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Estas líneas son un reconocimiento hacia quien hoy es un nonagenario y a quien queremos expresarle nuestra gratitud por lo que nos ha iluminado y transmitido; tengo muchos de sus libros con una dedicatoria, hay algunas que se repiten, pero hay una que es distinta.

Pablo Sylvester – 

Es así, el padre Sáenz llegó el pasado 21 de enero a los noventa años y vive en el Colegio Máximo de los jesuitas en San Miguel, Argentina; se encuentra bien de salud, todos los días celebra la Misa, un amigo lo llamó hace poco y tuvo con él una larga conversación.[1] Lo primero que leí de él con inmenso provecho fue «El Santo Sacrificio de la Misa» cuando yo estaba en el seminario de Tucumán.[2] Al poco tiempo él vino a mi ciudad natal, San Miguel de Tucumán, y pude oír, en una parroquia, la del padre Parrado, su conferencia sobre «Antonio Gramsci y la Revolución Cultural» hacia 1987; fue un inmenso gusto conocer y escuchar a quien estaba leyendo con fruto. [3] Desde entonces se repetiría una constante, podía oír sus conferencias, primero, y luego con el tiempo ver plasmada la enseñanza en libro.

El padre Alfredo Sáenz, y el padre Pablo Sylvester, en Rusia, en 1993. Homenaje a '«a Rus de Vladimir»Como me interesaba todo lo que él había escrito y yo acababa de conocer al autor y me atraía, comencé a leer la revista Gladius que lo tenía a él por impulsor, la primera que llegó a mis manos fue la número 10, y desde entonces la sigo, llamándome la atención la cosmovisión católica que poseía. En Gladius 4 leí un artículo de su autoría: La misión del intelectual católico, donde de alguna manera se retrata en ese título lo que él fue y sigue siendo; alguien que puso toda su persona, toda su inteligencia y voluntad al servicio de la verdad. [4]

Además, al enterarme que Sáenz había impulsado la revista Mikael del seminario de Paraná, di con los 33 números que habían sido del padre Juan Malensek, sacerdote esloveno que fue párroco en el campo tucumano, en Choromoro; «heredé» dichos números y los seguí, leyendo también las valiosas recensiones de libros de Sáenz. La impresión de Mikael fue la misma que tuve al encontrarme con Gladius: por detrás se evidenciaba una clarísima cosmovisión católica muy bien fundamentada y argumentada.[5]

Me deslumbraba un Sáenz como un intelectual católico riguroso que conoce la verdad y la transmite a la vez que indicaba y señalaba el error. Por entonces en el seminario tucumano se leían con avidez muchos libros en castellano, Sáenz, que vivía en Buenos Aires, además había leído en otros idiomas y, algo clave, había acudido a las fuentes. Él transmitía lo que había hallado, aportando argumentos y razones en un tiempo donde se discutían las posturas asumidas.

En otro lugar, en el seminario de la capital entrerriana, Sáenz vive trece años abocado a la formación de sacerdotes, no podía menos que entregarse a la identidad del mismo; In Persona Christi, es el libro donde traza la fisonomía espiritual del sacerdote de Cristo. Honda experiencia la que vive allí al punto de exclamar: «Han sido los años más fecundos y gozosos de mi vida, no los podré olvidar jamás».[6]

A todo esto di con su veta patrística: San Máximo de Turín su tesis doctoral de 1970 y su libro sobre San León Magno, fruto de un curso dado.[7] Veta que luego será profundizada.

En 1988 asistí en la parroquia de la Visitación en Capital Federal, el padre Lojoya era el párroco, a las conferencias que dio los días sábados. Hablaba en el interior del templo, repleto, los sábados a la noche después de Misa. De allí salió «De la Rus de Vladimir al hombre nuevo soviético».[8] Pero claro al año siguiente se cayó el muro de Berlín y allí alumbró su opúsculo «La Perestroika, sus causas y sus posibles desenlaces».[9] Su amor y dedicación a los temas rusos, unidos a la belleza y la patrística lo llevaría al poco tiempo a plasmar «El Icono, esplendor de lo sagrado».[10]

Por entonces dio cuenta del teorizador del «fin de la historia» en El nuevo orden mundial en el pensamiento de Fukuyama. Esto sorprendía en él ya que a la vez que exponía de Sagradas Escrituras, liturgia, patrística, íconos, podía seguir el tema político de actualidad.[11]

