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Al describir los desacuerdos con su vicepresidenta, el libertario ofrece las primeras e inquietantes señales sobre su rumbo político.

El presidente Javier Milei puso finalmente al descubierto su ruptura política con la vicepresidente Victoria Villarruel, luego de una larga serie de tensiones que se remontan a la noche misma en la que hace un año la fórmula integrada por ellos se impuso en la segunda ronda electoral.

En una entrevista periodística, Milei dijo que “Villarruel no tiene ningún tipo de injerencia en la toma de decisiones. No participa de las reuniones de gabinete”, algo que resultó evidente desde un principio. Menos evidente fue la segunda parte de la afirmación presidencial, la que sostuvo que fue la vicepresidente la que decidió no participar: “Hace mucho tiempo que decide no participar en las reuniones de gabinete”, dijo el mandatario, para dejar sentado enseguida que el único diálogo que mantienen “es lo que se necesita institucionalmente para cumplir con nuestros roles.”

Pero lo más interesante de la inesperada manifestación presidencial fueron las razones que esgrimió para justificar ese distanciamiento: “Ella, en su visión, en muchas de las cosas que nosotros hacemos, está más cerca del Círculo Rojo, de lo que ella llama la alta política, y que nosotros llamamos la casta”. Es interesante porque permite contrastar la opinión presidencial con los gestos, las actitudes y las declaraciones expuestos públicamente por la vicepresidente desde que asumió esas funciones. Permite discernir a qué se opone Milei cuando toma distancia de su compañera de fórmula.

Hay una primera línea que tiene que ver con la actividad en la defensa de las víctimas de la violencia terrorista de los setenta, algo que Villarruel viene desplegando desde hace décadas, prácticamente en soledad, tanto en foros nacionales como internacionales, y sobre lo que ha expuesto en su condición de abogada en conferencias, artículos y un par de libros. Esa trayectoria, que la proyectó a la arena pública, y que llevó a Milei a elegirla como socia política en los inicios de La Libertad Avanza, explica su decisión de incorporar a Claudia Rucci, hija del sindicalista José Ignacio Rucci, asesinado por Montoneros, como secretaria de derechos humanos del Senado que ella preside.

Esa designación, junto a la decisión de retirar un busto de Néstor Kirchner emplazado en un pasillo de la cámara alta, fueron las primeras decisiones, digamos cargadas políticamente, adoptadas por Villarruel. Que pueden sumarse a su defensa de la familia tradicional, y su repudio de la ideología de género. Y que no parecen formar parte de la agenda del Círculo Rojo o de la casta, como afirma el presidente, sino todo lo contrario.

GRANDES GESTAS

Otra línea de actividad pública que caracteriza a la vicepresidente, y que mucho tiene que ver con lo anterior, pero también con su condición de hija de un militar prestigioso y veterano de Malvinas, es su continua recordación de las grandes gestas militares argentinas, y de las fechas cercanas al corazón y la memoria de los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad. No hay aniversario castrense ni fecha patria que pase desapercibido en la actividad de Villarruel en las redes sociales.

Recordemos que durante la campaña Milei anunció repetidamente que Villarruel iba a tener algún tipo de injerencia en el diseño de las políticas de defensa y seguridad de su gobierno, algo que finalmente no sucedió por la imprevista incorporación de Patricia Bullrich y de Luis Petri al gabinete, y que la vicepresidente sobrellevó con disciplinado estoicismo pero sin dejar de hacer sentir su cercanía, como dijimos, con la familia militar.

En una corriente más distendida, se ha visto a la vicepresidente participar, y disfrutar, de muchas fiestas tradicionales argentinas en varios lugares del interior del país, montando a caballo, y luciendo indumentaria típica. Pero casi siempre, en todos esos viajes, haciéndose tiempo para visitar algún emprendimiento productivo, alguna empresa pequeña o familiar a cuyos esfuerzos brinda reconocimiento y ayuda a promover.

