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De España salió la separación de América. La crisis de la hispanidad se inició en España […] Al régimen patriarcal de la Casa de Austria, abandonado en lo económico, escrupuloso en lo espiritual, sucedió bruscamente un ideal nuevo de ilustración, de negocios, de compañías por acciones, de carreteras, de explotación de los recursos naturales. Las Indias dejaron de ser el escenario donde se realizaba un intento evangélico para convertirse en codiciable patrimonio […]”
“En general, los hispanoamericanos no se suelen hacer cargo de que lo mismo su afrancesamiento espiritual, que su sentido secularista del gobierno y de la vida, que su afición a las ideas de la Enciclopedia y de la revolución son herencia española, hija de aquella extraordinaria revisión de valores y de principios que se operó en España en las primeras décadas del s. XVIII […]”
“No vimos entonces que la pérdida de la tradición implicaba la disolución del imperio, y por ello la separación de los pueblos hispanoamericanos. El imperio español era una monarquía misionera, que el mundo designaba propiamente con el título de monarquía católica. Desde el momento mismo en que el régimen nuestro, aun sin cambiar de nombre, se convirtió en ordenación territorial, militar, pragmática, económica, racionalista, los fundamentos mismos de la lealtad y de la obediencia quedaron quebrantados. La España que veían, a través de sus virreyes y altos funcionarios, los americanos de la segunda mitad del s. XVIII, no era ya la que los predicadores habían exaltado, recordando sin cesar en los púlpitos la cláusula del testamento de Isabel la Católica […]”.
“La aristocracia americana reclamaba el poder, como descendiente de los conquistadores, y por sentirse más leal al espíritu de los Reyes Católicos que los funcionarios del siglo XVIII y principios del XIX. “No queremos que nos gobiernen los franceses”, escribía Cornelio Saavedra al virrey Cisneros en Buenos Aires, en 1810” […] “¿Y en México? Si el movimiento de 1821 triunfó tan fácilmente fue porque se trató de una reacción: ‘Contra el parlamentarismo liberal dueño de España, desde que, tras las revoluciones militares iniciadas por Riego, Fernando VII fue obligado a restablecer la constitución de 1812’. Los tres últimos virreyes y las cuatro quintas partes de los oficiales españoles de la guarnición de México eran masones.
La situación está pintada por el hecho de que Morillo, el general de Fernando VII, era volteriano, y Bolívar, en cambio, aunque iniciado en la masonería cuando era joven, proclamaba en Colombia el 28 de septiembre de 1827 que: ‘La unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza’. Y en su mensaje de despedida dirigió al nuevo congreso esta recomendación suprema: ‘Me permitiréis que mi último acto sea el recomendaros que protejáis la santa religión que profesamos, y que es el manantial abundante de las bendiciones del cielo’”.
(Defensa de la Hispanidad, en Ramiro de Maeztu, Obra, Madrid, Editora Nacional, 1974, pp. 853-1066; aquí, pp. 869, 871, 872, 873 y 874)

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