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Algunos creen que la piedad es propia de almas tímidas, que la devoción amengua el carácter y deprime los acometimientos de la heroicidad.
Nada más falso. La religión, el culto y sus prácticas comunican al espíritu energías sobrenaturales, confirman, depuran y elevan todos los anhelos legítimos, impulsan al creyente por los senderos de las obras más difíciles y lo hacen capaz de todos los sacrificios.
La historia está llena de brillantes ejemplos. Hay infinidad de ilustres personajes, de noble prosapia, que en medio de los azares de la guerra y de la política, no obstante sus defectos morales, eran férvidos devotos de la Santísima Virgen y le demostraban, por el rosario, su afecto filial.
Doña Blanca de Castilla, Luis XI y Enrique IV fueron fervorosos devotos del Rosario.
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