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Imágen del Santo Cura de Ars cuya fiesta es el 4/8/24.
San Juan María Vianney, Cura de Ars. Patrono del clero universal.
DOMINGO XVIII (B) 2024 TRABAJAR POR EL PAN QUE PERMANECE
Sermón del Padre Fernando María Cavaller
El domingo pasado leímos y meditamos en el evangelio el milagro de la multiplicación de los panes. Hoy continúa la escena. Jesús se ha ido y la multitud le busca. Lo encuentran en Cafarnaúm, a 3 km del lugar del milagro por la misma costa del lago de Galilea. Jesús les dice yendo al fondo de su interés: “Les aseguro que ustedes no me buscan porque vieron milagros sino porque han comido pan hasta saciarse”. El Señor no les reprocha el interés natural por el alimento necesario sino la ceguera respecto a lo que el milagro significaba. Le buscan como dispensador de bienes materiales, ciegos de los espirituales y sobrenaturales. Y entonces les enseña directamente: hay dos alimentos, uno “perece”, el otro “permanece” hasta la Vida eterna, que Él les va a dar, porque es quien el Padre envió. Más aún, así como ya trabajan buscando el que perece, deben trabajar buscando el que permanece. Esto provoca un diálogo complejo con aquella multitud. Comprenden que es pan que permanece viene de Dios yh que hay que trabajar buscándolo, y hacen la primera pregunta: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? A la que Jesús contesta: “La obra de Dios es que crean en Aquel que Él ha enviado”. Es decir, en Mí. Para recibir ese pan que permanece, lo primero es la fe en Él.
Sin embargo, la siguiente pregunta de ellos es desconcertante, incomprensible y hasta desafiante, en quienes acababan de ser testigos del milagro de la multiplicación: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obras realizas?” Continúa la ceguera respecto al milagro vivido, que no les basta como evidencia para creer en Él como enviado de Dios. Incluso apelan al milagro del éxodo, que precisamente leemos hoy en misa: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Les dio de comer el pan bajado del cielo’”. Como diciendo “¿Y tú qué?” Es evidente que tampoco habían comprendido el sentido sobrenatural de aquel milagro del desierto, pensando sólo en un maná material, por muy caído del cielo que fuera. Jesús les tiene entonces que aclarar: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo, el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Es decir, Dios Padre se los dio a través de Moisés en el desierto, pero ahora les va a dar un “verdadero” pan del cielo. Verdadero porque es el que “da Vida al mundo”, les dice. Aquel del desierto fue sólo una prefiguración. Y verdadero porque éste se los dará Él, “a quien el Padre marcó con su sello”. Recién ahora parecen haber comprendido algo, porque no preguntan más, sino que piden: “Señor, danos siempre de ese pan”. Dicen “ese” pan. A lo cual Jesús responde finalmente de forma directa y rotunda: “Yo soy el Pan de Vida”. No es “algo”, es “Alguien”, soy Yo mismo ese Pan.
Así terminan siempre estos diálogos de Jesús en el evangelio, refiriendo todo a Su Persona: Yo soy la Resurrección y la Vida, Yo soy el Camino, la Verdad y Vida, Yo soy el Pan de Vida. Siempre es “Vida”. Con razón al comenzar esta conversación en Cafarnaúm habló del pan que “permanece” en comparación al que “perece”. Porque después de perecer en la cruz resucitó para permanecer eternamente vivo. Y esto quiere para nosotros al ofrecerse como Pan de Vida. No fue una metáfora sino una realidad, y tuvo su realización plena en la Última Cena, cuando con el pan material en sus manos, dijo las palabras “Esto es mi Cuerpo”. Entonces ocurrió algo nunca visto ni oído, y se hizo realidad el sentido misterioso que había tenido el pan desde la creación del mundo, transformarse en el Pan que permanece hasta la Vida eterna.
A la luz de todo esto, que en misa no sólo leemos y meditamos, sino que se hace realidad en el altar, no hay manera de no sorprenderse que este capítulo sexto del evangelio de San Juan se haya comenzado a leer el domingo pasado, al día siguiente de la horrible blasfemia ocurrida en la inauguración de las Olimpíadas. La satánica burla de la Ultima Cena tuvo una inmediata respuesta de lo alto, de Jesucristo mismo, Palabra eterna del Padre, que se hizo escuchar en todas las iglesias del mundo, y seguirá hoy y tres domingos más, por la extensión de este capítulo, que trae las discusiones de los fariseos con Jesús, el alejamiento de muchos de sus discípulos, y la magnífica confesión final de San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?, Tú tienes palabras de Vida eterna”. Es un hecho que así ha actuado la Providencia divina oportunamente, frente a un suceso que no sabíamos que iba a ocurrir. Y quiere que continuemos nuestra meditación un mes entero, con el evangelio en la mano, y la mirada en el Santísimo Sacramento.