En 1993 hubo un poco de acción ya que Sáenz organizó un viaje a Rusia al que me sumé junto a otras veinte personas. Viajamos por Aeroflot con escala en Argelia, llegamos a Moscú, y qué decir de toda esa experiencia donde en tren fuimos a San Petersburgo; recorrimos claro las ciudades del anillo de oro, llegaríamos, siempre en tren, a Kiev. Todo resultaba asombroso y deslumbrante. Teníamos guías «turísticos», pero las explicaciones y enseñanzas de Sáenz tenían, como es obvio, una superioridad cualitativa. ¡Cuántas cosas para contar de esta intensa experiencia de quince días! Pero, tengo que seguir…

En el tiempo posterior a este viaje a Rusia, Sáenz siguió viviendo en la ciudad de Buenos Aires, en la residencia «Regina Martyrum» de los jesuitas, en el barrio de Congreso, donde tuvo estabilidad y continuidad, y pudo en su investigación y enseñanza abocarse a tres grandes rubros por así decir. Siempre en su cuarto de la calle Sarandí rodeado de libros y trabajando con su vieja máquina de escribir ya que Sáenz nunca se digitalizó; escribía todo a máquina. De alguna manera tengo que incluir una gran producción de obras de todo este tiempo, por eso tienen que permitirme que de alguna forma las enumere.

Les hablaba de diversos rubros, uno fue la historia de la Iglesia en una colección que denominó La Nave y Las Tempestades. Allí estudia sucesivamente la Sinagoga y la Iglesia primitiva; las invasiones de los bárbaros; la embestida del Islam; la querella de las investiduras y la herejía de los cataros; la reforma protestante; el renacimiento; la revolución francesa; el modernismo, los cristeros.

Además, se abocó a Los Héroes y Santos siguiendo el famoso verso de Leopoldo Marechal: «Y has de saber que un pueblo se realiza tan solo cuando traza la Cruz en su esfera durable…la vertical del santo, la horizontal del héroe». Retrató así entre los «santos» a San Pablo, San Bernardo, San Fernando, Santa Catalina de Siena; San Vladimir; San Ignacio de Loyola; Santa Teresa de Jesús; Santo Toribio de Mogrovejo; beata María Antonia de Paz y Figueroa y Anacleto González Flores. Y entre los «héroes» al Cardenal Pie, José Canovai, Isabel la Católica, Hernandarias, Antonio Ruiz de Montoya; el padre Castañeda, Gabriel Garcia Moreno; Antonio Gaudí, Antonio Rivera, Antonio de Oliveira Zalasar.

Un tercer rubro fue la profundización de su veta patrística ya mencionada explicando Las Parábolas del Evangelio según los Padres de la Iglesia. Allí alumbraría sucesivamente la misericordia de Dios; la misericordia del prójimo; la figura señorial de Cristo; el misterio de Israel y de las naciones; el misterio de la Iglesia; la siembra divina y la fecundidad apostólica; el seguimiento de Cristo; la expectación de la Parusía.

Una vez me comentó que de su tiempo de estudiante aprovechaba los tiempos libres para leer en la biblioteca jesuita del Máximo, a los Padres, e iba fichándolos. Pues bien retomó y actualizó dichas fichas y de allí surgieron estas obras.

La Palabra de Dios está presente desde el inicio en Sáenz; sus primeros libros son bíblicos.[12] Pero en él las Sagradas Escrituras están interpretadas patrísticamente, en el seno de la Iglesia. No se encuentran aisladas químicamente para análisis disecado del erudito poseedor de la ciencia hermética, sino que es la palabra viva, la «espada del Espíritu», que convierte los corazones, ilumina las conciencias e indica el cielo hacia donde vamos. Como detrás de Sáenz hay una cosmovisión católica, esta referencia bíblica se encuentra por todas partes, incluso cuando habla del arte, la cultura o la historia.

Pues bien, allí están los tres grandes rubros, las tres grandes colecciones; muchos de estos libros fueron precedidos por conferencias en distintos lugares, destacándose los ciclos de conferencias en la Corporación de Abogados Católicos; entonces dirigida por el doctor Alberto Solanet.

Es cierto que llegó un momento donde no me resultó posible leer todo lo que fue publicando, leí varias cosas de él, releí otras tantas, y sé qué es lo que ha escrito y trabajado. Su obra y él son muy conocidas entre jóvenes, y adultos y es referencia para muchas familias que viven y profesan la fe; en este tiempo del todo particular que nos toca. Por la temática abordada, es un punto de referencia para muchos consagrados. Allí está su obra, allí está él en el Máximo, bien de salud, aunque sin la capacidad enorme de trabajo de otrora, seguramente haciendo «lo que tiene que hacer».

