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La gloria de Santo Tomás de Aquino
(1225 – 2025)
Ernesto Alonso
Feliz día del Aquinate para todos los lectores de nuestro Blog del Centro Pieper en el último año de su triple jubileo, donde lo festejamos con este artículo del amigo Ernesto Alonso, a quien agradecemos su generosidad y permiso para publicarlo.
El triple jubileo de Santo Tomás de Aquino
[Centro Pieper] Este año continuamos celebrando el triple Jubileo de Santo Tomás de Aquino. Cabe la pregunta: ¿qué es un jubileo? Una ocasión propicia para expresar la alegría que brota del corazón humano por un acontecimiento festivo.
En nuestro caso, desde el 28 de enero de 2023 hasta el 28 de enero de 2025, celebramos la canonización, la muerte y el nacimiento de Santo Tomás de Aquino, tres hechos que jalonan la existencia de quien fuera una de las ´glorias´ más eminentes de la Iglesia Católica.
El 18 de julio de 2023 conmemoramos los 700 años de su canonización, es decir, su registro oficial como ´santo´, el título más venerable con el que públicamente es honrado fray Santo Tomás por los fieles de la Iglesia, El 7 de marzo del año que concluyó, recordamos los 750 años de su preciosa muerte, cumplidos sus 49 años de vida.
Durante este año tendremos presente su nacimiento, no conociendo con precisión el día natal, aunque sí la certeza de que tuvo lugar en el 1225, en el castillo familiar de Rocasecca, condado de Aquino, en la Italia meridional. Este año, entonces, el fraile dominico Tomás de Aquino, cumpliría sus 800 años.
Toda vez que festejamos el cumpleaños de un ser querido, recordamos su nacimiento como un hecho afortunado; con todo, más nos alegramos por el decurso de esa vida hasta el presente. El nacimiento es una ocasión para congratularnos del presente de nuestro homenajeado. Además, el día del cumpleaños solemos dedicar al “cumpleañero” palabras como las que siguen, “que tengas un bendecido comienzo de año”, indicando el deseo de un tiempo más de vida, con la plenitud de realizaciones posibles. Suelen ser los sentimientos que expresamos humanamente, como costumbre arraigada entre nosotros.
 ¿Quién fue fray Tomás de Aquino?
Tomás de Aquino fue un hombre que vivió enteramente en el siglo XIII de nuestra era, en un espacio geográfico amplio que abarca desde la Italia meridional, patria chica que lo vio nacer; la ciudad de Colonia, en Alemania, dedicado a completar su formación bajo la guía de su maestro, Alberto Magno; París, el centro intelectual por excelencia del medioevo cristiano y sede de su ocupación principal, a saber, maestro de teología; Roma y algunas ciudades de la Italia peninsular, acompañando a la Corte Pontificia; Nápoles, nuevamente, tomando a su cargo la organización de un studium generale de teología; y, por fin, Fossanova, que lo acogió pocos días para verlo partir hacia la Eternidad.
Por vocación y decisión, se hizo fraile de una Orden religiosa que pocos años antes había fundado el español Domingo de Guzmán, la de los Padres Predicadores, “domini cani”, perros del Señor, o bien, dominicos como desde hace tiempo los conocemos. La nueva espiritualidad suscitó el entusiasmo del joven Tomas, apasionado por el absoluto, resistiendo el deseo expreso de sus padres, en particular de su madre, de convertirlo en monje benedictino y abad del gran monasterio de Montecasino.
La profunda orientación hacia la contemplación y el estudio, trazo saliente de la personalidad de Tomás de Aquino, habrá de alcanzar acabamiento cumplido en la nueva Orden, con el agregado de una nota distintiva y esencial para su vida y es que, aunque sea bueno contemplar las cosas divinas, es mejor todavía contemplarlas y transmitirlas a otros (“contemplari et contemplata aliis tradere”, ´contemplar y dar a los demás lo contemplado´). Años más tarde, enseñará fray Tomás que es más perfecto ´iluminar que solo brillar´. Y este fue el ideal de los frailes mendicantes forjados en el nuevo fermento religioso.
Hombre de estudio, de contemplación, de enseñanza y de predicación. Profesor de teología, que fue su oficio durante casi toda su vida, pero además consejero de Papas, cardenales, prelados y consultor de reyes, gobernantes y príncipes de múltiples reinos. Fraile de profunda piedad, silencio y de apasionado amor por la verdad, no solo de aquella que correspondía al específico ámbito de la religión católica, sino también de aquella otra que le permitió indagar con provecho las honduras del pensamiento clásico, representado, sobre todo, en la reflexión del Filósofo, Aristóteles, como siempre lo refirió Tomás de Aquino en sus obras.