En este orden debe colocarse su reciente visita a una muestra de la fábrica argentina de armas Bersa, en la que algunos quisieron adivinar un intencionado contraste con la manía importadora de costosas armas y equipos que anima a la ministra de Seguridad. Manía importadora, por describirla benévolamente, que constituye en sí misma una fiesta tradicional del Círculo Rojo y de la casta, pero que lejos de irritar al primer mandatario y su triángulo de hierro acaba de ser refrendada con la aprobación de un protocolo para el empleo de complejos y seguramente onerosos sistemas de reconocimiento facial, muy propios de gobiernos autoritarios y probablemente violatorios de algunos derechos civiles.

Todos esos gestos y comportamientos de Villarruel, bastante triviales si bien si los mira, incomodaron al triángulo, cuyo modelo organizacional es más bien atómico: un núcleo de alta potencia en torno del cual gira disciplinadamente todo lo demás, y en el que no hay lugar ni comodidad para los electrones libres. Pero ni separadamente ni en conjunto estas prácticas superaron el impacto de dos episodios tan puntuales como diferentes entre sí, uno relacionado con Francia y otro con la ex presidente María Estela Martínez.

El primero tuvo que ver con el fútbol. Arrancó por un canto tribunero sobre la integración racial del seleccionado francés, que impulsó una exigencia de disculpas del Elíseo a unos jugadores que lo corearon en un vestuario, entre los que estaban Enzo Fernández y Lionel Messi. Villarruel respondió con un tuit: “Argentina es un país soberano y libre. Nunca tuvimos colonias ni ciudadanos de segunda. Nunca le impusimos a nadie nuestra forma de vida. Pero tampoco vamos a tolerar que lo hagan con nosotros. Argentina se hizo con el sudor y el coraje de los indios, los europeos, los criollos y los negros como Remedios del Valle, el Sargento Cabral y Bernardo de Monteagudo. Ningún país colonialista nos va a amedrentar por una canción de cancha ni por decir las verdades que no se quieren admitir. Basta de simular indignación, hipócritas. Enzo yo te banco, Messi gracias por todo! ¡Argentinos siempre con la frente alta! ¡Viva la Argentinidad!”

La hermana del presidente, que parece tener un interés particular por la relación con Francia, corrió a la embajada del país europeo a pedir disculpas por el tuit de Villarruel, que lejos de retractarse lo mantiene fijado en su cuenta hasta el día de hoy. Como sea, la disculpa tuvo efecto porque Milei conservó su asiento en la inauguración de los Juegos Olímpicos en París, y pudo sacarse muchas fotos con el presidente Emmanuel Macron, en esa capital, más tarde en Buenos Aires, en Olivos y la Casa Rosada, y por fin en Brasil durante la reunión del G20. Pero no consiguió mucho más que eso.

Aparte de mantener su posición de principal opositor al acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y Europa (que de todos modos no nos interesa, pero esa es otra historia), Macron se ocupó de infligirle la humillación de homenajear a las dos monjas francesas que se asociaron al terrorismo vernáculo y terminaron muertas en el marco de la represión conducida por la junta militar. Lo que Macron convenientemente olvidó, y el periodista Ricardo García se ocupó de recordar, es que fueron asesores franceses en contraterrorismo (ex miembros de la OAS de Raoul Salan) los que señalaron a la junta la presencia de las monjas y la condujeron hasta ellas.

JUSTICIA POLITICA

El segundo episodio fue uno de los actos de justicia política más relevantes en lo que va del siglo: la visita afectuosa, humanitaria, que Villarruel hizo a la octogenaria ex vicepresidente, y ex presidente, María Estela Martínez de Perón en su casa de Madrid. Martínez asumió la presidencia en 1975, a la muerte de su esposo, luego de que su renuncia fuera rechazada por la dirigencia política y militar del momento. Mujer sencilla y sin experiencia política, supo sin embargo tomar las decisiones que un país sumido en el caos reclamaba imperiosamente: el sinceramiento de la economía (hoy recordado como Rodrigazo) y el combate legalmente conducido contra el terrorismo (decreto de aniquilación). A las dos les puso su firma, que no es poco si se lo compara con lo que vino después.

