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EMITEN en televisión un documental ridículo que se pretende fruto de una investigación genética que por fin resolverá el enigma de los orígenes de Cristóbal Colón; y que, a la postre, resulta una prueba más de los límites del cientifismo. La investigación de marras pretende que Colón era de sangre judía y procedía del «Mediterráneo occidental», tal vez Cataluña o Baleares. Quedaría de este modo supuestamente excluida la hipótesis de un «Cristóforo Colombo» nacido y criado en Génova, pues – a juicio de un estudioso a la violeta que explica su tesis en el documental – «en Génova los judíos fueron expulsados después del siglo XII» y «sólo podían permanecer en Génova tres días para hacer negocios y luego se tenían que marchar». ¡Como si no hubiese muchos judíos que judaizaban en secreto! ¡Y cómo si no hubiese otros muchos que habían abrazado sinceramente la fe católica! Todas las tesis que se lanzan en el documental se nos antojan entre memas y petulantes; y nos traen a la memoria aquella reflexión de Unamuno: «La semiciencia, que no es sino una semiignorancia, es la que ha producido el cientificismo».

En el colmo de esta «semiignorancia cientifista», el documental insiste en el «origen judío» de Colón, con un encono etnicista que nos recuerda el encono de aquellos científicos lombrosianos que todo lo fiaban a las medidas craneales. El origen y la patria de Cristóbal Colón, al igual que los de Homero, seguirán provocando ríos de tinta. Siete ciudades se disputan el nacimiento de Homero; y tal vez setenta se disputen el origen de Colón. Pero el empeño grotesco por determinarlo obedece a la misma dañina y antiespañola pasión que, por ejemplo, preside las polémicas que tratan de hacer de Cervantes un judaizante, un alumbrado o un criptoprotestante; cualquier cosa, en fin, para evitar reconocer que era un católico tridentino.

Colón tal vez ocultó su procedencia para no levantar suspicacias, tal vez su linaje fuese poco honroso, tal vez incluso fue un pillo o un impostor. ¿Qué nos importan todas estas minucias? Aproximadamente lo mismo que la información que ocultan unas medidas craneales, o el color de la piel, o la información de sus genes: nada de nada. La empresa que acometió Colón no era judía, ni genovesa, ni catalana, ni balear; era española. Y los españoles no escrutamos el ADN; dejamos esas pejigueras racistas a los semiignorantes cientifistas, que como señalaba Unamuno «apenas sospechan el mar desconocido que se extiende por todas partes en torno al islote de la ciencia, ni sospechan que a medida que ascendemos por la montaña que corona al islote, ese mar crece y se ensancha a nuestros ojos, que por cada problema resuelto surgen veinte problemas por resolver». ¡Qué nos importan los genes de Colón! El tiempo inexorable, que los ha vuelto borrosos, borrará mucho antes estas investigaciones tan presuntuosas como inanes. Lo que importa en Colón es la empresa que acometió, que fue llevar España, su lengua y su fe, hasta los confines del mundo. Todo lo demás son verduras de las eras.

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