
La influencia de Argelia sobre la estratégica región del Sahel se ve desafiada por la Alianza de Estados del Sahel que amenaza consolidar un nuevo espacio de poder basado en su alianza con el Reino de Marruecos y con Rusia.
La estabilidad de la estratégica región del Sahel vuelve a tambalearse. A medida que se consolida la Alianza de Estados del Sahel —una coalición militar, formada en septiembre de 2024, e integrada por Mali, Burkina Faso y Níger—, Argelia observa con creciente preocupación el auge de una estructura que desafía su histórica influencia regional y que se alinea progresivamente con otros actores como son Rabat y Moscú.
Las tensiones entre Argel y sus vecinos del sur no son nuevas, pero sí lo es la velocidad con la que estos tres países han buscado romper con los marcos tradicionales de cooperación regional, especialmente con organismos como la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental), en los que Argelia mantenía una interlocución indirecta. El reciente fortalecimiento de esta alianza militar, acompañado de un discurso soberanista y antioccidental, plantea nuevos interrogantes sobre el futuro geopolítico de la región.
Un liderazgo cuestionado
Argelia ha desempeñado históricamente un papel clave en los equilibrios del norte de África y el Sahel, apostando por una diplomacia de no injerencia y mediación. La aparición de un bloque cohesionado, con vocación de autonomía militar y respaldo externo, supone un desafío directo a esa postura.
Las autoridades argelinas temen que la alianza del Sahel se convierta en un instrumento de presión regional que limite su margen de maniobra, y sobre todo, que abra la puerta a una creciente presencia militar extranjera, especialmente de Rusia, actor con el que Argel mantiene una compleja relación estratégica y que es su principal proveedor de armamentos.
“Para Argelia, lo que está en juego es su papel como potencia estabilizadora en el continente”, señala un experto en política africana del Instituto Elcano. “Pero los nuevos equilibrios regionales obligan a redefinir prioridades y alianzas”.
La estrategia del Sahel
Desde los golpes de Estado que sacudieron a Mali, Burkina Faso y Níger, sus juntas militares han promovido un discurso de ruptura con el modelo poscolonial impuesto por Occidente. La creación de una alianza militar conjunta responde tanto a razones de seguridad —frente a la amenaza yihadista— como a una narrativa política de soberanía.
La alianza ha dado pasos firmes hacia la integración: ejercicios militares conjuntos, retirada de acuerdos de defensa con Francia y acercamiento explícito a Moscú. Esta nueva arquitectura regional sitúa a la coalición como un bloque alternativo que desafía la hegemonía diplomática tradicional de Argel.
Especialmente, desde que los miembros del Ejército de Malí han comenzado a recibir entrenamiento militar por parte de las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos. El Reino magrebí es el tradicional rival geopolítico de Argel en el Norte de África, desde la Guerra de las Arenas de 1963.
Argelia cerró su frontera terrestre en 1994, suspendió unilateralmente sus suministros de gas a través de la gasoducto Magreb – Europa en octubre de 2021 y cerró su espacio aéreo a los aviones marroquíes en septiembre de 2021 tras la ruptura de las relaciones diplomáticas. Desde entonces, los medios de comunicación estatales argelinos han intensificado su retórica antimarroquí, difundiendo a menudo información errónea y hostil.
El papel de Moscú
En este tablero en transformación, Rusia gana protagonismo. Con vínculos históricos con Argelia, el Kremlin ha reforzado su presencia en África a través de acuerdos militares, venta de armas y la actuación —más o menos oficial— de compañías de servicios militares como el grupo Wagner, recientemente rebautizado con el curioso nombre de “África Corps”.
Para los países del Sahel, el respaldo ruso ofrece una vía de apoyo militar sin las condiciones políticas que suelen imponer los países occidentales. Para Moscú, se trata de ampliar su radio de influencia en un continente donde los recursos naturales y las alianzas estratégicas cotizan al alza.
Sin embargo, este giro hacia Moscú también podría generar fricciones con Argelia. Aunque ambos países han mantenido una relación sólida, el desequilibrio que provocaría un apoyo ruso excesivo a la Alianza del Sahel podría tensar sus vínculos históricos.
¿Una nueva guerra fría regional?
El avance de este bloque militar, en un contexto de debilitamiento de las estructuras multilaterales africanas, plantea dudas sobre la posibilidad de una escalada de tensiones regionales. Si bien una confrontación directa entre Argelia y la Alianza del Sahel parece improbable en el corto plazo, los desacuerdos podrían derivar en conflictos diplomáticos, o incluso, en una competencia armamentística con respaldo externo.
En paralelo, la Unión Africana observa con inquietud la deriva de una región clave en términos de seguridad y recursos. Mientras tanto, Argelia se enfrenta al dilema de mantener su tradicional política exterior de autonomía o redefinir su papel en un continente donde los equilibrios de poder ya no son los de antaño.
El principal perjudicada por este clima de tensiones en el Sahel, es Argel, porque a sus conflictos con Marruecos por el Sáhara, ahora suma un clima prebélico con sus vecinos del Sur y un serio diferendo con su principal aliado internacional: Rusia.
En esta forma, el conflicto abierto en el Sahel no hace más que aumentar el aislamiento internacional de Argelia.
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