¿Es completa la enumeración de sus obras? De ninguna manera, me faltó mencionar «El fin de los tiempos y siete autores modernos: Dostoievski, Soloviev, Benson, Thibon, Pieper, Castellani, Hugo Wast.[13] También quedó sin destacar El hombre Moderno, descripción fenomenológica.[14]

Pero, habíamos adelantado que estas líneas son un reconocimiento hacia quien hoy es un nonagenario y a quien queremos expresarle nuestra gratitud por lo que nos ha iluminado y transmitido; tengo muchos de sus libros con una dedicatoria, hay algunas que se repiten, pero hay una que es distinta. Es la dedicatoria de un libro suyo sobre el seguimiento de Cristo en Las Parábolas del Evangelio según los Padres de la Iglesia. Allí dice: «Para Pablo con el deseo de que siga firme en el seguimiento del Buen Pastor, con coraje y sin perder el humor». También en eso fue un maestro, en el arte de convertir la tragedia en comedia, sabiendo reírse de toda desventura que pudiera presentarse. Fue un gran cultor de momentos eutrapélicos, cerveza de por medio. «Fue» porque en el Máximo no se puede ir a tomar cerveza, aunque sigue siéndolo en la medida que ha podido salir a comer afuera.

No sé si ya dejó de escribir, quizá sí, con lo cual su opera omnia ya estaría lista, o tal vez aún nos sorprende. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti Padre y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3). De todo lo que él nos transmitió no hay nada arbitrario o antojadizo; no veo nada que haya sido escrito sin ton ni son; es cierto que está todo fundamentado y argumentado. «Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18, 37). Claro que hay que hacer un esfuerzo para leer y entender. Bueno, para eso Dios nos ha dado inteligencia y voluntad…Todo lo que él ha expresado, me parece, de una manera u otra que nos lleva a conocer al Padre, y a su enviado Jesucristo.

Muy apreciado y querido padre Alfredo Sáenz: ¡¡ Gracias!!

Padre Pablo Sylvester.

Notas

[1] Escribo estas líneas por pedido de mi amigo, el padre Christian Viña; él me hizo la sugerencia e inmediatamente me puse a elaborar lo que sigue. Aquí contaré cómo lo fui conociendo y leyendo a Alfredo Sáenz. Por otra parte, un estudio exhaustivo de su obra, RevistaGladius, 85, 2012, Breide Obeid, Rafael, la obra del padre Alfredo Sáenz S.J. Fundamentación del doctorado Honoris Causa. Además se encuentra la siguiente obra: Lucidez y Coraje, autores varios, homenaje al padre Alfredo Sáenz en sus bodas de oro sacerdotales, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 2013. En el presente artículo haré sólo una mención parcial de los escritos del padre.

[2] Sáenz, Alfredo, El Santo Sacrificio de la Misa, Ediciones del Cruzamante, Buenos Aires, 1982

[3] Sáenz, Alfredo, Antonio Gramsci y la revolución cultural, Corporación de Abogados Católicos, Buenos Aires, 1988.

[4] La primera Gladius es en 1984; hoy, en 2022, se acerca ya a los 100 números.

[5] Gladius y Mikael hoy están digitalizadas y accesibles en el blog de Javier Olivera: Que no te la cuenten.

[6] Sáenz, Alfredo, In Persona Christi, la fisonomía espiritual del Sacerdote de Cristo, Ediciones Mikael, Paraná, 1985, p.3.

[7] Sáenz, Alfredo, La celebración de los misterios en San Máximo de Turín, Mikael, Paraná, 1983. (la tesis, recuerdo, es de 1970). Sáenz, Alfredo, San León magno y los misterios de Cristo, Mikael, 1984.

[8] Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1989.

[9] Corporación de Abogados Católicos, Buenos Aires, 1989.

[10] Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1991. En Sáenz confluyen temas con maestría. Es autor también de La Cristiandad y su cosmovisión», Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1991, donde hace «el elogio de la Cristiandad» como dice Biestro en el prólogo, pero no es sólo un libro de historia ya que el capítulo del «arte de la cristiandad» es muy logrado, y evidencia su capacidad de tocar y unir todos los temas y perspectiva.

[11] Sáenz, Alfredo, El Nuevo Orden Mundial en el pensamiento de Fukuyama, Ediciones del Cruzamante, Buenos Aires, 1993.

[12] Sáenz, Alfredo, El misterio del templo y la consagración del espacio, Ediciones Paulinas, 1962; Sáenz, Alfredo Cristo y las figuras bíblicas, ediciones paulinas, 1967.

[13] Ediciones Gladius 2008.

[14] Ediciones Gladius, 1998.

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