Un poco antes dije ´frailes mendicantes´, con el propósito de aludir al novedoso estilo y carisma de la Orden de Predicadores. En efecto, los dominicos vivían en medio de la ciudad, no ya en los campos alejados del mundo como los antiguos monjes. Y no solo eso. Vivían de la limosna pues la pobreza evangélica fue el otro gran ideal de aquella forma particular de vida consagrada. En concreto, se trata de seguir la secuela de Cristo pobre, y, en particular, es la pobreza de la cruz la que desean imitar quienes abrazan la pobreza voluntaria. Fray Tomás vivió de la caridad de los hombres, renunciando a toda ganancia para dedicarse libremente a la contemplación y predicación de la verdad.
 
¿Cómo fue su muerte?
¿Pero acaso no íbamos a referirnos al nacimiento de Tomás de Aquino? ¿Por qué evocar aquí su muerte? Una razón de justicia reclama que una bella muerte acabe una vida bella. La Escritura, empero, nos ofrece la respuesta mejor. “Es cosa preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus justos”, proclama el Salmo 116.
Así fue la muerte de este ´buen administrador´ de los bienes superiores. Serena y santa fue la que coronó la vida de este fraile ejemplar. Antes de morir, Tomás experimentó un extraño episodio en su vida. Algo así como un fenómeno extraordinario, que suele definírselo como revelación mística. Mientras celebraba Misa, Tomás contempló algo inefable que lo dejó extasiado y casi paralizado. Permaneció mudo durante unos cuantos días, derramando abundantes lágrimas y mostrándose incapaz de continuar redactando una sola línea. Pena grande para su secretario y amanuense, fray Reginaldo de Piperno, pues por entonces Tomás redactaba la tercera parte de su benemérita Suma de Teología.
Reclamado por su secretario, que, con suma preocupación, advertía que fray Tomás no salía de su arrobamiento, recibió como respuesta: “No puedo. Todo lo que he escrito me parece paja comparado a lo que he visto y me ha sido revelado”.  Y así fue. Tomás no redactó una sola línea más.
Tal vez ese episodio fuera el preludio de su pronta partida de este mundo, para contemplar cara a cara, despejados todos los velos, al buen decir de San Juan de la Cruz, el rostro inefable de Aquel “por el amor de quien he estudiado, envejecido, sufrido; te he predicado, te he enseñado; nunca jamás he dicho nada en contra de ti, y si lo he hecho ha sido por ignorancia y no me obstino en mi error; si he ensañado mal con relación a los sacramentos o a otra cosa, me someto al juicio de la santa Iglesia romana, en obediencia a la cual dejo ahora esta vida”.
El P. Torrell, en Iniciación a Tomás de Aquino: su persona y su obra, asevera que dichas palabras de Tomás configuran una suerte de profesión de fe eucarística, pues cara al corazón del Aquinate fue la devoción amorosa al Cuerpo de Cristo. Pero, además, ofrecen una apreciación exacta del valor que Santo Tomás confería a sus escritos. Recuérdese la expresión que escuchó fray Reginaldo cuando Tomás cesó de escribir: “todo eso me parece paja”, aludiendo a su obra.
El sentido de poquedad que transmite la expresión dirigida a Reginaldo sugiere, sí, una cierta desvinculación de las palabras que empleó Tomás para dar forma a los contenidos de sus especulaciones. En efecto, y por más preciso y riguroso que haya sido el lenguaje con el que el santo Doctor de Aquino elaboró su estupendo edificio teológico, conviene decir que las palabras no penetran nunca, plenamente, misterios tan sublimes.
Con todo, ello no significa en modo alguno que juzgase sus trabajos como desprovistos de valor. Su obra permanece vigente pues, aunque escrita en el siglo XIII, continúa comunicando la verdad a los hombres de nuestro tiempo. A continuación, aludiré brevemente al legado de fray Tomás de Aquino.
 
 
¿Por qué conmemorar a Santo Tomás en el siglo XXI?
Una de las cosas más importantes que hizo Tomás fue la estupenda incorporación, purificada, de las doctrinas de Aristóteles al patrimonio de la Revelación cristiana. No fue una ´incorporación´, fue algo mejor: una síntesis entre la cima del entendimiento humano y la Sabiduría que viene de Dios. Técnicamente, se conoce esta obra como la de la integración de la fe con la razón. No fue Tomás de Aquino el único actor de esta formidable empresa. Fue propósito persistente de quienes primero se preguntaron cómo integrar las verdades de la filosofía, griega principalmente, con el Evangelio y la Revelación.