Sin embargo, su vida y su difícil gestión estuvieron rodeadas de una campaña de menosprecio y calumnias, alimentadas para justificar el golpe militar que la destituyó y cuyo propósito fundamental era subyugar el destino argentino a la geopolítica estadounidense, con tres grilletes fundamentales: la desindustrialización, la deuda y la represión ilegal del terrorismo. Martínez permaneció cinco años en prisión domiciliaria, y desde entonces vivió y envejeció en Madrid, aislada, en silencio, y aferrada a su fe católica y su lectura asidua del Kempis. Raúl Alfonsín le ofreció una suma de dinero, que ella aceptó, para que se mantuviera lejos del peronismo. No tuvo que esforzarse: el peronismo también prefirió mantenerse lejos de ella.

Luego de la visita, Villarruel emplazó en el Senado, en el lugar que antes ocupaba el busto de Kirchner, uno de Martínez donado por el músico desaparecido Ricardo Iorio. “En un día en donde se habla de lealtad, quisiera saber dónde están aquellas personas que dejaron a una mujer cuyo apellido es Perón, a merced del terrorismo al que combatió, del gobierno de facto que la encarceló y finalmente de una clase política que la desterró”, dijo Villarruel en esa ocasión. “Acá no vengo a ensalzar su gestión ni su gobierno, sino a cumplir con un acto de reparación histórica hacia una mujer, que viuda y en soledad, debió soportar más de 40 años de persecución y ostracismo. No somos pocos los argentinos que, aun compartiendo en poco, en mucho o en nada sus ideas, valoramos el coraje y el patriotismo con que afrontó la ingratitud y las ofensas de sus enemigos, que no fueron pocos”, agregó.

Esta vez no fue Karina la que acudió a enderezar el entuerto, sino el propio Milei, quien respecto del homenaje dijo: “Yo no lo hubiera hecho”, y luego, con una mezcla de ignorancia histórica y malicia interpretativa, describió la presidencia de Martínez como un “espantoso gobierno que implicó no solo la Triple A y el decreto de aniquilamiento y algunas aberraciones adicionales, sino que en el medio sextuplicó la tasa de inflación y multiplicó por cinco la cantidad de pobres”.

DIVERGENCIAS

Todo lo dicho hasta aquí resume las divergencias visibles entre el presidente y su vice. Nada parece identificar las preocupaciones o las actitudes de Villarruel con el Círculo Rojo o con la casta, y todo parece orientarlas hacia una revindicación del patriotismo, las costumbres y las tradiciones populares, la defensa de la familia y el repudio de la ideología de género, el aliento al emprendimiento y la producción propios, la adhesión honda a la fe católica, y el reclamo insistente de unidad: “Confío en que los argentinos daremos los primeros pasos hacia la necesaria pacificación nacional”, dijo. “El país está dividido y en ruinas, no es posible ni siquiera soñar un gran proyecto de nación donde reinan el odio y el enfrentamiento.”

¿Es a esto a lo que se opone Milei? ¿Ésta es la alta política de Villarruel que le preocupa (y de la que la vicepresidente nunca habló, al menos bajo ese rótulo)? Habría que tomar debida nota, porque su descripción de la relación con su vice en los términos apuntados al comienzo de esta nota constituye un anticipo de las definiciones políticas que se esperan de un Presidente que hasta ahora sólo ha venido hablando de números. Uno casi desearía que sólo fuese una cuestión de celos, de vedetismo, de cartel, de omnipotencia: a Milei le cuesta aceptar que un tercio de los votos que lo hicieron presidente los aportó su compañera de fórmula, y que la mitad del éxito de sus medidas económicas se debe a que los ciudadanos se las consienten.

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