La cultura y el arte en una obra del P. Alfredo Sáenz

Volver a leer libros que iluminaron los años juveniles suele ser una experiencia entre encantadora y jubilosa. Es lo que sucede, al menos en mi caso, con La Cristiandad y su cosmovisión, del P. Alfredo Sáenz. Además de la publicación por Gladius (1° edición: 1992; 2° edición: 2007), cuenta con otra disponible on line que publicó Fundación Gratis Date en 2005 con el título La Cristiandad, una realidad histórica.

El P. Sáenz afirma que, en las conferencias del ciclo que dio origen al libro, el único mérito “si lo hubo, lo constituía la síntesis de todo lo leído y el abanico de temas que posibilitaba la compresión de lo que fue la Weltanschauung medieval”. Respecto de “todo lo leído”, gracias a las numerosas citas, el lector nuevo o antiguo puede acceder a la obra de autores como Hilaire Belloc, Nicolás Berdiaeff, Edgard de Bruyne, Rubén Calderón Bouchet, Gustave Cohen, A. K. Coomarasawamy, Daniel-Rops, Christopher Dawson, Romano Guardini, Johan Huizinga, P. L. Landsberg, C. S. Lewis, Emile Mâle, Julio Meinvielle, Régine Pernoud, Gerald G. Walsh y tantos otros. De acuerdo al tema del que se ocupa, el autor prefiere más a uno que a otros pero, en todos los casos, deja con ganas de más. También señala que su intento fue “mostrar cómo es posible la refracción temporal del Evangelio, cómo fue de hecho posible la realización de una sociedad cristiana, a pesar de todos los defectos que la mancillaron”.

EL ESQUEMA

Antes de ocuparme especialmente de la cultura y el arte en La Cristiandad y su cosmovisión, me parece oportuno detenerme en el esquema general del libro. En sucesivos capítulos, el P. Sáenz se ocupa de temas como Cristiandad y Edad Media; la cultura en la Cristiandad; el orden político de la Cristiandad; el orden social de la Cristiandad; el arte de la Cristiandad y, por último, la post-Cristiandad. Entre otras posibles caracterizaciones, el P. Sáenz señala que “cuando las naciones, en su vida interna y en sus mutuas relaciones, se conforman con la doctrina del Evangelio, enseñada por el Magisterio [de la Iglesia], en la economía, la política, la moral, el arte, la legislación, tendremos un concierto de pueblos cristianos, o sea, una Cristiandad”. En relación a la Cristiandad medieval europea occidental, sus notas características –por cierto, es un listado no exhaustivo– fueron la centralidad de la fe, el predominio del símbolo, el carácter arquitectónico del orden social y su nota juvenil.

Dicho esto, voy puntualmente al tema de la cultura y del arte. En lo que se refiere a la cultura, sin perder de vista otros asuntos relacionados como los niveles de enseñanza –especialmente, las universidades como ejemplo de originalidad cristiana– es importante detenerse en la cultura popular.

Daniel-Rops, frente a la idea común de la ignorancia de las multitudes en la Edad Media, se pregunta si el número de analfabetos en la Edad Media era tan grande como se suele pensar. “Dada la multitud de clérigos, que en aquel tiempo eran los mejor formados intelectualmente, y de profesores famosos que salieron de los rangos del pueblo más sencillo, parece difícil concluir que la instrucción común de los niños haya sido tan deficiente. Destacados intelectuales de la Edad Media fueron de extracción social humildísima”. Además, en aquellos siglos medievales “no se pensaba que fuese lo mismo saber leer que ser instruido”. Esto dicho, agrego, estas consideraciones no implican despreciar lo que de bueno tiene la difusión de la alfabetización. El problema actual es que, pudiendo haber alfabetización, esto mismo no es garantía de cultura en el mejor de los sentidos.

El capítulo que el P. Alfredo Sáenz dedica al arte es, en mi opinión, aquel en el que autor muestra mejor su enamoramiento por el tema tratado. El esquema de trabajo es elocuente: I. La Catedral, un microcosmos; II. Los constructores de la catedral; III. La arquitectura de la catedral; IV. La escultura de la catedral; V. La luz y los colores de la catedral; VI. La música en la catedral; VII. El teatro a partir de la catedral; VIII. La literatura en relación con la catedral y, por último, un escolio en el que se recoge la admiración de Auguste Rodin sobre la catedral como síntesis del mundo artístico medieval. “La sociedad, en su conjunto, vivió en un ambiente de belleza”. Con Huizinga, sostiene que “la estética de la existencia se mostraba en el aspecto cotidiano de la ciudad y del campo”.

LA CATEDRAL

El P. Sáenz analiza “las diversas manifestaciones del arte en la Edad Media (…) a la luz de la catedral, punto de partida y punto de retorno de todas las expresiones estéticas que impregnaron de belleza la Cristiandad medieval”. En cuanto a la catedral como microcosmos –el resto de puntos enunciados exigirían notas aparte–, la primera relación es la de la catedral con la naturaleza. En este sentido, Emile Mâle sostiene que, en el fondo del arte medieval, “se encuentra una actitud de simpatía cósmica”. De mi parte anoto que, como observa Ratzinger en El espíritu de la liturgia. Una introducción, la liturgia católica también tiene una dimensión cósmica. En lo que se refiere a la relación de la catedral con las ciudad, ella era –y, en algunos casos, todavía siguen siendo– “el centro topográfico y espiritual de la ciudad”. Hacia ellas “convergían todos los caminos. Todas las aspiraciones del hombre medieval confluían en ella y en ella se verticalizaban”. En cuanto a la vida cotidiana, señala Daniel-Rops que “la catedral era la casa del pueblo, no por cierto en el sentido político que ha tomado esa expresión sino en cuanto en ella el pueblo se sentía cómodo”. Por último, la catedral como suma de artes significaba que todas las artes “que se cobijaban en la catedral tomaban parte conjunta en la realidad mistérica de sus celebraciones, y es en su transcurso cuando mostraban especialmente la vitalidad que las animaba”.

Como puede apreciarse, se trata de una obra introductoria que merece ser leída para profundizar en los temas presentados a partir de los autores que cita y recomienda el P. Alfredo Sáenz.

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