28.12.24

Ha muerto Federico Mihura Seeber, verdadero caballero cristiano, que vivió «velando sus armas», en oración, hasta librar, con seguridad victoriosamente, su batalla final. En su homenaje vayan estas líneas de su autoría que bien transparentan su espíritu. 

Gladius Spiritus: la espada que nos asistirá en el Último Combate, la tenemos. Falta saber si tenemos el espíritu que se exige en nosotros para usarla.

Por eso: «vela de armas». La vigilia del otrora destinado a la caballería tiene un profundo sentido para nuestra situación actual, en la contienda actual, con las armas actuales. La única arma que nos ha quedado, a partir de la derrota del Estado cristiano, es la Palabra de la Verdad: «Gladius spiritus». He dicho, la tenemos. Bruñida y filosa, cada día más efectiva a medida que las tinieblas del error se hacen más espesas. A medida que la imbecilidad, que acompaña a la Mentira, se hace más imbécil. A medida que la razón y el discurso del Enemigo se hacen más obtusos, más «romos». De un solo tajo, la espada de la Verdad puede descalabrar el balbuceo de la Mentira.

¿Sabremos usarla, al llegar la hora del testimonio?

Dios nos la ha puesto en las manos, las circunstancias la han ido afilando. Aún es cierto, también, que nosotros mismos nos habremos ejercitado en la peana. Guardémonos de usarla antes de tiempo, e imprudentemente, en escaramuzas. El transcurso de estos últimos tiempos crepusculares va embotando los machetes del error y va bruñendo y afilando más y más nuestra espada. Apliquémonos a la «gimnasia del espíritu», más efectiva que la del cuerpo, al decir del Apóstol.

Pero más que eso todavía: «vela de armas». Y en esta vela de armas, oración. La única fuente de nuestra eficacia guerrera de allí procede: del altar donde nuestra espada descansa. Pedir esa eficacia, pedir insistentemente lo que es su condición imprescindible, pedir coraje. Y pedirlo humildemente, conscientes de nuestra propia y raigal cobardía para las batallas del espíritu. Pedir coraje, porque sin él no hay espada bruñida, ni destreza física que valgan.

Pedir el coraje (la fuerza) del espíritu, pedir ese «resurgimiento», ese «apresto» del alma que para nosotros, discípulos del Crucificado, pasa por el anonadamiento. Exaltación del ánimo humillado –exaltación de la Cruz–. La verdadera y definitiva preparación del caballero no se hacía en el patio de armas, sino de rodillas frente al altar, dejando descansar la espada.

Y esta ofrenda del alma guerrera, y esta impetración del don de la Fortaleza, hagámosla –como se hacía entonces– por mediación del ser más dulce y humilde –y poderoso– de la creación de Dios: Nuestra Señora la Virgen María.

* En «Revista Gladius», Año 13 – Nº38 – Abril de 1997 – Págs. 69-70.

blogdeciamosayer@gmail.com

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