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En toda Francia hay movimientos contra la República pero La Vendée, región al oeste de Francia, se levanta como en una nueva cruzada, para defender los derechos de Dios. Un viejo vandeano relatará más tarde: «No hicimos nada, a pesar de nuestra indignación, mientras nos dejaron a nuestros sacerdotes e iglesias; pero cuando vimos las maldades que se cometían contra Dios, nos levantamos para defenderlo». La fe había enraizado con profundidad en el pueblo vandeano, especialmente tras las misiones realizadas por los monfortianos. El amor a la Cruz, al Santísimo sacramento y el rosario quedaron impresos en sus corazones. Por eso, cuando la Revolución desató el odio hacia Cristo en la sociedad y en su Iglesia, el pueblo se levantó para defender lo que amaba y respetaba, dispuesto incluso al martirio. No disponían de armas, pero entre sus manos se deslizaban las cuentas del rosario y en algunos batallones se rezaba hasta tres veces al día. Ante los cañones republicanos, estos pobres solo tenían sus bastones. ¡Frente a los fusiles, solo poseían sus hoces! No tenían uniforme militar pero sí un distintivo que les aunaba a todos: el emblema del Sagrado Corazón bordado en rojo en su pecho, en el sombrero, con las iniciales de Jesucristo Rey.

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