Y fue providencial que Tomás concluyera su obra de integración de fe y razón en aquel final de siglo en el que comenzaba a atisbarse un peligroso cisma, un derrumbe de consecuencias extremas que lamentamos aún hoy. Exactamente, la separación radical entre la fe revelada y la razón humana, las dos “alas del entendimiento”, al decir de Juan Pablo II. Es el fideísmo, por una parte, con la ´sola fide´, sin concurso de la razón; y, el racionalismo, por otra parte, la ´razón raciocinante´, arrinconando la fe en las sacristías y en las viejas rezadoras.  Dicho de otro modo, fue la ´teoría de la doble verdad´, aunque con Gilbert K. Chesterton cabría decir que se trató del “asesinato de la razón”. Y el de la verdad.
Tomás de Aquino se enfrentaría hoy a dos grandes adversarios intelectuales en una suerte de contienda que habrá de dirimir el valor de la inteligencia humana y la vigencia que se le confiera a la verdad, el bien y la belleza. Emplazadas en la academia, pero con modulaciones e influencias en el vasto campo de la cultura general, el relativismo y el nihilismo definen las alineaciones más persistentes y obligan a tomar posición constante.
Ambas filosofías contrastan vigorosamente la filosofía y aún la actitud intelectual de Santo Tomás de Aquino, pues declaran que es un signo inequívoco de la madurez del hombre contemporáneo el concierto plural de multitud de opiniones sin otro criterio de verdad que no sea el consenso democrático a toda costa; o bien, que el destino del género humano está sellado por la inexorable decadencia del ser y ´la muerte de Dios´. Precisamos reverdecer el espíritu general, las intuiciones y los principios de la filosofía y de la teología del Doctor Angélico para sostener estas ´batallas metafísicas´ con probabilidades de éxito. Más que de las armas, de la tecnología y de los imperialismos mundiales, el destino del espíritu humano se juega en aquel frente.
Doctor de la Iglesia, Doctor Humanitatis, maestro y guía de las instituciones católicas de enseñanza, y otros títulos que puedan invocarse, es claro que “Santo Tomás es un hombre a quien se le puede pedir mucho; pero siendo nada más que hombre no se le puede pedir todo. No se le puede pedir, por ejemplo, que sea infalible; no se le puede pedir que resuelva explícitamente los problemas que en su tiempo no existían; no se le puede pedir la misma certeza en todas sus conclusiones, la misma suprema elegancia intelectual en todas sus cuestiones (…) ¡No le pidamos a Santo Tomás que viva a la vez en el siglo XIII y en el siglo XX! Justamente es de todos los siglos porque vivió a fondo su siglo XIII – lo vivió intelectualmente, que es la más alta manera de vivir -; pero no es de todos los siglos de la misma manera”, escribe vivamente nuestro cura Leonardo Castellani.
Para nosotros, hoy, es incuestionablemente cierto, y de una honestidad que obliga en conciencia, que no se le puede pedir a Santo Tomás la solución definitiva de las cuestiones y dilemas que él no pensó pues en su tiempo no existían. Hizo mucho con anticipar multiplicidad de entuertos intelectuales que hoy soportamos malamente.
De allí que quienes se dicen discípulos del Aquinate, sus lectores, estudiosos y admiradores, y aún quienes estén en posesión de las líneas generales del ´sistema tomista´, aunque no frecuenten asiduamente sus textos, están convocados a pensar creativamente las urgentes controversias que agitan los espíritus, abrevando en las obras y en los principios del santo Doctor. Habrán de resolverse de acuerdo con el espíritu de Santo Tomás, cuyo ´sistema´ no es un libro cerrado, un arcón inexpugnable, o, peor todavía, un sepulcro maloliente. Su filosofía fue sí un sistema coherente y vasto, pero al mismo tiempo, flexible, abierto al progreso y por tanto expedito para nuevas formulaciones capaces de integrarse en el.
¡Estupenda convocatoria de la que me siento personalmente feliz de recibir y de responder con humildad y confianza! Pues, acaso, ¿no es bella aquella vida que pueda gastarse en el estudio de la sabiduría, ´el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de todos los estudios humanos´, como el mismo Santo Tomás de Aquino enseña?

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