El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, obispo Oscar Ojea, hace honor a su apellido, ojea pero no ve la verdad de los hechos y confirma lo dicho por Leopoldo Marechal: “Quien recibe un nombre (aquí un apellido) recibe un destino.

Aristóteles en su Metafísica nos enseña que “a todo preferimos el ver” y que “si pagamos tan caro un viaje a Olimpia con el solo fin de ver juegos, competiciones y espectáculos se hace difícil que no propendamos sobre todo a contemplar el ser mismo y la verdad”.

Lo que sucede señor obispo, es que a usted, como a quien lo ha designado, la verdad no les interesa. Y eso es gravísimo.

En “La Nación” diario de ayer, aparece una carta del ex teniente coronel Jorge di Pascuale titulada “Monseñor Ojea”, que lo pone en el lugar que le corresponde. La misma comienza con una cita evangélica, para los católicos la palabra de Dios: ”Estuve… en la cárcel y vinistes a

mí” (Mateo, 25, 36).

Y le señala: “nadie le informó que en la cárcel de Campo de Mayo estuvo el cardenal primado Mario Poli, acompañado por monseñor Alcides Casaretto, a quienes se les brindó una conferencia de una hora y media, con proyecciones, explicándoles la situación de los presos políticos, a la que asistieron todos los detenidos, finalizando la reunión con una charla informal con varios de ellos. Tampoco está informado de la presencia de los monseñores Santiago Olivera y Antonio Baseotto, por solo nombrar a los más conocidos y de distintos sacerdotes que se acercan para conocer la situación de los detenidos y además de los que vienen a oficiar misa”.

Aquí, es mi deber distinguir entre dos personas honorables y veraces como lo son Olivera y mi amigo Baseotto, del cardenal Mario Poli, verdadero poligrillo, que después de destruir lo que habían construido en La Pampa, los buenos obispos que lo antecedieron, Arana y Bredice, fue designado y humillado por Francisco, quien acabó por difamarlo ha través del diario “Clarín” y su escriba Sergio Rubín, por supuestos negociados económicos; de Casaretto, destructor del Seminario de San Isidro, hermano del alma del paquete y ambiguo Laguna, quien no sabía si Cristo había fundadado una Iglesia, como lo expresó en sus diálogos con un rabino, prefiero no hablar por vergüenza ajena.

Continúa la carta: “Usted conoce la edad y la responsabilidad que tenían en oportunidad de los hechos los que actualmente están detenidos. Como católico le ruego que se asesore convenientemente antes de hacer púbico un comunicado como el que fue emitido el 12 de agosto del corriente año”.

Por desgracia di Pascuale ruega algo imposible porque a Ojea la verdad y la justicia no le interesan. Es continuador con finos modales de aquella infamia: “Con los enemigos ni justicia” y yo agrego: ni piedad con los muertos civiles de nuestros campos de concentración. Ojea es especialista en hacerse el otario con lo que lo puede comprometer y enemistar.

Lo mismo sucede con el papa argentino que hace años les prometió a Alberto Solanet y Gerardo Palacios Hardy, ocuparse del tema y que ahora se preocupa por una visita al oficial de la marina Alfredo Astiz.

Tengo la conciencia tranquila porque durante muchos años desde el Instituto de Filosofía Práctica denunciamos todas estas monstruosidades morales, políticas y jurídicas a través de nuestras declaraciones: “¿Justicia o venganza? del 30 de diciembre de 2008, “Acerca de la impunidad y de la crueldad” del 6 de septiembre de 2011, “Acerca de la destrucción de las Fuerzas Armadas, víctimas de un odio sin límites y de una desidia inigualable”, del 7 de febrero de 2013, “Acerca de los últimos” del 15 de diciembre del 2015; firmé las cuatro, acompañado la primera por Gerardo Palacios Hardy, la segunda por Orlando Gallo y las dos últimas por Juan Vergara del Carril, aparecidas en el libro: “Quince años de declaraciones que no necesitan aclaraciones”, Infip, Buenos Aires, 2017, págs. 64, 134, 159, y 273 respectivamente. Heredeos del P. Julio Meinvielle y del Dr. Guido Soaje Ramos, jamás encontrarán en esas declaraciones  confusión, engaño, mentira, simulación. ni hipocresía.

Quiero destacar además una carta personal, adjunta a la última declaración, que tiene un capitel de Saint-Exupéry: “Curas al condenado a muerte si está enfermo. Porque te está permitido castigar a un hombre en su cuerpo, pero no despreciar el cuerpo de un hombre” (Ciudadela, LIV).

En dicha carta relato el encuentro con un viejo amigo, juez jubilado, prisionero de los dogmas laicos de “lesa humanidad” y de los “derechos humanos”, quien criticó la última declaración del INFIP y que como integrante de una difusa progresía, con seguridad abomina como el papa Francisco de la pena de muerte. Entonces, la pregunté su opinión scerca de la pena de muerte disfrazada , “por izquierda”, que se aplica en nuestros campos de concentración, no me contestó, sino aludió a los entuertos de los militares en la guerra antisubversiva.

Le recordé que siempre había condenado esos excesos, que esa condena fue pública y está documentaba en el libro “La función judicial” en el mediodía del proceso, editado por Depalma tiempo después en 1981, cuando los Kirchner como abogados exitosos hacían mucha plata en Santa Cruz y que entonces, tenía autoridad moral para hablar hoy.

Le pregunté si él como magitrado había hecho algo análogo en esos tiempos duros y no me contestó. Entonces lo acusé por callarse cuando debería haber hablado y criticar a destiempo y le cité de memoria la frase del capitel: Saint-Exupéry cura al condenado a muerte, si está enfermo porque respeta al hombre y después lo fusila, en forma pública, porque respeta al imperio, porque es un hombre honrado y coherente.

En dicha carta acusaba a los obispos de entonces, año 2015, quienes como hoy Ojea, se oponían a terminar con la venganza y escribía que “no se ocupan de nuestros prisioneros de guerra, no denuncian el maltrato, pasan por alto torturas y amputaciones por falta de cuidados médicos, ignoran el abandono de personas y la aplicación de la pena de muerte de hecho, sin juicio público que la determine, ellos merecen el desprecio”.

Un caso paradigmático fue el del obispo de San Juan, Delgado, quien prohibió a sus sacerdotes visitar a los presos militares; al denunciarlo tuve una breve polémica con un integrante del Opus Dei, al cual ambos pertenecían, que terminó en forma abrupta, cuando le pregunté si esto integraba una nueva pastoral carcelaria; la antítesis de esta miseria se

manifestó en el Hospital de Paraná, cuando el capellán, mi hermano, Fernando Montejano, liberó al preso Zacarías de la cárcel de los derechos humanos, lo confesó y le llevaba la comunión todos los días.

Porque todo esto era y es posible, siempre que exista caridad y que el sacerdote no se haga el otario. Para lo último basta imitar al obispo de San Isidro, mon Ojea.

Buenos Aires, agosto 21 de 2024.                                             Bernardino Montejano

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