ocasiones ha tenido apariciones”. “Todas éstas no son sino ilusiones sensoriales que revelan la exaltación de un cerebro enfermo”. En virtud de su estado, la sentencia final declaró a Joaquina incapaz para administrar sus bienes y demás actos de la vida civil, por lo que se nombró a Arrotea “tutor y curador” de su cónyuge.

Tal fallo constituye un elemento concluyente para invalidar su testimonio, lo que deja huérfana de todo fundamento su versión sobre la filiación de San Martín.

Intenciones solapadas

Más allá de lo inconsistente de esta versión sobre la paternidad del Gran Capitán, ¿qué hay detrás de estas posturas “transgresoras”? ¿Por qué desvirtuar en este aspecto la vida del Padre de la Patria?

Sarmiento y Chile: qué legado dejó el sanjuanino detrás de los Andes

Es verdad que el público lector muchas veces se interesa por las historias que develan ciertas intrigas de ribetes novelescos. Pero lograr este efecto a costa de falsear la historia, y más cuando se trata del Padre de la Patria, nos parece poco serio.

Por otra parte, desde hace ya varios años, se intenta imponer una escuela historiográfica que pretende humanizar la figura de los héroes. El presentar a San Martín como hijo ilegítimo, lo pone en el plano de los simples mortales, “un hombre más, común y corriente”.

Para estos autores, no son los líderes, hombres íntegros, de conducta intachable y con cualidades sobresalientes los que fueron capaces de llevar a cabo cambios profundos en el devenir histórico, si no los movimientos sociales, los hombres comunes y corrientes, incluso con vicios evidentes, los que produjeron los hechos que torcieron el curso de la historia.

Pero ocurre que San Martín no fue un hombre común y corriente, sino un líder en un momento crucial de nuestro pasado.

Como conductor supo formar equipos de trabajo que le permitieron llevar adelante la organización del ejército de los Andes y lograr una hazaña militar nunca vista. No nos olvidemos de sus colaboradores: su compadre Álvarez Condarco, el tropero Sosa, los frailes Inalicán y Luis Beltrán, don Pedro Vargas, la india Magdalena, las Patricias Mendocinas, el Director Pueyrredón, su cuerpo de oficiales y hasta el último de sus casi 5000 soldados. Todos estaban motivados, influidos por el líder y dispuestos a dar la vida por la libertad. Y eso no lo logra un hombre “común y corriente”.

Otra posible interpretación es que poner de relevancia la filiación mestiza de San Martín permite a algunos biógrafos sostener que regresó a América en 1812 para reivindicar su sangre indígena. Como diría Hugo Chumbita sin ningún documento que respalde su teoría, “en la conciencia del Libertador, ser hijo de madre india fue una señal, un llamado irrenunciable” Su ascendencia guaraní lo habría llenado de odio contra la España colonizadora. San Martín volvió a América respondiendo a un llamado de su sangre, movido por el deseo de reivindicar sus raíces.

Cabe preguntarse entonces: ¿por qué tomar esta actitud después de 20 años de lucha en los ejércitos del Rey donde sirvió con distinguido valor? Y ¿por qué regresaron a América tantos españoles americanos de indudable ascendencia castiza? Sólo con San Martín en la fragata Canning llegaron al Río de la Plata 17 “oficiales facultativos y de crédito, que desesperados de la suerte de España quieren salvarse y auxiliar a que se salven estos preciosos países” según informa el Triunvirato a Juan Martín de Pueyrredón, jefe provisorio del Ejército del Norte. A ninguno de ellos lo movía la sed de venganza indígena.

Sostenemos que, como dice don Roque Raúl Aragón, “San Martín vino a salvar a España en América”

Finalicemos este artículo trayendo a la memoria los versos del P. Leonardo Castellani:

“San Martín ha sido grande

y hoy es grande su memoria.

Pero no basta su gloria

pa’ cubrir a un hijo ruin.

No es lo mismo San Martín

que los que escriben su historia”.

Fuente: Díaz Araujo, Enrique. Don José y los chatarreros. Argentina. Ed. Dike, 2001

Pasquali, Patricia, La Nación, 28/03/2001

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