Dicen ellos: para infierno ya hay bastante con lo que se padece en esta vida, así es que como Dios es el creador de nuestras almas, no va a tener la mala baba de quemarlas en un fuego eterno.

Dicen ellos que no hay un castigo eterno, pues para infierno ya hay bastante con lo que se padece en esta vida, así es que como Dios es el creador de nuestras almas, no va a tener la mala baba de quemarlas en un fuego que nunca se apaga. Ellos también proclaman que los sacramentos pueden ser prescindibles, y sobre todo el de la confesión. ¡Pero que es eso decirle los pecados a un hombre! Basta con mirar al cielo en una ceremonia de consolación para obtener el perdón. Igualmente sostienen ellos que el abandono del marido por la mujer o viceversa, es decir el divorcio, no es que se deba permitir, es que en muchos casos es lo deseable. No es necesario seguir…

Pero, querido lector, usted se equivoca si piensa que todo lo anterior es el último grito en religión, dicho, sostenido y proclamado como aportación original por los católicos progres; pero aviso: no me mezclen a los católicos progres con los católicos moderaditos, porque son distintos y para mejor reciclar cada desperdicio debe ir al cubo de la basura que le corresponda. Pues no, no son originales. El párrafo con el que he abierto este artículo es parte de la doctrina de una secta neo-maniquea que surgió en el sur de Francia, durante los siglos XII y XIII, conocida por el nombre de los albigenses.

Por orden del papa Inocencio III (1198-1216), el año 1206 un burgalés nacido en el pueblo de Caleruega se estableció en el Languedoc para combatir esta herejía. Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), que es como se llamaba el embajador del papa, para remediar tanta ignorancia religiosa, en 1215, estableció en Tolosa la primera casa de su Orden de Predicadores. Un año después, el 22 de diciembre de 1216, el papa Honorio III (1216-1227) mediante la bula Bula Religiosam Vitam aprobó la Orden de los Frailes Predicadores, popularmente conocidos como los dominicos.

Santo Domingo y los albigenses
Santo Domingo y los albigenses de Pedro Berruguete (1445-1503). En la Edad Media se recurría a la “prueba del fuego” para establecer la verdad, con lo que el milagro prevalecía así sobre los argumentos racionales. En el cuadro, Santo Domingo hace depositar sobre el fuego uno de sus libros y otro de los albigenses para demostrar los errores de su doctrina. Prodigiosamente, el del santo se eleva sobre las llamas, que consumen el de los herejes.

No confundan a los católicos progres con los católicos moderaditos. Para mejor reciclar, cada desperdicio debe ir al cubo de la basura que le corresponde

Los hijos de Santo Domingo de Guzmán desde el principio se han distinguido por su buena formación, como consecuencia de una intensa dedicación al estudio. Sin duda que entre todos ellos ha sobresalido con notable diferencia Santo Tomás de Aquino (1225-1274), de cuya obra filosófica nos ocupamos el domingo pasado. Sin embargo, en el actuar de Santo Domingo de Guzmán no se redujo todo a libros y púlpito. En 1208 se le apareció la Virgen con un rosario en sus manos y le enseñó a rezarlo, proponiéndole que divulgase esta devoción como el arma más eficaz contra los enemigos de la fe.

Pocos años después de la aparición de la Virgen a Santo Domingo de Guzmán, ascendió al trono de Castilla Alfonso X (1252-1284), que ha pasado a la historia con el nombre de El Sabio. La desafortunada gestión política de este monarca, contrasta, sin embargo, con su actividad cultural, lo que a algún autor le ha llevado a calificar como “un caso evidente de la inadaptación de un intelectual a la vida activa y política que le exigía su elevado cargo”. Sin duda, en lo mejor de sus aportaciones se encuentran Las Cantigas de Santa María.

Con flores a Maríaesa es la canción que indica el nexo entre el mes mayo y la Virgen. Al fin y al cabo, el rosario significa ramillete de rosas y Alfonso X el Sabio en la cantiga 406, explícitamente, relaciona el mes de mayo con Santa María. Esta es la traducción de la letra original que se canta en esa cantiga:  “Bienvenido seas, mayo, y con alegría, / así que a Santa María roguemos / para que siempre ruegue a su Hijo / que nos guarde de pecado y de hacer locuras. / Bien venido seas, mayo. / Bienvenido seas, mayo, y con alegría”.

Cantiga número 100, Santa Maria, Strela do dia, interpretada por la orquesta barroca Apollo’s Fire, dirigida por Jeannette Sorrel.

Con tantos precedentes de siglos atrás, de los que solo hemos citado un par de ellos, el reconocimiento oficial de mayo como el mes dedicado a la Virgen se produce en el siglo XVIII. El jesuita Giuseppe Maria Mazzolari publicó un libro titulado Il mese di Maria o sia il mese di Maggio consagrats a Maria Coll’esercizio di varj fiori di virtri. Este autor proponía manifestar durante el mes de mayo la devoción a la Virgen de estas tres formas concretas: primero, rezar ante una imagen de la Virgen, preferiblemente el rosario, sin necesidad de que esta imagen estuviera en un templo; segundo, meditar las grandes verdades de nuestra fe; y tercero, depositar flores ante la imagen de la Virgen.

La iniciativa de este jesuita prendió con fuerza y el mes de mayo se convirtió, ya en el siglo XVIII, en una devoción mariana muy extendida. Y precisamente por el arraigo popular que adquirió fue combatida por los racionalistas franceses del siglo XVIII, que en esta batalla contra la Virgen encontraron unos eficaces colaboradores en los cismáticos curas y obispos juramentados de la Revolución Francesa, entre los que destacó Louis Belmas (1757-1841), obispo de Cambrai. A Louis Belmás, además de no gustarle la devoción a la Virgen, tampoco le hacía gracia el matrimonio como sacramento, pues según él, en el matrimonio todo se reduce a un contrato civil, que depende exclusivamente de las leyes promulgadas por los hombres; por lo tanto si el Estado reconocía la unión legal de los divorciados, Belmas bendecía esa unión y así lo ordenaba que lo hicieran los curas que de él dependían en su diócesis. ¡Qué falta hace explicar en nuestros colegios lo que fue en realidad la Revolución Francesa, descrita magistralmente por Jean de Viguerie en su libro Cristianismo y Revolución!

Y como estamos en el mes de mayo, quiero acabar este escrito con la recomendación del libro, cuya portada ilustra este artículo: Los nombres de la Virgen. Los geniales dibujos de esta artista, rezuman piedad mariana y facilitan su arraigo en los ambientes familiares, porque lo pueden entender incluso los más pequeños, aunque no sepan leer, ya que nunca como en este libro se hace verdad el dicho de que una imagen vale más que mil palabras.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá

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