“La provincia de Buenos Ayres enfrenta un gran enemigo: la subalimentación. Con cuatro comidas diarias aseguradas, podremos empezar a resolver los demás problemas.”

La realidad del campo en nuestra provincia es un reflejo de la falta de políticas estratégicas que debieron desarrollarse en las últimas décadas. Estas carencias han generado profundas transformaciones en el modelo agropecuario, con consecuencias que hoy se manifiestan en la concentración de tierras, la expulsión de pobladores rurales, la reducción del trabajo rural y, en última instancia, en el hambre y subalimentación que afecta a muchos bonaerenses.

La concentración de tierras es una de las problemáticas más evidentes. Actualmente, el 16 % de las explotaciones agropecuarias controlan el 66,5 % de la superficie total, todas ellas con más de 1.000 ha. En el otro extremo, las explotaciones agropecuarias de menos de 100 ha. representan el 30 % del total, pero poseen solo el 1,8 % de la superficie. Esta desigualdad no es solo una cuestión de números, sino que refleja una política deliberada que favorece a los grandes terratenientes y margina a los pequeños productores, quienes históricamente han sido la columna vertebral de la agricultura local.

La reducción drástica del número de explotaciones agropecuarias es otro indicio de la crisis. En 1988, había 75.531 explotaciones, pero para 2002 este número se había reducido a 51.116, y al comienzo de la pandemia, a 36.700. Este descenso no es solo una estadística; representa la desaparición de miles de pequeños productores y familias rurales que han sido expulsadas de sus tierras, llevándolas a engrosar las filas de la pobreza urbana. En 1988, había una persona cada 141 ha., mientras que en 2020 la cifra había aumentado a una persona cada 258 ha., evidenciando una despoblación rural alarmante.

La reducción del trabajo rural es otra consecuencia de este modelo. Según el Censo Nacional Agropecuario (CNA) 2020, hubo un 18,5 % menos de trabajadores permanentes en comparación con el de 2008. Este declive no solo afecta a los trabajadores y sus familias, sino que también erosiona las comunidades rurales, dejándolas sin la fuerza laboral necesaria para mantener sus economías locales y tradiciones culturales.

El avance de la soja, la estrella del modelo del agronegocio, ha sido otro factor determinante. En 1988, la superficie cultivada con oleaginosas (principalmente soja y girasol) representaba el 19,4 % de la superficie cultivada. En 2018, esta cifra había aumentado al 39,8 %, con la soja representando el 86,5 % de las has. sembradas con oleaginosas en Buenos Ayres. En cifras totales, fueron 3,9 millones de has. de soja frente a 1,8 millones de maíz y 1,6 millones de trigo. Aunque en las últimas campañas se ha visto una leve diversificación, el predominio de la soja sigue siendo un claro indicador de un modelo que prioriza la exportación de commodities sobre la seguridad alimentaria bonaerense.

Esta situación es el resultado de políticas que han favorecido el agronegocio y la exportación, descuidando la necesidad de asegurar alimentos para la población de la provincia. Es urgente un cambio de paradigma que contemple la extensión de la agricultura familiar, el fortalecimiento de cooperativas y Pymes agrícolas, con un decidido apoyo de políticas estratégicas del Estado provincial. La solución, entre otras, pasa por “desconurbanizar” y repoblar las áreas rurales del centro y sur.

La alimentación es un derecho humano fundamental, y la responsabilidad del Estado es asegurar que todos sus vecinos tengan acceso a ella. En la provincia de Buenos Ayres, una región con vastos recursos agrícolas, es inaceptable que haya familias que pasen hambre. El gobierno provincial debe implementar políticas que no solo promuevan la producción de alimentos, sino que también aseguren su distribución equitativa, para que cada bonaerense tenga acceso a una alimentación adecuada, garantizando que los bonaerenses puedan tener asegurados cuatro platos de comida diarios.

Es crucial comprender que la producción del campo no debe ser vista únicamente como mercancía para el mercado global, sino como una fuente esencial de nutrición para nuestra propia población. El apoyo estatal junto con una estrategia de repoblamiento, puede transformar esta realidad. Solo a través de una gestión planificada y justa del sector agropecuario podremos garantizar que todos tengamos el plato de comida, sentando así las bases para una provincia más próspera y solidaria.

Luis Gotte
La trinchera bonaerense

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