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El católico argentino promedio sabe que la imagen que se venera en la basílica de Luján, viajaba en una carreta desde el puerto de Buenos Aires hacia Santiago del Estero, embalada en una caja. Sabe también que los viajeros hicieron noche a orillas del río Luján, que a la mañana siguiente quisieron continuar, y en forma inexplicable la carreta estaba como estacada al piso, los bueyes no la podían mover. Los viajeros hicieron varias pruebas descargando equipaje, hasta que al bajar la caja que contenía la imagen, la carreta perdió su inmovilidad. Probaron subiéndola nuevamente a la carreta y el milagro se volvía a producir. Abrieron la caja, y allí se encontraron con la hermosa imagen de la Inmaculada Concepción, que desde hace unos siglos está en la ciudad de Luján. Hasta aquí es lo que el católico argentino promedio sabe.
Lo que habitualmente no se sabe es lo siguiente: ¿por qué la virgen se detuvo en Zelaya? ¿Dónde queda Zelaya? ¿Había algo de particular en Zelaya, que lo hacía distinto de detenerse en cualquier otro lugar de nuestro país? La respuesta es un rotundo SÍ, y conocer su historia le da sentido al milagro y a esta advocación. Permite entender que es una historia de amor y fidelidad entre una madre y su hijo. Permite conocer una vez más el rasgo principal de María, que es ser MADRE, madre nuestra, madre de nuestra Iglesia, madre de Dios.
Hablamos de fidelidad de nuestra madre, pero… ¿por qué? ¿Por qué de parte de ella? Aquí entra en escena su hijo Manuel, conocido por su color de piel como “el negrito Manuel”. Para entender esa fidelidad, hace falta conocer los hechos previos al milagro, y la historia personal de este sufriente personaje, que encontró en nuestra madre el consuelo que tanto necesitaba, ante las pérdidas irreparables, injustas e inhumanas, que había sufrido. Él nació en África (1605), tenía una gran vinculación con su mamá. Cuando sería adolescente, fue capturado por unos traficantes de esclavos, arrancado del amor de su madre, a quien nunca más volvió a ver ni tuvo noticias, y llevado en barco con otros cientos de esclavos, encadenado, en condiciones higiénicas deplorables, a una isla en medio del Atlántico, donde se decidía el destino geográfico de estos desdichados. Había perdido la dignidad de ser humano. A partir de entonces, sólo tendrían derecho a obedecer. Fue una cultura infame que alguna vez estuvo presente en buena parte de nuestro continente y Europa.
Durante el viaje a Brasil, vio cómo varios de sus coterráneos se enfermaban y morían, o se deprimían, dejaban de comer y se dejaban morir. Eran arrojados al mar, sin más pena que la del dinero perdido por no poder venderlos en el mercado. Una vez en Brasil, fue vendido en el mercado, y lo “compró” un tal Andrea Juan (traducción de su nombre portugués), quien para fortuna de Manuel, lo trató mejor que el promedio, con respeto y hasta afecto, como su sirviente de confianza. Manuel estaba muerto en vida. Su cuerpo estaba vivo, pero su corazón desgarrado, muerto, triste, sin ganas de estar vivo. Le parecía inconcebible que por su origen y color de piel, tuviera que vivir una vida de esclavo, él que había conocido la vida de ser libre, corriendo a placer en su tierra natal. Con este trasfondo, un buen día le encargan a su “amo” Andrea Juan que transporte dos imágenes de la virgen, para un hacendado portugués que vivía en la provincia argentina de Santiago del Estero. Era un viaje largo, que comenzaría en barco y continuaría en carreta. Le muestran a Manuel las dos imagenes. Una era la advocación de la Consolación, con el niñito Jesús en sus brazos (que finalmente llegaría a destino, actualmente en Sumampa, en aquella provincia), y la otra es la que conocemos más, que tiene las manos unidas, como doscientos años después se le aparecería a Bernadette, en Lourdes, que al decirle que su nombre era “Yo soy la Inmaculada Concepción” tuvo el mismo gesto de elevar la mirada al cielo y unir sus manos. Manuel le tomó especial cariño a esta última imagen, porque no tenía niño, el niño sería él, que había perdido a su madre por la fuerza bruta de sus captores, y que tenía una herida profunda en su interior, que se esforzaba por no convertir en rencor. Necesitaba el cariño y consuelo de su madre, y podía encontrar en esta imagen, la compañía maternal que tanto necesitaba. Él anhelaba poder quedarse en Santiago del Estero para cuidarla, venerarla y, por qué no, dar a conocer el consuelo que nuestra madre da a los que acuden a ella. Embarcan, y al llegar al puerto de Buenos Aires su “amo” no puede justificarle a las autoridades el ingreso de la mercadería que traía (además de las imagenes), estaba flojo de papeles. Encarcelaron a Andrea Juan, y sólo podría salir en forma anticipada si pagaba una fianza. Como no tenía esa suma, acudió a un amigo suyo en estas tierras que la pagó. En agradecimiento, Andrea Juan le cedió al esclavo. Para Manuel, la vida se le derrumbaba de nuevo. Había encontrado cierta alegría, cierta paz, con la idea de arraigarse de nuevo junto a su “madre adoptiva”, que aquella imagen tanto le había inspirado. De nuevo lo arrancaban del amor materno, ya no tenía consuelo. Lo poco que había logrado empezar a construir, lo perdía por decisiones ajenas. No entendía por qué Dios eran tan malo con él.
