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De Specola. Infovaticana
Vamos con la tormenta desatada en los Juegos Olímpicos y que no parece destinada a calmarse fácilmente, basta con echar un vistazo rápido a las redes sociales. Tony Estanguet, el organizador de aquelarre, dijo que el espectáculo fue diseñado para provocar reflexión y estaba alineado con los principios fundamentales del COI: «Nuestra intención no era ser groseros». «La creación artística es libre en Francia. La idea era ser inclusivo, es decir, no excluir a nadie». En horas 24 parece que las cosas han cambiado, no esperaban semejante reacción que está provocando un rechazo hacia las «olimpiadas demoniacas»o los «juegos satánicos», se han pasado. El canal oficial de los Juegos Olímpicos ha eliminado inmediatamente el video de la ceremonia de YouTube, al difundirse la noticia de que la mujer que se burló de Jesucristo es la judía Leslie Barbara Butch que proviene de una familia sionista.
Los organizadores de los Juegos Olímpicos de París han emitido una disculpa tras las críticas recibidas y ahora se han declarado “realmente arrepentidos” si ofendieron a alguien: “Claramente, nunca hubo la intención de mostrar falta de respeto a ningún grupo religioso. La ceremonia de apertura trató de celebrar la tolerancia comunitaria. Creemos que esta ambición se logró. Si alguien se ha sentido ofendido, lo lamentamos mucho». A estas alturas es una disculpa muy difícil de creer cuando la persona que interpretó a Jesús, una autoproclamada “judía, queer, lesbiana” y con evidente sobrepeso, etiquetó la actuación como el “Nuevo Testamento Gay” y todo en medio de asquerosas y groseras escenas satánicas.
No hay mal que por bien no venga y todo lo que sea despertar, por lo menos una parte, de un catolicismo cobarde, va bien. Hay muchos más, se van sumando, señalamos algunos cabreados.
Entre los primeros en hacerse oír está el cardenal salesiano, de nacionalidad uruguaya, Daniel Sturla. Scicluna, obispo maltés y secretario adjunto del Dicasterio de la Fe, envió un mensaje al embajador de Francia en Malta para expresar su consternación, actuando como portavoz de la herida que se había infligido gratuitamente a los católicos, ya que el sacramento de la Eucaristía ha sido gravemente ofendido. La versión Queer de la Última Cena merece una reparación colectiva e invita a los fieles malteses a expresar su malestar al embajador francés.
Los obispos franceses, que ya habían subrayado la importancia de los valores deportivos y olímpicos para promover la «fraternidad» en todo el mundo con respeto a todos, reiteraron, tras la declaración, que este alto ideal quedó empañado por una burla blasfema por uno de los momentos más sagrados. del cristianismo. Grupos muy numerosos de fieles franceses se han concentrado en el escenario de la blasfemia para un acto espontáneo que reparación. En Italia hasta el inefable Paglia ha denunciado el acto como blasfemo. En Estados Unidos un obispo, Donal Hying, de Madison, moviliza a sus fieles para actos de reparación ante tanta maldad. Cordileone también: «El fundamentalismo laico se ha infiltrado ahora en los Juegos Olímpicos, llegando incluso a blasfemar la religión de más de mil millones de personas. ¿Harían lo mismo con cualquier otra religión? Pido a todo nuestro pueblo que ore por el restablecimiento de la buena voluntad y el respeto».
El obispo Stefan Oster, de Passau, responsable de los asuntos deportivos en la Conferencia Episcopal Alemana, escribió en X que la ceremonia fue una «Última Cena extraña», un «punto bajo» y «demasiado saturada en su puesta en escena». En España, los de siempre, los demás callados como muertos, quizás lo están y no se han enterado. El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz: «Una patética parodia ofendiendo los sentimientos religiosos y culturales de la comunidad cristiana. Viven en el complejo y el rencor»…
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