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Quiera Dios que los señores cardenales elijan, en el cónclave, a un papa que no sólo ponga orden interno, sino que sea profundamente detestado por el mundo a causa de su fidelidad a la doctrina católica; ésta será, a mi modo de ver, una señal inequívoca de su cercanía a la voluntad divina. De hecho, Cristo quiere que toda la Iglesia, y no sólo su Vicario, sea “signo de contradicción” y, por ende, odiada y perseguida por el mundo, que es donde, por cierto, Satanás tiene su imperio.

No necesitamos un papa que reciba la ovación del mundo, o sea, ni el aplauso de las izquierdas, ni de las derechas, ni de los masones, ni de las otras religiones, ni de los lobbies woke, ni de los medios de comunicación de masas, ni de los poderosos, ni de los oligarcas, ni de los ateos, ni de los ecologistas, ni de los indigenistas, ni de los pervertidos, ni de los pervertidores, ni de los anticlericales, ni de los promotores de la leyenda negra.

En efecto, estamos aquí, en este mundo, no para que él nos marque el ritmo de nuestra vida eclesial, sino, más bien, para molestarlo, como la Luz “molesta” a los que moran siempre en las tinieblas del error doctrinal y moral.

La Verdad se encarnó para incendiar el mundo con su “fuego purificador”, no para justificarlo en sus abyectas iniquidades. Si esto no puede conseguirse con la “caritas suavitatis”, deberá hacerse con la “caritas severitatis”, porque a los demonios y a sus secuaces terrenales se los debe condenar e increpar con dureza cuando éstos, pertinaz y públicamente, ofenden a Dios, su ley y su obra.

En fin, esperemos que los cardenales electores no olviden que el Señor no nos mandó ser “miel de la tierra”, sino sal.

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