Parecerse al mundo: la receta del fracaso.

Jóvenes en una adoración eucarística.

Quien busca a Dios (y muchos jóvenes lo hacen) acude a donde está Dios, no a donde no está.Noemí Márquez / Cathopic

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La Iglesia católica en Occidente está atravesando una crisis gravísima. A nuestro juicio, el problema principal es que hay quienes pretenden transformar a la Iglesia en algo muy distinto de lo que ella siempre fue. Por eso, hay fieles que se van, mientras las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales disminuyen.

Dicen por ahí que quien hace siempre lo mismo, no puede esperar resultados distintos. Eso es cierto en el plano humano: quienes desde hace cincuenta años procuran atraer fieles haciendo que la Iglesia se parezca más al mundo, fracasan sistemáticamente. ¿Por qué? Porque en el plano sobrenatural, la receta del “éxito” es hacer lo mismo de siempre: es transmitir el mensaje de siempre, es ser la Iglesia de siempre. No es la Iglesia la que debe adaptarse al mundo: es el mundo el que está llamado a convertirse a la fe católica. Cuando la Iglesia se aparta de lo sobrenatural en su afán de parecerse al mundo, deja de ser lo que es, pasa a competir con cientos de miles de ONG que ofrecen más o menos lo mismo y espanta a los fieles. Cuando la Iglesia se parece a sí misma y hace lo que Dios le encomendó hacer, atrae a la gente.

Un amigo sacerdote me recordaba hace poco unas palabras del cardenal Giacomo Biffi: “Cuando la Iglesia hizo la opción preferencial por los pobres, los pobres hicieron la opción preferencial por las iglesias evangélicas”. En efecto, a partir de los años 70, muchos pobres siguieron yendo a recibir ayuda material de la Iglesia católica; pero empezaron a buscar la ayuda espiritual en las iglesias evangélicas.

¿Está mal dar ayuda material? Por supuesto que no. Siempre y cuando lo primero en la intención, sea acercar almas a Dios y ayudarlas a buscar la santidad. ¿Está mal abrir las puertas de la parroquia a los Alcohólicos Anónimos y a la profesora de crochet? No, siempre y cuando estas actividades no obstaculicen o sustituyan la catequesis de niños y adultos, los cursos de preparación para el matrimonio, los cursos de Biblia, etc.

Algunos párrocos se devanan los sesos buscando alternativas para atraer más fieles a sus parroquias. Lo que nosotros hemos visto es que allí donde hay buena doctrina, donde hay amor a la liturgia, donde hay curas confesando, donde se fomenta la vida espiritual, los fieles aparecen. Y se multiplican, porque hay conversiones. De esas comunidades, surgen vocaciones. Donde solo se ofrece comida, liturgias payasescas y consejos que puede dar cualquier psicólogo recién recibido, la gente se va.

El cristiano común y corriente, se resiste a que le rebajen la doctrina. ¿Por qué? Porque la ley natural está grabada en su alma y ello significa que tiene conciencia moral. Si ésta no está oscurecida, se da cuenta de que algo no está bien con la versión light de la Iglesia que algunos le quieren vender. Luego, puesto a elegir entre el original y la copia, el hombre corriente opta por el original: el que busca una ONG, se va a la ONG, y el que busca a Dios, irá allí donde se hable de Él… Sensum fidei, que le dicen…

Por eso, quienes dentro de la Iglesia siguen apostando a hacer lo mismo de siempre -a enseñar el magisterio y la doctrina de siempre, a celebrar la Santa Misa con la piedad, el decoro e incluso la liturgia de siempre, a administrar y recibir los sacramentos con la devoción de siempre- son los que hacen crecer a la Iglesia. Quizá poco, y de a poco. Pero es por ahí por donde crece.

Resulta paradójico que después de tanto tiempo, esfuerzo y dinero invertidos en la adaptación de la Iglesia al mundo, lo único que se ha conseguido es el rechazo del mundo. O al menos, el rechazo de quienes van a buscar en la Iglesia lo que todas las generaciones han buscado en ella: ayuda espiritual, sacerdotes abrazados a la Cruz, enamorados del Evangelio y… ¡fieles al Magisterio!

Es obvio, además, que ningún joven en su sano juicio dará su vida por una ONG. Sí estará dispuesto a darla por un gran ideal, por un gran amor. ¿Y qué amor más grande que el de Nuestro Señor Jesucristo, Dios encarnado, muerto y resucitado? ¿Y qué ideal más grande que el de la santidad? Pero… ¿es posible? ¡Por supuesto! “Te basta mi gracia”, le dice Jesús a San Pablo (2 Cor 12, 9). La Iglesia es de Dios, y Él, si bien respeta la libertad de los hombres, interviene en su historia distribuyendo la gracia como quiere.

Debemos pedir que la gracia anide en los corazones de los jóvenes, y hablarles del pecado y de la gracia, del Cielo y del infierno; de las virtudes y de los vicios, de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Debemos ayudar a que sus almas se impregnen de un sano realismo, para que sean receptivas a la gracia. Debemos brindarles una formación sólida, para que puedan amar al Señor y a su Iglesia como es debido: nadie puede amar lo que no conoce. Es lo mejor que los católicos podemos hacer por la Iglesia. Seguir remando contracorriente a pesar de las persecuciones externas e internas, seguros de hacer la voluntad de Dios.

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