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Artículo que hay que leer del arzobispo emérito de La Plata, monseñor Aguer:

“Estupor” es la palabra que sube a mis labios al conocer el contenido de las 50 páginas del Instrumentum laboris, para el Sínodo que viene programándose “democráticamente” desde 2021. “La Prensa”, de Buenos Aires, titula así la noticia: “El Vaticano difundió la espinosa hoja de ruta del próximo Sínodo”. El documento incluye la pretensión de una “necesidad profunda de imitar a nuestro Maestro y Señor en cuanto a la habilidad de vivir una paradoja aparente: proclamar agresivamente su enseñanza auténtica, y al mismo tiempo servir de testigo para una inclusión y aceptación radicales”. ¡Vaya imitación de Cristo, agresiva, paradójica! Este propósito es insólito: la Iglesia sinodal formula una glosa progresista al Evangelio. El Instrumentum laboris plantea cómo asumir eclesialmente la mundialista Agenda 2030. Es admirable de qué modo la monarquía pontificia hace decir a la “democracia sinodal” lo que ella quiere que esta “democracia” diga. Es algo así como tirar la piedra y esconder la mano.

         El itinerario de la futura Asamblea que lleva ya dos años de preparación, hace hablar y votar a la “Muchedumbre”, especial y novedosamente a la femenina. Es lo que yo insinuaba con el conocido ejemplo de la piedra. Cuando el diseño de esa otra Iglesia esté consumado, el Sumo Pontífice, ante las críticas que no faltarán, podría decir: “Yo no fui”.

Al recoger el resultado del camino recorrido desde 2021, el documento que vengo comentando afronta la cuestión de una nueva eclesiología: la Sinodalidad. Una digresión: “sínodo”, “sinodal”, significa “caminar con” (del griego syn y hodós) pero no expresa “hacia dónde”. La meta, entonces, puede ser la nueva Iglesia progresista, heterogénea respecto de la gran Tradición eclesial. Vayamos todos juntos hacia allá. Uno de los tópicos de la agenda, que atrae rápidamente la atención, es “cómo puede la Iglesia ser más receptiva de las personas LGBTQ+”. Es de notar que ya no se usa la expresión “personas con tendencias homosexuales”, que aparece en varios documentos romanos, y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Tampoco se menciona el nombre de otros “colectivos”, que se han sentido marginados o ignorados. Se continúa afirmando que los pobres “ocupan un lugar central”; se introducen nuevos ámbitos, como el cambio climático, y los movimientos migratorios, a los cuales se refiere frecuentemente la predicación pontificia.

En el Sínodo que se proyecta participará un 75 por ciento de obispos, y un 25 por ciento de laicos, entre ellos mujeres, con derecho a voz y voto. Si no he leído mal, me parece que los presbíteros son ignorados, lo cual es muy llamativo, y señala cómo su número desciende continuamente en todas las diócesis. Las vocaciones sacerdotales ya no constituyen una prioridad. Otra vez ha llegado “la hora de los laicos”.

El texto prosigue indicando que “existen quienes no se sienten aceptados en la Iglesia, como los divorciados vueltos a casar, las personas en matrimonios que solían llamarse irregulares, o las personas LGBTQ+, y hay formas de discriminación racial, étnica, de clase o de casta que llevan a algunos a sentirse menos importantes, o menos bienvenidos dentro de la comunidad”. El propósito de superación se formula, entonces: “¿Cómo podemos crear espacios en los que aquellos que se sienten heridos por la Iglesia, y rechazados por la comunidad pueden sentirse reconocidos, no juzgados, y libres para hacer preguntas? Y ¿qué medidas concretas son necesarias para llegar a las personas que se sienten excluidas de la Iglesia a causa de su afectividad y sexualidad?” Estas serán preguntas que se formulará la Asamblea Sinodal. Arriesgo una interpretación: ya no cuenta la verdad objetiva y el reconocimiento de preceptos a tenor de los cuales se juzga y se reconocen la virtud, y el pecado. Lo que ahora importa es cómo se sienten los que se consideran excluidos; es su sentimiento, y no el estado objetivo en que se hallan.

Otro punto clave es la necesidad de “que se aborde la participación de las mujeres en el gobierno, la toma de decisiones, la misión y los ministerios a todos los niveles de la Iglesia, con el apoyo de las estructuras adecuadas para que esto no quede en una mera aspiración general”. Como se ve, el programa no se atreve a plantear el posible “sacerdocio femenino”. Esta observación concreta sobre “las estructuras adecuadas” vuelve a las socorridas aspiraciones al cambio de estructuras. Aunque parezca curioso observarlo, la Iglesia Católica comienza tardíamente a recorrer la ruta que abrió la Reforma Protestante, cuando desde hace tiempo el protestantismo ha sido tragado por el mundo. Este es el momento de citar lo que escribió en su Diario, en 1848, un luterano danés que fue un gran filósofo cristiano, Soren Kierkegaard: “Justo ahora que se habla de reorganizar la Iglesia, se ve claramente qué poco Cristianismo hay en ella” (IX A 264). En la misma página habla de “la desgraciada ilusión de la Cristiandad, que reemplaza el ser cristiano por ser hombre”. Esta desgraciada ilusión es la que engaña ahora a la Iglesia Católica. El programa sinodal, al igual que el del Sínodo Alemán diseña otra Iglesia, heterogénea respecto de la grande y unánime Tradición. ¿Cómo reaccionarán los católicos fieles? En diversos países ya se configura felizmente una reacción que suele ser descalificada como “conservadora” por el progresismo oficial. La Providencia del Esposo y Señor de la katholiké, inspira e ilumina aquella contemporaneidad con Cristo que expresa el cumplimiento de la promesa evangélica: “Yo estaré siempre (todos los días) con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). El texto griego dice: hasta la synteléias del cosmos. La fórmula “fin del mundo” es una traducción ambigua; el cumplimiento es la plenificación de la Historia, según los planes misteriosos de la Providencia. En el misterioso ámbito de la Providencia divina se inscribe el juego de las causas segundas, a las que ordena según designios inescrutables. En la Providencia se manifiestan la justicia y la misericordia de Dios. Esta Providencia, entonces, incluye la dialéctica de las causas segundas, y por eso se puede decir que permite el mal.

Los designios de los fautores del Sínodo son esas causas segundas, libres para hacer el mal.

Franqueza

¡Cómo me atrevo a expresarme en estos términos! Reconozco y venero a Francisco como Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo. Pero Francisco sigue siendo Jorge Bergoglio. Ahora bien, conozco a Jorge Bergoglio desde hace 45 años. Es una “causa segunda”. Eso explica lo dicho, y aún lo muchísimo más que podría decirse.

 

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.

 

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