Compartir

El anciano del poncho y la camarilla que lo empuja
| 10 abril, 2025
La escena es devastadora. El Papa Francisco, cubierto con una manta a rayas, empujado en silla de ruedas por hombres trajeados de rostros difusos, arrastrado como un anciano desorientado por los suelos majestuosos de la Basílica de San Pedro.
No hay cruz pectoral visible, ni muceta, ni ceremonia. Solo una figura abatida, casi ausente, desplazada por asistentes anónimos en uno de los lugares más sagrados de la cristiandad. Lo que debería ser una imagen de autoridad apostólica se convierte en símbolo de fragilidad, de abandono… y de manipulación.
No es humildad. No es sencillez evangélica. Es algo peor: negligencia ritualizada, disfrazada de naturalidad. El Vicario de Cristo, reducido a un objeto simbólico que se pasea sin rumbo ni liturgia. ¿Quién decidió que el Papa debía mostrarse así ante el mundo? ¿Quién pensó que esa imagen era apropiada para la cabeza visible de la Iglesia universal? ¿Y sobre todo: quién está realmente al mando?
Porque seamos claros: el hombre que va en la silla de ruedas ya no gobierna la Iglesia. No puede. Basta mirarlo para comprender que no tiene capacidad para dirigir la Curia, gestionar crisis, discernir nombramientos ni sostener el timón doctrinal. Y sin embargo, las decisiones siguen fluyendo. Las reformas se aceleran. Las ambigüedades se multiplican. Los silencios se vuelven norma. ¿Quién firma? ¿Quién redacta? ¿Quién manda?
La respuesta es tan incómoda como necesaria: manda la camarilla que empuja la silla.
Esa camarilla que ha encontrado en la debilidad física del Pontífice una oportunidad histórica para pilotar la Iglesia sin contrapesos. Secretarios, cardenales, laicos influyentes. Los hay con alzacuellos y sin él. Son los que controlan la agenda, filtran los discursos, manipulan las entrevistas, presionan a los obispos, destruyen a los disidentes. Y ahora también: usan el cuerpo del Papa como escudo humano para proteger su revolución.
Lo que empezó como una primavera eclesial ha terminado en un invierno geriátrico, donde el Papa ha sido vaciado de contenido pero todavía útil como figura decorativa. Una especie de reliquia viviente que justifica todo lo que otros deciden por él. La silla de ruedas no es solo un medio de transporte: es el signo visible de un poder invisible que ha tomado el control.
Y aquí ya no hablamos solo de escándalo moral o confusión doctrinal. Hablamos de algo potencialmente delictivo. Si se acredita que el Papa está siendo instrumentalizado en contra de su voluntad o sin plena conciencia, estamos ante una suplantación de funciones, un abuso de autoridad y una grave vulneración del orden canónico. En cualquier otro ámbito, esto exigiría una auditoría. En la Iglesia, hasta ahora, solo exige silencio.
Pero esa imagen —esa imagen tremenda del Papa arrastrado como un anciano institucionalizado en la tumba de Pedro— no puede ni debe ser ignorada. Porque revela no solo la fragilidad de un hombre, sino el colapso del papado como institución. El mundo no ve humanidad ni ternura: ve descomposición. Ve una Iglesia gobernada por sombras que no dan la cara.
Y por eso, la pregunta ya no es teológica ni litúrgica. Es eclesial, política y moral: ¿Quién gobierna realmente la Iglesia católica hoy? Y más aún: ¿con qué legitimidad?
Señores cardenales, señores obispos: ustedes lo saben. Ustedes han visto. Algunos incluso han empujado. Tarde o temprano, tendrán que responder. Ante Dios, ante la historia… y quién sabe si ante un tribunal.
El Papa Francisco ha sido visto esta mañana en el Vaticano.
Sin la sotana habitual de un Papa, en pantalones, sin solideo y con cánula nasal para poder respirar. pic.twitter.com/XBkOXaQDl8
— Universitarios Católicos (@UniCatolicos_es) April 10, 2025
MANTENTE AL DÍA