Acá es donde empieza a ocurrir el milagro, y se puede empezar a entender el sentido personal que tuvo lo provocado por nuestra madre. ¿A dónde lo llevó su nuevo amo? Invito al lector a que haga una pausa y se lo imagine. Lo llevaron a un campo que quedaba en… ¡Zelaya! Esto es un paraje entre Escobar y Pilar, a 50km de CABA. Allí fue a parar Manuel, sin entender dónde estaba, sin conocer a nadie, a hacerse un lugar en su nueva comunidad. Allí se encontraba, sólo, sin sentido, cuando un buen día ve llegar a la carreta que venía a pernoctar. Se pueden imaginar su salto de alegría, su sorpresa, su emoción. Se volvía a encontrar con su antiguo amo, quien probablemente quería visitar a su amigo que había pagado la fianza, ya que la estancia estaba algo alejada del camino natural a Santiago. Pero para Manuel, sobretodo se reencontraba con la carreta, en cuyo interior estaba aquella imagen, a la que tanto cariño le había tomado. Él sentía que su madre había querido visitarlo y saludarlo. Esa noche sería feliz, pero lo angustiaba la despedida final que le esperaba al día siguiente. Sin embargo en la mañana siguiente, ocurrió algo que estaba fuera de la imaginación de todos, y es la historia que todo católico argentino promedio conoce. Ahora se puede entender mejor el significado personal que tuvo, y el impacto que provocó en la sociedad. El significado no fue solamente para Manuel, para quien sin dudas fue singularísimo. Para la sociedad también: la virgen había tomado como hijo suyo a quien nadie valoraba como persona. A un “negro” africano sin más derechos que obedecer. Sin paga alguna, se lo alimentaba y daba hospedaje, para que pudiera seguir trabajando gratuitamente para su amo de ocasión. Si no servía, se lo castigaba o se lo vendía. Y a una persona así, la virgen lo protegía, se vinculaba personalmente con él, con un gesto milagroso y percibible de manera muy nítida, llena de testigos presenciales.
Para no hacer más larga la narración, vamos a dejar la continuación de esta historia para otra ocasión. Sólo unas líneas, para decir que cuando la imagen fue llevada a la ciudad de Luján, inicialmente ocurrió desprendiéndola nuevamente de la custodia de Manuel, quien quedó en la estancia de Zelaya. Inexplicablemente, la virgen desapareció de Luján, y la encontraron en la estancia, donde estaba Manuel. Sin hablar pero de manera muy evidente, la virgen daba a entender que no quería mudarse sin su custodio, sin su hijo adoptivo. Como el patrón no estaba dispuesto a cederlo, dos veces tuvo que ocurrir este hecho milagroso (uno se puede imaginar la alegría interior de Manuel). Finalmente, el patrón estuvo dispuesto a vender al negrito, quien finalmente partió junto con la procesión que trasladó por tercera y última vez la imagen, desde Zelaya a la ciudad de Luján (unos 45km de peregrinación), donde finalmente hoy encuentra su reposo, en la basílica que conocemos. Actualmente, esa imagen es la patrona de nuestro país, Argentina.
Para quien quiera profundizar:
Folleto: El Negro Manuel, hijo fiel de Nuestra Señora de Luján, del P. F.Burbridge
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