La sacrílega representación fue un espectáculo repugnante que exhibió las peores degradaciones a que puede llegar el ser humano, propias de personas degeneradas y enajenadas aun mentalmente, una verdadera orgía de poseídos por Satanás. El director artístico declaró que no se había inspirado en la Última Cena de Da Vinci sino en el cuadro “El festín de los dioses” de Jan Bijlert, con Dionisio y los dioses del Olimpo, pero lo cierto es que ese cuadro se pintó en 1635 y era ya una burla del Da Vinci pintado en 1498. La misma burla es ahora. Y el juicio moral y religioso no recae sólo sobre los actores o directores del espectáculo. Es innegable que la inspiración proviene de la ideología de género, que va penetrando en todos los ámbitos: político, legal, educativo, artístico y ahora deportivo. Y representa el punto más bajo de la decadencia actual, sobre todo en occidente, que surgió precisamente del cristianismo. De allí la frontal agresión “woke”, que no se les ocurre tener con el islam ni con el judaísmo, ni con religiones orientales. Fue un disparo directo al cristianismo en su esencia más profunda, que es la Eucaristía, y el diablo se jugó porque es lo que más odia. Quiere acelerar la disolución.
Pero todavía hay resistencia al impacto en los verdaderos hijos de la Iglesia. Porque no se trata en definitiva y solamente de haber ofendido a los católicos sino directamente a Cristo, Pan de Vida. Y a Él hemos salido a defender, como dice San Pablo. “Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio…Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre…Tened siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del Maligno.” (Ef 6, 13-17). Siguiendo esta estrategia, además de levantar nuestras voces, como gracias a Dios está ocurriendo en todo nivel, aunque algunos que debieran hablar callan, lo esencial es la Eucaristía misma, celebrada en la misa y la adoración eucarística. No pudo ser más elocuente la imagen de la Basílica del Sacre Coeur misteriosamente iluminada mientras toda la ciudad de París quedaba a oscuras. En efecto, Jesús, que dijo “Yo soy el Pan de Vida”, también dijo “Yo soy la Luz”. Y es la Luz que se enciende sobre todo con su Presencia en la Eucaristía. Que no se apague en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestras iglesias. Que “permanezca” encendida la lámpara del Santísimo, porque Él es el Pan que “permanece hasta la Vida eterna”, y por el que debemos “trabajar”, como nos pide hoy. Lo demás “perecerá” tarde o temprano.
Precisamente, este domingo es también 4 de agosto, fiesta del Cura de Ars, patrono de todos los sacerdotes del mundo, y uno de los grandes santos de Francia, la hija primogénita de la Iglesia. Solía predicar entre lágrimas, recordando a su pueblo que Dios mismo estaba entre ellos en el altar y en el tabernáculo, y les decía: “¡Él está aquí!”.
LECTURAS DE LA MISA
Lectura del libro del Éxodo 16, 2-4. 12-15
En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».
Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley.
Yo escuché las protestas de los israelitas. Por eso, háblales en estos términos: “A la hora del crepúsculo ustedes comerán carne, y por la mañana se hartarán de pan. Así sabrán que Yo, el Señor, soy su Dios”».
Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él. Cuando esta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra. Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: «¿Qué es esto?» Porque no sabían lo que era.
Entonces Moisés les explicó: «Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento».
SALMO Sal 77, 3-4bc. 23-25. 54
R. El Señor les dio como alimento un trigo celestial.
Lo que hemos oído y aprendido,
lo que nos contaron nuestros padres,
lo narraremos a la próxima generación:
son las glorias del Señor y su poder. R.
Mandó a las nubes en lo alto
y abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos el maná,
les dio como alimento un trigo celestial. R.
Todos comieron un pan de ángeles,
les dio comida hasta saciarlos.
Los llevó hasta su Tierra santa,
hasta la Montaña que adquirió con su mano. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 17. 20-24
Hermanos:
Les digo y les recomiendo en nombre del Señor: no procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos.
Pero no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de Él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús.
De Él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.
ALELUIA Mt 4, 4b
Aleluia.
El hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Aleluia.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 24-35
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que ustedes me buscan,
no porque vieron signos,
sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero,
sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
el que les dará el Hijo del hombre;
porque es Él a quien Dios,
el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que Él ha enviado».
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:
“Les dio de comer el pan bajado del cielo”»
Jesús respondió:
«Les aseguro que no es Moisés
el que les dio el pan del cielo;
mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios
es el que desciende del cielo
y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan».Jesús les respondió:
«Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed».
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